18 November 2012

ADELANTO DE NOVELA: "SÚCUBO A LA LIMEÑA"


SÚCUBO A LA LIMEÑA

(JHONATTAN K. DÍAZ GASTELO)

CAPÍTULO 1: LA UNIVERSIDAD


I
El aula, desierta y polvorienta, esperaba el ingreso de varios adolescentes inmaduros, amenazando con vagar y dormir sentados sobre las ruidosas carpetas. El sonido del reloj retumbaba en los fríos muros de concreto y en la superficie de cemento llena de polvo resegado en el tiempo.

La puerta del salón se abría temblorosamente, atascándose contra el piso. Detrás de ella, se encontraba un joven adinerado, ajeno a esa situación, diferente al resto de jóvenes, pero con un punto en común: era vago como los demás. El muchacho, alto, de tez blanca y de porte atlético, tenía los cabellos rubios que descansaban sobre su pálida frente. Llevaba puesto un polo con la imagen de un difunto cantante inglés en el pecho y una casaca de cuero marrón. En los oídos, unos audífonos que lo enchufaban a esos gritos metálicos que tanto le gustaba escuchar en su reproductor musical.

Cuando ingresó, Alberto miró con repugnancia el salón, poco acostumbrado a lugares deprimentes. Mientras arrastraba sus largas piernas hasta su incómodo asiento, en las primeras filas del salón,  tomó un sorbo de su gaseosa helada antes de recostarse sobre el tieso respaldar. Poco a poco, el aula se fue tugurizando de alumnos de barrios cercanos a la universidad. Llegaban con viejas camisetas, con estampados descoloridos de frases huachafas. Alberto, asqueado de ese triste panorama, se limitó a escuchar las bandas que admiraba.

-Cholos de mierda –musitó Alberto antes de llevarse la botella de Coca-Cola a la boca

Por la puerta cruzó un alumno más. Llevaba una chompa negra con una capucha que cubría su acuchillado y moreno rostro y unos cuadernos amarillentos debajo del brazo. Levantó su  mentón y se acomodó a la derecha de Alberto.

-¿Oe, broder, qué escuchas? –preguntó el moreno para romper aquella pesada barrera de silencio.

Alberto lo ignoró y ni siquiera se molestó en voltear la cabeza para ver quien le hablaba. Seguía sentado con los brazos cruzados, mirando el piso, esperando a que llegue el docente, para poder tomar la clase y después largarse a su pomposa burbuja en Casuarinas, separado de aquel mundo despreciable. Aún con los audífonos conectados a sus oídos, abrió la última página de su cuaderno y empezó a jugar tres en raya contra sí mismo.

-Creo que te conozco broder, ¿manyas a un tal Miguel Fuentes? – se atrevió a hacer una segunda pregunta el moreno.

-No, no manyo a un tal Miguel Fuentes, ¿entiendes? Tú no me conoces. Y no soy tu brother, ¿Ok? Y deja de hablarme, imbécil – Alberto le subió el volumen a la música que escuchaba para volver a su partida individual de tres en raya

-Ándate a la mierda – dijo finalmente el muchacho. Se levantó enojado del asiento y fue al fondo del salón en busca de alguien con quien hablar.

Alberto dejó descansar el lapicero sobre la hoja rayada de su cuaderno y se puso a pensar, ¿qué hacía allí, entre esa gente? Él había nacido para estar entre los mejores, para brillar, no para vivir rodeado de perdedores, él se merecía algo mejor. ¿Qué hacía allí?

La respuesta se hacía evidente: era holgazán, vago, flojo, inútil. ¡No era bruto!, en realidad era bastante inteligente –solo cuando se lo proponía-, pero, frecuentemente era dejado, negligente, infecundo. Como había estudiado en un prestigioso colegio con bachillerato internacional, postuló a varias universidades extranjeras, pero en ninguna lo aceptaron. Pensaba ir a Paris, Nueva York o a Sídney; sin embargo, se vio condenado a quedarse en Lima, con el resto de perdedores. Postuló a la Universidad del Pacífico, a la de Lima y a la Católica, pero, una vez más, como una rancia flema, fue expectorado de la alta educación. Y claro, como su padre era muy amigo del director de una universidad de medio pelo,  solamente tuvo que decirle que su hijo quería postular.

