08 November 2006


ENTREVISTA A ELOY JÁUREGUI

Mi amigo Richard Manrique me envía gentilmente una entrevista a Eloy Jáuregui que aparecerá en la revista Urbania. Aquí la entrevista completa:


“EL QUE NO TIENE ENGANCHE CON EL ASFALTO ESTÁ CAMINANDO EN LA NADA”


Por: Richard Manrique Torres


Eloy Jáuregui es un periodista con jerga sociológica. Sus estudios de Lingüística le han valido para rescatar ese lenguaje florido de la calle. Hugo Neira lo llama el “gongorista de barrio populoso”. Perteneciente al Movimiento Hora Zero, el maestro de la crónica ha palpado todos los lunares (de carne) de la ciudad limeña. Sus crónicas se encuentran reunidas en el libro “Usted es la culpable” (Norma, 2004). Lo buscamos para hablar sobre la importancia de las veredas.


¿Qué tan importante ha sido la calle para tu vida personal y profesional?
Es importante porque hay dos cosas que son fundamentales: uno, ser apasionado de lo que haces, y segundo, tener dos universos. El universo de la sociedad, que es el universo exterior. El universo interior: tus lecturas, tu escritura, tu texto. Ser patrimonio de esos dos universos hace que uno tenga un lenguaje, un discurso diferente. El maestro Oswaldo Reynoso decía que había tres cosas multiplicadas por tres. La obligación de cada estudiante, de cada escritor era la siguiente: leer, leer, leer; escribir, escribir, escribir; y vivir, vivir, vivir. Eso yo creo que es fundamental para poder desarrollar un discurso, porque aquel que no tiene ese enganche con el barrio, con la identidad, con las veredas, con la sintaxis de la calle, con el asfalto, no se da cuenta de esos detalles que hay en tu comunidad, en el sector donde tú estas conversando, donde compras, donde te diviertes, donde vives. El que no tiene esa zona de atrapar esos valores que existen ahí está caminando en la nada.

¿El huaico provinciano hizo de Lima más fea o bonita?
Estéticamente yo creo que no puede haber un valor estándar. Para el provinciano, obviamente, esta forma de entender la ciudad por sus colores es la forma de ser feliz. Para el limeño viejo que no le gusta los cholos, que no le gusta los indios, para esos que están a favor de la exclusión, pues, obviamente, desde que invadieron los cerros San Cosme, El Agustino, dijeron ¡ah, Lima ya se jodió! No se puede utilizar categorías estéticas comunes porque somos gente diferente. Lo que pasa es que la mayoría somos marginal.

¿Qué sería de Lima sin los cerros, sin Chacalón?
Sería un Miami cagón. Probablemente se ha afeado la ciudad para algunos, pero yo desde que tengo uso de razón los cerros estaban con gente. Entonces a mí no me parece extraño. Yo no he nacido en la Lima virreinal. Yo he nacido en 1954. El retrato infantil que uno toma desde que tiene uso de razón, eso es lo que queda como cariño, como estándar de sentimiento, de pasión, de sensibilidad.

Usted perteneció al Movimiento Hora Zero. ¿Dónde se reunían? ¿Qué calles frecuentaban?
Mi papá tenía una pequeña librería de viejo en el centro de Lima, frente a la casona de San Marcos, en jirón Azángaro. Él era muy amigo de los intelectuales. Mi papá les fiaba, les prestaba los libros a los poetas, a los maestros de la generación del 50´: a Romualdo, a Valcárcel, a Juan Gonzalo Rose. Un poco después cuando aparecen estos jóvenes de Hora Zero se hablaba en “El Palermo”, en el “Chino-chino”, en “La Comisaría”, en “La Llegada”, que eran bares que quedaban en La Colmena. A la vuelta de San Marcos se hablaba de que mi viejo era un tipo bonachón, buena gente. Probablemente cuando estos chicos escucharon a los viejos poetas se identificaron con mi papá y se hicieron sus amigos. Entonces, el primer establecimiento donde se vende la revista de Hora Zero es el de mi padre. Yo recuerdo haber visto, cuando era chiquito, a Jorge Pimentel, Juan Ramírez, Enrique Verástegui y a José Carlos Rodríguez llegar con su revista y colgarlas ahí. De alguna manera yo escribía mis poemitas porque estaba acostumbrado a vivir en ese mundo. Entonces, un día cuando vinieron ellos les dije si podía escribir ahí. De pasadita se ganaron un poeta más, pero más se ganaron un amigo ahí con mi papá. Mi papá no quería que escriba poesía porque decía que eso era para los maricones.

