30 November 2008

"AVE SOUL" EN REEDICIÓN DE LUJO


UN RESCATE IMPRESCINDIBLE

Uno de las voces fundamentales del Movimiento Hora Zero es la del poeta Jorge Pimentel, autor de los poemarios Valium y Kenacort 10 y Ave soul. Este último libro ha sido reeditado en una edición valiosa que rescata un texto que no circulaba en nuestro medio peruano. Con motivo de la aparición del poemario, Enrique Planas lo entrevista para la sección Luces de El Comercio:


En el prólogo de la reedición de "Ave Soul", el escritor Roberto Bolaño comenta su sorpresa por cómo ese poemario no ha envejecido un ápice. Es curioso, porque en el libro encontramos las palabras que abundan en textos que sí han envejecido, poemas propios de la efervescencia de los poetas de izquierda en los setenta...
Nosotros no hemos militado en partidos de izquierda. Nuestra militancia ha sido horazeriana. Pero sí hubo otros poetas que militaron. Yo creo que eso fue un error. El poeta milita en la poesía, no puedes hacerle caso a un líder político a la hora de escribir. Además, creo que gracias a los políticos el país ha permanecido igual. Desde Odría hasta hoy, todos los líderes han fracasado para dirigir este país. Los únicos que no han fracasado son los poetas, los escritores, los artistas. Ellos sí han hecho avanzar al país. Las dramáticas historias de este país tampoco han cambiado, siguen allí.

Generalmente el poeta habla de sí mismo en su obra. Sin embargo, en poemas como "Lamento del sargento de aguas verdes", también supo darle la palabra a otros personajes...
Una de las cosas que nos propusimos en Hora Zero fue hablar desde el otro, más que desde uno mismo. Nuestra principal preocupación fue poner los ojos en la calle, pues esta tiene mil historias. Por eso Tulio Mora tiene aquel libro genial "Cementerio General", en que están todos, desde Atahualpa hasta 'Mosca Loca', hablando desde sus tumbas. Hora Zero nunca ha sido egoísta, siempre hemos sido abiertos, al escuchar, al mirar, al hablar. Escribí "Lamento del Sargento de Aguas Verdes" una noche que estaba en el bar Palermo, lugar donde se reunía todo el mundo: antropólogos, cineastas, poetas, novelistas... Recuerdo una noche en que cayó un hombre al bar y me dice: "Yo soy el sargento de Aguas Verdes, ¿me puede invitar un café?" Entonces me comenzó a contar toda su historia. Después de irse, empecé a escribir todo lo que me contó, intentando recordar el ritmo de sus palabras. Son historias que uno asume. Si te metes en el otro, pueden salir muchas sorpresas.

Treinta y cinco años después, ¿se sigue reconociendo en las páginas de "Ave Soul"?


¡Lo último que hubiera querido es publicar este libro! (ríe). Al publicarlos por primera vez, los libros viajan. Y este libro ha regresado lleno de amigos, de cariño. Francamente, yo no tengo mucho cariño por mis libros publicados. Siempre pienso en el que viene. Lo más interesante para mí es descubrir el libro por hacer, en cómo lo voy a desarrollar. Me fascina el misterio de tender la mesa para escribir en un acto solitario. Editarlo es un problema, una carga para el autor, una actividad sin nada de poesía. Sin embargo, Arturo Higa y los chicos de "Doble Príncipe" han descubierto una nueva forma de hacer libros, que a mí me parece más cercana a la arqueología. Es interesantísimo. Solo por eso me interesó hacer una segunda edición de este libro.

Los dejo con uno de los poemas más celebrados de Ave Soul:

BALADA PARA UN CABALLO


Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan


por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje


que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando


muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra


el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata


de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas


por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase


de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres


arman expediciones para darme caza armados de perros policías


y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan


y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada


por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.


Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo


y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión


sobre las traseras y paralelamente y aun mismo ritmo


antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.


Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad


me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso


el que se ondea y es una música y es un torbellino


de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás


van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre


en estos bosques dormidos que despierto con el sonido


de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines


calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.


Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba


tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola


espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan


desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.


Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.


En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.


Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros


que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia


desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo


suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.


Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos

de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti

y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua

que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños

que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres

realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo

y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,

aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.

En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría

y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme

con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho

parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade

suelo dar galopes hacia la vida. Allí

donde mi presencia es esperada me hago realidad.

Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad

me hago realidad en esos ojos que están cansados

de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida

se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la

asciendo a las cumbres donde diviso extensiones

de mar de cielo de tierra.

Mi figura domina la naturaleza.

Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.

Cae la noche.

Mi sombra se recobra.

Las ramas crujen.

Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.

Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra

se difunde con la noche se propaga se manifiesta.

Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía

aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?

¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.

El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.

Por esta época del año suelen cruzar manadas

de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.

Recuerdo que logré darles alcance y me contaron

que lograron salvarse de una cacería emprendida

contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero

y que luego de ser sometidos al cubo de agua

y a la alfalfa son obligados en los hipódromos

a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.

y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan

descargas eléctricas, te manosean, te latigan

con una fusta despellejándote. Y así durante

un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas

de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser

sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua

a la vista y paciencia de todos, sin intimidad

en una mañana de tinieblas y poca luz y luego

te separarán de tu yegua y potranco y pasarás

tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando

manques te dispararán un balazo en la sien. Ya

había galopado un buen trecho con la manada

que huía despavorida y me dijeron que probablemente

para el invierno pasarían por aquí para ir más

al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía

lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y

por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces

me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo

me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades

de realizarme en un medio donde la civilización se mata

y permanecen odios, prefijo ser caballo. Mojaré

la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas

inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar

hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,

para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos

anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco

y el campo sin límites.

Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí

y de mi yegua y de mi potranco.

(De Ave soul)

29 November 2008

FERIA DE LIBRO RICARDO PALMA EN MIRAFLORES


DIA DE INAUGURACIÓN

El día de hoy sábado se inaugura la Feria de Libro de Miraflores con el anuncio de importantes visitas de escritores a nuestro país, entre ellos César Aira y Carlos Chernov, y entre los peruanos, los infaltables Alonso Cueto y Edgardo Rivera Martínez. Un motivo para acercarse a la feria y adquirir algún libro para regalarse o regalarlo en estas fiestas navideñas que ya regresan para quedarse durante todo este mes de diciembre. Los dejo con la programación de hoy y mañana:

Sábado 29 de noviembre


4:30 p.m.: Espectáculo musical “Sikuris y pututos” con el conjunto de Zampoñas Dos de Mayo, anunciando la inauguración de la 29ª Feria del Libro Ricardo Palma.Parque Kennedy.

5 p.m.: Ceremonia de inauguraciónParticipan: Manuel Massías Oyanguren, José Luis Chang, Gladys Díaz Carrera.Anfiteatro Chabuca Granda

5.45 p.m.: Inauguración Exposición “Los libros dialogan con las bibliotecas” de Miguel Rep Participan: Miguel Rep, Mariano Zarazaga y Gladys Díaz CarreraLugar: Boulevard de la Historieta

6 p.m.: Inauguración de la exposición en Homenaje a Julio Fairlie Silva: Seis décadas de Sampietri”Lugar: Boulevard de la Historieta

6:15 p.m.: Develamiento del “Libro más grande del mundo”Lugar: Boulevard del Entretenimiento

De 7 a 8:15 p.m.: Presentación de libro “Cómo me hice monja” de César Aira

De 8:30 a 9:30 p.m.: Presentación de libro “Mujeres Asesinas” de Rosa María Cifuentes


Domingo 30 de noviembre

4 p.m.: Espectáculo de claun, mimo y arquelín “Explosión de colores” y otras artes.Parque Kennedy

De 4 a 5:15 p.m.: Espectáculo de Teatro de papel con Pepe Cabana Kojachi"Mukashi Mukashi, en la ruta del kamishibai”En el Anfiteatro Chabuca Granda
Presentación musicalizada de libro “Lala y la ciudad de las pirámides” de Juan Luis Dammert Narradora: Jennyffer ArévaloEn el Auditorio Infantil

De 5:30 a 6:45 p.m.: Conversación con Miguel Rep: “El uso de las historietas para fomentar la lectura”Participan: Miguel Rep y Juan Acevedo.En el Anfiteatro Chabuca Granda
Espectáculo infantilEn el Auditorio Infantil

De 7 a 8:15 p.m.: Presentación de libro ganador del premio de novela BCR 2008“Entre el cielo y el suelo” de Lorenzo Helguero Participan: Renato Cisneros y Marcel Velásquez.En el Anfiteatro Chabuca Granda

De 8:30 a 9:30 p.m.: Charla y exhibición audiovisual con Miguel Molinari“Homenaje a Yma Sumac”En el Anfiteatro Chabuca Granda

27 November 2008

LOS QUEHACERES DE UN ZÁNGANO (ADELANTO DE NOVELA)


En los próximos días, aparecerá la novela Los quehaceres de un zángano (Bizarro Ediciones, 2008), del narrador Fernando Morote. Mientras tanto, para que tengan una idea de la temática de la misma, los dejo con el primer capítulo, como un adelanto del libro.

