19 December 2012

TALLER DE NARRATIVA MINIMALISTA



TALLER DE NARRATIVA MINIMALISTA

Librería El Virrey y Bizarro Ediciones  tienen el agrado de invitarlos al TALLER DE NARRATIVA MINIMALISTA que dictará el escritor Max Palacios a partir de miércoles 9 de enero.

El taller será 100 % práctico y se aprenderá las principales técnicas de los narradores minimalistas norteamericanos. Al final del taller, previa coordinación con los talleristas, se publicarán los mejores trabajos en un libro que antologará los cuentos elaborados en el taller.

INICIO: Miércoles 9 de enero de 2013.

HORARIO: 7  a 9 p.m.

LUGAR: Librería El Virrey (Calle Bolognesi 510, Miraflores)  

COSTO: 100 soles mensuales

INFORMES: Teléfono  o bizarroediciones@gmail.com

DURACIÓN:  8 sesiones  de 16 horas lectivas

20 VACANTES 

02 December 2012

LAMENTABLE NOTICIA


Es para nosotros muy lamentable comunicar el hecho de que nuestros querido amigo Alexis Díaz Límaco se encuentra muy grave de salud. En horas de la noche, al parecer, ha sufrido un paro cardíaco que lo ha dejado sumido en un estado vegetativo y el diagnóstico sobre su recuperación es reservado. Desde esta pequeña tribuna no nos queda más que desear su pronta recuperación.

18 November 2012

ADELANTO DE NOVELA: "SÚCUBO A LA LIMEÑA"


SÚCUBO A LA LIMEÑA

(JHONATTAN K. DÍAZ GASTELO)

CAPÍTULO 1: LA UNIVERSIDAD


I
El aula, desierta y polvorienta, esperaba el ingreso de varios adolescentes inmaduros, amenazando con vagar y dormir sentados sobre las ruidosas carpetas. El sonido del reloj retumbaba en los fríos muros de concreto y en la superficie de cemento llena de polvo resegado en el tiempo.

La puerta del salón se abría temblorosamente, atascándose contra el piso. Detrás de ella, se encontraba un joven adinerado, ajeno a esa situación, diferente al resto de jóvenes, pero con un punto en común: era vago como los demás. El muchacho, alto, de tez blanca y de porte atlético, tenía los cabellos rubios que descansaban sobre su pálida frente. Llevaba puesto un polo con la imagen de un difunto cantante inglés en el pecho y una casaca de cuero marrón. En los oídos, unos audífonos que lo enchufaban a esos gritos metálicos que tanto le gustaba escuchar en su reproductor musical.

Cuando ingresó, Alberto miró con repugnancia el salón, poco acostumbrado a lugares deprimentes. Mientras arrastraba sus largas piernas hasta su incómodo asiento, en las primeras filas del salón,  tomó un sorbo de su gaseosa helada antes de recostarse sobre el tieso respaldar. Poco a poco, el aula se fue tugurizando de alumnos de barrios cercanos a la universidad. Llegaban con viejas camisetas, con estampados descoloridos de frases huachafas. Alberto, asqueado de ese triste panorama, se limitó a escuchar las bandas que admiraba.

-Cholos de mierda –musitó Alberto antes de llevarse la botella de Coca-Cola a la boca

Por la puerta cruzó un alumno más. Llevaba una chompa negra con una capucha que cubría su acuchillado y moreno rostro y unos cuadernos amarillentos debajo del brazo. Levantó su  mentón y se acomodó a la derecha de Alberto.

-¿Oe, broder, qué escuchas? –preguntó el moreno para romper aquella pesada barrera de silencio.

Alberto lo ignoró y ni siquiera se molestó en voltear la cabeza para ver quien le hablaba. Seguía sentado con los brazos cruzados, mirando el piso, esperando a que llegue el docente, para poder tomar la clase y después largarse a su pomposa burbuja en Casuarinas, separado de aquel mundo despreciable. Aún con los audífonos conectados a sus oídos, abrió la última página de su cuaderno y empezó a jugar tres en raya contra sí mismo.

-Creo que te conozco broder, ¿manyas a un tal Miguel Fuentes? – se atrevió a hacer una segunda pregunta el moreno.

-No, no manyo a un tal Miguel Fuentes, ¿entiendes? Tú no me conoces. Y no soy tu brother, ¿Ok? Y deja de hablarme, imbécil – Alberto le subió el volumen a la música que escuchaba para volver a su partida individual de tres en raya

-Ándate a la mierda – dijo finalmente el muchacho. Se levantó enojado del asiento y fue al fondo del salón en busca de alguien con quien hablar.

Alberto dejó descansar el lapicero sobre la hoja rayada de su cuaderno y se puso a pensar, ¿qué hacía allí, entre esa gente? Él había nacido para estar entre los mejores, para brillar, no para vivir rodeado de perdedores, él se merecía algo mejor. ¿Qué hacía allí?

La respuesta se hacía evidente: era holgazán, vago, flojo, inútil. ¡No era bruto!, en realidad era bastante inteligente –solo cuando se lo proponía-, pero, frecuentemente era dejado, negligente, infecundo. Como había estudiado en un prestigioso colegio con bachillerato internacional, postuló a varias universidades extranjeras, pero en ninguna lo aceptaron. Pensaba ir a Paris, Nueva York o a Sídney; sin embargo, se vio condenado a quedarse en Lima, con el resto de perdedores. Postuló a la Universidad del Pacífico, a la de Lima y a la Católica, pero, una vez más, como una rancia flema, fue expectorado de la alta educación. Y claro, como su padre era muy amigo del director de una universidad de medio pelo,  solamente tuvo que decirle que su hijo quería postular.

