07 January 2008

JAVIER MARÍAS Y LOS DERECHOS DE AUTOR


UNA CERRADA DEFENSA SOBRE LOS DERECHOS AUTORALES

El día de ayer, me sorprendió gratamente un artículo que publica Javier Marías sobre los derechos de autor en la primera sección del diario El Comercio. El punto central del artículo de Marías gira en torno a los beneficios que generan los derechos de autor como producto del esfuerzo creativo de los artistas e intelectuales, pero la pregunta que se plantea el escritor español es la siguiente: ¿Si todas las fortunas se heredan indefinidamente, por qué los derechos de autor tienen una caducidad de 70 años para los futuros herederos? La respuesta del común de la gente es que "la cultura debe estar al alcance de todos", pero no se dice lo mismo del poder económico o político. Los dejo con los fragmentos más lúcidos y agudos :

Todos estamos de acuerdo en que sería una tragedia que, por el capricho o la codicia de unos herederos remotos de Cervantes o de Bach, no pudiéramos leer "El Quijote" o escuchar las "Variaciones Goldberg", o solamente en una edición o versión, las autorizadas y contratadas por esos herederos. De ahí, por tanto, que las obras de arte, transcurridos setenta años de la muerte de sus creadores, pasen a ser del dominio público, y no solo puedan ser divulgadas, interpretadas, emitidas, exhibidas por cualquiera, sino también destrozadas por los Calixto Bieito y Waldo de los Ríos de turno, a mayor gloria y beneficio de dichos Waldos y Calixtos. Ahora bien, conviene recordar que esta práctica es una anomalía y una excepción, en gran medida una injusticia. El resto de las personas deja en herencia lo que posee sine die, sin límite alguno de tiempo, para que lo vayan recibiendo no solo sus hijos y nietos, sino todos sus descendientes, por lejanos que sean. Muchas fortunas provienen no ya de lo que atesoraban los padres de los propietarios actuales, sino sus tataratatarabuelos. Las tierras, los negocios, las fábricas, los muebles, los cuadros, por supuesto el dinero, los pisos, los edificios, las acciones, todo eso se transmite de una generación a otra y nunca --ni a los setenta ni a los quinientos años-- pasa a ser del dominio público. No hace falta recurrir al nítido ejemplo de la Casa de Alba en nuestro país: también el zapatero lega su zapatería, el panadero su panadería, el terrateniente sus fincas, el banquero su banca, el especulador inmobiliario sus inmuebles, y así todos los profesionales.


Al escritor, al músico, al pintor, al cineasta, se les impone un plazo difícil de justificar, si nos olvidamos de lo que dije al principio. Pero, como también son ciudadanos que deben pagar sus alquileres y el colegio de sus niños, la cesta de la compra y la ropa que se ponen, están siendo objeto de una discriminación descomunal. Pululan por ahí ideas muy bonitas pero completamente injustas y erróneas. "La cultura es de todos", se oye a menudo, sobre todo en boca de los consumidores, que en realidad están afirmando que la cultura es gratis. Y no, las creaciones culturales son de quienes las hacen, y ya es mucho que no puedan serlo también de sus descendientes. Téngase en cuenta, para mayor escándalo, que el libro, la canción, la película o la pintura que tanto gustan a la gente, y de las que tanto presume el Estado, no son una mera posesión del artista --como las tierras y las casas--, sino que además son su creación, algo que ellos han inventado y que no existiría sin su imaginación y su trabajo. ¿Y ustedes creen que dedicaríamos tanto esfuerzo si nuestras obras pasaran a ser del dominio público inmediatamente, si nuestra propiedad intelectual dejara de existir de hecho al instante y no sacáramos un euro de nuestras invenciones? Yo, la verdad, no escribiría una línea. O, mejor dicho, no la publicaría, y, como Salinger, guardaría mis textos en un cajón hasta la llegada de tiempos más respetuosos y menos saqueadores.