22 January 2007


CUETO SOBRE EL OFICIO DE ESCRIBIR

El día de hoy lunes, en su habitaul columna, Alonso Cueto comenta un artículo de la escritora británica Zadie Smith sobre el oficio de escribir, y a la vez anota algunos aportes de su experiencia como escritor y lector:


La semana pasada la escritora británica Zadie Smith publicó uno de los mejores artículos que conozco sobre el oficio de escribir y quien quiera lo puede consultar en la página web del diario (theguardian.co.uk). Según Smith, escribir bien depende antes que nada del cumplimiento de un deber moral, es decir el deber de ser fiel a uno mismo. La idea de la importancia del "yo" está en la base de esta idea. El escritor percibe el mundo a través de una serie de sensaciones, experiencias e ideas, que le son propias. Muchas de ellas están albergadas en su inconsciente. Solo negociando con este inconsciente, hurgando en su ser verdadero, esa identidad profunda puede aparecer en lo que escribe. "Ante todo, uno tiene que eliminar todo el lenguaje muerto, los dogmas de segunda mano, las verdades que no son de uno sino de otros, las sentencias, las frases hechas, los mitos históricos", dice Smith. Y a continuación: "Una vez que se ha eliminado todo ello, uno se encuentra con algo que se aproxima a la verdad de tu propia concepción".


Encontrar la verdad interior para reflejarla en lo que uno escribe no es fácil. Muchos escritores se sienten obligados a escribir para entretener o para enseñar o para ensalzar o simplemente para parecer muy importantes (son los más solemnes y aburridos, y en cierto modo los más tramposos). Una gran novela es la consecuencia de una operación arriesgada para el escritor: la de sacar a luz los eventos personales que anidan en la oscuridad. De ese modo, uno escribe en realidad de aquello que no sabía que le preocupaba.


Desde el lado de los lectores, no es frecuente leer una gran novela o un gran relato, pero -como dice Smith- cuando eso ocurre nos cambia la vida de un modo definitivo. Una gran obra es capaz de hacernos apreciar la realidad en su modo más extenso y profundo. También puede hacernos ver la radical otredad debajo de los objetos y situaciones más familiares. Las obras mal escritas no nos dicen nada, no nos revelan nada. Pero después de leer un gran relato de Chéjov, volvemos al mundo de otro modo.


En otras palabras, vemos el mundo tal como lo imaginó. Si uno termina un libro de Chéjov y sale a caminar por su barrio, las cosas de pronto se han vuelto chejovianas. Las caras de las gentes, el caminar de los perros, el murmullo de las hojas de los árboles son todos chejovianos. Tal es el poder de la gran narrativa.


Pero el éxito de un libro depende también del lector. Los lectores también necesitan ser exigentes con el escritor, y fieles a lo que quiso decir. Un lector exigente y comprensivo es un valor infrecuente en estos días, dice Smith. En realidad, el lector y el escritor establecen una comunicación íntima y profunda, mucho más intensa que la de la mayor parte de nuestras conversaciones. Si ese pacto funciona con algunos libros es porque nos cambian la vida. No nos hacen pasar el rato. Hacen que la realidad, no solo la literatura, sea más profunda y variada. Y solo podemos agradecerlo.