Había soñado con Harvard, con Oxford, con Princeton, con Yale, con Cambridge, y terminó en una universidad de segundilla, compartiendo el aire con gente que bajaba de los conos y de los barrios pobres de la ciudad. Entonces ¿Cómo fue que sobrevivió tantos años al arduo trabajo de bachillerato internacional que la mejor institución británica del Perú le imponía? ¿Cómo hizo para pasar todos sus exámenes finales, teniendo en cuenta que estos valían más del cincuenta por ciento de la nota anual? ¿Sería tal vez porque su madre estaba involucrada  diariamente en las actividades dentro del colegio y tenía cierta influencia sobre los profesores? Probablemente. Y, por ello, ahora se encontraba atrapado en  esa mediocre formación de quinta.  Cómo en un susto repentino, se dio cuenta que no podía hacer nada, que no era nadie sin sus padres detrás de él. Alberto sintió ganas de llorar, de arrojar en llantos toda esa resaca acumulada, originada por su fracaso como ser humano.

Se destapó el oído izquierdo por un momento, volteó la cabeza para ver al resto de gente y notó que estaban acumulados en pequeños grupos, regados alrededor de la clase, vio al moreno balbucear con unas feas jóvenes trigueñas, quienes lo miraban discretamente y murmuraban expresiones belicosas. Buscó algún rostro familiar entre toda esa gente con quien dialogar, pero todas eran caras desagradables y no se atrevió a continuar indagando.

Cuando Alberto estaba a punto de levantarse, mandar al diablo todo y dedicarse a callejear y errar por toda la eternidad, se apareció en la entrada, atravesando la epiléptica puerta, una muchacha muy guapa de estatura media, piel trigueña y ondulados cabellos negros. Llevaba una vestimenta agradable y una apariencia que reflejaba un nivel superior distinata del resto de los presentes. Tenía puesto un coqueto vestido turquesa, aparentemente, de alguna marca reconocida y costosa. En el cuello llevaba un collar de oro con un dije de  corazón. Ingresó tambaleándose en sus tacones sublimes que la elevaban de los demás.

-¡Patty! –gritó prontamente la recién llegada y levantó los brazos para después correr hacía una de las muchachas trigueñas -Pensé que llegaba tarde, amiga, dime ¿todavía no ha llegado el profesor?

Alberto se quedó anonadado, no podía dejar de mirar a la chica. Debe provenir de un buen colegio, pensó, de aquellos exclusivos para mujeres. Le extrañó que esa muchacha le sea desconocida a la burguesía limeña, que le sea desconocida a él. En realidad, Isabel, como después supo que se llamaba, vivía en el Rímac, a pocas cuadras de unos bares corrompidos por el alcohol y de la prostitución en serie, tenía muy buen gusto y era deliciosa, pero no era una aristócrata como él.

Alberto se sintió mejor, ya no me encuentro sólo, pensó rápidamente. Compartido, el dolor, era mejor. Ya no se vería forzado a confraternizar con perdedores, sólo con ese ángel que había cruzado las puertas del infierno para salvarlo. El aullido de la campana anunciando que las clases culminaban interrumpió sus pensamientos.

-¡El puto profesor no vino! –gritó Alberto apaleando el pupitre con su puño derecho.

Después de clase, Alberto encontró a Isabel y a su amiga conversando en la desolada cafetería de la universidad, ambas estaban sentadas en una mesa. Isabel solamente tomaba agua, mientras que la amiga despachaba un sándwich de chicharrón en su desmedida  boca. Ambas chicas vivían en la misma calle y eran vecinas desde muy niñas.

-¿Te acuerdas del pituquito estirado que se sentó hoy adelante en clase? –preguntó Patty, la amiga, con un tono de voz chillón-. Me parece que nos ha echado lente porque nos ha estado mirando desde hace un buen rato, te apuesto que debe querer venir a conversar conmigo, obvio amiga ¿quién no quisiera hacerme el habla? Si tengo un hermoso cuerpo latino. Pero, no me pienso rebajar a hablar con ese disparate, ¿te enteraste de lo que le dijo a Carlos, el morenito que estudia con nosotros? ¿Sí? Ya pues, amiga, ¿cómo te explico, que a todos nos cae pésimo? Y es que hubieras escuchado lo que le dijo al pobre de Carlos, era como para pegarle, te juro, yo le hubiese sacado la mierda, no sé porque Carlos no hizo nada. ¿Qué se cree ese? ¿Mejor? ¿Solo porque es un desteñido con plata? Hazme el favor, amiga, hazme el favor

-Hola chicas – interrumpió Alberto con una sonrisa inocente.

Patty, con cara de desprecio, le dio una última mordida grande a su sándwich antes de marcharse sin devolver el saludo, esperando que su amiga la siguiese. Se encontraba molesta, furiosa de que haya venido ese blanquito pituco a interrumpir su conversación íntima, pero, al voltear a ver a su amiga, le molestó aún más que Isabel no la haya seguido. Vio como su amiga se quedaba sentada con ese muchacho al frente, conversando toda animada. Eso no te lo perdono, juró Patty, pues se había dado cuenta que su amiga atontada con la figura atlética del chico racista, la había cambiado. Lo que le molestaba aún más era que el chico no se había fijado en ella, se percató que Alberto había venido en busca de Isabel y no su busca. Para colmo, al retirarse molesta, le había dejado fácil la conquista al chico irritante. Su hermoso cuerpo latino se sintió fofo y deprimido por primera vez.

-Disculpa a mi amiga, no le simpatizas mucho –alegó Isabel ante el muchacho-, creo que está molesta por un comentario que hiciste sobre un chico, un morenito que se sentó cerca a ti hoy en la mañana. Perdón, ¿Cómo te llamas? Yo soy Isabel.

-Me llamo Alberto –dijo el muchacho y sonrió-. Sí me acuerdo del patita, ¿lo conoces? No sé, estaba medio asado y me estaba jodiendo un poco, así que me molesté con él, pero fresh, ¿por qué? ¿No me digas que tú también estás molesta conmigo?

-No, nada que ver, no estoy molesta con nadie, además no me importa, ¿por qué me importaría la vida de un desconocido?

-¿De qué colegio eres? Creo conocerte de algún lado, debo haberte visto en alguna otra parte, me pareces conocida, ¿vives por Casuarinas?

