Por José María Merino*
PIE
De soltero ha pasado a solterón y está bien acostumbrado a dormir solo. Una noche lo despierta la sensación de un contacto insólito, uno de sus pies ha tropezado con la piel cálida y suave de un pie que no es suyo. Mantiene su pie pegado al otro y extiende su brazo con cuidado para buscar el cuerpo que debe de yacer al lado, pero no lo encuentra. Enciende la luz, separa las ropas de la cama, allí dentro no hay nada. Imagina que ha soñado, pero pocos días después vuelve a despertarse al sentir de nuevo aquel tacto de suavidad y calor ajeno, y hasta la forma de una planta que se apoya en su empeine. Esta vez permanece quieto, aceptando el contacto como una caricia, antes de volver a quedarse dormido. A partir de entonces, el pequeño pie viene a buscar el suyo noche tras noche. Durante el día, los compañeros, los amigos, lo encuentran más animoso, jovial, cambiado. Él espera la llegada de la noche para encontrar en la oscuridad el tacto de aquel pie en el suyo, con la impaciencia de un joven enamorado antes de su cita.
VIAJERO APARENTE
El itinerario del aperitivo no fue como todos los días. Al encontrarse con él, muchos mostraban gran regocijo, le felicitaban por su regreso, se alegraban de volver a tenerlo entre ellos. Bienvenido, Ramiro, ya era hora de que volvieses, bienvenido, te habías ido demasiado lejos, le invitaban, un bar después de otro, Ramiro ha vuelto, decían, esto hay que celebrarlo. Bebió de más, y cuando después de despedirse se fue a su casa para almorzar, con bastante retraso, caminaba inseguro y tenía mucha confusión en la cabeza, pero no tanta como para no saber que nunca había salido de aquella ciudad y que no se llamaba Ramiro.
LA CUARTA SALIDA
El profesor Souto, gracias a ciertos documentos procedentes del alcaná de Toledo, acaba de descubrir que el último capítulo de la Segunda Parte de El Quijote -“De cómo Don Quijote cayó malo, y del testamento que hizo y su muerte”- es una interpolación con la que un clérigo, por darle ejemplaridad a la novela, sustituyó buena parte del texto primitivo y su verdadero final. Pues hubo una cuarta salida del ingenioso hidalgo y caballero, en ella encontró al mago que enredaba sus asuntos, un antiguo soldado manco al que ayudaba un morisco instruido, y consiguió derrotarlos. Así, los molinos volvieron a ser gigantes, las ventas castillos y los rebaños ejércitos, y él, tras incontables hazañas, casó con doña Dulcinea del Toboso y fundó un linaje de caballeros andantes que hasta la fecha han ayudado a salvar al mundo de los embaidores, follones, malandrines e hipedutas que siguen pretendiendo imponernos su ominoso despotismo.
*José María Merino nace en La Coruña, el 5 de marzo de 1941, pero su familia se traslada pronto a León, donde el padre, leonés, abre un bufete de abogado y una gestoría, y en esta ciudad transcurren la infancia y adolescencia del futuro escritor. En su libro de memorias, Intramuros, evoca las vivencias de la infancia en los años 40 y 50, y su aprendizaje de lo imaginario.Estudia Derecho en Madrid. Al término de su carrera ingresa en el cuerpo de funcionarios del Ministerio de Educación. Colabora durante años con la UNESCO en proyectos para Hispanoamérica, lo que determina su fascinación por el mundo americano que traslada a sus novelas. Entre 1987 y 1989 ocupa la dirección del centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura. Desde 1996 se dedica solamente a la literatura. Está casado con Carmen Norverto, catedrática de la Universidad Complutense, y es padre de dos hijas, María y Ana, ambas profesoras universitarias (Ana, también, poeta y estudiosa de los cómics).Su vocación literaria se inició en poesía, con la publicación de Sitio de Tarifa (1972). Sin embargo, terminó abandonando este género y optando definitivamente por la narrativa. Su primera novela, Novela de Andrés Choz, es de 1976. Su trayectoria como narrador se ha repartido por igual entre la novela y el cuento, género este último que ha contribuido a desarrollar más que notablemente en España durante las últimas décadas. Es autor también de narrativa infantil y juvenil y de un libro de viajes. Su actividad creadora se extiende a otras colindantes como la crítica literaria, la reflexión literaria como articulista y conferenciante, o su labor como prologuista de diversos libros y antólogo de cuentos literarios y leyendas. Participó con Juan Pedro Aparicio y Luis Mateo Díez en la creación del apócrifo común Sabino Ordás.Tiene en su haber el Premio Nacional de la Crítica (1986), Nacional de la Literatura Juvenil (1992)