17 June 2007

LOS PERSONAJES VICTORIOSOS EN JULIO RAMÓN RIBEYRO


UN BREVE ENSAYO SOBRE LA OBRA DE RIBEYRO

A pedido de algunos lectores, que me reclaman artículos integramente literarios, posteo un breve ensayo sobre la narrativa de Julio Ramón Ribeyro, que intenta apreciar la cuentística de nuestro autor desde un nuevo ángulo y perspectiva. Cabe señalar que este breve ensayo fue presentado en el I Coloquio Internacional "Julio Ramón Ribeyro", organizado por la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos.

LOS PERSONAJES VICTORIOSO EN LA NARRATIVA DE JULIO RAMÓN RIBEYRO

POR: MAX PALACIOS

1. EL FRACASO EN LA NARRATIVA RIBEYRIANA:


Dentro de la narrativa ribeyriana podemos observar la presencia constante de personajes marginales y de clase media baja: seres frustrados condenados al más absoluto fracaso, individuos anónimos excluidos del festín de la vida social; los famosos “mudos”, los olvidados, los excluidos, los privados de la posibilidad de expresarse, condenados a una existencia sin sintonía y sin voz, como producto de una sociedad excluyente y discriminadora. Sin embargo, a pesar de lo afirmado, podemos rastrear la presencia de personajes victoriosos, seres que dentro de su mezquina existencia logran cierto éxito, en lo que podría ser su pequeña expectativa de superación social. La presente ponencia pretende evidenciar la construcción de este tipo de personajes y cómo funcionan dentro de la narrativa del autor de Prosas apátridas.

Antes de iniciar con el tema planteado quisiera reflexionar sobre el concepto del fracaso que maneja Ribeyro en su obra. A nuestro parecer, nuestro cuentista comparte el mismo concepto de fracaso que Cesare Pavese. Anota el escritor italiano en su diario: “El verdadero fracasado no es el que fracasa en las grandes cosas, quién no ha fracasado en ellas. El verdadero fracasado es el que fracasa en las pequeñas cosas: no tener una amigo, una mujer, una forma de ganarse la vida; ese el verdadero fracasado” (1).

Lo afirmado anteriormente es válido para la mayoría de los personajes ribeyrianos. Estos seres no fracasan en los grandes proyectos sino en las pequeñas cosas de la vida, son personajes totalmente excluidos de cualquier disfrute personal o social, seres condenados a una existencia gris y mezquina. Ejemplo de ello son personajes como Arístides de Una aventura nocturna, Matías de El profesor suplente, o Perico de Los merengues.

Esta ontología del fracaso que Ribeyro impregnó en sus personajes forma parte también de su experiencia vital. Nuestro autor era muy conciente del mismo, e incluso alcanza un grado sumo de lucidez al momento de analizar su vida personal; así, anota en su diario:

“La sensación del fracaso en la que permanentemente me encuentro reside en haber querido establecer un compromiso entre los “placeres de la inteligencia” y los “placeres de la vida”. He querido llevar una existencia intelectual, pero sin renunciar a las perspectivas de una vida holgada, cuando teniendo en cuenta mi escasa capacidad de acción, la obtención de uno de estos objetivos apareja el sacrificio del otro. De este modo, careciendo de fortuna y no poseyendo un gran talento, estoy condenado a ser un mediocre vividor y un escritor mediocre”. (2)

Por otro lado, el concepto de fracaso en Ribeyro no solo se da a nivel personal o de sus personajes sino que lo plantea como una característica fundamental de nuestro país, un elemento constitutivo de nuestra identidad nacional. En una carta que le envía a su hermano Juan Antonio, fechada el 24 de mayo de 1978, Ribeyro señala que somos un país condenado al fracaso en todos los aspectos de nuestra vida, incluso a nivel deportivo:

“Somos un pueblo no solo pobre y jodido y maltratado, sino privado hasta de esos júbilos inmateriales que son los júbilos deportivos: Ni pan ni circo (Circo sí, pero en el cual nos comen los leones o el gladiador rival nos despedaza). No creo que las victorias deportivas aplaquen el hambre de un pueblo, pero les proporciona una satisfacción cualitativa, interior, que forma parte de los bienes de la vida”.

