NO COUNTRY FOR OLD MEN, UNA LECTURA
El día de ayer, Guillermo Niño de Guzmán, en el suplemento El Dominical, escribe un artículo sobre la vida y obra de Cormac McCarthy, autor de la celebrada novela No es país para viejos. Niño de Guzmán incide en el aspecto enigmático del autor, que en estos últimos años ha dejado a un lado su carácter huraño y aislado para ofrecer al público norteamericano una imagen más sociable y mediática.
Me hubiera gustado que Niño de Gzmán hubiera hecho un análisis sobre la simbología de los personajes que protagonizan la ahora conocida novela de McCarthy (por ejemplo, del enigmático Anton Chigurh, quien solo asesina a personas mayores y es inofensivo con los niños que aparecen en su camino), pero creo que el espacio del cual disponia el autor de Caballos de medianoche no se ofrecía para realizar un análisis profundo de la novela. Los dejo con algunos frgmentos del artículo:
Yo no había leído nada de McCarthy, pero me resistía a dejarme guiar por el petulante Bloom. Me fastidiaba el anglocentrismo de su visión y su desmedida pretensión de fijar el canon literario occidental. Además, no me atraía mucho que la novela en cuestión transcurriera en el oeste, con jinetes, bandoleros, indios y toda la parafernalia del género. Después de todo, pensaba, a mí no me gusta leer westerns sino verlos en el cine. De cualquier modo, más pudo la curiosidad y acabé procurándome un ejemplar. Abrí Meridiano de sangre con cautela, pero, al cabo de unas cuantas páginas, tuve que reconocer que era deslumbrante. Las frases de Cormac McCarthy reverberaban con un fulgor poético y una intensidad épica que me trajeron reminiscencias de Faulkner. Sí, el condenado Bloom había dado en el clavo, y no exageraba cuando comparaba esta novela con Moby Dick y Mientras agonizo. Si había algún escritor contemporáneo capaz de explorar tan profundamente el fenómeno del mal, ese era McCarthy. No obstante, una obra tan ambiciosa y osada exige una actitud intrépida. El propio Bloom ha admitido que fracasó las dos primeras veces que intentó leerla, pues retrocedió ante la carnicería abrumadora que retrata el autor. Y, en efecto, con frecuencia su lectura resulta escalofriante.McCarthy emplea un lenguaje inflamado de poesía, sumamente original, de un barroquismo inusitado que parece incendiar cada frase. Si bien su estilo es atípico en el contexto de la literatura estadounidense, sus personajes remiten a los indómitos pioneros que doblegaron unas tierras ásperas e ignotas. Meridiano de sangre y la llamada "Trilogía de la frontera", conformada por Todos los hermosos caballos (1992), En la frontera (1994) y Ciudades de la llanura (1998), cuentan historias afines con la temática del western, pero sus resonancias alcanzan una dimensión mítica. Si quisiera equiparar la obra de McCarthy con el cine, diría que se encuentra más cerca de Sam Peckinpah que de John Ford. Es dura y crepuscular, hermosa y violenta a la vez, exalta el espíritu de la aventura y se solaza con el esplendor bronco de la naturaleza, acomete sin cesar las grandes preguntas, mientras nos descubre ritos oscuros y feroces.