Había soñado con Harvard, con Oxford, con Princeton, con Yale, con Cambridge, y terminó en una universidad de segundilla, compartiendo el aire con gente que bajaba de los conos y de los barrios pobres de la ciudad. Entonces ¿Cómo fue que sobrevivió tantos años al arduo trabajo de bachillerato internacional que la mejor institución británica del Perú le imponía? ¿Cómo hizo para pasar todos sus exámenes finales, teniendo en cuenta que estos valían más del cincuenta por ciento de la nota anual? ¿Sería tal vez porque su madre estaba involucrada  diariamente en las actividades dentro del colegio y tenía cierta influencia sobre los profesores? Probablemente. Y, por ello, ahora se encontraba atrapado en  esa mediocre formación de quinta.  Cómo en un susto repentino, se dio cuenta que no podía hacer nada, que no era nadie sin sus padres detrás de él. Alberto sintió ganas de llorar, de arrojar en llantos toda esa resaca acumulada, originada por su fracaso como ser humano.

Se destapó el oído izquierdo por un momento, volteó la cabeza para ver al resto de gente y notó que estaban acumulados en pequeños grupos, regados alrededor de la clase, vio al moreno balbucear con unas feas jóvenes trigueñas, quienes lo miraban discretamente y murmuraban expresiones belicosas. Buscó algún rostro familiar entre toda esa gente con quien dialogar, pero todas eran caras desagradables y no se atrevió a continuar indagando.

Cuando Alberto estaba a punto de levantarse, mandar al diablo todo y dedicarse a callejear y errar por toda la eternidad, se apareció en la entrada, atravesando la epiléptica puerta, una muchacha muy guapa de estatura media, piel trigueña y ondulados cabellos negros. Llevaba una vestimenta agradable y una apariencia que reflejaba un nivel superior distinata del resto de los presentes. Tenía puesto un coqueto vestido turquesa, aparentemente, de alguna marca reconocida y costosa. En el cuello llevaba un collar de oro con un dije de  corazón. Ingresó tambaleándose en sus tacones sublimes que la elevaban de los demás.

-¡Patty! –gritó prontamente la recién llegada y levantó los brazos para después correr hacía una de las muchachas trigueñas -Pensé que llegaba tarde, amiga, dime ¿todavía no ha llegado el profesor?

Alberto se quedó anonadado, no podía dejar de mirar a la chica. Debe provenir de un buen colegio, pensó, de aquellos exclusivos para mujeres. Le extrañó que esa muchacha le sea desconocida a la burguesía limeña, que le sea desconocida a él. En realidad, Isabel, como después supo que se llamaba, vivía en el Rímac, a pocas cuadras de unos bares corrompidos por el alcohol y de la prostitución en serie, tenía muy buen gusto y era deliciosa, pero no era una aristócrata como él.

Alberto se sintió mejor, ya no me encuentro sólo, pensó rápidamente. Compartido, el dolor, era mejor. Ya no se vería forzado a confraternizar con perdedores, sólo con ese ángel que había cruzado las puertas del infierno para salvarlo. El aullido de la campana anunciando que las clases culminaban interrumpió sus pensamientos.

-¡El puto profesor no vino! –gritó Alberto apaleando el pupitre con su puño derecho.

Después de clase, Alberto encontró a Isabel y a su amiga conversando en la desolada cafetería de la universidad, ambas estaban sentadas en una mesa. Isabel solamente tomaba agua, mientras que la amiga despachaba un sándwich de chicharrón en su desmedida  boca. Ambas chicas vivían en la misma calle y eran vecinas desde muy niñas.

-¿Te acuerdas del pituquito estirado que se sentó hoy adelante en clase? –preguntó Patty, la amiga, con un tono de voz chillón-. Me parece que nos ha echado lente porque nos ha estado mirando desde hace un buen rato, te apuesto que debe querer venir a conversar conmigo, obvio amiga ¿quién no quisiera hacerme el habla? Si tengo un hermoso cuerpo latino. Pero, no me pienso rebajar a hablar con ese disparate, ¿te enteraste de lo que le dijo a Carlos, el morenito que estudia con nosotros? ¿Sí? Ya pues, amiga, ¿cómo te explico, que a todos nos cae pésimo? Y es que hubieras escuchado lo que le dijo al pobre de Carlos, era como para pegarle, te juro, yo le hubiese sacado la mierda, no sé porque Carlos no hizo nada. ¿Qué se cree ese? ¿Mejor? ¿Solo porque es un desteñido con plata? Hazme el favor, amiga, hazme el favor

-Hola chicas – interrumpió Alberto con una sonrisa inocente.