De esta manera, el fracaso vendría a ser en Ribeyro un elemento que no solo define los personajes, la vida y la obra del autor, sino también parte constitutiva de nuestra identidad colectiva. Una tara social que arrastramos desde los inicios de nuestra historia y que llevamos inoculada en la sangre desde que venimos al mundo.

Pero esta ponencia no pretende analizar el fracaso en los personajes de Ribeyro, sino la parte contraria, el revés de la moneda, el lado B del long-play. Lo que pretendemos analizar en esta intervención es la construcción de los personajes victoriosos en la narrativa del autor de La palabra del mudo, y haciendo una revisión exhaustiva de toda la narrativa ribeyriana hemos encontrado algunos personajes con esta característica. Parafraseando a César Vallejo podríamos decir de los personajes victoriosos de Ribeyro “son pocos, pero son”. Estos personajes brillan por su presencia, destacan como pequeños lunares dentro del paraje yermo y desalentador de sus personajes fracasados.

2. LOS PERSONAJES VICTORIOSOS EN LA NARRATIVA DE RIBEYRO:

Uno de los personajes victoriosos que hemos podido constatar lo encontramos en el protagonista del relato La insignia. Como podrán recordar, este cuento nos relata la historia de un hombre que al encontrar por casualidad una insignia de una secta secreta su vida toma un giro diferente: a partir de ese momento deja a un lado la existencia pobre y rutinaria que venía llevando y poco a poco empieza a escalar socialmente, a ser reconocido en la sociedad y a participar activamente en la vida social de su comunidad. Le es restituido el hábito de expresarse, de levantar su voz, dicho en el lenguaje de Ribeyro: el mudo empieza a hablar.

Sin embargo, tenemos que hacer algunos matices. Si bien es cierto que el personaje de La insignia logra cierto éxito social, éste no se logra como producto de su esfuerzo y dedicación, sino como producto de una cuestión azarosa, como resultado de la suerte, lo cual nos hace pensar lo siguiente: ¿Es el éxito para Ribeyro el producto de una serie de acontecimientos librados al azar, en donde no intervienen factores como el sacrificio personal, el esfuerzo académico o los méritos profesionales? En una de sus Prosas apátridas, nuestro escritor afirma, con respecto al éxito literario, lo siguiente:

“La existencia de un gran escritor es un milagro, el resultado de tantas convergencias fortuitas como las que concurren a la eclosión de una de esas bellezas universales que hacen soñar a toda una generación. Por cada gran escritor, ¡cuántas malas copias tiene que ensayar la naturaleza! ¡Cuántos Joyces, Kafkas, Célines flous, velados o sobrexpuestos habrán existido! Unos murieron jóvenes, otros cambiaron de oficio, otros se dedicaron a la bebida, otros se volvieron locos, otros carecieron de uno o de dos de los requisitos que los grandes artistas reúnen para elevarse sobre el nivel de la subliteratura: falta de formación, enfermedades, pereza, carencia de estímulos, impaciencia, angustias económicas, ausencia de ambición o de tenacidad o simplemente de suerte, son como el billete de lotería prometedor al cual solo le falta número terminal para obtener el premio en la rifa de la gloria. Y algunos han probablemente reunido todas esas cualidades, pero faltó la circunstancia azarosa, la aparentemente insignificante (la lectura de un libro, la relación con tal amigo) capaz de servir de reactivo al compuesto químicamente perfecto y darle su verdadera coloración” (3).

Otro personaje que podríamos calificar de victorioso es Felipe, uno de los protagonistas de La crónica de San Gabriel. En la novela, este personaje es tío de Lucho, el muchacho que viaja a provincia a conocer a su familia en la sierra norte del Perú. Felipe representa al libertino, al hombre de mundo, amante de la bebida y las mujeres, quien intenta aleccionar a su sobrino con respecto a las artes amatorias, llegando incluso a adoptar un discurso machista:

“-Un consejo –murmuró-. No creas nunca en la honestidad de las mujeres. ¿Sabes que no hay mujer honrada sino mal seducida? Todas, óyelo bien, todas son el fondo igualmente corrompidas” (4).