Isabel se dio cuenta inmediatamente que si le revelaba que provenía de colegio de bajo nivel económico, Alberto, seguramente no le volvería hablar nunca más. Tal vez no lo volvería a ver en su vida. A ella le parecía un chico guapo y no quería espantarlo, parecía provenir de un buen colegio, probablemente de una familia adinerada, no era por ser interesada, pero partidos como esos no se le presentan a cualquier chica todos los días.

 Rápidamente Isabel se había dado cuenta que el chico le había echado un ojo, que se había interesado en ella, además le parecía gentil, pero, si deseaba conservar su amistad, no podía asustarlo dándole a conocer el lugar donde vivía. Su padre muchas veces le aconsejó que si encontraba un chico con quien deseaba mantener una relación amorosa, este debiera tener un nivel similar al suyo o preferible de mayor estatus, para mejorar la raza de la familia, para que los hijos, los nietos salgan aún más guapos que los padres.

-Ahora estoy viviendo por aquí, es que me queda cerca de la universidad y como soy media floja no quiero vivir muy lejos. Por el momento estoy en una casita pequeña, pero muy bonita, que no tiene nada que envidiarle a una casa en San Isidro, pero pronto me mudaré a La Planicie, mi mami está por comprar una casa grande por allá, la otra que teníamos estaba muy lejos, además, una vez entraron a robar unos ladrones, nos asustamos mucho y finalmente decidimos venir a vivir provisionalmente por acá, no sé, son cosas de mi mamá – mintió Isabel, esperando inocentemente que Alberto le creyera–. Perdón que te cambie el tema pero te tengo una pregunta, ¿qué hace un chico como tú, de un buen colegio, en una universidad pichiruchi como esta? No sé, yo creía que toda la gente de buenos colegios se iban a estudiar a universidades extranjeras, claro, excepto yo, porque tengo algunos problemas personales que tengo que resolver. O, si alguien se quedaba en Lima, no sé, fácil iban a estudiar a una universidad de mejor nivel, no quiero decir que esta sea mala, pero, no sé, hay mejores.

-Es una larga historia, la verdad es que soy una basura para los estudios, para estas cosas. A mí más me interesa la música, tocar la guitarra o el piano, ir al gym cuando me provoque, relajarme en el sauna, irme a surfear con un grupo de amigos a una playa, esas cosas. Pero, para el estudio, no sirvo, es que requiere mucha dedicación y yo no tengo tiempo para estas cosas, necesito concentrarme en mi música y todo. Pero, fresh, no era el mejor en el colegio, pero, sobrevivía, resulta que esto de las universidades es más difícil que el colegio y no me aceptaron en ninguna otra, por eso me tuve que quedar acá. Estoy pensando en irme a estudiar a España, he escuchado que es más relajado por allá que en los Estados Unidos, los americanos son bien jodidos para estas cosas, no sé ya veré, por el momento estoy aquí haciendo algo, mi vieja dice que no puedo dejar de estudiar. ¿Y tú? ¿Por qué estás en esta universidad? No me digas que también eres una basura como yo – rió Alberto.

-Más o menos, todavía estoy buscando donde irme a estudiar, igual que tú, no sé si me entiendas – volvió a mentir, evadiendo el tema casi inmediatamente, ocultándose con una patética risa de niña patrañera.

La verdad era que Isabel venía de una familia modesta del Norte del Perú. De padres lambayecanos, su madre, reina de belleza de aquella provincia a los quince y su padre galán de chicas chiclayanas. Después de su estruendoso matrimonio vinieron a la capital a sentar cabezas. Desde siempre pertenecientes a un nivel socio-económico medio, su situación empeoró críticamente después de la inesperada muerte de Don Roberto, su padre, hace dos años. Quedaron cinco desprotegidas mujeres en una salvaje urbanización desbordante de borrachos mañosos. La única quien pudo comenzar y terminar sus estudios en una universidad privada de prestigio fue la mayor, las siguientes fueron destinadas a la ineficiencia educativa y la primera en la lista fue Isabel, quien se vio obligada por falta de dinero a destruir su intelecto en ese local de mala muerte.

Ambos muchachos se mantuvieron conversando por largas horas, se olvidaron de regresar a sus casas y decidieron hacer algo más tarde, pues una amistad como esa era difícil de encontrar y los temas de conversación parecían nunca acabar entre tantas risas. Pronto, quedaron en salir un viernes después de clases, ir juntos a algún lugar a comer. Con los días, las mentiras inocentes de Isabel se hacían más difíciles de ocultar, pues Isabel no era buena para mentir, siempre había sido una chica de su casa. Sin querer, muchas veces, rebelaba sus mentiras sin darse cuenta.

Pronto llegó el viernes.  Isabel ansiosa había esperado esa fecha. Al culminar la última clase del día, Alberto le propuso ir al Jockey Plaza a comer algo, pues era muy temprano para salir a bailar, ni siquiera tarde suficiente como para ir al cine. Pronto se aventuraron al automóvil descapotable de Alberto que los esperaba en la cochera de la universidad.

Rápidamente huyeron de aquella espantosa realidad que los asechaba a ambos de diferentes maneras, pero que al mismo tiempo los mantenía unidos. Bajaron por toda la Av. Javier Prado con un viento refrescante que les enfriaba el rostro,  mientras que el ardiente sol bronceaba sus cuerpos alborotados. Alberto le subió el volumen a una canción en ingles, mientras que se ponía sus lentes de sol. Isabel levantó los brazos estúpidamente, mostrando su alegría, mientras que el viento se enredaba entre sus ondulados cabellos negros que flameaban con el aire fresco.

Una vez que llegaron al centro comercial, decidieron entrar a un restaurante americano, mas como no había mesas disponibles, se sentaron en el bar, decorado con cubos transparentes disfrazado por franjas blancas y rojas. En las paredes se lucían cuadros fosforescentes con las imágenes impresas de artistas, cantantes y celebridades americanas de la década de los ochenta. Ella ordenó un cóctel nacional, Alberto, uno extranjero, compartieron unas alitas de pollo picantes acompañados de unas papas fritas de un nombre ridículo.

