El día de hoy, en la sección central de Perú 21, se entrevista al pintor Enrique Polanco con motivo de la inaguración de la muestra La casa de cartón, hoy miercoles, en el Centro Cultural Inca garcilaso de la Vega en el Centro de Lima. En la misma, Polanco se refiera a la formación de su vocación artística y a su amistad con uno de los íconos de la pintura peruana, Víctor Humareda. Los dejo con algunas preguntas:
Usted tiene un estilo muy propio. ¿Cuándo comenzó a definirse?
Siempre he sido un pintor, digamos, expresionista, desde que comencé. Sufría mucho en hacer la academia. La hice un año y, después, nunca más. Eso me costó muchos enfrentamientos. Pero lo superaba y presentaba mi trabajo. Con un grupo de estudiantes de esa época salíamos mucho a la calle, y eso nos costaba más enfrentamientos.
En su obra, la ciudad está presente.
Salíamos y pintábamos en Barrios Altos, en el Rímac. Es cierto que Lima no estaba tan brava. No había pasteleros, por ejemplo. Antes, yo recuerdo que nos podíamos meter trancas con gente de ahí, en cantinas de mala muerte, porque respetaban a los de Bellas Artes. Después ya no era posible.
¿Conoció a Humareda?
Claro, en la escuela, en el 77, creo. Yo lo veía dos veces a la semana, en su hotel. Era todo un ritual. Iba al hotel y, con 15 alumnos, nos íbamos a ver la pinacoteca Merino, en la Municipalidad de Lima. Íbamos todos, con Humareda adelante, con su gabán. Luego, a La Victoria, a su hotel, en La Parada. Y comenzaba a sacar sus cuadros y hablábamos.
¿De qué?
Del pasado. Mis amigos son los muertos, decía: Velásquez, Goya. “El arte de ahora es una mierda”. Nos hicimos amigos, aunque yo era un muchacho. Recuerdo haber acabado con él en La Parada, a las cinco de la tarde, en medio como de 500 triciclos de ropavejeros. Una vez fuimos a un burdel, un edificio inmenso, sórdido, con un olor… a todo. Ahí comencé a dibujar una serie de San Cosme. Me iba hasta arriba, en las noches. Humareda también pintó San Cosme. Hay en mi obra un homenaje a él, expresionista al fin y al cabo.
¿Paraba ebrio?
No. Había dos Humaredas: uno, el que mostraba, bufonesco, y otro que hablaba de lo difícil que era pintar. Él vivió 30 años en un cuarto de dos y medio por uno y medio, donde pintaba y dormía. Era un santo de la pintura.
¿Qué lo llevó a usted, un pintor urbano, a China, donde pasó cuatro años?
A China salí corriendo de Lima, de Barranco, de la malograncia. Me fui lo más lejos posible (ríe). No. Postulé a una beca y salió. Un buen día aparecí en Pekín. Estudié pintura. Pero lo que hice –pinto donde estoy– fue pintar China, de la cual nadie sabía nada en esos años. Fue toda una experiencia.
¿Cuánto tiempo le tomó ubicarse en la escena de arte local?
Mi primera exposición fue en el 83. Vendí como tres cuadros. En la segunda no vendí nada. No trabajo con galerías pero, gracias a Dios, tengo un público que me busca. Es una suerte haber podido vivir de la pintura hasta ahora. Pero yo no soy de esos que hacen decenas de miles de dólares en una sola muestra.