CAPÍTULO 1

El placer humano no es el de la carne


A dos cuadras de mi casa vivía Rosa. Rosita. Tenía marido, dos hijos, y las carnes ya un poco descolgadas. Pero todavía estaba buena. Cada vez que nos cruzábamos por la calle, ella me desvestía con una mirada y con otra me invitaba a su cama. Yo también tenía ganas de tirarla; para qué mentir. Sin embargo, nunca nos dijimos nada. Una mañana pasé por su casa y vi abierta la puerta de la cocina. Por el intersticio la vi también a ella en cuatro patas tratando de componer algo en la tubería del lavatorio. Le vi el culo, muy buen culo, y seguí de largo. Antes de doblar la esquina escuché su voz:

—¿Puedes ayudarme? —me preguntó, casi cantando. Era una voz empalagosa, falsa, cojuda.
Me volví hacia ella y la vi parada en la entrada de su casa, mostrándome sus manos sucias con un gesto de torpeza en la cara. La quedé mirando. No había duda; estaba buena. Una mujer hermosa, o que lo ha sido, cuando está sucia lo es aún más.
—Se me ha malogrado el caño —explicó.
“¿Y?”, pensé.
—No sé nada de gasfitería —respondí.
—No importa —insistió ella— Haz lo que puedas. Ayúdame, por favor.

“Lo que puedas” para mí, en estos casos, quiere decir: “nada”. Abrí, pues, los brazos y moví la cabeza. Acepté. Entramos a la cocina. Los platos sucios del desayuno estaban arrumados en el lavatorio, y el olor a desayuno junto con los platos. Rosita se agachó para mostrarme el desperfecto de la tubería. Disimuladamente escudriñé a través de la abertura de su blusa tratando de vislumbrar sus senos. Divagué un instante nadando mentalmente en medio de ellos. Rosita tenía unas tetas enormes, hipertróficas; una fiesta infantil. Pero no vi nada. No pude. Aprecié entonces, una vez más, su culo. Magnífico culo. Los culos de las mujeres no se miran; se aprecian. Cualquiera mira. Me provocó besarla en el arete. ¡Cuántas veces me había provocado hacerlo, al verlo zangolotearse así, caprichoso el arete, detrás de ella!

—Mira —me dijo— Aquí está el hueco.
—Sí, ya lo vi —respondí, pero refiriéndome a su hermoso almacén.

Rosita estaba agarrando el tubo de la cañería como seguramente le agarraba el pájaro a su marido. Lo sobaba. ¡Qué manos! Las uñas perfectas, pintadas a rayitas. Y sus brazos gruesos, deliciosos. Me turbó, sobre todo, la enigmática marca de su vacuna; creo que fue eso lo que más extravió mi mente. Le pregunté por su esposo.

—No está —me contestó— Ha salido.
—¿Y tus hijos?
—Han salido con mi esposo.
—Entonces habrá que llamar a un gasfitero.
—¿No podrías tapar el hueco con algo para evitar que siga goteando?

Mi mente se puso en blanco. Me agaché y revisé la avería; mentira: fingí revisarla, porque de gasfitería, como de muchas otras cuestiones domésticas, no entiendo ni el nombre. El óxido había formado un hueco en el tubo del lavatorio y por ahí se filtraba el agua. Con un buen nudo se solucionaba el problema. El problema era hacer el nudo.

—Préstame una pita —le dije.

Rosita me alcanzó una soguilla. Y comenzó la lucha. Por gusto insistí, me trompeé y le requinté mentalmente la madre. La soguilla indolente lo aceptó todo. Me sentí más inútil que en otras ocasiones. Frente a un extraño -y Rosita no dejaba de serlo-, mi ineptitud me causa siempre más embarazo. Es un horror.

Entonces sentí una mano en el hombro. Las uñas perfectas, pintadas a rayitas. Era una mano blanca, deliciosa. Con un pájaro asido. Mi pájaro. Rosita. Era Rosita calata. Pero con zapatos. Unos zapatos negros, altos, elegantes, de mujer rica. Rosita no era rica. Levanté la vista.

—Procede —susurró ella, sobándome el hombro.

Y procedí. Le recorrí todo el cuerpo. Primero con los ojos. Después con la lengua, con la nariz. ¡Ah, qué inolvidable recorrido! Las axilas sin afeitar, los vellos en las piernas, deliciosos. El olor de sus axilas sudadas y de sus piernas húmedas. Las tetas hipertróficas. Tan excitado estaba que ya no le besaba las tetas, se las mordía, “au” decía ella, pero le gustaba y pedía más, más. Toma Rosita, agarra.

Escupí su orgasmo antes de proseguir. Luego le pedí que se echara para la segunda vuelta. El calor de los cuerpos era suficiente para calentar el suelo. Me desvestí en un segundo. La ropa mojada, sobre todo el pantalón, el calzoncillo. Antes de echarse, Rosita se quitó los zapatos. Y arruinó la magia; se desmondongó toda, su encanto quedó al instante sin efecto. Se echó completamente calata en el suelo frío. De su cuerpo apetecible sólo quedó una masa acezante tirada en el piso. Rosita no era más una mujer. Era sólo sesenta kilos de buena carne, de carne blanca. Y yo tenía hambre. Siempre le tuve hambre. Así es que me serví. Penetré hasta el fondo de su alma. Casi toqué su hígado. Y ella movía el culo, cómo movía el culo, como una licuadora, como un animal. Dos minutos nada más. El semen saltó blanco, caliente, viscoso. Se chorreó la pasta dental del chisguete.

Las convulsiones se detuvieron; las detuve. La comunicación también es importante. “No todo en la vida puede ser sexo”, pensé. “Para Rosita sí, estoy seguro”.

—Un respiro, Rosita —le dije— Puede llegar tu marido.

Pero después pensé: “Qué mierda”. Hacía tiempo que Rosita le sacaba la vuelta a su marido. Y su marido también le sacaba la vuelta a ella. Pero con otro hombre. “Está bien así. Todos somos felices”. Me incorporé un poco y recorrí nuevamente con los ojos el cuerpo de Rosita. Sin ropa evidenciaba ya un desgaste natural: los años, los polvos ilegales¼Rosita no llegaba todavía a los cuarenta. No, no llegaba. Es extraño. Las mujeres a los treinta y tantos aparentan, todas, una cierta madurez. Pero tal vez sea una madurez física solamente. A esa edad las mujeres instintivas como Rosita sólo piensan en tener sexo con amantes jóvenes, chiquillos, pingas vigorosas, incansables. Como la voracidad de sus pulpas. “Estar con ellas es como estar solo. Fuera de la cama no sirven para otra cosa. Mi interés hacia ellas es puramente coital. Nada más”.

El tubo de luz que se filtraba por la ventanita de la cocina dejaba ver claramente una procesión de microbios suspendida en el aire. Ahí estaba el cerebro de Rosita.

—Rosita.

Me contestó con un jadeo: síntoma inequívoco de que aún seguía con hambre. Otra vez los perros fornicando. Me clavó las uñas en la espalda y me lamió absurdamente el cuello. Ella estaba en el clímax mientras yo me arrastraba de risa oyendo sus gemidos. “Una mujer que sólo piensa en el sexo no puede aspirar a ser la mujer de un gran hombre”.

Sentí otra vez su mano sobre mi hombro. Sólo que ahora era real. Levanté la vista y la quedé mirando. De nuevo me desvestía con una mirada y con otra me invitaba a su cama. Sentí que mis cuerdas vocales se destemplaban, que saltaban de la guitarra. La quedé mirando.

—Hipócrita de mierda —le dije. Y me puse de pie:— Sólo quieres revolcarte un rato conmigo. Sé sincera.

Rosita se quedó de una pieza. Una pieza calata. Sin responder. No sabía qué responder. Qué bien.

—Búscate alguien a quien le guste el galanteo, la mentira. Alguien que te siga la corriente. Conmigo no la pegas; no lo vuelvas a intentar. Si quieres un amante, dilo, pídelo por correo. Eres una mujer adulta. —Imité su voz, casi cantando:— ¿Puedes ayudarme a arreglar el caño? —y continué:— Toma. Cachera.

Y le devolví la soguilla. Nunca pude hacer el nudo.


* * * * *

—Mi viejo paga todo, no te preocupes —dijo Augusto.

Acepté con entusiasmo. Todo lo que sabía de sexo era lo que había visto en las revistas pornográficas que devoraba con insaciable apetito durante el recreo, y en algunas películas del Metro-Pulga, un cine de mala muerte sin nombre conocido, donde podía entrar sin ser mayor de veintiuno con tal de pagar mi boleto como cualquier parroquiano.

—Vas a subir de categoría, Federico: —me dijo el papá de mis amigos mientras esperábamos en la fila— verás cómo montoya es más rico que manuela —y echó a reír con todas sus ganas.

El señor Banegas era un tipo gordo, grande, empleado bancario, de aspecto vulgar; tenía la costumbre de ver televisión desnudo mientras su esposa le servía la comida al llegar del trabajo. En cierta ocasión, gracias a un relajo de la intimidad doméstica, fui testigo de ello. La escena me resultó incómoda, pero al mismo tiempo quedé fascinado. Mis adolescentes hormonas empezaban a manifestar sus exigencias. “¿Sexo con mi prima?”, me preguntaba después de escuchar tantas historias en el colegio. No hallaba cómo. Moría de miedo tan sólo de pensar que pudiera insinuarme un día con ella, correría a acusarme con mis tíos y quedaría como un depravado, un mañoso o un imbécil ante toda la familia. Me conformaba con masturbarme imaginando desnuda a la mamá de mis amigos, atendiéndome amorosamente, poniendo la bandeja de comida sobre mis piernas, dejando caer sus tetas grandes y redondas, con los pezones negros como chupones, sobre mi cara.