-Muchas gracias por traerme a comer, todo está muy rico y el lugar me encanta, es muy retro, ¿no te parece? Me gusta mucho como han decorado el restaurante con colores fuertes y fotos antiguas, no sé, me gusta, ¿tú qué crees?

-Sí, definitivamente es muy alegre, ¿nunca habías venido? No lo puedo creer, pero si es súper conocido, yo solía venir acá con mis amigos del colegio a comer cada vez que podíamos. Es recontra grasosa la comida, pero es buena, es rica, solíamos venir así en mancha, en grupos grandes, me acuerdo que nos hacíamos pasar por mayores de edad para poder consumir los cócteles, una vez nos atraparon, fue por culpa de una amiga que era tenía pinta de niña, es que se paró y puso a bailar por hacerse la chistosa, por su culpa nos descubrieron, pero la mesera que nos atendió fue muy buena y no dijo nada, nos pidió que por favor actuemos como adultos y que no consumáramos más alcohol para que su jefa no la pillé. En realidad fue muy buena con nosotros porque nos dejó ir sin problemas, por eso le dejamos una muy buena propina, casi cien soles entre todos, yo jamás había dado tanta propina, normalmente daba un sol, máximo dos. Ahora me junto menos con mis amigos, aunque hemos pasado muchos buenos momentos ahora que estudiamos en diferentes lugares es más difícil hacer planes, así que ya no nos vemos tan seguido. La universidad ya está empezando a ahogarme con tantos números y todo, no sé si la contabilidad sea para mí, yo no nací para los números sino para la música, siempre lo encuentro medio aburrido, ¿A ti cómo te está yendo? ¿Te gusta la contabilidad? ¿Por qué decidiste meterte a esta carrera? Yo te veo más en derecho, creo.



15 October 2012

PRESENTACIÓN DE LIBRO DE HÉCTOR ÑAUPARI


Presentación del libro “Sentido Liberal” del escritor Héctor Ñaupari en la Municipalidad de Miraflores
Viernes 19 de octubre, 7:00 p.m.

La Academia de Ciudadanos Líderes de la Municipalidad de Miraflores (ACL) tiene el agrado de invitar a la presentación del libro “Sentido Liberal, el sendero urgente de la libertad”, del escritor Héctor Ñaupari, presidente del Instituto de Estudios de la Acción Humana y miembro de la Mesa Directiva de la Red Liberal de América Latina, RELIAL.

El evento tendrá lugar el día viernes 19 de octubre de 2012, a las 7:00 p.m. (hora exacta) en el Salón de Actos de la Municipalidad de Miraflores, sito en Avenida Larco 400 – Segundo piso.

Comentarán el libro Dora de Ampuero, Directora Ejecutiva del Instituto Ecuatoriano de Economía Política, IEEP (Ecuador), Gabriel Salvia, director del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina, CADAL (Argentina) y Federico Salazar, periodista y conductor del Programa Primera Edición (Perú).

Como ha indicado el prologuista del libro, el doctor Jesús Huerta De Soto, catedrático de la Universidad Rey Juan Carlos (España): “Estamos frente a una obra muy atractiva, que compila varios de los mejores ensayos de Héctor Ñaupari en los temas favoritos de los cuales él se ocupa: la libertad y la literatura. Por todo ello, no dudamos que este libro será del agrado de todos aquellos que se adentren en sus páginas”.  

A su vez, el profesor Carlos Sabino, catedrático de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala), dice: “Leer a Héctor Ñaupari resulta una experiencia enriquecedora, un viaje singular que nos sitúa ante reflexiones lúcidas y verdades necesarias, que nos permite entender este mundo más allá de las ideas esquemáticas y casi siempre erradas de los conformistas. Sentido Liberal nos da la oportunidad de rescatar la individualidad del creador, de demoler falsos ídolos y de otorgar sentido –precisamente- a la realidad que nos circunda”.

La Academia de Ciudadanos Líderes es un programa de la Municipalidad de Miraflores que promueve el empoderamiento y liderazgo de los jóvenes para ejercer su ciudadanía de manera responsable y solidaria, estimulándolos a ser actores propositivos y protagonistas del desarrollo local.

23 July 2012

ENTREVISTA EN "LA REPÚBLICA"

Como un preámbulo a la firma de libro en la FIL-LIMA 2012 de la novela CON EL DIABLO DENTRO, hoy  lunes a las 7 p.m. en el Stand 17 de Editorial Altazor, en la sección cultural del diario La República, aparece una entrevista que me realizó Pedro Escribano:





¿Con esta novela vuelves al tema de siempre, el amor?
Sí, en Si mi amor fuera cometa (editorial Arsam) soy un reincidente en el tema del amor. Esta novela es un homenaje a la historia de mis padres. La historia que se relata es la historia que me contaron, por una lado, mi padre y por el otro, mi madre, con respecto a la historia de amor que ellos tuvieron. Me atrajo mucho la época en la que está ambientada, que es la dictadura de Velasco. Es una novela cuya temática es amorosa, pero con un contexto político.
¿También novela de época?
Claro que sí. Para poder escribir esta novela investigué como un año, hurgué en los archivos. Me iba a los remates de libros y revistas de viejos. Me interesaba impregnarme. Es más, la novela tiene una banda sonora sobre la música de la época.
¿El tópico del plebeyo y la chica de alcurnia ha vuelto con esta novela?
Sí, ha vuelto. En realidad, la novela presenta una historia de amor entre la hija de un hacendado del norte del Perú y un dirigente estudiantil de izquierda que está metido en la honda hippie. La vuelta de tuercas que intento darle es que siempre la cuestión política tenga mucho más que ver en esta historia de amor.
Pero el velascato fue contradictorio en muchos casos.
Fue una época bastante contradictoria, si bien es cierto el velascato va a terminar con ciertos privilegios de la oligarquía peruana y reivindica los derechos de las masas, para el Perú, como país, resultó una época bastante difícil y que generó, finalmente, una crisis económica que hasta hace poco hemos tenido que pagar.
¿Intentas universalizar esta historia de amor?
Sí, tomo esta anécdota familiar para crear un microcosmo. En ese sentido quiero que la novela sea como una novela juvenil, amorosa, pero ambientada en un contexto ideológico, de izquierda, bastante fuerte.
Para continuar con la entrevista, aquí.

