LA MUCHACHITA TRISTE DE LA HISTORIA
Hace muchos años, en una entrevista que me realizaron, me preguntaban qué opinión tenía sobre la narradoras peruanas recientes y, muy suelto de huesos, respondí: "La única narradora peruana que conozco es Carson McCuller". Por supuesto que casi nadie, solo algunos amigos que leen entre líneas, pudo entender la ironía. Han pasado mucho años y puedo asegurar sin temor a equivocarme -salvo contaditas y muy raras excepciones- que sigo pensando lo mismo. Y es que ninguna de las escritoras que he leído posteriormente, sea peruana o extranjera, me ha cautivado tanto como esta escritora norteamericana que llevó una vida entregada a la literatura, el desamor, el alcohol y la soledad. Sin lugar a dudas, aunque lo que diga será algo evidente, La balada del café triste es una de aquellas novelas que una vez terminada de leer uno ya no es el mismo.
El día de ayer, Alonso Cueto, en su columna de Perú 21, recuerda a la solitaria autora de El corazón es un cazador solitario:
En 1953, Reeves le propone a Carson suicidarse juntos en París. Carson huye pero Reeves cumple con su propósito. Víctima de derrames cerebrales y de parálisis de cuerpo desde los 31 años, Carson nunca dejó de lado una cierta vivencia religiosa.
En su biografía, John Huston cuenta que cuando fue a visitarla en su lecho de enferma (no podía caminar y solo movía los brazos), le preguntó qué significaba ser escritora. "Escribir es una búsqueda de Dios", le contestó ella. En ese instante, el crucifijo que colgaba de la pared se desprendió y se quedó balanceando hacia un costado, lo que hizo que ambos estallaran en carcajadas.
Como ocurre con frecuencia en los escritores, su vida se parecía a la de sus personajes. Si hay algo en común en el sordomudo Singer o en el jorobado Lymon o en la amazónica giganta Miss Amelia, es su soledad radical.
Todos tienen una característica que resulta en alguna forma del rechazo social, lo que aumenta su deseo de amar y de ser amados.
El amor de Lymon por Macy en La balada del café triste, quizá su mejor libro, nos recuerda una de sus frases: "La persona más mediocre puede ser el objeto de un amor salvaje, extravagante y bello como los lirios venenosos en el pantano".