18 June 2007

SALINGER Y LA GUARDIANA EN EL CENTENO


UNA NOTA SOBRE LA "MUSA ADOLESCENTE DE J. D. SALINGER

Mi amigo Ricardo Torres me envía por correo electrónico una nota cultural aparecida en la prensa chilena que revela algunos aspectos ocultos de unos de los escritores norteamericanos más escurridizos del ambiente literario, J.D. Salinger. Disfruten la nota tanto como yo:


JOYCE MAYNARD, LA “LOLITA” DE J. D. SALINGER, HABLA CON LCD

La Salingirl

A los 18 años fue portada de “The New York Times Magazine” y recibió una carta del autor de “El cazador oculto”. De las felicitaciones pasaron al teléfono y de ahí a la cama. Compartieron un año antes de ser expulsada como perra. Aquí la historia de la testigo privilegiada de uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX.

Por: Juan Carlos Ramírez F.

PROHIBIDO EL PASO. El letrero brilla con el sol invernal de Cornish, New Hampshire, a escasos kilómetros de Canadá. Jerome David Salinger (Nueva York, 1919) lo instaló, consciente de la veneración que despertaba, sobre todo “El cazador oculto”, novela de culto que anticipa la contracultura juvenil estadounidense gracias al hipersensible/cínico protagonista, Holden Caulfield. Sus únicas cinco obras aparecieron entre 1951 y 1963. Luego se construyó una casa, instaló el aviso y no le abrió la puerta a nadie. O a casi nadie.

Es 1997 y Joyce Maynard, quien manejó desde California, se felicita por ubicarse y reconocer el cartelito. Ya está cansada de tipos como Ian Hamilton –quien redactando la biografía “En busca de J. D. Salinger” la telefoneaba para conocer “la experiencia de haber sido pareja del mito”– y enferma de girar en torno a la última conversación que había tenido con Salinger en la playa de Daytona en 1972.

“Se acabó”, había dicho el escritor, sin despegar la vista del Atlántico. “No quiero tener hijos contigo. Regresa a casa, saca tus cosas antes que regrese. ¿Y sabes? Me arrepiento de haberme fijado en ti: ni siquiera sabes escribir”. Ahora, la mujer dibuja una carita triste en el vidrio empañado del carro, se baja del vehículo y contempla el cielo que se nubla. Camina por la pendiente. Reconoce la misma casa donde hace 20 años había armado, llorando, su bolso con libros y ropa. Golpea la puerta.

“¿No recibiste mi mail? ¡Rayos. Gmail no acepta mi español y bloquea mis textos!”, dispara Joyce Maynard. La misma que recorrió Estados Unidos para ajustar cuentas con J. D. Salinger y escribió un libro sobre la experiencia, destapando un romance secreto entre el enigmático escritor y ella, una adolescente despierta de los ’70.

Habla con la misma gracia del “An 18-year-old looks back on life”, la célebre nota de tapa del “New York Times Magazine” aparecida el domingo 23 de abril de 1972. Un texto de una adolescente en problemas que fue dinamita pura.

“Heredamos las drogas de los universitarios y la convertimos en moneda corriente en los colegios”, dice. “Tuvimos a Los Beatles, pero no a aquellos chicos encantadores, tan parecidos entre sí, con sus trajes iguales y esos cortes de pelo, que cantaban canciones que te hacían llorar. Nos llegaron como un mal chiste, envejecidos, barbudos, discordantes. Y heredamos Vietnam”.

AMOR SÓRDIDO

En la foto-portada de la publicación, ella mira directo al lente, sabiendo que el lunes sus compañeros de Yale –politizados e intelectuales– la odiarían más. Pero nunca sospechó que dentro de los cientos de estadounidenses que le escribirían, entre excitados e intrigados por esta chica judía de furiosa chasquilla, habría un sobre firmado por Salinger.

El escrito dice que le encanta como escribe, que se nota que es una nena inteligente y que le desea lo mejor, que se cuide de las alabanzas y los editores neoyorquinos (“esos chupasangre”). Maynard jamás había leído “El cazador oculto”. Con 18 años y tras un progresivo y ardiente intercambio epistolar –que mutó en llamadas telefónicas, donde él le decía que lo llamara simplemente “Jerry”–, decidieron conocerse. Después de todo eran vecinos, “paisanos” y “almas gemelas”. Al menos eso le decía Jerome David Salinger, de 52 años, y ella no aguantó más: se fueron a vivir juntos.

Y ahí estaba ella esa primera noche, desnuda y acostada con el escritor. Antes le había sorprendido su “invernadero” (Salinger sólo come alimentos naturales), su microcine (Salinger sólo ve películas en blanco y negro) y, sobre todo, un gigantesco cuarto repleto de papeles con su jugosa obra inédita (Salinger sigue escribiendo, y mucho). “Me sentí como si fuera mi salvador”, escribió después. Sin embargo, esa noche no hubo sexo. Simplemente no podía. A él no le importó, la abrazó, le dijo lo mucho que le gustaba su pelo y se quedó dormida mientras le hablaba.

”Me enamoré de la voz de Salinger, primero en sus cartas; fueron sus palabras las que crearon el vínculo y me obsesionaron durante años y años, desde que se fue de mi vida”, explica.