A lo largo de toda la novela, Felipe, conciente de que su sobrino se encuentra en una etapa de transición entre la adolescencia y la adultez, intenta orientar a Luis en lo que vendría a ser uno de los períodos más difíciles de un muchacho que empieza a enfrentarse a la vida. Para ello, Felipe en determinados momentos se acerca a Luis con verdadero interés para aconsejarlo con respecto a su educación sentimental, y en otros casos recurre a la ironía y el humor para entregarle a su sobrino una lección de vida. Al final de la novela, cumpliendo con su rol de mujeriego, Felipe huye de la hacienda de San Gabriel junto con la tía Ema, esposa de su hermano Leonardo.

Finalmente, un personaje victorioso, dentro de Los geniecillos dominicales, lo constituye Genaro, el cuñado de Ludo Tótem. Ribeyro nos presenta a este personaje con las siguientes características:

“Genaro era en esa ciudad del altiplano no solo el teniente de una compañía, sino el presidente del club de ajedrez, el arbrito oficial de los partidos de fútbol, el guitarrista de las fiestas, el torero de las ferias, el conferencista sobre temas patrióticos, el entrenador del equipo de básquet, el patrocinador de un club de “Amantes de la música selecta”, el redactor de la “Crónica social” del periódico local y finalmente el hombre más popular de la ciudad” (5)



Este personaje llega a casa de los Tótem a proponer un negocio familiar: vender los departamentos que han quedado como herencia del padre muerto y con el dinero adquirir una flota de camiones para de esta manera iniciar un negocio de transporte de carga. El proyecto no es bien visto por Ludo Tótem y su hermano, pero Genaro goza de la suficiente capacidad de persuasión para convencer a la madre y a la hermana. Finalmente, este personaje, con el optimismo que lo caracteriza, logra iniciar el negocio, y, durante buen tiempo logra obtener buenos dividendos que comparte con la familia. Dentro de la misma novela encontramos más personajes victoriosos como Pirulo, Carmelo y Carlos Ravel, amigo, tío y condiscípulo de Ludo Tótem, respectivamente.

Como podemos apreciar, dentro de la narrativa ribeyriana también podemos constatar la presencia de personajes victoriosos, y no solo la construcción de personajes frustrados y fracasados. La presente ponencia pretende ser un punto de partida para analizar la obra de Ribeyro desde una nueva perspectiva y abrir nuevos horizontes dentro del estudio de la obra ribeyriana, la cual se perfila como una de las bases para la narrativa del presente siglo y como un clásico dentro de la literatura peruana que ha pesar del tiempo transcurrido no ha perdido su frescura y espontaneidad. En una presentación de una nueva edición de La palabra del mudo Ribeyro se planteaba la posibilidad de ser leído por las futuras generaciones y vacilaba: “Si escribir, como pienso, es una forma de conversar con el lector, en especial con el lector virtual de la mañana, ignoro si mañana encontraré interlocutores a quienes mis cuentos les digan algo y quieran dialogar conmigo, gracias al mecanismo - en tantos aspectos misteriosos- de la lectura”.

A diez años de su desaparición y dentro del marco de este coloquio internacional sobre su vida y obra podemos afirmar que Julio Ramón Ribeyro logró lo que siempre había buscado a través de la palabra escrita: los lectores del mañana, aquellos a quienes sus cuentos digan algo y quieran dialogar con él. Su obra, la de un escritor discreto, solitario, parco, que creía en las virtudes del silencio, ha conseguido no solo trascender las fronteras nacionales sino que además ha logrado consolidarse a lo largo del tiempo y permanecer como un legado para las generaciones virtuales del presente milenio.



NOTAS:

(1) Pavese, Cesare. El oficio de vivir. Editorial Bruguera. Madrid, 1984. Pag. 23.

(2) Ribeyro, Julio Ramón. La tentación del fracaso. Tomo I. Jaime Campodónico Editores. Lima, 1993. Pag. 18.

(3) Ribeyro, Julio Ramón. Prosas apátridas. Tusquets Editores. Madrid, 1975. Págs. 46-47.

(4) Ribeyro, Julio Ramón. La crónica de San Gabriel. Editorial Peisa. Lima, 2001. Pag. 9.

(5) Ribeyro, Julio Ramón. Los geniecillos dominicales. Editorial Peisa. Lima, 2001. Pag. 148.