28 January 2008

AMPUERO SOBRE FITZGERALD Y ESLAVA SOBRE GALLOSO


EN EL DOMINICAL DE EL COMERCIO

El día de ayer, Fernando Ampuero realizó un semblanza en el suplemento dominical de El Comercio sobre uno de los grandes escritores de la Generación perdida, Scott Fitzgerald, destacando su talento por haber compuesto una de las más grandes joyas de la narrativa comtemporánea, El gran Gatsby. Los dejo con un parrafo del artículo.

Fitzgerald creía, como Simenon, que la literatura no era una profesión, sino una vocación de infelicidad. Escribía, sin duda, para desnudar su alma, y, en esa franca impudicia, para embarcar a sus lectores en una visita guiada al nido de todos sus fracasos. Más claro: quería ser un romántico, pero a la vez un autor moderno. Y de hecho lo logró. El gran Gatsby (1925), novela que supo reflejar en la primera hora el sueño americano, retomó uno de los personajes más interesantes de la literatura universal: el advenedizo, el parvenu, el arribista social. Jay Gatsby es el misterioso, elegante y gangsteril heredero del Barry Lyndon de Thackeray, del Julien Sorel de Stendhal, del George Du Roy de Guy de Maupassant. Gatsby no esconde el retrato de Napoléon bajo la almohada, como Julien Sorel, sino que desea deslumbrar con sus riquezas malhabidas a la bella y frívola Daisy Miller. Pero no hay vanidad en ese gesto. Hay amor, del verdadero, del que trastorna para siempre. Gatsby había conocido a Daisy algunos años atrás, en los días previos a la Primera Gran Guerra, cuando él era un chico pobre que tenía por toda credencial el uniforme militar que lo hacía más apuesto. La guerra, y las diferencias sociales, los separaron. Pero Gatsby hizo fortuna y volvió, compró un palacio en el West Egg (el balneario chic de Long Island, New York) y conoció a su vecino, Nick Carraway, el primo de Daisy y el perspicaz testigo-narrador del romance, de la infatigable ilusión y la espera, de las fiestas espléndidas.

Más adelante, en el mismo suplemento, Jorge Eslava escribe una reseña de la ultima novela de José Antonio Galloso, El mal viaje (Alfaguara, 2007):

Aunque lejos de agotarse, el tema de la violencia vivida por el Perú en los últimos años ha sido abordado por un creciente número de novelas y cuentos. Es indispensable ahondar en ese filón de nuestra literatura, sanar esa llaga todavía latente de nuestra historia. También los jóvenes lectores deben conocer de la catástrofe que, además de setenta mil muertos e incalculables daños materiales, denigró la condición humana. Sobre esa deshonra trata la excelente novela de Galloso. Bajo el verbo levar, se llevó a cabo uno de los actos más ignominiosos contra la juventud peruana: arrancar a los muchachos de sus familias, cargar con ellos, zamparlos en el ejército y como carne de cañón, mal alimentados y peor preparados, mandarlos al campo de batalla. Que se hagan hombres, que sirvan a la patria. Dos amigos del barrio, Juan y Enrique, veinteañeros y estudiantes universitarios, han dejado algunos meses de verse. Quedan en reencontrarse en un restaurante y luego de almorzar y tomarse unas cervezas, ven a una amiga común. La invitan a la mesa, departen un rato, hasta que deciden separarse. La acompañan a su casa y de vuelta, en el autobús, una tropa de soldados detiene el tránsito. Es una batida de rigor, acto cotidiano en los noventa, que dará inicio a una pesadilla. La historia está relatada en capítulos alternados que nos permiten, desde el inicio, ingresar al mundo interior de cada uno de los personajes principales y, además, al acelerado estado de angustia que sufren sus familias. Este registro paralelo es trazado con pulso narrativo sereno e intenso. Pronto la novela teje una trama algo compleja, que no se sustrae de otras preocupaciones como la discriminación social y el morbo, y gana una profunda dimensión humana. "Uno de los civiles se desvistió muy despacio y tomó su lugar en la pared. Tenía una cicatriz espeluznante que le cruzaba todo el torso, desde debajo de la garganta hasta el principio del vello púbico. Era una cicatriz queloide, ancha y deforme. Por algunos sectores se notaba que aún estaba en proceso de cicatrización. Era fácil percibir algunas áreas infectadas que por momentos supuraban cristales de pus. El doctor se detuvo frente a él y lo observó con cierto interés."Es el cuerpo de un muchacho que, dice el narrador, requiere de un hospital. Pero igual lo mandan a combatir, porque "necesitamos cubrir el cupo". En la cita tenemos una muestra de la buena escritura de Galloso, quien después de Tres días para Mateo -una novela de aprendizaje- no deja literariamente de crecer.