17 July 2012

ADELANTO DE NOVELA "CON EL DIABLO DENTRO"




CON EL DIABLO DENTRO
(FRAGMENTO)
1




               

La mañana de invierno iba despertando en las viejas calles de Lima. La débil neblina que circulaba por la ciudad me sorprendió durmiendo en una de las bancas de la Plaza Francia. Cuando desperté, sentí mi cerebro como una piedra dentro de mi cabeza. La noche anterior aparecía en mi mente como un vago fantasma. La droga y el alcohol atiborraban mis sentidos. Inconscientemente me llevé las manos al bolsillo del pantalón. ¡Puta madre!, todo el dinero que había recibido ayer me lo había gastado. Sentí frío en mis largos y esqueléticos pies: me habían robado los zapatos. (Cojudo, eso te pasa por borracho).
Los recuerdos de la juerga que me había dado se entrecruzaban en mi mente. Desde las seis de la tarde había estado en uno de los tantos bares de Quilca  tomando con unos amigos de la universidad.
  -Salud, pues, Salvador –dijo el Perro-. Seguro que estás pensando en tu hembrita, huevón. Chupa, chupa, no más. Por ellas aunque mal paguen.
-Tú no hables, Perro. Yo al menos tengo a alguien, en cambio, tú, paras jalándote la tripa –le dije con animo de ofenderlo.
-No seas picón, y sigue tomando –dijo el Perro en tono conciliador.
           Los vasos de cerveza volvieron a llenarse y los levantamos  para hacer un brindis:
-Salud –dijo el Perro- , por la amistad.
-Salud –dijo Alex- , por la revolución.
-¡Puta madre! Ya empiezas con tus huevadas –dijo el Perro.
-No son huevadas, son principios, cojudo. Y en lugar de tener una actitud de indiferencia deberías luchar por tu país –le reprochó  Alex.
-Ya, carajo, nada de discusiones políticas que hemos venido para celebrar –les dije y brindé con los dos.
-¡Mozo! –gritó el Perro- , dos más.
           Un enano de bigotes se acercó y colocó dos cervezas sobre la mesa.
-Voy al baño –les dije, antes de que el enano cobrara las cervezas.
           Esquivando con cierta dificultad las mesas, llegué hasta el baño. En la pared, un almanaque mostraba una mujer desnuda. Mi mirada se detuvo en su apetitosa entrepierna y me imaginé explorando su vagina. Por instinto, me llevé las manos a la bragueta del pantalón y liberé el bulto que se había formado entre mis piernas. Intenté masturbarme para arrojar todo el semen que había acumulado desde que dejé de ver a Rebeca, pero no tenía ganas. Lo mejor hubiera sido conseguir a alguna mujer que apagara mis deseos. Salí del baño sin orinar. Había sido una falsa alarma.
-Vieron a la flaca del almanaque del baño –les dije apenas me senté.
-Es un hembrón  -dijo el Perro.
-Es muy simpática –agregó Alex y echó hacia atrás los cabellos que se le venían a la cara.
-Muchachos, vamos a buscar putas –propuso el Perro con una mirada lujuriosa.
-No jodas, Perrito, y sigue tomando. Para mí que tú hace tiempo que no la ves, pajero de mierda. Te van a salir callos en las manos –le dije y nos cagamos de risa.
Ahora, que había amanecido, me reía de mí mismo y notaba cómo los numerosos vagabundos que dormían en la plaza no se habían dado cuenta de mi presencia. A la izquierda, junto al monumento a la Libertad, encontré a un viejo borracho que la noche anterior se había parado en una de las mesas del bar y había gritado a todos que era la reencarnación de Humareda. ¡Pobre infeliz! A la luz de la mañana, lo grotesco de su rostro y la suciedad de su vestimenta me hizo recordar esa hermosa fealdad que el solitario pintor  había plasmado en sus lienzos. Mas allá del viejo, sobre el césped, un grupo de pirañitas se abrigaban entre sí, formando un carga montón de ropas sucias y harapientas. Una inmensa tristeza invadió mi corazón. Tenía ganas de gritar. Yo también era un pobre diablo como los vagabundos que me acompañaban, que nadie me esperaba en las cuatro paredes que tenía como habitación. Nadie. Pero, ¿serviría de algo gritar? “Será mejor que te levantes y te vayas a casa”, me dije.
 A duras penas, me incorporé y crucé la calle descalzo. El frío del asfalto me traspasó los pies y se me subió hasta el cerebro. Tenía que llegar hasta el cruce de Alfonso Ugarte y Uruguay para tomar el micro y pedirle, por favor, al chofer que me jalara hasta la pensión. Mientras caminaba fui observando los primeros despertares de Lima. Era asombroso ver cómo sobre las ruinas de una ciudad colonial y aristocrática  se había levantado una Lima chicha y folclórica. Debajo de los viejos balcones republicanos, los vendedores ambulantes estacionaban sus coloridas carretas con las chucherías que ofrecían para ganarse la vida; al pie de  barrocas iglesias coloniales, se instalaban toldos inmensos que servían de comedores ambulantes para  aquellos que no podían  regresar a casa. Todo formaba parte de un grotesco collage que combinaba el extinguido gusto aristocrático con el naciente provincianismo limeño. Así era Lima, la horrible. Bella y grotesca, a la vez. Brutalmente poética: un monstruo de un millón de cabezas con una gigantesca mandíbula que a todos tritura. Una laberinto de cemento donde todos tienen su precio y la vida vale poco menos que nada.
Al llegar a Alfonso Ugarte, un vagabundo se me acercó y me mostró una red de cicatrices en la barriga. “Acabo de salir del penal, flaquito: un sencillo”. Le sonreí irónico y le señalé mis pies desnudos. El vagabundo me dio una palmada en el hombro y siguió su camino.
Esperar el maldito micro y pedirle al chofer que me lleve gratis no era nada agradable. Durante media hora permanecí sentado sobre el filo de la vereda observando a un loco que se buscaba piojos desesperadamente. Llevaba la mano a la cabeza y después de una intensa lucha  con sus pegoteados cabellos lograba capturar una víctima. Inmediatamente, se la metía en la boca y la masticaba sin ningún apuro.
¿Qué sabor tendrían los piojos? Parte de mi infancia se me vino a la memoria. En el colegio, a los niños contagiados con estos bichos les rapaban la cabeza dejándoles  los cabellos como una bola de clavos y eran excluidos del grupo como si fueran leprosos. En las tardes, mi madre, me sentaba en sus faldas y me despiojaba. Mientras miraba el suelo, podía escuchar el sonido que producían los piojos al ser reventados  entre las uñas. El loco seguía buscándose los piojos y  cada vez  que encontraba alguno, una leve sonrisa se le dibujaba en el rostro.