El estacionamiento de El Trocadero no era más que un inmenso lote de tierra, lúgubre como una cueva. Los viejos colectivos que cubrían la ruta desde el Parque Universitario hasta la Avenida Colonial llegaban y partían cada cinco minutos atestados de clientes. Antes de entrar comimos un par de huevos duros con papa sancochada. Según me ilustraron, proteínas y vitaminas eran elementos cruciales para estos trajines. Otros preferían consumir el mismo menú a la salida, para recuperar energías. “Cuestión de estilo y estrategia”, dijeron. Después de comprar los boletos, el señor Banegas deslizó furtivamente una propina al portero.

Una vez adentro, el olor a perfume invadió mi cerebro. Era un extraño aroma penetrante que recorría todo el edificio. Excepto por aquellas de colores, que tenuemente salían de las habitaciones dispuestas a lo largo de los pasadizos, casi no había luces. Las mujeres semidesnudas se apoyaban contra sus puertas en poses sugerentes. En un minuto estaba excitadísimo. El papá de Augusto y Brayan dijo:

—Muy bien, muchachos. Aquí nos separamos. Miren bien y escojan la hembra que más les guste. Aquí tienen el dinero, esto les alcanzará. Después, si se quieren meter otro polvo, me avisan y ya vemos. Nos reunimos en este sitio dentro de cuarenta minutos, ¿ok?
—Buena voz, papá —dijo Augusto.

Sentí que esas instrucciones eran como las que seguramente impartían los oficiales de campo a sus soldados antes de entrar en acción ante la inminente batalla. Ahora tenía que arreglármelas por mi propia cuenta. Di algunas vueltas en círculo. El edificio tenía dos pisos, con varios pasadizos, que al parecer, por lo que fui descubriendo, conferían diferente categoría a las putas. Muchas puertas se encontraban cerradas. Algunas mujeres dejaban la puerta abierta y se echaban en la cama mostrando sus atributos a los clientes, invitándolos a pasar. Otras decían cosas sucias, arrechantes, mientras uno pasaba delante de ellas o les preguntaba cuál era su tarifa y el tipo de servicio que ofrecía.

—Completo, papito —respondían algunas.

Yo tenía vergüenza de preguntar qué significaba “completo” en ese lenguaje. No se lo iba a preguntar a la puta, por supuesto, no tenía intenciones de quedar como un idiota ante ninguna de ellas. En una de ésas, no aguanté más y corrí a buscar a Brayan para preguntarle.

—Te la chupan y todo, pues huevón —me contestó— Si eres pendejo, y te la ganas, tú también se la puedes chupar a ella. Le haces la sopa. Y después se la metes por atrás. Vas a ver que es bien rico, yo sé lo que te digo. ¿Ya sabes adónde vas a entrar?
—No, todavía —respondí.

Continué recorriendo los pasillos. Encontré que ante algunas puertas cerradas había varios hombres haciendo cola, se les veía cansados, con cara de aguantados. Decían que la puta de ese cuarto era fantástica, una loba culeando, cobraba un poco más caro pero te exprimía todito. “Vale la pena esperar”, decían.

Pude ver que había mujeres de todas las edades y etnias. Multitud de cuerpos, variedad de formas. Perfumes exóticos, ropas interiores provocadoras. Los cuartos presentaban decoraciones peculiares. Algunos tenían afiches de películas o cantantes de moda. Otros más bien lucían crucifijos, virgencitas. El recorrido ofrecía una miscelánea de ritmos musicales: rock, criollo, salsa, guaracha.

A medida que avanzaba el tiempo, empecé a sentir cierta angustia. Aunque experimentaba un deleite sensual al descubrir ese nuevo mundo, respirando aquellos perfumes, más tóxicos que aromáticos, viendo tantas mujeres calatas al alcance de mis manos, me presionaba la idea de saber que pronto debía enfrentar el momento de la verdad y entrar en uno de los cuartos. No veía en ningún pasadizo a mis amigos ni a su papá. Seguramente habían entrado ya a comerse alguna puta, luego saldrían y nos tendríamos que ir. En uno de mis patrullajes de reconocimiento, me gustó una mujer de piel blanca y cabello castaño, bajita de estatura, que tenía un delicioso cuerpo al trasluz de su habitación y llevaba una ropa interior roja con zapatos altos del mismo color. Recordé que había sido muy cariñosa cuando le pregunté cuánto cobraba. Regresé a buscarla.

—Pasa, buenmozo —me dijo.

Al cruzar la puerta, me pidió que entrara al baño. Se sentó sobre la tapa del water con una batea llena de agua entre las manos. Me dijo que me bajara el pantalón. La luz del baño, a diferencia de la habitación, no era tenue ni de color; era una luz blanca, fría. Pude ver que la puta era más bien una mujer casi vieja, bien pintada para ocultar sus primeras arrugas, con gesto descortés en el rostro.

—No te vacees antes de tiempo, hijito —me dijo, mientras lavaba mi pene, desinfectándolo con un chorro de alcohol que me causaba un ardor horrible.

Su voz tenía un tono autoritario. Empecé a sentir algo de temor. Me sobrecogí ante su actitud de mando. Se quitó la ropa sin gracia ni elegancia mientras yo me enredaba con los pantalones, tratando de desvestirme, sentado encima de la cama. La puta advirtió mi nerviosismo. Vi que tenía cara de aburrida. Me masturbó enérgicamente para lograr mi erección. Lo consiguió sin dificultad. Agarraba mi pene como si fuera cualquier cosa. Yo trataba de besarla, ella esquivaba ese contacto. Esperaba un trato más cariñoso de su parte.

—Apúrate —me dijo— Métela de una vez.

Yo no tenía idea de cómo se hacía eso. Mis ojos, sin duda, eran muy elocuentes. Sentí que ella me miró como diciendo:

—Me estás haciendo perder el tiempo.

Tomó mi pene y lo introdujo en su vagina. Se movió aceleradamente por un instante, sin darme tiempo a que yo intentara poner algo de mi parte. Eyaculé sin remedio.

—La diste rápido, hijito —me dijo— Así es mejor, porque tengo que seguir trabajando y atender a otros clientes.

Saltó de la cama y trajo papel higiénico del baño. Me lavó el pene otra vez en la batea y me dijo:
—Vístete.

Yo estaba mudo, no podía pronunciar palabra. Sentía que esa mujer me estaba dando órdenes como si fuera mi mamá. Tenía ganas de llorar. La rabia, el miedo, la vergüenza me mordían por dentro. La puta, al ver que estaba ya casi vestido, me llevó apurada hasta la puerta.

—Chau, papito —me dijo, y me hizo una caricia traviesa en la mejilla— Regresa pronto.

Hubiera querido repetir la experiencia con otra puta, para disfrutarla esta vez. Cuando llegué al punto de encuentro convenido los tres me esperaban listos, exhibiendo gloriosas sonrisas de felicidad. Augusto y Brayan se mostraban frescos y bien peinaditos.

—¿Y, cómo te fue? —me preguntó el papá de mis amigos.
—Riquísimo ―contesté, añorando el calor de mi hogar— No pudo haber estado mejor.

26 November 2008

ENTREVISTA A ENRIQUE POLANCO

"MI SUEÑO SERÍA UNA PELÍCULA DE LA CASA DE CARTÓN"

El día de hoy, en la sección central de Perú 21, se entrevista al pintor Enrique Polanco con motivo de la inaguración de la muestra La casa de cartón, hoy miercoles, en el Centro Cultural Inca garcilaso de la Vega en el Centro de Lima. En la misma, Polanco se refiera a la formación de su vocación artística y a su amistad con uno de los íconos de la pintura peruana, Víctor Humareda. Los dejo con algunas preguntas:


Usted tiene un estilo muy propio. ¿Cuándo comenzó a definirse?
Siempre he sido un pintor, digamos, expresionista, desde que comencé. Sufría mucho en hacer la academia. La hice un año y, después, nunca más. Eso me costó muchos enfrentamientos. Pero lo superaba y presentaba mi trabajo. Con un grupo de estudiantes de esa época salíamos mucho a la calle, y eso nos costaba más enfrentamientos.
En su obra, la ciudad está presente.
Salíamos y pintábamos en Barrios Altos, en el Rímac. Es cierto que Lima no estaba tan brava. No había pasteleros, por ejemplo. Antes, yo recuerdo que nos podíamos meter trancas con gente de ahí, en cantinas de mala muerte, porque respetaban a los de Bellas Artes. Después ya no era posible.
¿Conoció a Humareda?
Claro, en la escuela, en el 77, creo. Yo lo veía dos veces a la semana, en su hotel. Era todo un ritual. Iba al hotel y, con 15 alumnos, nos íbamos a ver la pinacoteca Merino, en la Municipalidad de Lima. Íbamos todos, con Humareda adelante, con su gabán. Luego, a La Victoria, a su hotel, en La Parada. Y comenzaba a sacar sus cuadros y hablábamos.
¿De qué?
Del pasado. Mis amigos son los muertos, decía: Velásquez, Goya. “El arte de ahora es una mierda”. Nos hicimos amigos, aunque yo era un muchacho. Recuerdo haber acabado con él en La Parada, a las cinco de la tarde, en medio como de 500 triciclos de ropavejeros. Una vez fuimos a un burdel, un edificio inmenso, sórdido, con un olor… a todo. Ahí comencé a dibujar una serie de San Cosme. Me iba hasta arriba, en las noches. Humareda también pintó San Cosme. Hay en mi obra un homenaje a él, expresionista al fin y al cabo.
¿Paraba ebrio?
No. Había dos Humaredas: uno, el que mostraba, bufonesco, y otro que hablaba de lo difícil que era pintar. Él vivió 30 años en un cuarto de dos y medio por uno y medio, donde pintaba y dormía. Era un santo de la pintura.
¿Qué lo llevó a usted, un pintor urbano, a China, donde pasó cuatro años?
A China salí corriendo de Lima, de Barranco, de la malograncia. Me fui lo más lejos posible (ríe). No. Postulé a una beca y salió. Un buen día aparecí en Pekín. Estudié pintura. Pero lo que hice –pinto donde estoy– fue pintar China, de la cual nadie sabía nada en esos años. Fue toda una experiencia.
¿Cuánto tiempo le tomó ubicarse en la escena de arte local?
Mi primera exposición fue en el 83. Vendí como tres cuadros. En la segunda no vendí nada. No trabajo con galerías pero, gracias a Dios, tengo un público que me busca. Es una suerte haber podido vivir de la pintura hasta ahora. Pero yo no soy de esos que hacen decenas de miles de dólares en una sola muestra.


