23 July 2007

PRESENTACIÓN DE POEMARIO


LAS FALSAS ACTITUDES DEL AGUA, LIBRO DE POEMAS DE ANDREA CABEL

Entre tantas presentaciones de libros en la reciente feria, tenemos que seleccionar y difundir aquellas que nos parecen interesantes y atractivas. Esta vez, nos toca anunciar la presentación del poemario de Andrea Cabel, Las falsas actitudes del agua. Esta nueva edición, como me aclara la autora, "incluye un prólogo de Raú Zurita, unos siete inéditos, una portada hecha por Enrique Polanco y la contraportada de Belli".

La presentación se realizará mañana Martes 24 de julio en la Feria Internacional del libro, Sala César Vallejo, a las 8:30 p.m.

El día de ayer, en el suplemento El Dominical, Luis Fernando Chueca escribrió una reseña sobre el mencionado poemario, en la cual señala:

El agua existe sutil o ferozmente cambiante en sus mil y una formas. Implica flujo, ondulación, vaivén o quietud solo aparente. Es envolvente e indetenible cuando amenaza con desbordarse y diluir aquello que se le acerque, hasta el punto de privar de vida a quien pierda el control dentro de ella. Pero puede, así mismo, prometer renacimiento: purifica. Estas son algunas de sus posibles “actitudes”. Pero ¿cuáles son las falsas actitudes del agua?, ¿por qué se califica así a las que son convocadas en este libro?, ¿a qué falsedad se refiere el título? Como el agua, las respuestas serían también múltiples y mutables. Y es que, en primer lugar, aquí no hay agua sino palabras que la representan; que simulan, esconden o sugieren, como toda representación.

“En el agua todo se disuelve, toda forma se desintegra, toda historia queda abolida”, dice J.A. Pérez Rioja en su Diccionario de símbolos y mitos. Aquí, dijimos, no hay agua realmente, pero su correlato, el fluido discursivo que engarza las imágenes de este poemario –que aparece ahora en su segunda edición–, opera de manera semejante: promete –como lo anuncia el último poema de la sección central– “hacer con todo ello una historia”, sin embargo decide entregar apenas rastros, sutiles huellas de una trama que se niega ante los ojos del lector; aunque esta dimensión de su falsedad no obsta para atisbar algunos de sus nudos (para usar la eielsoniana palabra que el libro recuerda en algunos de sus textos): amor, identidad, pérdida, lejanía, deseo, palabra. En la primera sección todo esto se insinúa, pero antes que ello quedan establecidas, sobre todo, las coordenadas fundamentales del lenguaje utilizado: sensorialidad, sensualidad, plasticidad. Nada demasiado evidente. Palabras e imágenes de materialidad casi inasible. Sensación de tiempo que pasa y arremete sin dejar claras sus razones: “las reglas de las excepciones resplandecen solas y tristes”.

En “Fruta partida”, segunda sección, algo más podemos vislumbrar. El rompimiento que anuncia el título permite establecer, por la sonoridad del adjetivo, un hilo entre esta frase y “fruta prohibida”, y de allí hay solo un paso hacia “paraíso prohibido” y “perdido”. Si ya en “Currahee”, en la primera parte, se habló del paraíso como “una isla de tierra roja abierta en dos”, ahora es más claro que la experiencia esencial de la pérdida está vinculada con el quiebre: la fruta (¿el amor, la autoimagen, el deseo, la seguridad?) se parte como también lo hace el poema liminar del bloque, que duda entre una “criatura como yo / […] / o criatura como tú”. La fragmentación como reverso de la identidad y el cuestionamiento de los pronombres personales se magnifican en el recorrido inmediato, que atraviesa el abecedario –los títulos corresponden a las letras–, en que una serie de personajes (Salvador, “ella”, Susana, “él”, Micaela, la hablante de los poemas) entretejen sus voces y funden, por momentos, sus contornos. La secuencia alfabética invita a pensar en una trama que no puede ser sino imposible o incompleta. Lo que hay, otra vez, son restos desgajados de una historia en la que la pérdida, la postergación o la imposibilidad de lograr lo querido (o soñado) es lo central.