Patty, con cara de desprecio, le dio una última mordida grande a su sándwich antes de marcharse sin devolver el saludo, esperando que su amiga la siguiese. Se encontraba molesta, furiosa de que haya venido ese blanquito pituco a interrumpir su conversación íntima, pero, al voltear a ver a su amiga, le molestó aún más que Isabel no la haya seguido. Vio como su amiga se quedaba sentada con ese muchacho al frente, conversando toda animada. Eso no te lo perdono, juró Patty, pues se había dado cuenta que su amiga atontada con la figura atlética del chico racista, la había cambiado. Lo que le molestaba aún más era que el chico no se había fijado en ella, se percató que Alberto había venido en busca de Isabel y no su busca. Para colmo, al retirarse molesta, le había dejado fácil la conquista al chico irritante. Su hermoso cuerpo latino se sintió fofo y deprimido por primera vez.

-Disculpa a mi amiga, no le simpatizas mucho –alegó Isabel ante el muchacho-, creo que está molesta por un comentario que hiciste sobre un chico, un morenito que se sentó cerca a ti hoy en la mañana. Perdón, ¿Cómo te llamas? Yo soy Isabel.

-Me llamo Alberto –dijo el muchacho y sonrió-. Sí me acuerdo del patita, ¿lo conoces? No sé, estaba medio asado y me estaba jodiendo un poco, así que me molesté con él, pero fresh, ¿por qué? ¿No me digas que tú también estás molesta conmigo?

-No, nada que ver, no estoy molesta con nadie, además no me importa, ¿por qué me importaría la vida de un desconocido?

-¿De qué colegio eres? Creo conocerte de algún lado, debo haberte visto en alguna otra parte, me pareces conocida, ¿vives por Casuarinas?

Isabel se dio cuenta inmediatamente que si le revelaba que provenía de colegio de bajo nivel económico, Alberto, seguramente no le volvería hablar nunca más. Tal vez no lo volvería a ver en su vida. A ella le parecía un chico guapo y no quería espantarlo, parecía provenir de un buen colegio, probablemente de una familia adinerada, no era por ser interesada, pero partidos como esos no se le presentan a cualquier chica todos los días.

 Rápidamente Isabel se había dado cuenta que el chico le había echado un ojo, que se había interesado en ella, además le parecía gentil, pero, si deseaba conservar su amistad, no podía asustarlo dándole a conocer el lugar donde vivía. Su padre muchas veces le aconsejó que si encontraba un chico con quien deseaba mantener una relación amorosa, este debiera tener un nivel similar al suyo o preferible de mayor estatus, para mejorar la raza de la familia, para que los hijos, los nietos salgan aún más guapos que los padres.

-Ahora estoy viviendo por aquí, es que me queda cerca de la universidad y como soy media floja no quiero vivir muy lejos. Por el momento estoy en una casita pequeña, pero muy bonita, que no tiene nada que envidiarle a una casa en San Isidro, pero pronto me mudaré a La Planicie, mi mami está por comprar una casa grande por allá, la otra que teníamos estaba muy lejos, además, una vez entraron a robar unos ladrones, nos asustamos mucho y finalmente decidimos venir a vivir provisionalmente por acá, no sé, son cosas de mi mamá – mintió Isabel, esperando inocentemente que Alberto le creyera–. Perdón que te cambie el tema pero te tengo una pregunta, ¿qué hace un chico como tú, de un buen colegio, en una universidad pichiruchi como esta? No sé, yo creía que toda la gente de buenos colegios se iban a estudiar a universidades extranjeras, claro, excepto yo, porque tengo algunos problemas personales que tengo que resolver. O, si alguien se quedaba en Lima, no sé, fácil iban a estudiar a una universidad de mejor nivel, no quiero decir que esta sea mala, pero, no sé, hay mejores.

-Es una larga historia, la verdad es que soy una basura para los estudios, para estas cosas. A mí más me interesa la música, tocar la guitarra o el piano, ir al gym cuando me provoque, relajarme en el sauna, irme a surfear con un grupo de amigos a una playa, esas cosas. Pero, para el estudio, no sirvo, es que requiere mucha dedicación y yo no tengo tiempo para estas cosas, necesito concentrarme en mi música y todo. Pero, fresh, no era el mejor en el colegio, pero, sobrevivía, resulta que esto de las universidades es más difícil que el colegio y no me aceptaron en ninguna otra, por eso me tuve que quedar acá. Estoy pensando en irme a estudiar a España, he escuchado que es más relajado por allá que en los Estados Unidos, los americanos son bien jodidos para estas cosas, no sé ya veré, por el momento estoy aquí haciendo algo, mi vieja dice que no puedo dejar de estudiar. ¿Y tú? ¿Por qué estás en esta universidad? No me digas que también eres una basura como yo – rió Alberto.

-Más o menos, todavía estoy buscando donde irme a estudiar, igual que tú, no sé si me entiendas – volvió a mentir, evadiendo el tema casi inmediatamente, ocultándose con una patética risa de niña patrañera.