HOMENAJE A EIELSON


POR INAUGURACIÓN DE CENTRO DE ESTUDIOS EN ITALIA

Con motivo de la inauguración del Centro de Estudios Jorge Eduardo Eielson, en Florencia, Italia, Mario Vargas Llosa dictará una serie de charlas y conferencias en donde rinde homenaje a una de las más altas voces de la poesía del 50, de quien dijo es un "artista universal cuya vocación no estaba limitada por las fronteras nacionales. Los dejo con la nota de Perú 21:

HONORES A EIELSON Y MVLL. El autor de Conversación en La Catedral (1969) asiste a seminarios y lecturas organizados en su honor con ocasión de la inauguración del Centro de Estudios Jorge Eduardo Eielson, destacado artista plástico y poeta peruano que residió más de medio siglo en Italia hasta su muerte, hace dos años. Vargas Llosa le rendirá tributo a Eielson, uno de los creadores más 'cosmopolitas’ de América Latina, autor de objetos de arte, instalaciones y cuadros, quien formó parte de importantes corrientes artísticas europeas y cuya obra poética es considerada entre las más importantes del continente.“Fue un artista universal, su vocación no estaba limitada por fronteras nacionales. Su obra de artista retornó en forma figurada al mundo de Perú al resucitar los mundos de la civilización prehispánica a través de los famosos nudos, los códigos incas”, aseguró Vargas Llosa, quien dictará charlas, ofrecerá lecturas y asistirá a la representación de su obra La chunga, dirigida por el italiano Ivano Malcotti.

REALISTA. “Yo amo la literatura, es mi vocación, pero no puede divorciarse de lo que ocurre en la calle. Es que yo quiero estar en la calle, participar en el debate público”, confesó Vargas Llosa, cuyas posiciones políticas le podrían costar incluso el Premio Nobel.“Defiendo la democracia, ataco toda dictadura, de izquierda o de derecha. Ataco los regímenes corruptos y combato el dogmatismo. Soy, eso sí, un liberal, que es una doctrina abierta, sometida a la crítica y a la autocrítica. Cuando me equivoco, reviso y corrijo”.

25 November 2008

ENTREVISTA A DIEGO TRELLES


"PARA ESCRIBIR YO CREO QUE ES NECESARIO SER VALIENTE"

Continuando con nuestras entrevistas sobre los inicios literarios de algunos escritores peruanos, esta vez hemos convocado al joven narrador Diego Trelles (Lima, 1977), autor del libro de relatos Hudson, el redentor y la novela El círculo de los escritores asesinos, radicado en Nueva York desde hace algún tiempo, y que en la actualidad prepara el material para su próxima publicación, que aparecerá en España el año entrante. Los dejo con las preguntas de rigor:

UNO

¿Cuál fue el primer libro que recuerdas entre tus manos y que sensación te causó?

Demian de Herman Hesse. Me lo regaló mi padre. Me dijo lee como si dijera abre una ventana. Recuerdo mucho la nota que Max Demian deja a Emile Sinclair: “El pájaro rompe el cascarón. El cascarón es el mundo. Quien quiera nacer tiene que destruir el mundo”. Con una frase como ésa entiendo perfectamente que, aún hoy, la sensación perdure.

DOS

¿Qué autores determinaron tu forma de escribir y tu visión del mundo en tus inicios literarios?

En mis inicios, Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa y Juan Carlos Onetti y, a partir de estos dos últimos, William Faulkner. Hablo aquí de lo formal. Mi visión del mundo es mucho más cercana a las de Onetti o Ribeyro que a la de Vargas Llosa.


TRES

¿Tienes hábitos y costumbres a la hora de escribir? ¿Cuáles son tus horarios?

Música. Es el único hábito. No tengo horarios de escritura. No soy ordenado ni espero serlo. Nunca voy a ser un escritor prolífico. No aceptaría publicar un texto del que no esté absolutamente convencido y, para bien o para mal, soy obsesivo y muy autocrítico con lo que escribo. El ritmo y la cadencia de la prosa, el sonido de las palabras en una oración y en un párrafo y en el conjunto de una página, todo eso me importa mucho porque siento que escribir es armar, de a pocos y con muchísima paciencia, algo parecido a una sinfonía interior.

CUATRO

¿Qué recomendaciones o consejos le darías a aquellas personas que se están iniciando en la narrativa?

Esta pregunta me la hicieron hace poco. Mejor te hago un copy and paste porque no he cambiado de idea: “Lo importante es leer y escribir como si el mundo fuera a acabarse y tener la madurez suficiente como para aceptar que a veces no hay talento y que sin talento, no se llega. Me parece importante, además, tener cierto pudor, no ir por la vida anunciándole al mundo lo genial que eres ni publicando todo lo que escribes. Sin humildad no es posible la valentía y, para escribir, yo creo que es necesario ser valiente”.

CINCO


¿Cuáles son tus nuevos proyectos narrativos y para cuándo tus lectores podrán tener una nueva obra tuya?

Hay un libro de cuentos listo en un 90%. Por otro lado, es raro e inédito esto en mí pero trabajo dos novelas al mismo tiempo y no creo haber forzado nada. Cuando Onetti escribía Juntacadáveres, luego de visitar un viejo depósito de buques, le llegó como una epifanía o como una inspiración súbita y febril, la necesidad de dejar la novela que escribía para empezar otra que terminó muy pronto y que llamó El astillero. No voy a cometer la obscenidad de compararme con Onetti, pero sí me gusta pensar en esa anécdota ahora que estoy alterando mi ritmo natural de trabajo. Todo esto debe aparecer en España en 2009.

23 November 2008

PRESENTACIÓN DE LIBRO



Librería Ksa Tomada y Bizarro Ediciones se complacen en invitarlo a la presentación de la novela Ciudad Ceniza, del escritor Mariano Carranza.

Los comentarios estarán a cargo de :

-Javier Arévalo
-Richar Primo
-Max Palacios

Dia: Viernes 28 de noviembre
Hora: 7 p.m.
Lugar: Librería Ksa Tomada (Conquistadores 1238, San Isidro)

Vino de Honor

LETRAS ORIENTALES


EN EDICIÓN DE EL DOMINICAL

Leyendo con mucho escepticismo el "nuevo" El dominical de El Comercio, encuentro un interesante artículo de Diego Otero sobre las letras orientales en la literatura peruana. En el mismo se hace alusión a la obra de autores como José Watanabe, Doris Moromisato y Siu Kam Wen. Los dejo con el fragmento correspondiente al poeta de Laredo:

"El lenguado" es uno de los mejores poemas de José Watanabe (1946-2007), la gran figura de la literatura nikkéi en el Perú: "Soy / lo gris contra lo gris. Mi vida / depende de copiar incansablemente / el color de la arena, / pero ese truco sutil / que me permite comer y burlar enemigos / me ha deformado". "El lenguado" habla de adaptaciones que nos transforman y que nos obligan a ciertos sacrificios: toda supervivencia implica una pérdida; la pérdida de "la simetría de los animales bellos".

¿Hasta qué punto esa parábola del poema no es una reflexión sobre la identidad nikkéi, sobre la pulsión de una necesidad de adaptación? Watanabe cierra el poema con una alusión al sueño en que habla del arte como el vehículo de la libertad: "A veces sueño que me expando / y ondulo como una llanura, sereno y sin miedo, y más grande / que los más grandes. Yo soy entonces / toda la arena, todo el vasto fondo marino". La poesía como el espacio del que se han retirado todas las vallas. Todos los documentos de identidad. Todas las oficinas migratorias.

PRESENTACIÓN EN EL YACANA DEL CENTRO DE LIMA


22 November 2008

EL MARTÍN ADÁN DE POLANCO


MUESTRA SOBRE POETA BARRANQUINO

Este próximo 26 de noviembre, en el Centro Cultural Inca Garcilaso de la Vega del Centro de Lima, se inaugura la muestra Martín Adán de Enrique Polanco, que reúne diez cuadros en los cuales el pintor rinde homenaje al poeta barranquino con su habitual universo pictórico. Una muestra imprescindible para los amantes de la buena pintura.

