04 October 2006


CARLOS OLIVA, IN MEMORIAN

Conocí a Carlos Oliva en el Patio de Letras de San Marcos. Me lo presentó el poeta Leo Zelada. Fuimos a tomar un café en la cafetería de la misma facultad y su conversación giró en torno a la obra de los poetas malditos, que tanto admiraba. Le comenté que prefería la poesía exquista de Kavafis o de Omar Khayyam a la de Rimbaud o Verlaine, pero concidimos en que Baudelaire era el gran revolucionario de la poesía moderna. Comentamos la lectura de Los paraísos artificiales del poeta maldito y las bondades del vino y el haschis.

A simple vista, Carlos era uno más de los poetas que poblaban el Patio de Letras de San Marcos con ínfulas de maldito; sin embrago, cuando ya lo conocí, me di cuenta que el malditismo en él no era una simple pose sino una forma de vida que no había elegido, pero que le había tocado vivir. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que Carlos Olivas es una de las voces más destacadas del Grupo Neón y sus compañeros de ruta de aquella época me darán la razón. Su poesía urbana expresa una descarnada soledad y una furiosa desesperación; su visión de Lima es una alucinada imagen que no deja respiro a los lectores. A continuación, un pequeño poema que extraigo del libro que acaba de publicarse en homenaje a su poesía:


Poema sin límites de velocidad


He visto una ciudad

una avenida

una calle inundada de cantos

De poemas sonando como bocinas de carros

Y autopistas sin guardias de tránsito

Poemas a 200 Km. P/H

Libres

raudos

veloces por llegara los oídos del mundo

donde la ansiedad

la droga

y los atropellos

inventan colores siniestros.

Y en medio de todo

Yo con mi bocina

Yo con mi voz levantada

Entre tantos accidentes

Risueño

Ilusionado

Y sin más palabrasQue estos versos sin frenos por las avenidas.

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