La verdad era que Isabel venía de una familia modesta del Norte del Perú. De padres lambayecanos, su madre, reina de belleza de aquella provincia a los quince y su padre galán de chicas chiclayanas. Después de su estruendoso matrimonio vinieron a la capital a sentar cabezas. Desde siempre pertenecientes a un nivel socio-económico medio, su situación empeoró críticamente después de la inesperada muerte de Don Roberto, su padre, hace dos años. Quedaron cinco desprotegidas mujeres en una salvaje urbanización desbordante de borrachos mañosos. La única quien pudo comenzar y terminar sus estudios en una universidad privada de prestigio fue la mayor, las siguientes fueron destinadas a la ineficiencia educativa y la primera en la lista fue Isabel, quien se vio obligada por falta de dinero a destruir su intelecto en ese local de mala muerte.

Ambos muchachos se mantuvieron conversando por largas horas, se olvidaron de regresar a sus casas y decidieron hacer algo más tarde, pues una amistad como esa era difícil de encontrar y los temas de conversación parecían nunca acabar entre tantas risas. Pronto, quedaron en salir un viernes después de clases, ir juntos a algún lugar a comer. Con los días, las mentiras inocentes de Isabel se hacían más difíciles de ocultar, pues Isabel no era buena para mentir, siempre había sido una chica de su casa. Sin querer, muchas veces, rebelaba sus mentiras sin darse cuenta.

Pronto llegó el viernes.  Isabel ansiosa había esperado esa fecha. Al culminar la última clase del día, Alberto le propuso ir al Jockey Plaza a comer algo, pues era muy temprano para salir a bailar, ni siquiera tarde suficiente como para ir al cine. Pronto se aventuraron al automóvil descapotable de Alberto que los esperaba en la cochera de la universidad.

Rápidamente huyeron de aquella espantosa realidad que los asechaba a ambos de diferentes maneras, pero que al mismo tiempo los mantenía unidos. Bajaron por toda la Av. Javier Prado con un viento refrescante que les enfriaba el rostro,  mientras que el ardiente sol bronceaba sus cuerpos alborotados. Alberto le subió el volumen a una canción en ingles, mientras que se ponía sus lentes de sol. Isabel levantó los brazos estúpidamente, mostrando su alegría, mientras que el viento se enredaba entre sus ondulados cabellos negros que flameaban con el aire fresco.

Una vez que llegaron al centro comercial, decidieron entrar a un restaurante americano, mas como no había mesas disponibles, se sentaron en el bar, decorado con cubos transparentes disfrazado por franjas blancas y rojas. En las paredes se lucían cuadros fosforescentes con las imágenes impresas de artistas, cantantes y celebridades americanas de la década de los ochenta. Ella ordenó un cóctel nacional, Alberto, uno extranjero, compartieron unas alitas de pollo picantes acompañados de unas papas fritas de un nombre ridículo.

-Muchas gracias por traerme a comer, todo está muy rico y el lugar me encanta, es muy retro, ¿no te parece? Me gusta mucho como han decorado el restaurante con colores fuertes y fotos antiguas, no sé, me gusta, ¿tú qué crees?

-Sí, definitivamente es muy alegre, ¿nunca habías venido? No lo puedo creer, pero si es súper conocido, yo solía venir acá con mis amigos del colegio a comer cada vez que podíamos. Es recontra grasosa la comida, pero es buena, es rica, solíamos venir así en mancha, en grupos grandes, me acuerdo que nos hacíamos pasar por mayores de edad para poder consumir los cócteles, una vez nos atraparon, fue por culpa de una amiga que era tenía pinta de niña, es que se paró y puso a bailar por hacerse la chistosa, por su culpa nos descubrieron, pero la mesera que nos atendió fue muy buena y no dijo nada, nos pidió que por favor actuemos como adultos y que no consumáramos más alcohol para que su jefa no la pillé. En realidad fue muy buena con nosotros porque nos dejó ir sin problemas, por eso le dejamos una muy buena propina, casi cien soles entre todos, yo jamás había dado tanta propina, normalmente daba un sol, máximo dos. Ahora me junto menos con mis amigos, aunque hemos pasado muchos buenos momentos ahora que estudiamos en diferentes lugares es más difícil hacer planes, así que ya no nos vemos tan seguido. La universidad ya está empezando a ahogarme con tantos números y todo, no sé si la contabilidad sea para mí, yo no nací para los números sino para la música, siempre lo encuentro medio aburrido, ¿A ti cómo te está yendo? ¿Te gusta la contabilidad? ¿Por qué decidiste meterte a esta carrera? Yo te veo más en derecho, creo.