16 April 2007

LA CRÍTICA MIOPE Y UNA RESEÑA MALSANA

CUANDO LAS OJERIZAS SE DISFRAZAN DE CRÍTICAS

Hace algunos años, en el 2001, cuando publiqué mi primera novela, Con el diablo dentro, un amigo poeta me dio un sabio consejo: “Ahora que has publicado tu libro, tienes que salir a la calle con una armadura y con un sable; para poder resistir los cuchillazos de la chusma literaria y para cortar las cabezas de los reseñistas mezquinos”.

Este consejo me permitió mantenerme a flote en el canibalizado mundillo literario limeño. Recuerdo, que a la semana de publicado el libro, aparecieron sendas reseñas en el suplemento El Dominical de El Comercio, en la sección Luces del mismo diario y en la sección cultural del diario La República. En la reseña que apareció en El Dominical se anunciaba un debut literario prometedor y deseaban próximas entregas mías, y el mismo tenor tenía la pequeña reseña aparecida en el diario La República; sin embargo, ese mismo día, en la sección Luces de El Comercio, la “reseñista” de aquella época se despachó con adjetivos y ataques mezquinos hacia mi texto y mi persona. Confieso que en ese momento tenía ganas de desenvainar el sable, a lo Uma Thurman en Kill Bill, y partir en dos, de un solo tajo, a la persona que se había atrevido a referirse con mala leche a mi estrenada obra. Gracias a mi amigo poeta pude contener mis pulsiones tarantinescas y aceptar las cosas de quien venían. Finalmente, el tiempo se encargó de colocar las cosas en su lugar.

¿A qué viene todo este rollo rememorativo que al público lector le debe interesar un bledo? En verdad, el motivo del presente post es una reseña malsana aparecida en un diario de a MEDIO SOL (de a “china”, como dirían los faites) con respecto a la reciente publicación del libro de relatos de Orlando Mazeyra Guillén, Urgente: Necesito un retazo de felicidad, aparecido en Bizarro ediciones, el sello que dirigimos.

En la mencionada ¿crítica?, como nos tiene acostumbrados (aunque confieso que la gente seria y académica no toma muy en cuenta las reseñas que aparecen en este diario) la reseñista desmerece los logros del escritor arequipeño y se desata en una serie de inexactitudes arbitrarias y caprichosas que “aparentemente” podrían alejar al posible lector de la lectura de este primer libro de un narrador novel. Sin embargo, me gustaría realizar algunas observaciones:

1. En una parte de la ¿reseña?, se reclama una “falta de competencia narrativa” por parte del autor arequipeño para sobrellevar la historia y culminarla con éxito. Ante ello, yo me pregunto: ¿Puede una persona reclamar una competencia literaria cuando ni siquiera ella misma la ostenta? Pregunto en voz alta –y esto va para todos los “reseñistas malsanos”- ¿puede una persona realizar una crítica alturada, seria y objetiva sin un marco teórico previo? Y con ello no me refiero a que la reseñista haya realizado estudios de especialización en literatura o que haya tenido estudios de postgrado en la rama que desempeña su oficio; pero al menos, antes de realizar una reseña, hay que darle una revisión a algún tratado de narratología o semiótica, alguna lectura de Gerard Genette, de Roland Barthes, de Tzvetan Todorov, de Fontanille, de Carlos Reis o de cualquier otro manual que le permitan sustentar los argumentos que expone en sus “reseñas”.


2. En segundo termino, si un libro me parece tan malo (como me animo a afirmar caprichosamente en una reseña), ¿por qué perder el tiempo en desacreditar públicamente a un escritor debutante?, ¿o es que acaso me motivan oscuros intereses monitoreados desde un oscuro gabinete ubicado en el limbo literario? El público lector no es tan estúpido como para no asociar esta complicidad baja y mezquina.

3. Finalmente, por la higiene y buena salud de la crítica literaria periodística, ofrezco mi biblioteca personal de los autores elementales del estructuralismo, la narratología y la semiótica literaria que nos permiten analizar, interpretar y criticar un texto literario; pero, ojo, solo en versiones fotocopiadas (los originales no se mueven de mi biblioteca), a aquellos “críticos” cuyas competencias literarias no les permita ir más allá de sus consabidas recetas malsanas, que lejos de orientar y guiar al lector en general solo logran poner en duda la capacidad literaria de los reseñista de aquellos diarios de a medio sol.