Así, Joyce fue testigo privilegiada de uno de los escritores más enigmáticos del siglo XX. Lo vio con sus hijos del anterior matrimonio (una chica de su edad y un quinceañero con quien Salinger veía partidos de fútbol y lo dejaba comer en McDonald’s), sus obsesiones con la homeopatía, sus pelambres (Joyce dice que cuando cortaba amablemente el teléfono, siempre hablaba mal de quien lo llamaba), su progresivo mal humor y sus críticas.

Salinger no la dejaba salir, ni irse de fiesta, ni que la llamaran por teléfono. Le decía que la gente en esencia es estúpida. En su casa no se escucha rock y siempre le decía: “Tú escribes bien, pero lo haces para que la gente te quiera”. Joyce ya tenía 19 y escribía, en la mismísima casa de Salinger, su autobiografía, una versión extendida del artículo del “NY Times”. Aún no podía llegar al orgasmo.

ESO NO SE LE HACE A SALINGER

Joyce no es fácil de ubicar. Es periodista y viaja demasiado. A veces responde desde Guatemala. Otras está indispuesta. “No me siento muy bien hoy. Pero no olvides mandarme la versión en español de mi libro, así mejoro mi pronunciación”. Aunque reconoce lo vital que fue Jerry en su vida, está aburrida de abrir un capítulo que cerró esa nublada tarde de 1997. Por eso dice que lo mejor es regresar a su libro, aunque no sabía que estaba traducido acá como “Mi verdad” (Cirse, 2000).

Las críticas fueron de este tipo, como la aparecida en “Página/12”: “La historia que cuenta Maynard es tramposa. Propone una autobiografía, pero desemboca en chismerío: una rabieta de american way of life con chica bonita, inteligente y sufrida y final feliz. (...) Podría conjeturarse que en esos meses escasos que pasó junto a Salinger, Maynard debió absorber algunos secretos del arte de narrar. Pero no: la marca del genio, está comprobado, no se transmite por vía sexual”.

Pero Joyce sabe que, después de todo, fue Salinger quien la contactó, sedujo y abandonó. Mientras él –y esto les duele a sus fans, también seducidos– emerge como un gigante egoísta y cascarrabias, enloquecido por la medicina natural, que desprecia a sus propios lectores y que prohíbe reproducir sus cartas alegando derechos de autor; Joyce le hace una finta a la victimización y trata de hacer algo con lo que quedó de su vida. Hoy, Salinger sigue retirado, con una obra rotunda que cumple medio siglo y viviendo en la admiración de gente como Wes Anderson, los Belle and Sebastian o Rodrigo Fresán. Joyce ya no escribe para que la quieran, armó una familia y aprendió a reírse. Y se sacó la chasquilla.

HONESTIDAD BRUTAL

“Mi mayor defensa es manifestarme al máximo. Las cosas que más me asustan son las que la gente calla. Si digo lo que hago, nadie tendrá que descubrirlo. Si mi forma de vida no me avergüenza, ¿por qué no puedo hablar de ella?”, confiesa Joyce. Por eso su vida en los ’70, después de Salinger, está documentada en cartas y reportajes: su enfermedad vaginal que le impedía tener hijos (y que él trató de curar con homeopatía, aprovechando el fracaso para abandonarla en Florida), de una noche mientras reporteaba la escena country de Nashville en que fue obligada a tener sexo oral con un vaquero violento, de su aborto, de su anorexia, su madre judía, su adorable padre alcohólico, sus hijos, su divorcio y, más que nada, el peso de haber sido un referente de los adolescentes de principios de los ’70.

“Al final, yo me sentía la voz de mi generación y escribía sobre sexo o política sin tener idea. Esa biografía que escribí a los 19 está repleta de inexactitudes”.

En los ’80 continúa escribiendo. Entrevista a Michael Jackson en pleno éxito de “Thriller”, se muda a la soleada California y conoce mucha gente nueva. Le sorprende mucho un vecino que, a pesar de haber sido dejado por su encantadora esposa, la sigue esperando. Ella no dejó rastros, sólo que le hablaba mucho de un amigo nuevo que tenía. Y de repente desapareció. Cuando en 1997 Joyce se decidió a ver a su ex amante, ya era una autora reconocida: sus novelas “Baby love” o la última, “The cloud chambers”, escapan del concepto best seller, trabajó con Gus van Sant escribiendo el guión de “To die for” (Todo por un sueño) y sus compilaciones de columnas como “Domestic affair” fueron un éxito. Pero de alguna manera seguía viviendo en esa tarde de Miami, cuando fue abandonada.

UN DÍA PERFECTO

La tipa que abre la puerta era la encantadora ex esposa de su vecino. Joyce no lo puede creer, pero tampoco le sorprende demasiado.

Finalmente aparece Salinger, más viejo.

–¿Qué haces acá? ¿Por qué no me escribiste una carta?
–Te he escrito muchas, Jerry, pero jamás has contestado.
–¿Qué quieres?
–Necesito saber qué sentido tuve en tu vida. Por qué me mandaste esa primera carta. Para qué me llevaste a esta casa.

El mítico escritor enfurece. La acusa de chismosa, de rentar con su leyenda, de estar escribiendo algo.
–Sí, J. D. Salinger. Soy escritora.

Luego, el viejo le repite que es una aprovechadora, que escribe horrible y que su problema es que ama la vida (!). Joyce le dice adiós. Lo deja hablando solo. Mira el letrero. Por primera vez no respetó una orden de Salinger y se siente bien.