05 November 2006


NOVELA PERUANA CONTEMPORÁNEA

En el suplemento El Dominical de El Comercio, aparece la última entrega que hace Marcel Velásquez sobre su suscinto estudio de la novela peruana. En esta ocasión, el crítico hace un estudio de la novela peruana contemporánea, en el periodo que va de 1970 al 2000. Los apuntes que más atraen la atención son los siguientes:


El post-boom y la novela urbana:


Los dos novelistas más representativos de la novela del post-boom en nuestra tradición son Alfredo Bryce Echenique y Oswaldo Reynoso. En sus primeras novelas, Bryce se convirtió en un fino maestro en las fórmulas del humor y en el cultivo de las diagonales ironías para representar no solo el ocaso de la oligarquía sino también la sensibilidad y el ridículo propios del limeño. Por su parte, Reynoso colocó el olor de la calle, y el lenguaje de los marginales urbanos en el centro de su proyecto narrativo.

Una feliz conjunción de estas dos tradiciones, es la más lograda de las novelas JUM (Joven Urbana y Marginal): Al final de la calle (1993) de Oscar Malca que con humor y desde espacios liminales establece un fecundo diálogo con los códigos de la cultura de masas. El proyecto novelístico de Alonso Cueto se funda en la exploración de las memorias urbanas desde los espacios de la intimidad, empleando el estilete de la novela psicológica y estructuras de la novela negra. Fernando Ampuero y Jaime Bayly son nuestros mejores exponentes de una literatura de masas que juega con las reglas del mercado y las expectativas del gran público, a veces, logra productos interesantes: Caramelo Verde (1992) y Los últimos días de La Prensa (1996), respectivamente.

Más adelante, agrega:

Las novelas del conflicto armado interno:


El acontecimiento político más significativo de la historia peruana del siglo XX es el conflicto armado interno que se desarrolló entre los años de 1980 y 2000 porque destruyó la artificial imagen de la nación peruana como una entidad criolla, urbana y occidental. Más de cuarenta novelas han intentado construir alegorías, símbolos y memorias en clave narrativa de esta guerra interna; sin embargo, son pocas las que han logrado un producto estético y político notables. Adiós Ayacucho (1986) de Julio Ortega, Candela quema luceros (1989) de Félix Huamán Cabrera y Rosa Cuchillo (1996) de Óscar Colchado Lucio constituyen un trío que han convertido la tragedia de los cuerpos mutilados, las fosas comunes y los diversos lenguajes culturales del conflicto en buena literatura.

Las memorias políticas de estas novelas se convierten en políticas de la memoria porque ofrecen estrategias retóricas y bases simbólicas para procesar los traumáticos acontecimientos, superar el duelo y construir una narrativa cultural nacional que incluya plenamente a las comunidades subalternas.

(En la foto: Portada de un libro de ensayos de Velásquez)