21 November 2008

TRIBUTO A JEFFREY PARRA (HOY VIERNES EN VOCÉ)


DESAPARECIDO GUITARRISTA DE DOLORES DELIRIO

Muchos seguidores de Dolores Delirio afirman que después de la muerte de Jeffrey Parra el grupo ya no fue el mismo y no solo por la maestria al ejecutar la guitarra en la banda sino porque era un artista que se comprometía en la composición y creación de gran parte de los temas del grupo. El día de hoy sus ex-compañeros de Dolores Delirio y algunas bandas locales le rendirán un tributo en la Discoteca Vocé de Lince. La nota, en Luces de El Comercio:

Dolores Delirio, Los Trece Baladas, Cardenales, Voz Propia, entre otras bandas, se unirán hoy en la discoteca Vocé de Lince para rendir tributo al desaparecido Jeffrey Parra, uno de los más destacados músicos de la escena rockera nacional. Textura y Cómplices Eternos (la nueva banda del ex cantante de Dolores Delirio Ricardo Brenneisen) también formarán parte del concierto de homenaje cuya recaudación en ventas se donará a la madre de Jeffrey.

Parra ingresó a la música a fines de los años 80, cuando ejecutaba sus primeros acordes en bandas como Propios y Extraños, hasta que es incorporado como bajista de Cardenales, una de las legendarias bandas de new wave en el Perú de fines de esa prolífica década.

Sus músicos y compañeros lo recuerdan como un chico delgado con corte 'hongo' y cafarena, de carácter muy tranquilo y que, como otros músicos de la escena 'under', frecuentaba la sala de ensayos de Pancho Müller en el Cercado de Lima.

En 1994 Jeffrey decidió formar un nuevo proyecto, para ello le pidió unas bases de batería electrónica a Jorge González del grupo de synth pop Ensamble. Esos demos instrumentales se los hizo escuchar al baterista Josué Vásquez y fue así como comenzó la nueva aventura.
Luego, Pepe Inoñán se unió al proyecto como bajista y crearon "Viento satélite" y "A cualquier lugar", los primeros temas de la nueva banda que se convertiría después en un ícono del rock peruano: Dolores Delirio.

"Por nuestra parte es un tributo al amigo más allá de retóricas artísticas. Celebraremos el cariño que aún guarda el público y que sigue vivo después de tanto tiempo. Estamos abocados a rendirle un tributo con canciones que compusimos juntos y otras que eran del agrado de Jeffrey", señaló Ricardo Brenneisen.

NUEVO LIBRO SOBRE LOS ROLLING STONES


ROD WOOD LO CUENTA TODO

Hace una semanas volví a leer ese delicioso libro, escrito por Sergio Galarza y Cucho Peñaloza, Los Rolling Stones en Perú, y lo volví a disfrutar como cuando salió en su momento. Leo el día de hoy la noticia de que Ron Wood ha escrito sus memorias sobre su andanzas y escándaloscon los Stones y el libro será lanzado este 28 de noviembre en España. Los dejo con la nota:


A sus 61 años, el guitarrista de los Rolling Stones, Ron Wood, publicará sus memorias sin censura, donde habla sobre los “vandalismos en hoteles de lujo” que protagonizó, entre otras polémicas aventuras, con sus famosos compañeros. Memorias de un Rolling Stone es el libro en el que relata sus varias décadas “empapadas en alcohol y animadas por orgías frenéticas en mansiones victorianas”, señaló.

El volumen, que se publicará en España el próximo 28 de noviembre, promete una larga descripción, “sin pelos en la lengua”, de sus experiencias musicales y personales, y de su relación con otros artistas.

Sin embargo, una de las cosas que sorprenderá es que Wood no deja muy bien parado a Mick Jagger a la hora de definir al líder de la banda. Considera al guitarrista Keith Richards –“mi hermano musical, mi sparring, mi amigo”– la verdadera alma de los Rolling Stones, por encima de la megalomanía de Jagger: “Mick es fantástico para nosotros, pero sin Keith no habría banda”, dice.

Cuenta cómo Richards, a quien describe como “míster zar antidroga”, llegó a amenazar con un arma de fuego a un Wood atiborrado de cocaína.

FESTIVAL DE COMIC (HASTA EL 23 DE NOVIEMBRE EN LA BNP)

20 November 2008

VARGAS LLOSA SOBRE ONETTI


ENSAYO EL VIAJE A LA FICCIÓN

Uno de los creadores latinoamericanos que más me ha llamado la atención por la construcción de personajes perturbados y atmósferas enrarecidas es el uruguayo Juan Carlos Onetti. El universo narrativo creado en sus relatos y novelas es muy singular y aquellos que se han acercado a su obra pueden dar fe de lo que hablo. El día de ayer, Vargas Llosa presentó en Madrid un libro de ensayos sobre el autor de El astillero. En la sección cultural de La República se recoge la nota:

Madrid. EFE:

La admiración que siente Vargas Llosa por el escritor uruguayo se palpa en el ensayo El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, que presentó ayer en la Casa de América de Madrid. Onetti, cuya obra es considerada por Vargas Llosa como "una metáfora del gran fracaso de América Latina", ha sido explorado a profundidad. Además, según el escritor español Juan Cruz, este ensayo es "el mapa más extraordinario que se haya hecho jamás de la improbable geografía de Santa María".

"Frente a América Latina no hay sino una escapatoria: huir, aunque sea con la imaginación", afirmaba Vargas Llosa, "Y ¿no es eso la América Latina en la que Onetti nace, escribe y vive? ¿No es ese el continente donde todos los intentos de salir adelante fracasan?", se preguntó. Vargas Llosa fascinado siempre por "la gestación de las grandes obras literarias" aludió ayer a El infierno tan temido de Onetti, "el más extraordinario de sus cuentos" y, acaso, "la más inquietante exploración del fenómeno de la maldad humana", según afirma.

CUENTO DE SANDRO BOSSIO


DE "CRÓNICA DE AMORES FURTIVOS"

Hace unos días, recomendé la lectura de un escritor poco difundido y promocionado y no suelo ultizar este blog para recomendar autores que no valgan la pena. Quiero, a través de este post, dar a conocer a los lectores un cuento de Sandro Bossio extraído de su ultimo libro de relatos, Crónica de amores furtivos. El relato lleva por título "El valle de los mutilados".

En la contraportada del libro, podemos leer lo siguiente:

"Tras cinco años de silencio, Sandro Bossio Suárez, el autor de la novela El llanto en las tinieblas, vuelve al ruedo con esta colección de relatos de indiscutible destreza literaria.

Historias de amor, de fantasía, de crímenes, de política, de época. Esas son la materia prima de los dieciséis cuentos que componen el compendio. Varios de ellos han merecido premios y nominaciones internacionales; otros han sido publicados anteriormente en revistas literarias; pero la mayoría son echados al mundo por primera vez, como dice su autor, «para que prueben suerte».

Sin tratarse de un libro de cuentos temático, sino más bien de una antología personal de múltiples aristas, Crónica de amores furtivos se alza como una metáfora de múltiples rostros, una compleja polifonía de nuestra miseranda condición humana. El autor, profundo conocedor del alma del hombre, escudriña las vivencias, los dramas y los infortunios de nuestros tiempos, y compone un verdadero retablo de personajes inolvidables. Argumentos sólidos, prosa inspirada, dominio técnico, desenlaces inesperados, son algunas de las claves del singular arte narrativo de Sandro Bossio Suárez presentes a lo largo de este libro memorable".


EL VALLE DE LOS MUTILADOS



Por la mañana los niños siguieron torturándome. El primero en ingresar a la cabaña fue el muchacho alto, el del arco en la cintura, y detrás llegaron los más pequeños. Volvió a llamar mi atención la chica del flequillo sobre la frente, porque, otra vez, se quedó frente a mí, sin decir nada, escrutándome con el único ojo que le quedaba. Me dolía todo el cuerpo y, de tanto que me habían golpeado, no sentía las piernas. Los bejucos, con los que estaba amarrado a los horcones, empezaban a secarse, sangrando mis muñecas cada vez que hacía esfuerzos por liberarme. En cuanto los vi les pedí agua. El muchacho del arco hizo un sonido con la garganta y en seguida sentí un gargajo caliente sobre mi pómulo. Después iniciaron de nuevo el ceremonial de sangre. Y, en efecto, con los primeros golpazos mi camiseta de la aviación peruana no tardó en llenarse de sudor, de salpicaduras, de baba colorada. En ese momento apreté los ojos, resignado a morir.

