HOMENAJE EN "EL DOMINICAL"
Como todo saben, el día de ayer, en el suplemento El Dominical del diario El Comercio, se publicó un homenaje a la más grande voz poética de las letras peruanas: Blanca Varela. Finalmente, el tiempo ha permitido colocar en su verdadera dimensión a una de las voces femeninas más destacadas de las últimas décadas, al margen de "feminismos trasnochados" o "culturalismos forzados", para pasar a analizar la obra de esta poeta en su verdadera dimensión: la de una voz poética, singular, original y personalísima.
De todos los ensayos, me quedo con el de Peter Elmore, cuya lucidez y profundidad abren una brecha muy grande con respecto de los demás artículos. Otro texto de interés es el extracto del prólogo escrito por Rocío Silva Santisteban y Mariela Dreyfus para Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesía de Blanca Varela, de próxima aparición en el Fondo Editorial del Congreso.
En lo que sí quiero hacer algunos reparos es en la afirmación que hace Peter Elmores sobre el yo póetico de Ese puerto existe, cuando señala que en ese libro Varela asume un yo poético masculino. En realidad, el yo poético que que se puede pareciar en el primer libro de la autores es un yo poétivo "neutro", ni masculino ni femenino. Todo ello ha sido materia de un ensayo que pronto daré a conocer a los lectores.
Los dejo con algunos pasajes del ensayo de Elmore:
DOBLES Y PARES
El motivo de la dualidad recorre e inquieta toda la obra de Blanca Varela. "Cuál es la luz/ cuál la sombra", pregunta con lacónica ironía el yo en "Reja", de Canto Villano (1972-1978). Una reflexión afín se halla en un pasaje de El libro de barro (1993-1994): "Digo isla y pienso en mar. Digo mar y pienso en isla ¿Son lo mismo?" Un pacto vincula a los elementos y los torna indesligables: en los dominios de la imaginación, la ley de la contigüidad es la que rige. El imán de la cercanía hace que los términos no sólo se necesiten recíprocamente, sino que los roles sean -en cierto modo-intercambiables. En los lazos de parentesco, esa mudanza de posiciones cobra un sentido más desgarrado, más urgente. Así, la hija que apostrofa a la madre, sin rodeos ni falso pudor, en el extraordinario poema inicial de Valses y otras falsas confesiones (1964-1971) es también la madre que, con amarga ternura, se dirije a su hijo en "Casa de cuervos", de Ejercicios materiales (1978-1993). La otra cara de la moneda de la identidad es el asombro que despierta el propio cuerpo: "Extrañeza de la propia mano, la que toco. La ajena mía. Eso existe. Zona inexplorada de la carne íntima. Otra tierra en la tierra. Eso en la soledad del cuerpo tendido en la noche", se lee en El libro de barro. La de Blanca Varela es, así, una poesía del re-conocimiento: no se orienta hacia un trasmundo metafísico o utópico, sino que redescubre esa otra "tierra en la tierra" en la cual se respira, se siente, se piensa y se sueña. Como otro gran poeta de la generación del 50, Jorge Eduardo Eielson, o como César Vallejo en Trilce, Varela escribe de (y desde) la descarnada conciencia de un misterio: el de la existencia física, carnal. "Soy un simio, nada más que eso y trepo por esta gigantesca flor roja", declara la voz poética en "Primer baile", de Ese puerto existe. El ánima es una criatura del animal. Se comprende entonces que Ejercicios materiales evoque en su título, con acusado contraste, los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola, de un modo análogo a aquél en que Noche oscura del cuerpo, de Eielson, remite a la poesía mística de San Juan de la Cruz. Radical y visceral, la experiencia de hallarse en el mundo es la que alimenta a la imaginación verbal: "Hay una rueda, hay algo que nos obliga a brincar, a buscar un sitio, a perderlo, a llamar "mi casa" al cubil y "mis hijos" a los piojos. Santa palabra", se lee en la sexta estancia de "Primer baile", de Ese puerto existe. El cuerpo que habita y es habitado se revela aquí femenino, aunque en esa etapa temprana de la poesía de Varela el yo sea gramaticalmente masculino. Décadas más tarde, en "Casa de cuervos", hogar y maternidad se estrechan en la metáfora que apela al hijo y expresa el desamparo de la separación: "Así este amor/ uno sólo y el mismo con tantos nombres que a ninguno responde/ y tú mirándome/como si no me conocieras/ marchándote/ como se va la luz del mundo/ sin promesas/ y otra vez este prado/ este prado de negro fuego abandonado/ otra vez esta casa vacía que es mi cuerpo/ adonde no has de volver".
EL SILENCIO EXPRESIVO
Ni cívica ni sentimental, la poesía de Blanca Varela desdeña la grandilocuencia: su estilo no es caudaloso. El emblema que ilustra a esta poética no es el río, sino la fuente. En el cauce del verso o del poema en prosa, así como cuando se condensa en el aforismo o se despliega en la interpelación, el lenguaje de Blanca Varela se distingue por la rica nitidez de su textura. "Vuelvo otra vez. Pregunto./Tal vez ese silencio dice algo,/ es una inmensa letra que nos nombra y contiene/ en su aire profundo", se lee en un poema de Luz de vida (1960-1963). La conjetura de la voz lírica señala una forma de entender el ejercicio y el sentido de la poesía. En efecto, la poeta no busca la proliferación y el exceso, sino la concentración y el despojamiento. Así, saber decir es aprender a no decir de más: "Nada suena mejor que el silencio/ nuestro desvelo es nuestro bosque", afirman dos versos del poema que da título a El falso teclado (2000), el último de sus ocho poemarios. Libre de hojarasca, la poesía de Blanca Varela canta y se decanta. En ella, la inteligencia de la pasión y la pasión de la inteligencia tiemplan la materia de un lenguaje que vibra y exalta, interroga y conmueve. Desde Este puerto existe hasta El falso teclado, la travesía de Blanca Varela es, sin duda, una de las más fascinantes en la lírica contemporánea de América Latina.