A lo lejos, pude divisar el ómnibus amarillo con franjas negras que me llevaría a casa. “Tío, una jaladita hasta la Universitaria, me acaban de robar todo lo que tenía”.  “Sube no más”, me contestó fríamente el viejo chofer envuelto en una bufanda blanca. Me senté en uno de los últimos asientos. A esa hora, sólo viajaban obreros. Era fácil reconocerlos: a las ocho de la mañana, ya tenían que estar en las fabricas y descargar todas las energías acumuladas durante la noche, para luego volver a descansar y al día siguiente comenzar nuevamente la misma jornada y así durante toda su vida, condenados a trabajar sin descanso. Sí,  era muy fácil reconocer a los obreros: dormían todo el trayecto y justo se despertaban faltando una cuadra para el paradero final. A través de la ventana, vi cómo los padres acompañan a sus pequeños hijos a tomar el bus rumbo al colegio y pensé que no sería mala idea el casarse y tener hijos; sin embargo, no podía engañarme, yo no había nacido para eso.
Lentamente, me incorporé del asiento y avancé hacia la puerta trasera. Mis pies desnudos sintieron el kerosene del piso del ómnibus. Bajé a la volada porque el chofer no tenía intenciones de parar. En dos minutos llegué a casa, justo cuando la señora de la pensión servía el desayuno. Me hizo bien el café caliente que fui tomando a sorbos, el pan lo dejé para después.
Cada vez que me iba de juerga lo peor venía después. La cabeza me palpitaba fuertemente. Mis pensamientos se entrecruzaban con otros que no eran los míos. Cuando me tranquilizaba, podía escuchar cómo latía mi mente. Parecía que alguien habitara dentro de ella y estuviera destruyéndolo  todo.  Poco después,  sentía unas  voces interiores invitándome a la autodestrucción. Sentía la total ausencia de mi ser. Ya nada me conmovía y me pasaba todo el tiempo en un estado de inercia absoluto.
La medianoche había llegado y seguía tirado en la cama, no podía dormir y observaba el vacío como queriendo romperlo. El ruido de algún auto que circulaba veloz me sacaba de mis meditaciones. Afuera estaba todo lo que odiaba y a quienes odiaba. Mejor hubiera sido quedarme encerrado de por vida en esas cuatro paredes, pero  necesitaba de lo que  más odiaba para poder vivir. Necesitaba de todo lo que aborrecía para poder redimirme y sentirme un ángel, un ser divino y etéreo. Cómo me hubiera gustado que Rebeca estuviese a mi lado, acariciando mis cabellos y besándome con la inocencia propia de sus diecisiete años.
¡Ah! Rebeca, Rebeca, nombre de puta, ¿dónde estarás? ¿Por qué mierda te fuiste, si sabías que te amaba? ¿Por qué, Rebeca? ¿Por qué? Deberías estar aquí, ofreciéndome tu cuerpo desnudo, suave como la piel de un durazno. ¡Rebeca!, ¡Rebeca! ¿Por qué? Eso de ir a visitar a tus padres fue tan sólo un cuento.     
Aún recuerdo perfectamente aquel sábado de agosto cuando nos conocimos por primera vez. Ya todos los de la pensión se habían ido a descansar y sólo quedábamos tú y yo.
-¿No tienes sueño? –le pregunté.
-No –me contestó, recogiéndose el cabello.
-Compramos un trago.
-Esta bien, pero deja que me abrigue. Soy muy friolenta.
Salimos hacia la avenida Venezuela para buscar una licorería. Nada. Todo estaba cerrado. Caminábamos mirando nuestros pasos. El frío del invierno limeño nos llegaba hasta los huesos. Cuando ya todo estaba perdido nos acordamos de la licorería del parque.
-Vamos al Adrián, él cierra un poco tarde –le dije mientras encendía un cigarrillo.
-Está bien.
-¿Hace cuánto que estás en esta pensión?.
-Hace dos años, desde que mis viejos viajaron a España.
-¿No los extrañas?.
-No, ya me acostumbre a estar sola.
A lo lejos, pudimos divisar la licorería. Estaba abierta. Una sonrisa luciferina apareció en mi rostro. Entramos al pequeño local.
-Hola Adrián, un ron Pomalca  y una Coca-Cola –le pedí al que        atendía.
-Aquí tienes jugador –me dijo Adrián y me entregó las botellas.
-Compra cigarros, por favor –pidió Rebeca.
-Dame una cajetilla de Marlboro.
Se metió al deposito y al rato salió con el paquete. “Son cuatro soles”, me dijo después de entregarme la cajetilla. “Gracias”. “Suerte, jugador”. 
Poco después estábamos en el cuarto de Rebeca preparando un ron con Coca-Cola y en la radio se escuchaba una vieja canción del 60':
         All you need is love.
                             All you need is love.
                             All you need is love,
                            love, love, love.
Love is all you need.     
Llenamos los vasos y apresuramos el contenido de un solo trago. Mientras las voces de Lennon y McCartney se escuchaban, el ron iba surtiendo efecto. Al terminar la canción, la atraje hacia mí y nuestras lenguas se unieron en un beso que pareció eterno: aquella noche fue la más hermosa de nuestras putas existencias.
Rebeca: era hermoso acariciar tu cuerpo de Afrodita desflorada, tus cabellos de culebras pelirrojas, tus pechos redondos y perfectos, y tus labios de niña traviesa, ingresar a tu sexo ardiente, quemarme en tu fuego interno y arrojar a chorros la mierda que iba acumulando día a día, porque, eso era para nosotros hacer el amor: arrojar toda la inmundicia que el mundo inoculaba en nuestro cuerpo, para luego purificarnos con un beso adánico que nos devolviera a ese estado de inocencia con el que nacemos. Sí, eso era para nosotros el amor, una labor de purificación y limpieza. Es por ello que nos encerrábamos días enteros sin salir de la habitación, porque era divinamente bello amanecer entre tus piernas calientes y ver tu mirada de niña que ha perdido su inocencia.
Debajo de la cama, nunca faltaba una botella de ron para seguir embriagándonos y así continuar con nuestra tarea de purificación y redención, creyendo que la vida era tomar, cachar y dormir; tomar, cachar y dormir hasta quedar  extasiados y sin sentido como en una especie de trance místico que no hubiéramos podido describir.
Así eran nuestros días, Rebeca: sin trabajo, sin presiones, sin hijos, sin nada que nos ate a este mundo, totalmente libres, viviendo un sueño que no podía durar mucho, y que no duró por mucho tiempo, porque tú te fuiste, Rebeca de mierda, dejándome más solo que un perro callejero que ya nadie quiere. Duerme, Salvador, duérmete,  que no ganas nada con los recuerdos.

