30 April 2007

ALONSO CUETO SOBRE WATANABE


LA MIRADA DE WATANABE SEGÚN CUETO

En su columna de hoy, Alonso Cueto rinde homenaje a nuestro desaparecido poeta José Watanabe. En el mismo, Cueto señala que la poesía del autor de El huso de la palabra nos ofreció otra mirada sobre lo cotidiano y lo efímero, una mirada adánica sobre el paisaje campestre y la naturaleza virgen, una mirada que difícilmente hubiera podido adquirir de no haber nacido y vivivo en una campiña norteña como lo fue su Laredo natal. Para aquellos que hemos nacido en el norte del país, sabemos a qué paisajes se refería Watanabe en su poesía: aquellos paisajes amplios, limpios, perfectos y de vista panorámica. El recuerdo de los paseos del poeta con su padre que evoca Cueto son una muestra de ello:

En la presentación de Banderas detrás de la niebla (Peisa), el pasado diciembre, José Watanabe contó que su padre, quien le tenía una especial adoración, a veces lo invitaba a dar un paseo antes del almuerzo. Ambos salían a caminar por los campos cercanos a su casa en Laredo. Lo que me llamaba la atención, explicó José esa noche, era que mi padre no me hablaba durante la caminata. Veíamos los árboles, las flores, el campo, los caminos, pero todo en silencio. Luego comprendí, agregó, que lo hacía por una razón. Lo que quería era que yo viera todo por mí mismo, que yo desarrollara solo mi capacidad de mirar las cosas.

La profundidad, la intensidad, la complejidad de su mirada es una de las razones por las que admiramos tanto los poemas de Watanabe. Sus versos representan visualmente paisajes, escenarios y personajes de la vida natural. En uno de los poemas de Banderas detrás de la niebla, leemos "La alameda de pinos apareció con un lujo/geométrico/entre los desordenados sembríos de algodón". En otro, "la casa solitaria tiene algo de cráneo abandonado al sol". En ambos textos, la mirada acuciosa y a la vez panorámica es la fuente de su energía.

Creo que, en general, la capacidad de mirar y de representar la mirada en las palabras, es una de las claves de la gran poesía. Más allá de sus superficies o de sus apariencias, los objetos y escenarios descritos en un gran poema aparecen en su naturaleza esencial.

Uno de los poemas más conmovedores que conozco es El lenguado (de Cosas del cuerpo) que nos confiesa: "Soy lo gris contra lo gris, mi vida depende de copiar incansablemente el color de la arena". Este mundo de colores y de formas sin embargo estaba integrado a la suave, serena, tensa música de sus versos. Era una música secreta, que avanzaba en frases cortas, y que contribuía a la magia de su poesía, que Carmen Ollé ha descrito acertadamente como un "balance entre la desesperación y la serenidad".

Mientras estoy en el velorio con algunos de sus amigos, recuerdo la última conversación -por teléfono- que tuve con él hace tres semanas. En su charla flotaba el tono parco y afectuoso, medido y emotivo, que hay en su obra y que creo que fue la marca de su vida. Recuerdo paseos juntos tarde en la noche por Miraflores y encuentros fortuitos, siempre agradables para mí, en lugares públicos. El arte de dedicar libros, por cierto, no era la menor de sus cualidades. Nunca había visto dedicatorias tan sobrias y conmovedoras como las suyas.

Un grupo de magníficos músicos junto a su ataúd me recuerda que el folclor fue una de sus grandes aficiones. Micaela Chirif, su gran compañera, sus amigos y conocidos, estamos juntos. Seguiremos así en los grandes versos de estos siete libros. Inscrita en su poesía, su mirada nos va a ayudar a seguir apreciando, admirando, asombrándonos del mundo.