27 August 2007

CROMOSOMA Z: UN CORTOMETRAJE Y UN CUENTO DE JENNIFER THORNDIKE




PORCELANA

Me distraes. Estoy afeitándome las piernas y me he cortado las rodillas con la máquina. Me distraes, sí, me distraes. Solo puedo mirarte a través de la puerta del baño que he dejado entreabierta a propósito. Tú también me observas. Tus ojos parecen inertes, fijos en mi desnudez. Tu cuerpo completamente inmóvil. Pareces disfrutarlo. Estás sentada en el sillón de siempre. Tus piernas no llegan al suelo, me da risa. Es que siempre fuiste pequeña, mucho más que yo. Pero eso nunca importó. ¿Qué importaban nuestras diferencias si desde que nos conocimos, no pudimos dejar de observarnos? ¿Lo recuerdas? Yo tartamudeé un "eres hermosa", tú sostuviste la mirada. Parecías haber caído bajo un encantamiento o sentiste el chispazo. Sí, ese chispazo que nos dejó solas, que hizo que ignoraras a todos los demás y te concentraras en mí. Me seguiste, me buscaste. Entonces no pude dejarte. Te di un beso en la mejilla y decidí que serías mía. ¡Ay, serías mía! ¡Ay! Me he vuelto a cortar. Una gota de sangre se desliza por mi pierna hasta manchar la toalla. ¿La viste? Claro, tú siempre atenta, observadora, no has cambiado nada desde que te traje. Recuerdo ese día también. Te tomé entre mis brazos, olí tu cabello, te llené de regalos. ¡Fui tan predecible! Tú abriste los ojos completamente y su vacío se llenó de esa ternura que solo yo puedo ver. Sí, pequeña, para los demás siempre fuiste demasiado fría, demasiado silenciosa. Para los demás estabas muerta. Pero para mí siempre fuiste distinta, sobre todo cuando metía mis manos dentro de las blondas de tu vestido porque las tenía frías, más frías que la piel de tu pecho o los pliegues de tu entrepierna que tanto me gustaban. Y tú sonriente, siempre sonriente, me dejabas explorarte. Nunca borraste esa sonrisa de tus labios, pequeña, por más extrañas que parecieran mis caricias o más estúpidas sonaran mis excusas para poder tocarte.

Ahora me miras con esa misma sonrisa imborrable y esos ojos que parecen cristales en donde todo se refleja: nosotras, nuestra realidad, nuestros encuentros y también, nuestra despedida. Sonríes, parece que no eres consciente de lo que va a suceder cuando termine de vestirme y escuche su voz recordándome que debes partir. Argumenta, la muy ilusa, que soy demasiado grande para que continúes a mi lado. No la entiendo, tú siempre fuiste mucho más pequeña que yo, pero eso nunca fue un problema. Todo es cuestión de acomodarse, de sentirse, de quererse sin que nadie se dé cuenta, pensé y siempre fue así. Ahora me observas sin hablar y yo sigo cortándome las rodillas porque me distraes.

Pequeña, pequeña. ¿Sabes? Me conquistaste cuando, sentada al filo de mi cama con las piernas ligeramente abiertas, dijiste en voz alta "quieres jugar conmigo" y yo, sin saber qué responder, te besé en esos labios tan rosados que tienes. Tú, aún mirándome, susurraste después de varios "mmms" que no pensabas cerrar los ojos como yo porque te hacía gracia ver la cara de idiota que ponía cuando jugaba a besarte. Ay, para ti besar siempre fue un juego, pequeña, como poner la mesa para tomar el té, como maquillarnos con los cosméticos de mi mamá, como desnudarte y dejarte acariciar mientras te cambiaba el vestido para salir a pasear o como cuando me decías casi gritando "eres linda, no dejes de jugar conmigo" cada vez que te apretaba la barriga para hacerte cosquillas. Y siempre sonreías, pequeña, porque nunca has podido borrar esa sonrisa que ahora mantienes como si no supieras lo que va a ocurrir.

Espera, no te muevas. Me pongo la bata, me acercó a ti con las rodillas cortadas por la máquina de afeitar. Me siento a tu lado, te acomodo el cabello que se te ha despeinado un poco, te ajusto la cinta. Siempre te he cuidado, siempre me he preocupado por ti. Ella, la que dice que soy muy grande para ti, no comprende que nadie va a cuidarte como yo te cuido. Nadie sabe cómo cepillar esos rizos para que no se deshagan, nadie sabe que te gusta hasta que planchen tu calzón bombacho, nadie sabe que prefieres las cintas de terciopelo a las de seda. Seguro te tratarán mal, no consentirán tus caprichos. Tú guardas silencio, estás fría al tacto como siempre. Sonríes, me he acostumbrado a tu sonrisa, pero hoy me duele. Me abro un poco la bata, lo notas. Tu manito se cuela entre mis piernas. Te veo, tienes los ojos completamente abiertos para ver mi cara de idiota cuando llegue al orgasmo. Acaricias con delicadeza, suspiro. Acercas tus labios, gimo. Gracias por todos los orgasmos, pequeña hermosa, gracias y perdóname porque nunca fui tan buena como tú, porque a pesar de conocer cada milímetro de tu cuerpo, nunca fui capaz de hacerte decir más que ese "eres linda, no dejes de jugar conmigo" mientras lo acariciaba. Sonríes, me miras nuevamente. Me acerco a tu boca, te beso. Huele a mí, pequeña, huele a mí desde el día que nos descubrimos en la cama desnudas, solas y completamente libres. ¡Ay, cuando tu sonrisa no me dolía tanto como ahora! Continúas, aceleras y yo termino una vez más. Tú sonríes. Te abrazo, temo que ella venga y me separe de ti. No entiendo cómo esto de ser más grande que tú se ha convertido en un problema.

Sigues sonriendo y comienzo a odiarte, no puedo borrar la sonrisa de tu cara a pesar de que te digo las cosas más tristes que se me ocurren. Te alejo, me miras con frialdad. Me levanto del sillón, escucho sus pasos, su voz… ¿Ya vas a bajar? Se nos hace tarde… ¡No quiero!, te digo. Espero verte llorar, pero no, tú conservas tu sonrisa intacta. Te acaricio la mejilla, tu piel se siente más fría que nunca, tus ojos vuelven a estar vacíos. Te odio, te reclamo. Tú guardas silencio. Te agarro de la cintura, te levanto. Ser más grande que tú tiene sus ventajas. Te empujo contra la pared y comienzo a darte golpes contra ella. No dices nada, no haces nada. Te quiebras, parece que tu cabeza se ha partido en dos. Tus ojos salen de su órbita, tu cabello se alborota, tu cinta se desata. Tus brazos se agitan, se rompen. Lo mismo pasa con tus piernas. Pequeños pedacitos de porcelana comienzan a caer al suelo. Pero conservas tu sonrisa, tu estúpida sonrisa que ahora detesto. Te dejo caer y terminas de romperte. Me arrodillo a tu lado y es tu sonrisa, que no se ha quebrado con los golpes, la que esta vez corta mi rodilla.

Ella sube, te ve en el suelo, grita. Yo la miro, la odio. Todo ha sido su culpa… Tan bonita que era, ¿por qué has hecho esto? ¡Alguien más pequeña que tú pudo conservarla!... ¡Porque no quiero que sea de nadie más!… Siempre has sido una egoísta. Vámonos de una vez, ¡apúrate! No olvides bajar las bolsas con las otras cosas… Ella no entiende, pero tú sí. Recojo el pedazo de porcelana. Vuelves a sonreírme, aunque nunca dejaste de hacerlo.