Hora Zero hizo de la calle una poesía
Más que nada fue un rescate de un lenguaje que estaba en la urbe, que no había sido poetizado. Por ejemplo, el jugo de papaya o el cebiche de carretilla, eso no estaba poetizado. Probablemente Hora Zero tiene en sus hallazgos aquellos temas que no eran poetizables, que habían sido separados por este grupo de poetas regios. Y convirtió la poesía en un campo abierto, de libertad. Pero no sólo habían poetas, también habían narradores, músicos, yo he conocido hasta chicas que estaban en la escuela de ballet. Y ocurrió que el Perú en ese momento estaba cambiando. Había un gobierno militar, ‘socialistón’, que apoyaba todas esas nuevas formas de expresión que estaban dándoles aliento a aquellas zonas que habían sido siempre marginadas. Y en ese momento justo sale este nuevo lenguaje poético.

La calle como rebeldía…
Pero siempre ha sido eso. La calle es lo más universal que pueda existir en el sentimiento creativo. Muy poca gente creo pueda escribir desde su casa, es muy intimista, muy pajera esa situación. En cambio uno que está en la calle, caminado, retratando lo que piensa su ciudad, yo creo que tiene un aliento mayor.

¿Por qué se suscita siempre ese dilema entre la poesía intimista y la poesía de la urbe?
Es un poco el traslado de las temáticas de los escritores. O eres regio, o eres lorcho. O eres acomodado, pituco; o eres desarraigado, un marginal. Eso va a ocurrir toda la vida. Hay poetas que son de la argolla, poetas oficiales y los poetas rotantes de toda esa oficialidad. Hay poetas que le publican, hay poetas que no le publican. Entonces, siempre va a haber ese conflicto. Eso es parte en sí de la creatividad. Uno tiene más bien que derrotar esas formas estúpidas de ver la creación e imponer su estilo y ser leído.

¿Lo bello de la calle está en lo peligroso?
No. Lo bello de la calle está en que a uno le fascine y no vaya a regresar a su casa nunca más. Ese es el conflicto. Yo estaría viviendo todo el día en la calle, pero claro tengo mi familia, mis hijos, mi mujer, tengo que regresar a dormir y a llevarles plata para que coman. Sino me quedaría en el “Queirolo” a chupar todos los días, o viviría ahí. La calle siempre es peligrosa y tiene su gramática, tiene su lenguaje.

Usted pareció nacer en el centro de Lima
Yo soy de un barrio muy popular, que es Surquillo. Un barrio de operarios, de obreros, de electricistas, de zapateros; pero se le hacían los trabajos a los que vivían alrededor. Y ahí en mi barrio había fábricas, imprentas, había cinco cines, ochenta mil cantinas, cinco comisarías y un cementerio. Mi papá tenía su negocio en el centro, y mi vida era de Surquillo al negocio de mi papá para ayudarlo. Yo iba viajando en tranvía de chiquito y estaba mirando el paisaje de mi ciudad, y ahí estaba la perdición, la escuela, el deporte, estaba todo lo que a uno le gusta. Entonces uno estaba entre el cielo y el infierno, eso es la ciudad.

¿Y ahora qué siente cuando viaja en ‘combi’?
Yo siempre viajo en ‘combi’ para escuchar lo que habla la gente, para estar actualizado. Ahí está el lenguaje vivo, ese es el lenguaje que impera. Si yo me voy en taxi te apuesto que el cojudo me va a poner “Doble Nueve”, porque cree que soy rico, rockero, y me voy a perder lo mejor.

Una calle emblemática de Lima
A mí siempre me ha parecido alucinante la avenida Abancay. Yo he escrito sobre la avenida Abancay. Tengo tesis y estudios. Hay una galería que se llama “Unicachi”, te venden de todo. Puedes comprar en yenes, en euros, en dólares, en intis todavía, y te pueden transformar. Ahí te hacen liposucción, lipoescultura, te cambian de pelo, te cambian de sexo, te cambian de todo. ¿Cómo se come esa cosa? ¿En qué momento puedo tener un ratito de reflexión? ¿Cómo opera ese asunto? Para eso sirve la crónica.

Algunos bares que recuerde
“El Palermo” es el que más recuerdo, porque ahí pasé de ser un sapo, un adolescente, a ser un borracho consuetudinario. Ahí me tomé mi primer pisco con mi plata. Ahí me he encontrado con los poetas de Hora Zero. Ahí paraba con la gente de periodismo, hasta el año 1986 que cerraron ese sitio. Yo tengo un texto sobre “El Palermo”, precisamente, que se llama “El Aserrín Ilustrado”. “El Palermo” cerraba a las dos de la mañana, y casi la mayoría de esos borrachos recios pasaban al frente que era el “Chino-chino”, que cerraba a las cuatro. El que pasaba de las cuatro ya se iba a “La Comisaría”, que no cerraba nunca, solamente había un ‘break’ a las seis de la mañana que entraban los nuevos mozos. Y ya los que eran más recios recios pasaban a “La Llegada”, en jirón Apurímac. Ese bar ya era infernal. Ahí he visto los maricones más horribles del planeta chupando con unas señoras de polleras, con zambos, con rateros y con poetas y escritores.