Y entonces me vi, meses atrás, haciendo la fila ante las fuerzas aéreas para cumplir con el servicio militar. No era la mejor época para alistarse: el terrorismo había recrudecido y, como los soldados eran los primeros en morir emboscados por las patrullas enemigas, los muchachos inventaban todo tipo de evasivas para dispensarse del servicio. Yo, mordido por el hambre que ellos no sentían, fui sincero con el intendente de las inscripciones y así aparecí en los galpones de la aviación, con la cabeza rapada y los pies apretados por los borceguíes. A las pocas semanas estaba plenamente habituado al toque de la clarinada, a las lentejas de la gamela, al peso del fusil, a las patadas que el sargento nos propinaba cada vez que abandonábamos las duchas a destiempo. A lo que tardé a acostumbrarme fue a volar, porque siempre le tuve espanto a las alturas, y además porque desde mi infancia me persiguió la sensación de que mi muerte estaría marcada por un accidente aéreo. Debido a que me ponía blanco cada vez que veía de cerca uno de esos aparatos que quién sabe cómo se sostienen en el aire, el capitán de vuelo encarnizó sus iras contra mí, y resulté el primero en elevarme a kilómetros de altura y el primero en ser empujado con un pedazo de tela para amortiguar la caída. Increíblemente, sobreviví a todos los saltos, aunque pasé días estremecido de miedo sobre mi litera. Con todo, a los seis meses estaba preparado para batir al enemigo, y como eso me emocionaba más que nada en el mundo, el día en que el capitán llamó a mi contingente para volar hacia la selva central, supe que era mi oportunidad. Me vestí como manda el reglamento, cargué mi alcarraza y mi fusil, y aparecí antes que nadie en el patio de maniobras, listo para abordar la avioneta que habría de conducirnos a la malaventura. Todos intuimos que algo marchaba mal en los motores cuando el aparato empezó a dar tumbos, bandazos en el aire, y la tensión se convirtió en zozobra cuando nos percatamos que emprendíamos una irremediable carrera a tierra. El capitán, la verdad, no se condujo como el valiente que decía ser, porque en cuanto empezamos a descender sin control, nos miró despavorido, sudando a mares, hasta que, impulsándose con sus paracaídas, se lanzó al vacío. Nosotros no atinamos a hacer lo mismo sino hasta que el avión empezó a rozar las primeras copas de los árboles, y, en medio de una tolvanera de ramas y ruidos endemoniados, vibró en caída libre hasta que todo se detuvo en medio de una gran nube de polvo. Desperté rodeado por los cuerpos de mis amigos, todos rígidos, y al abandonar el avión me encontré con las lanzas enfiladas de mis verdugos. Al primero que vi, inmóvil en la bruma, fue al muchacho del arco en la cintura. Luego, poco a poco, fui distinguiendo al resto. Pese a su fisonomía, al furor que destellaban sus miradas, no los juzgué peligrosos, de modo que intenté acercarme a ellos, arrastrando la pierna que tenía ensangrentada. Pero el muchacho del arco les impartió una orden en su lengua bárbara, que los puso más a la defensiva todavía, y yo tuve que detenerme y esperar que fueran ellos los que se acercaran. Lo hicieron, en efecto, y cuando los tuve delante me di cuenta de que todos eran defectuosos: unos rengueaban, otros lucían muñones como troncos cercenados, otros no podían enderezarse, y había quienes mostraban piernas incompletas y quienes me apremiaban con sus encías donde no queda un solo diente. La que más compasión me inspiró fue la niña del flequillo, porque le faltaba un ojo y, para compensarlo, había colocado sobre su cuenca vacía la pupila torva de una muñeca. La visión de ese ejército fantasmal, patibulario, me produjo no sólo espanto, sino hasta repugnancia, y ni en esa ni en las horas siguientes pude imaginar a qué debían su terrible condición. El muchacho del arco dio una nueva indicación para que todos cerraran sus manos sobre mí. Así, preso de esos niños infectos, marché a su caserío. Atravesamos riachuelos, repechos resbalosos, senderos furtivos en el boscaje, y trasmontamos riadas pestilentes y pantanos humeantes, perseguidos por oleadas de vapor y toques eléctricos, hasta que llegamos a una aldea con algunas cabañas armadas sobre plataformas, dentro de una de las cuales quedé tendido. Lo único que sabía era que estaba en territorio asháninka. Los niños más grandes, siempre ante la atenta mirada del muchacho del arco, me ataron a los horcones. La tortura empezó de inmediato. Mi pierna herida empezó a recibir hincones, pateaduras, salvajes dentelladas que no pude repeler debido a mis amarras, pero también a mi estado agónico, y después vinieron los garrotazos, los reveses, las feroces zarpadas inferidas con plantas espinosas. En los interludios del suplicio, les preguntaba por qué me maltrataban si nada les había hecho, y trataba de explicarles que era aviador, que había sufrido un accidente, que necesitaba socorro, pero ellos sólo me miraban con la misma expresión aterradora, como deben mirar los cadáveres esos que dicen salen de noche para asustar a los noctívagos, y seguían adelante con sus verdugazos. A la medianoche mi cuerpo estaba acostumbrado a los flagelos y ya casi no sentía dolor. Finalmente, los golpes cesaron y los muchachos se retiraron, mirándome con la pavorosa promesa de volver. En su ausencia, durante las horas siguientes, batallé contra mis amarras, pero con el esfuerzo no logré sino acortar la extensión de los bejucos, que seguían desguazándose, y cuanto más se secaban más resistentes se ponían. Vencido, dormí a intervalos, escuchando el protesto de las aves en las copas, la fusilería de los insectos, el grito montaraz de los monos nocturnos que me ponían los pelos de punta. Mi pavor redobló su intensidad cuando, en algún momento de la madrugada, advertí entre las sombras una presencia. Un momento después, con el corazón rebotando contra mi pecho, tenía al frente el único ojo de la niña del flequillo. El espanto hizo que pegara un grito y que ella, asustada también, se acurrucara como un animalillo herido en la oscuridad: su vaga apariencia venía escoltada de una especie de fulgor tenue, de aureola agónica que se movía para todos lados con ella. Largo rato esperé que volviera a acercarse, pero como no lo hizo, decidí llamarla con voz temerosa, acaso con la intención de persuadirla de que me asistiese con las amarras. A la tercera invocación reaccionó al fin y, deslizándose como una bestia rastrera, se aproximó. En ese momento reconocí el dispositivo luminoso que se movía con ella: era una botella de plástico donde habían quedado atrapadas cientos de luciérnagas. Traté de hablarle con suavidad, para no espantarla otra vez, pero el miedo me hizo levantar la voz, y ella vaciló. Intenté enmendar mi incompetencia aludiendo a su hermosura, pero como ella continuaba mirándome sin decir nada, pensé que no entendía mi idioma. Ya no para persuadirla de que me socorriese, sino simplemente para vaciar las tristezas de mi alma, seguí hablándole, y mientras iba contándole mis desesperanzas, mis miserias, la niña movía suavemente su carita alumbrada por el resplandor de las luciérnagas. Al final, cuando quedé callado, se acercó más hacia mí y me sorprendió con una palabra en perfecto castellano:

—Papá.

Me estremecí, claro, y un sentimiento de piedad suplió al miedo. Utilizando sus deditos movedizos, la niña se dio entonces a una caricia prolongada de mi rostro, y mientras lo hacía no cesaba de recordar a su progenitor. Con movimientos suaves, incliné mi mejilla de tal manera que pudiera aprisionar, contra mi hombro, su manita tibia. Le pregunté qué había ocurrido con su papá y entonces me enteré que no sólo el padre de ella sino todos los adultos de la aldea habían desaparecido una mala tarde de crecidas. Los niños y muchachos habían ido al río a pescar zúngaros, y habían pasado la tarde retozando en el agua barrosa, y cuando regresaron vieron la aldea humeante: sólo quedaban unos pocos ancianos sobre el polvo, gimientes. Uno de ellos, con sus últimos alientos, les habló de los demonios que esa tarde habían asaltado la aldea, escupiendo fuego con sus armas, pateándolos, llevándose a varios para enrolarlos por la fuerza para la lucha armada, y les dijo que escaparan porque iban a volver. Los niños enterraron a sus muertos, pues sabían que las almas de los insepultos no van al mundo de arriba, al Anankampi, y el mayor abrazó a los más pequeños, y los consoló: no debían abandonar su tierra, porque era de ellos, y porque además sus padres, que eran guerreros y cazadores, les habían infundido la lucha por lo que les pertenecía. En lugar de emprender la retirada, el mayor, que se llamaba Shapiama, los organizó en cuadrillas, impartiéndoles la orden de pulir pértigas y garrochas, y envenenar dardos y cerbatanas, y tender trampas y excavar fosos para enfrentar a los demonios que, ciertamente, llegaron en la noche como una borrasca, sacudiendo las frondas, apurando las armas, echando espuma por la boca. Los muchachos tomaron sus lugares y, cuando los tuvieron cerca, enderezaron las lanzas. Flechas, aguijadas, dardos vesicantes cruzaron la noche vaporosa, hundiéndose en el cuerpo de los demonios, que se desbarrancaron en una marejada colorada, mientras sus armas empezaban a expectorar fuego. Varios muchachos se hincaron sobre el polvo, tocados por las balas, y poco después habían dejado de moverse. Shapiama tampoco sobrevivió. Cuando los demonios escaparon por la espesura, rumbo al torrente, los muchachos hicieron cuentas: no quedaba uno solo indemne. Los más saludables recorrieron el monte toda la noche en busca de hierbas para calmar la calentura de los heridos, y aunque muchos no resistieron, al final hubo sobrevivientes. Desde ese día, incompletos pero de pie, vivían a la espera de los demonios que, estaban seguros, volverían para vengar a sus muertos. Por lo mismo, nadie era bienvenido, y mucho menos mientras no encontraran al nuevo líder que supliera a Shapiama. Al enterarme de esto, comprendí que no saldría vivo de la cabaña, porque los muchachos nunca entenderían mis argumentos y siempre me verían como a un enemigo. La niña, finalmente, pegó su carita llorosa sobre mi frente, y me confesó que una exhalación, un relámpago punzante, le había arrebatado uno de sus ojos. Cuánto hubiera dado por soltarme las amarras en ese momento, y no ya para escapar, sino para corresponder al abrazo de esa niña tierna que conmovía mis entrañas.

