CARLOS OLIVA, IN MEMORIAN
Conocí a Carlos Oliva en el Patio de Letras de San Marcos. Me lo presentó el poeta Leo Zelada. Fuimos a tomar un café en la cafetería de la misma facultad y su conversación giró en torno a la obra de los poetas malditos, que tanto admiraba. Le comenté que prefería la poesía exquista de Kavafis o de Omar Khayyam a la de Rimbaud o Verlaine, pero concidimos en que Baudelaire era el gran revolucionario de la poesía moderna. Comentamos la lectura de Los paraísos artificiales del poeta maldito y las bondades del vino y el haschis.
A simple vista, Carlos era uno más de los poetas que poblaban el Patio de Letras de San Marcos con ínfulas de maldito; sin embrago, cuando ya lo conocí, me di cuenta que el malditismo en él no era una simple pose sino una forma de vida que no había elegido, pero que le había tocado vivir. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que Carlos Olivas es una de las voces más destacadas del Grupo Neón y sus compañeros de ruta de aquella época me darán la razón. Su poesía urbana expresa una descarnada soledad y una furiosa desesperación; su visión de Lima es una alucinada imagen que no deja respiro a los lectores. A continuación, un pequeño poema que extraigo del libro que acaba de publicarse en homenaje a su poesía:
Poema sin límites de velocidad
He visto una ciudad
una avenida
una calle inundada de cantos
De poemas sonando como bocinas de carros
Y autopistas sin guardias de tránsito
Poemas a 200 Km. P/H
Libres
raudos
veloces por llegara los oídos del mundo
donde la ansiedad
la droga
y los atropellos
inventan colores siniestros.
Y en medio de todo
Yo con mi bocina
Yo con mi voz levantada
Entre tantos accidentes
Risueño
Ilusionado
Y sin más palabrasQue estos versos sin frenos por las avenidas.
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