El día de hoy, en su columna de Perú 21, Alonso Cueto escribe sobre la última novela de la escritora noruega Amélie Nothomb, Acido sulfúrico. El artículo es sumamente interesante dado que Cueto analiza la obra de este escritora bajo la imagen del mundo contemporáneo: una socieded del espectáculo donde todo puede ser sesceptible de ser vendido, comprado y expuesto en los medios; como en los reality shows, donde el espectador goza, sufre y se divierte observando los comportamientos de sus congéneres, que bien podrían ser sus propios comportamientos. Dice el artículo:
Ácido sulfúrico (Anagrama), la nueva novela de la escritora belga Amélie Nothomb (Japón, 1967) es una de las parábolas más perversas que conozco sobre la vida moderna. En una gran ciudad moderna, un sistema organizado por grandes productores televisivos caza a personas para internarlas en campos de concentración. Allí deben renunciar a su identidad para someterse a las reglas de la prisión. Estas incluyen todo tipo de torturas y vejaciones, hambruna y trabajos forzados. Su objetivo es transmitir, a través de un circuito de cámaras, en vivo y en directo, todas las atrocidades que ocurren en el interior del campo de concentración. El reality show es el programa de televisión más visto, y reporta inmensas ganancias a los anunciadores. Los organizadores del programa conocen bien la fórmula. Si las torturas y las humillaciones son más violentas, el programa ganará en sintonía y sus ingresos serán mayores. Cuando una de las prisioneras busca mantener su nombre, se inicia la rebelión dentro del campo. Su nombre, su identidad, su individualidad es el único tesoro que les queda a los que han sido iluminados por las cámaras.
La novela juega con la antigua y comprobada idea del placer natural que sienten los espectadores frente al sufrimiento ajeno (la historia universal abunda en ejemplos). En el relato, la tecnología sirve a este fin, en una sociedad que ha sincerado su pasión por el sufrimiento ajeno. Jorge Edwards, en una brillante columna (El Mercurio, Chile), ha comparado la parábola de Nothomb con un mundo en el que tiene éxito una película como Los Infiltrados, de Scorsese. Según Edwards, las muertes de la cinta son tan indiscriminadas que su popularidad se debe a que presenta escenas de violencia en su estado puro, desligadas casi de cualquier argumento.
Hay otro ejemplo reciente. La pesadillesca Hotel imaginaba un servicio a clientes que podían torturar a sus víctimas a cambio de dinero. Este apogeo de la violencia al que no son ajenos algunos programas de televisión locales, no es una señal de los tiempos sino de la antigua historia. Para Nothomb, la sociedad entera es un campo de concentración en el que nadie recuerda su identidad. En el intercambio de diatribas, insultos y acusaciones en el que se ha convertido nuestro medio, las cámaras siempre están encendidas para la sangre. Hace falta reconocerlo.