No terminaba de amanecer cuando volvieron. Esta vez me parecieron menos siniestros, quizás porque me había acostumbrado a ellos, pero la faena prometía ser más sanguinaria, pues no llegaban solo con sus instrumentos de tortura, sino con unos artefactos que me paralizaron. Entre las nuevas cosas que traían me llamó la atención una cesta con tapa que el muchacho del arco acunaba entre sus brazos como un tesoro. Cuando sentí el primer porrazo del día, el dolor de mis huesos y tendones se reactivaron, y mis músculos empezaron a temblar, incontrolables. Me golpearon durante varias horas, al cabo de las cuales quedé sin fuerzas, esperando terminar de morir. Pero la muerte no llegaba. Dejaron que me repusiera un poco para hacer algo que me llenó de espanto: en una especie de ritual impío, ante la mirada atenta de la rueda de monstruos, el muchacho del arco lanzó la cesta por delante. A través de las turgencias ensangrentadas de mis párpados, pude ver entonces que de la cesta tumbada emergía una enorme serpiente negra. La reconocí de inmediato, era una afaninga, y se liberaba de su cautiverio lenta, sibilante, trazando amplias curvas. Mientras se acercaba a mí, recordé a mis abuelos quienes, de chico, me decían que me cuidara de las afaningas, pues eran las serpientes más venenosas de la selva, que bastaba unos minutos para que su mordedura destrozara tus esencias. Un segundo después y la serpiente estaba sobre mis piernas, pesada, elástica, fría como el abdomen correoso de una babosa gigante. La respiración sobrecogida de los niños llenaba la habitación. Al llegar a la altura de mi pecho, la víbora se detuvo, la cabeza erguida, clavando sus malévolos ojos en los míos, y largo rato medimos nuestras miradas. De pronto el muchacho del arco se acercó a nosotros y, sin miramientos, espoleó a la serpiente con una pértiga. El reptil se reacomodó: enorgulleció el semblante, abrió las fauces, me mostró las paredes abultadas del hocico, la lengua ponzoñosa, los dos colmillos babeantes de sustancia mortal. Y, en su esfuerzo por defenderse de los golpes con la pértiga, mordió lo primero que encontró. Sentí un dolor candente, fugaz, y al instante el hombro donde la víbora había clavado sus colmillos empezó a adormecérseme. Era cierto lo que decían mis abuelos, pues apenas la serpiente cruzó mi pecho y tocó suelo, ya el mundo empezaba a disolverse entre rachas de neblina. Percibí, borrosamente, que los muchachos se lanzaban a una encarnizada cacería contra la víbora. Mientras la habitación se llenaba con sus carreras y gritos, y mientras a mí se me iba la vida en una especie de soponcio adormecedor, el muchacho del arco, impasible, llegó a mí con un recipiente diminuto. Una vez recapturada, la víbora volvió a su cesta, y el silencio se apoderó de nuevo de la cabaña en el momento en que dos chiquillos me abrieron la boca por la fuerza para que el muchacho del arco vaciara el contenido repugnante del recipiente. Mi cuerpo se conmovió al tragar el líquido inmundo, arqueándose con infinita violencia, pero, controlado por las amarras, volvió a su posición durmiente. Entendí que esa era también parte de la tortura. No puedo decir cuánto tiempo estuve vegetando entre la vida y la muerte después de beber el contraveneno, lo único claro que me queda es que cuando caía la tarde volví del todo a este mundo y encontré a los niños en expectante silencio, mirándome con algo parecido a la esperanza. Me pasé la lengua por los labios, que me parecieron dos trozos de cuero curtido por lo sedientos que estaban, y de pronto, sin que lo hubiera pedido, la niña del flequillo me alcanzó una vasija con agua, que bebí hasta saciarme. Luego me desamarraron y, en completo silencio, me arrimaron los hombros para incorporarme. Mis piernas casi no podían tenerse en pie, pero haciendo grandes esfuerzos salí de la cabaña, dejándome embeber por la humedad rosácea del medioambiente. Socorrido por los muchachos, bajé de la plataforma hasta llegar al claro polvoriento donde me esperaba el resto. Como siempre, ahí estaba el muchacho del arco, plantado al centro de todos. De pronto los brazos que me sostenían se apartaron, lanzándome de bruces sobre el suelo, y desde allí elevé los ojos, como en la mañana los había elevado la víbora, para enfrentarme a la mirada fiera del cabecilla. Se allegó a mí y, otra vez, pensé que torcería mi rostro de una patada. Pero esta vez no hubo violencia, solo una mano que se escabullía entre mis cabellos sangrantes, y que soportaba el peso de mi cabeza que ambicionaba sucumbir. El muchacho, por primera vez, habló en cristiano:

—Lo hemos golpeado durante un día entero y ha sobrevivido —dijo y se volvió hacia todos los niños que permanecían en silencio—. Se ha resistido al veneno de la afaninga. Quiere decir que tiene el alma y el cuerpo preparados.

Entonces el ruedo de engendros empezó a aclamar y el muchacho del arco me ayudó a incorporarme:

—Los demonios se llevaron a Shapiama, nuestro dirigente, y hemos esperado mucho tiempo para que el cielo nos envíe a su sucesor —dijo—. Y tú eres el elegido, el que nos guiará a partir de ahora y nos dirá qué debemos hacer para vencer a los demonios.

En ese momento la aclamación de la concurrencia creció como un torrente embravecido. No sé por qué consideré que hasta el propio boscaje se sumaba a la algarabía con sus voces montaraces y, resignado a comandar en adelante a ese grupo de engendros, sentí las manitas tibias de la niña aferradas a mi torso.

18 November 2008

EL COMERCIO, LAS RATAS Y LA VERDAD


SOBRE LAS ÚLTIMA MOVIDAS EN EL DECANO

Por: Rodrigo Nuñez Carvallo

Curioso destino el de Paquito Miro Quesada Rada. Después de algunas veleidades izquierdistas como el instituto Voltaire, y su apología de la democracia directa, fue profesor de ciencias políticas en las aulas sanmarquinas, y publicó algunos libros que estaban en algodón. Luego nos sorprendió con su enrolamiento en acción popular, pugnando por una candidatura que finalmente no arribó a buen puerto. Pero en todo caso, Paquito luchó contra la dictadura e hizo gala de decencia.

Pues bien, en octubre pasado una extraña alianza entre accionistas minoritarios lo llevó a la dirección del decano. La precaria mayoría que obtuvo fue rápidamente neutralizada mediante la presión de los grupos económicos que se esconden bajo el logotipo del decano, en especial la constructora Graña y Montero. Es una vaina cuando los medios son propiedad de los pulpos y solo sirven para defender intereses crematísticos. Pero esa es otra discusión. Parafraseando a Platón es imposible ser más amigo de la verdad que de Pepito Graña MQ, el hombre de la marmaja que instrumenta El Comercio para hacer negocios no siempre limpios como el remate de Collique.
Pepito Graña, el pataza de Alan, le entregó a Paquito la dirección pero no el poder. Impuso a un mediocre editor como Hugo Guerra, que además es asesor del inefable almirante Giampietri y sacó de la manga una estúpida teoría: es preferible la corrupción al chuponeo. El flamante director acicateado por la vanidad atracó, y se convirtió de esta manera en el rehén de Pepito y de la estrategia de control de daños del aprismo tras los petroaudios.

Luego los acontecimientos se han desarrollado en cascada. Con la peregrina idea de que el chuponeo es peor que el hurto agravado, se bloqueó la difusión de los petroaudios. Felizmente Fernando Ampuero y Pablo O’Brien se pusieron a órdenes de Rospigliosi y Laura Puertas para difundirlos, y así surgió el “petrogate”. Gracias a este caso hemos sabido de la podredumbre aprista que enloda al propio presidente, sobre quien pende qué duda cabe la vacancia.

En CADE 2008 Alan dejó traslucir su patería con Pepito Graña MQ. No solo los liga la pasión por la inversión sino el escandaloso robo de Collique. En una licitación amañada por el todo terreno ministro de Vivienda Enrique Cornejo, que ya sabemos a quien reporta, se vendió un terreno valorizado en 600 millones de soles en solo 100 melones. Una verdadera ganga para Graña y Montero, y los chilenos de Besco. Ya sabemos entonces quien le depositará a Alan en cuentas off shore de paraísos fiscales los cien millones de dólares de la coima.

Aunque han consumado el latrocinio, no está dicha la última palabra sobre la irregular venta del aeródromo de Collique. La forzada renuncia de Alvarez Rodrich y mañana la de Laura Puertas de Canal 4, anuncian que las ratas llegaron a El Comercio. ¿Después hablar de la libertad de prensa? El hombre que combatió la cleptodictadura de Fujimori, hoy defiende los latrocinios de Alan, en nombre de la gobernabilidad. ¿Y la verdad, Paquito, dónde queda? ¿Y la decencia? En nombre de tu limpio padre, el filósofo Francisco Miró Quesada Cantuarias, retírate de ese nido de ratas, y límpiate de esa nefasta alianza entre cutreros que hoy te utilizan para que nadie descubra sus timos. Mas vale la honra que el poder. Te lo dicen los amigos…

Y mientras tanto no compre ni El Comercio ni Perú21, por salud pública.