03 June 2012

PRESENTACIÓN DE LIBRO





Editorial Arsam y Jazz Zone tienen el agrado de invitarlo a la presentación de la novela "Si mi amor fuera cometa, de Max Palacios.

Comentarios a cargo de:


-Miguel Ildefonso
-Manuel Rilo

DIA: Miércoles 6 de junio de 2012

HORA: 7 p.m.
LUGAR: Jazz Zone (Av. La Paz 646, Pasaje El Suche, Miraflores)

20 May 2012

ADELANTO DE NOVELA "SI MI AMOR FUERA COMETA"





CAPÍTULO I

UN PUEBLO, 1971



Emilio y el Barbas llegaron al pueblo al mediodía. El sol caía verticalmente y producía un bochorno insoportable dentro del auto. Una cerveza helada les hubiera sentado bien. Hicieron un recorrido por las tres únicas calles del lugar y no encontraron a ningún lugareño que les pudiera indicar alguna bodega.

El pueblo era pequeño y tenía la apariencia de ser un lugar apacible que solo se veía perturbado por el cambio de clima, cuando llegaban las lluvias. La primera calle –la más larga– llevaba el nombre de avenida San Pablo y por ella se extendía la Panamericana Norte, donde, de vez en cuando, transitaban los ómnibus y camiones que iban hacia Piura; la segunda era la calle Real, una calle polvorienta poblada por casas de un solo piso; y la tercera era la calle 28 de Julio, donde vivía el alcalde del pueblo y desembocaba en la plaza. Las otras calles eran tan insignificantes que ni siquiera tenían nombre. Salvo la residencia del alcalde, todas las viviendas eran de adobe con techo de calamina.

El auto, un Mustang convertible de color azul, conducido por el Barbas, circulaba lentamente buscando un lugar donde comprar alguna cerveza. En la radio sonaba el último éxito de Los York´s:

                      “Abraza, abrázame baby,
                          abraza, abrázame así.
                          Entre mis brazos nena,
                          tú siempre estarás
                          para poder decirte
                          cuánto te quiero yo”.

Finalmente, llegaron hasta la plaza y se estacionaron en una bodega. El Barbas descendió del vehículo e ingresó al establecimiento. Llevaba un polo negro sin mangas que le permitía lucir un águila tatuada en el brazo derecho, un blue-jeans gastado y unas botas texanas marrones que terminaban en punta de acero.

La tienda era pequeña y mal iluminada. En un viejo armario se mostraban los escasos productos, todos llenos de polvo. La anciana que atendía tras el mostrador se atemorizó un poco cuando vio al voluminoso hombre que cruzó el umbral de la puerta de zinc. Desde un primer momento pudo adivinar que era un forastero. El pelo largo, la barba crecida al descuido y los lentes oscuros que llevaba no eran propios de los lugareños.

-Buenas tardes, señora, ¿me podría vender una cerveza bien fría? –preguntó el Barbas, sacándose los Ray-Ban, con un tono de voz alto para que la vieja señora lo pudiera escuchar.
                                                                                               
La anciana se levantó de la silla, miró al hombre de pies a cabeza y, al fin, alcanzó a decir:

-No vendemos cerveza, jovencito. En este pueblo sólo se toma chicha de jora.

-Ok. ¿Y sabe usted dónde puedo encontrar un lugar donde vendan chicha de jora,  señora?

-Tiene mucho lugares, joven, pero el mejor es el chicherío de Saco-mocho.

-¿Sacomocho?

-Sí, como escuchó. Es un hombre pequeño que siempre anda de saco y corbata.

-Ya entiendo. Y, ¿dónde está el lugar?

-Al final de la avenida San Pablo, casi llegando al cementerio.

-Muy bien, señora, gracias –se despidió el Barbas.

