El día de hoy, en el suplemento El dominical de El comercio, Diego Otero escribe un artículo sobre el pintor Paul Cezanne. El articulo muestra a un artista incomprendido, que en realidad lo fue, pero destaca también el carácter difícil y huraño del mismo. La anécdota de Emilo Zola lo pinta de cuerpo entero: siendo compañeros desde temprana edad, le dejó de hablar apenas sospecho que el autor de Nana lo había ridiculizado representándolo con alguno de sus personajes. La personalidad de Paul Cezanne fue muy conflictiva, pero de alguna u otra manera ese carácter huraño, solitario e imcomprendido le otorgó el tiempo y la reflexión suficiente para poder construir una obra que a la larga se constituyo en un anuncio de lo que vendría a ser la vanguardia europea del siglo XX. Picasso lo consideraba su maestro y Matisse no repara en elogios cuando se refiere a su maestro.
Tal vez Cezanne carecía de lo que podríamos llamar -de acuerdo con la teoria de Daniel Goleman- de inteligencia emocional, aquella inteligencia que nos permite gobernar nuestros instintos, nuestras emociones desaforadas y nuestros desbordes y desequilibrios psíquicos, esa inteligencia que nos permite convivir con nuestros semejantes, sean amigos o enemigos. Lamentablemente, nuestro genio se dejó perder por su carácter, pero ahí está su obra para demostrarnos que más importante que el hombre efímero esta la obra artística que se levanta por encima de las banalidades y vicisitudes de la vida.