17 November 2008

LAS MOVIDAS EN "PERÚ 21"


SOBRE UNA MUERTE LENTA PERO SEGURA

El día de hoy, cuando me animaba a comprar Perú 21, recordé las últimas movidas en el diario y en una hojeada rápida, al ver que ya no figuraba el clásico editorial que redactaba todos los días Augusto Álvarez Rodrich, le devolví el periódico al del quiosco y compré La República. Es una lástima que uno de los diarios que estaba renovando la prensa peruana se vaya al carajo por unas movidas orquestadas por la red de corrupción que parte desde el gobierno y alcanza sus tentáculos hasta la prensa que adecentaba el periodismo.

A la salida del Álvarez Rodrich, se ha sumado la renuncia de los principales colaboradores del diario, entre ellos Fernando Rospigliosi, Rosa María Palacios, Carlos Basombrío, Jorge Bruce, Nelson Manrique, Martín Tanaka y Alonso Cueto. Es decir, ¿qué es lo queda del Perú 21 orginario y decente? Solo el nombre de un proyecto periodístico que la corrupción acaba de secuestrar de manera indefinida.


PRESENTACIÓN DE REVISTA "TINTA EXPRESA"


En su más reciente número, el tema central gira en torno a las Literaturas Andinas, publicando en esta ocasión a diversos estudiosos literarios e investigadores como Miguel Ángel Huamán, Gonzalo Espino, Mauro Mamani Macedo y Roberto Sánchez Piérola, del mismo modo a reconocidos escritores como Iván Yauri Montero, Óscar Colchado, Julián Pérez, Cecilia Granadino, Catalina Bustamante, Juan Cristóbal y algunos poetas y narradores contemporáneos.

La presentación del tercer número se llevará a cabo el miércoles 19 de noviembre a las 7.30pm en el Centro Cultural CAFAE, (Av. Arequipa 2985-San Isidro) y contará con la participación de reconocidos escritores, como Omar Aramayo, Dante González, Iván Yauri y Elizabeth Lino.

Pueden adquirir Tinta Expresa en las siguientes librerías:
-"Comentarios" y "El virrey" / Centro de Lima
-"Fondo de Cultura Económica" y "Época" / Comandante Espinar -"Ibero" / Av. Diagonal
-"Contracultura" / Av. Larco, Miraflores.
- Fotocopiadora “Mary” / Rotonda. Puerta Nº 3 UNMSM
- Fotocopiadora “La Rampa” / Facultad de Letras UNMSM

Visite nuestra página:
http://tintaexpresa.site90.net

SANDRO BOSSIO Y "CRÓNICA DE AMORES FURTIVOS"


OTRO LIBRO PARA RECOMENDAR

Uno de los autores que no me canso de recomendar a los lectores jóvenes es Sandro Bossio (Huancayo, 1970) y su novela El llanto en las tinieblas, ganadora del Premio de Novela BCR 2001, novela histórica ambientada en el Perú colonial y narrada con una prosa cuidada y fluida. Bossio es un autor poco conocido (salvo por cierta crítica especializada) y que, a diferencia de otros escritores de su generación, no goza de la difusión y promoción que se merece. Un olvido injusto como muchas cosas que ocurren en nuestro país. Además, no hay ninguna edición que le haya hecho mérito a la mencionada novela. Es por ello que los conmino a que corran a conseguir la novela antes del fin de semana largo porque es un libro que no tiene pierde (A los que no les guste, me entregan el libro y les devuelvo su dinero, porque el ejemplar que lo tenía me lo extrajeron de la biblioteca algun amigo avisado).

El día de hoy, Javier Ágreda escribe una reseña en la sección cultural de La República sobre su último libro de cuentos, Crónica de amores furtivos (Editorial San Marcos, 2008):

Hay en este libro cuentos muy diversos: policiales, históricos, fantásticos, realistas. Incluso combinaciones de estos tipos, como ocurre en "Concilio mayor", el más extenso (casi una novela corta), un relato policial que nos remite a Huancayo en el siglo XVI y a un convento dominico en el que se produce una serie de misteriosos crímenes. Como en su novela, la principal virtud literaria de Bossio en este cuento es el lenguaje artísticamente trabajado, con "un vocabulario hábilmente manejado, que nos confirma en el mundo literario en que el autor busca situar al lector" (Luis Jaime Cisneros, sobre El llanto en las tinieblas).
Al lenguaje hay que sumar un destacable manejo de las técnicas narrativas y el acertado desarrollo de algunas tramas. Varios relatos tienen incluso un final sorpresivo que parece dar vuelta a lo narrado hasta entonces. "Retornos", "El juego de las equivalencias" y "En busca del Paititi" están entre los más logrados cuentos del libro y combinan atmósferas realistas con finales fantásticos, o al menos "extraordinarios", a la manera de Poe. Abiertamente fantásticos son "El hombre que habló con la muerte" y "El fin del infinito", ambos con personajes sobrenaturales que, a su paso por este mundo, establecen vínculos afectivos demasiado humanos.

Hay también cuentos de atmósfera –como "Réquiem para una pianista polaca" y el que da título al libro–, de realismo extremo (Kassandra", "Insalvables diferencias de una pareja dispar") y una serie de relatos sobre la violencia política de los años 90 ("Daños colaterales", "El valle de los mutilados", "El largo tren del olvido"). Sin embargo, en estos registros Bossio muestra todavía ciertas deficiencias, y los relatos resultan inferiores a los mencionados previamente. No obstante estos altibajos, Crónicas de amores furtivos es un buen libro de cuentos, uno de los mejores publicados en nuestro medio en el año que está por terminar.

16 November 2008

EL CANON DE CÉSAR VALLEJO


EN UNA ENTREVISTA PERDIDA DEL POETA TRUJILLANO

Leo en la sección cultural de La República el hallazgo de una entrevista a César Vallejo realizada por un artista cubano, Armando R. Maribona, que apareción en El diario de la Mrina de La Habana. En la misma, el poeta trujillano hace un repaso por su canon personal y descata la labor literaria de algunos escritores y colegas contemporáneos como José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Juan José Lora y Federico More. También reconoce el magisterio de la obra de González Prada y la labor de Clemente Palma y Francisco García-Calderón. Por otro lado, no se olvida de los amigos del Grupo Norte como Antenor Orrego, Alcides Spelucín y Garrido Malaver. Los dejo con el artículo:

LA LISTA DEL VATE

No era esta la primera vez que Vallejo hacía un balance personal de la literatura peruana. Lo había hecho antes en sus artículos "Literatura peruana, la última generación" (El Norte, 12 de marzo de 1924) y, de manera menos incluyente, en "Los escritores jóvenes del Perú" (El Norte, 4 de abril de 1925). En esta oportunidad, Vallejo amplía el espectro de su balance y comenta junto a la actividad literaria de los más jóvenes, la de las promociones anteriores, lo que nos permite conocer, por ejemplo, la alta estimación que tenía por la obra de Manuel González Prada, Francisco García Calderón y Manuel Ascensio Segura. En este mismo sentido, también son novedosas las alusiones a la labor narrativa de Clemente Palma y Manuel Beingolea, considerados dos de los cuentistas más destacados del Perú. Entre los más jóvenes encontramos a bastantes amigos de Vallejo en Trujillo —Antenor Orrego, José Eulogio Garrido, Óscar Imaña, Alcides Spelucín, Federico Esquerre, Juan Espejo Asturrizaga—, y a algunos compañeros en Lima —Ernesto More, Luis Berninsone, José Carlos Mariátegui, Luis Alberto Sánchez, Juan José Lora, Felipe Rotalde, Francisco Sandoval—. Entre los escritores de la última generación debe destacarse especialmente a aquellos no citados en los artículos de El Norte arriba mencionados: Pablo Abril de Vivero, Héctor Velarde, César Falcón, Ricardo Vegas García, Carlos Ríos Pagaza, Angélica Palma, Clodo Aldo López Merino.

En sus palabras introductorias, Maribona parece seguir lo ya afirmado por Juan José Lora en "El dadaísmo: sus representantes en el Perú" (La Crónica, Lima, 20 de junio de 1921), artículo en el que el joven poeta y amigo de Vallejo lo consideraba "el iniciador en América" del dadá. Lora fundamentaba su afirmación de este modo: "Para llegar al convencimiento de mis palabras hay que lograr un elevado plano de sensibilidad, y leer con detención la obra que hace tres años dio a la publicidad Vallejo, con el título de Los heraldos negros. En ella está marcado, con agudo relieve, el intento de liberación rítmica, de concentración emocional, de sugerencia sensacional inmediata, de expresión íntima, que es la acordación total y fundamental de Dadá, el porvenir magnífico del nuevo verso". Es interesante notar que tanto Lora como Maribona se refieren a la originalidad estética de Los heraldos negros, y que ambos se confunden al afirmar que este libro apareció en 1918, y no en 1919. Aunque no vinculada con Los heraldos negros, la filiación de Vallejo con el dadaísmo puede encontrarse también en la primera reseña conocida de Trilce, publicada por Luis Alberto Sánchez, "Dos poetas" (Mundial, 3 de noviembre de 1922); de ella se hicieron eco algunas de las contribuciones a la polémica de Chiclayo que despertó el segundo libro de poemas de Vallejo. Aún más, la segunda edición de este libro, la madrileña de 1930, también mereció un comentario de Pierre Legarde, publicado en la revista parisina Comoedia (12 de julio de 1931, p. [3]) y titulada "Trilec [sic] ou le dadaïsme au Peru". Todo ello nos recuerda que la relación de Vallejo con la vanguardia, y con el dadaísmo en particular, fue subrayada desde su aparición.