Antes de salir preguntó si vendían Coca-cola. “En este pueblo no va a encontrar nada, jovencito”, respondió la mujer vieja con mucha seguridad. El Barbas llegó hasta el Mustang, lo puso en marcha e inmediatamente se dirigió hasta el chicherío.

El lugar era una casa de adobe de una sola planta, sin ventanas y con una puerta de calamina. A la entrada había un gran patio sin paredes laterales y con techo de esteras, en donde se atendía a los clientes. Se sentaron en una mesa larga con bancas de madera. El Barbas golpeó la mesa con el llavero del auto. Al momento, salió una jovencita vestida de negro, de cabellos largos y rostro mochica.

-Una jarra de chicha –ordenó Emilio.

-Buenas tardes, joven –dijo la muchacha haciendo una venia y cogiéndose las manos-. La chicha no se vende por jarra sino por balde.

-Bueno, tráenos un balde –ordenó el Barbas.

La muchacha ingresó a la casa y minutos después salió con un cubo lleno de chicha de maíz y dos vasijas de calabaza. Colocó el balde en el centro de la mesa y los recipientes a cada lado. “¿Lo acabaremos?”, preguntó Emilio. “De todas maneras”, respondió el Barbas. Vertieron la bebida en las vasijas e hicieron un brindis. 

-¡Salud! –dijo Emilio, acercó la vasija a su nariz y pudo sentir el fuerte aroma de la chicha fermentada-. Y que todo salga bien.

-¡Salud! –brindó el Barbas y chocó su vasija con la de Emilio-. Si todo sale como lo hemos planeado, estaremos regresando a Chiclayo hacia la medianoche.


Las vasijas produjeron un sonido opaco al chocar. Apuraron la bebida y volvieron a brindar. Por un momento, Emilio  se sumergió en sus pensamientos y llegó a preguntarse si valía la pena hacer todo lo que estaba haciendo para conseguir algo que, tal vez, le estaba negado desde siempre; pero ya estaba allí y no podía dar marcha atrás. Se sentía como un pescador en alta mar que ha lanzado el cordel con todos los accesorios indispensables para capturar un buen botín, pero que ignora si va a tener éxito o no en su empeño. Lo que iba a ocurrir a partir de ahora definiría su futuro por el resto de su vida. Tenía ganas de levantarse y regresar a la ciudad, pero el Barbas, como adivinando su pensamiento le dijo: “No te preocupes, todo va a salir bien”.



-Hace poco me acaban de enviar el último disco de Janis Joplin –agregó el Barbas para sacar a Emilio de su aislamiento.


-Así, y ¿cómo haces para conseguirte esos discos?


-Me los envía un primo de San Francisco. Él está metido en todo el movimiento hippie y todo ese rollo. El anteaño pasado, en agosto, estuvo presente en el concierto de Woodstock, fue un vuelo total. Además de los discos, me ha enviado unos ácidos que son muy buenos.

-¿Unos ácidos? –preguntó Emilio sin mucho interés.

-Sí, son unas cápsulas que te las tomas y entras en un estado de psicodelia total: ves todos los colores muy vivos y llegas a una revelación total. Un viaje alucinante. Lo que los budistas logran con muchos años de meditación, lo hacen los hippies en media hora con esas cápsulas.

-En lugar de estar pensando en alucinógenos, deberías preocuparte por lo que está pasando en el mundo. Nixon acaba de ordenar el retiro de las tropas norteamericanas que ingresaron a Camboya en abril pasado, y acá, el chino Velasco, en nombre de la revolución, va a llevar al país al diablo. La reforma agraria que se está implementando no va a funcionar si no se concientiza al campesino. Por ejemplo, en Cuba la cosa está funcionando. Allá se está formando al “hombre nuevo”.

-Mira, no me vengas con tus discursos izquierdosos. En Cuba, el barbón de Fidel aprovecha su política educativa para idiotizar la gente. A eso le llamas hombre nuevo, a una sarta de autómatas con el cerebro programado para luchar por la revolución socialista, y ¿para qué?, para terminar como el Che Guevara: muerto como un perro en un lugar inhóspito de Bolivia. No te has enterado de las miles de personas que huyen de la isla hacia Miami. ¿En qué mundo vives, ah?, ¿en el mundo del materialismo dialéctico e histórico? No me hagas reír. Prefiero meterme un par de ácidos al cerebro y olvidarme de todo esto. Además, de alguna u otra forma tú también te has contagiado de la onda hippie. Mira tu pelo largo, tus patillas, tu camisita floreada, tu blue-jeans roto, tus zapatos macarios. No puedes negar que tienes un look hippie.

-Tienes razón, comparto algunas cosas de los hippies, como por ejemplo, la negativa de ir a Vietnam a matar gente inocente, pero lo que no entiendo es su pasividad. Ese Peace and love  no me convence mucho. Tal vez para ellos el “paz y amor” funcionen, pero para nosotros que estamos jodidos, es muy difícil hablar de paz y amor cuando la gente se muere de hambre.

El Barbas se detuvo a observar el rostro de Emilio: tenía una mirada profunda y despejada, los ojos claros, la frente amplia, las mejillas huesudas, los cabellos largos y desordenados.  Intuyó que estaba a punto de iniciar una discusión a las que lo tenía acostumbrado y decidió acabar  todo con un sonoro “¡Salud!”. A Emilio no le quedó más remedio que levantar el vaso y brindar.

Tal vez el Barbas tenía razón, pensó Emilio. ¿En qué mundo vivía?, ¿en un mundo elaborado de acuerdo con las leyes marxista? Pero, ¿no eran esas leyes las que explicaban mejor el mundo?, ¿no era la lucha de clases la teoría más coherente para explicar la evolución de las sociedades? ¿Acaso no era el imperialismo yanqui lo que impedía que los países latinoamericanos desarrollasen?

-Salud –volvió a decir el Barbas.

-Salud –repitió Emilio, apuró la vasija y se convenció de que en ese momento lo mejor era evitar pensar en política; ya tenía suficiente con el problema que iba a afrontar dentro de unas horas.