EL MUNDO ES UNO, AQUÍ Y EN LA METRÓPOLI
Desde que vi la luz en este mundo he sido codiciado diamante, Ferrari solitario en una playa de estacionamiento del centro de Lima, ollita de oro al final del arco iris. Ese es mi destino: ser luz brillante, muñequito al centro de la torta, bola giratoria que alumbra la pista de baile, la grandeza, mi hija. Y si no me crees, entonces, pregúntate por qué eres sombra corriendo tras de mí a lo largo de la noche. ¿Que te lo jure? ¡Ubícate! y jala tu silla que la función está por empezar y déjame a San Judas tranquilito que ni pienso molestarlo con tu incredulidad. Apúrate, que aquí no hay cámara lenta ni botón para retroceder el relato. De una te digo, conmigo, el asunto es simple: creer y punto, que ya aprenderás que de eso esta hecho el mundo. Desde las clases de primera comunión te la van cantando, cree en Dios padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; cree en la fidelidad de tu mujer, tu hombre o de quien se revuelque contigo aunque el amor sea sólo un perro rabioso corriendo en solitario; y bueno conmigo, no hay de otra. Yo no creo, tan sólo existo. Principio y fin y ni se te ocurra discutirme una verdad absoluta, que ni entenderías pues esas son causas para gente que anda metida en filosofía y publicidad. Y tú, mi amor, te me apareces puro instinto y arrechura como nuestra América autóctona y salvaje. Y no me voy a cansar de repetirlo que así empezó todo, en el principio era el mundo o sea París, y que todo fue sin querer queriendo a lo Chavo del Ocho. Podrás decir que te suena a tonada conocida y que más prueba que la vida es así no la he inventado yo. Recuerda que la primera enseñanza a memorizar es que la ciudad es tu corazón y estas avenidas que te acogen y cogen nocturnas, tu origen y destino. Lo demás lo escribirás tú.
Y para arrancar por algo, porque historias son las que me sobran y lo que te canto es la pura verdad que ni creas que invento que lo he vivido todo. Déjate llevar al oír mi voz, sólo imagina. Imagina que estás en la cama con quien te hace agua tus agujeros. Imagina que es es el mundo apareciéndose por mi boca. Imagina a los cuatro jinetes y pegados a ellos tú, quinta espada agitándose en el firmamento. Imagina que todo lo dicho es el cuento aburrido que te sueltan en clase, pero aquí la cosa cambia porque nosotros alteraremos la historia. Imagina y escoge creer que eso es lo importante. En fin, regresando al ruedo me pongo en play, Tallo era uno de esos profesores que no faltan, que se alucinan los raros de la camada, los cachorritos que ya nacieron sin cola y con los ojitos abiertos para enfrentarse al mundo. ¡Ay, virgencita del Carmen, cómo es la gente! para pendejos los que gobiernan. Mas nunca faltan, se las saben todas de puras locas que son. Gozosos, reventando del purito gusto de pensar que han nacido con toditas incorporadas, realizadas de conocerse la vida de todo el barrunto; sólo que en vez de corners y avenidas que tú y yo conocemos, todo te lo suplantan por rollos que sacan de libros o que otras lenguas ya han cantado antes. Sabiduría le llaman. Así con eso que no se come ni con pan ni con arroz; ni tampoco da para pagar ni el cuarto en que vives, ni el menú diario, Tallo chamullaba a diario a los incautos de la clase, a los giles, como tú dirías. Su pasión era ser faro salvador guiando en la tempestad, aunque después descubriría que lo suyo era ser luz roja de bohío, y así se la pasaba apantallando a sus pupilos, esforzándose por dejarlos con la boca abierta con cada relato. Este cuerpito de arranque lo sacó, más rápida que Pac Man corriéndose de los mostritos, me lo aguaité espíritu conflictuado por salir del clóset. ¡Si me estoy acordando! Esa, de léanse esta novelita, y te daba una más lenta y aburrida que discurso presidencial y que al final terminabas por dejarla a un lado. Y luego Yambo, un patita entendido de Comas, soltó la primicia de los clásicos eróticos que se jugaban en su oficina, donde Tallo lo que buscaba no era el balón sino lo que a sus alumnos con los adecuados incentivos les crecía dentro de los pantalones. No era precisamente la lucha libre lo que lo mantenía sin sobrepasar la talla 28 en pantalones, sino los choque y fuga a ritmo de literatura hispanoamericana. Dímelo a mí que soy experta en fitness y aeróbicos, y sé que no hay nada como entrenar con una buena verga adolescente dura y venosa en la intimidad para perder esos kilitos de más que se resisten a abandonarte. Todo un escándalo la Tallo, apareciéndose en el cole cada día más deschavada de lo envalentonada que estaba con los resultados de sus correrías. Con el pelo largo enmarañado, queriendo competir con nuestra diosa Trevi. Una emperatriz en el salón de clase y, para mi mala suerte, yo en mi adolescencia, época de descubrimientos, me empezaba a cuestionar por eso que ahora, de puros pendejos, la gente llama la opción sexual. ¡Qué me voy a estar poniendo complicada! Lo que te quiero decir es que uno al verla tan amanerada y desvelada por comerse a todos los de la clase, era lógico que me entrarán dudas de que andaba por el sendero equivocado, y pensara que a lo mejor sería bueno echar al tacho toda mi ternura y dedicarme a jugar fulbito en el recreo, a endurecer la voz y a agarrarme los huevos cada vez que hablara con una chica. Espérate que hacemos un comercial dirigido a ti y a ti y solamente a ti: ¿hasta qué hora me vas a tener recitándote el génesis y yo aún no siento tu cariño? Ponte aunque sea un pomo porque yo, la París, no le entro a la onda del pecheo, ahí sí que soy bien moderna y alejada de la costumbre de la tribu. ¡Ay, bebita, pero ni creas que así empezó todo, esto es una chiquita que explica mi camino, una al margen, una introducción para entrar en calor y narrarte mi verdadera historia. Unos garabatos escritos en un momento de aburrimiento, porque déjame decirte una vez más que mi origen es único e incomparable. Con Tallo regresaremos más tarde porque en este show las luces me acarician sólo a mi.
Y entonces, cambiando la voz, se podría decir que la transformación empezó años atrás, un día que, sin explicación aparente, su hermana mayor contrajo una enfermedad infectocontagiosa por algo que comió o bebió en un paseo escolar a las afueras de la ciudad y la tía que se hacía cargo de ambos hermanos, luego de que la madre falleciera, consiguió internarla libre de pago en una clínica gracias a un conocido que la cortejaba. Él, un tímido y esbelto adolescente, debía visitar a la enferma todas las tardes al regresar del colegio, llevándole ropa, apuntes prestados de las clases que estaba perdiendo y pequeñas cosas que le enviaba la abuela. Cariñoso, siempre permanecía con ella conversando acerca del colegio u hojeando una de esas revistas de artistas que desde siempre le entusiasmaban y, luego, anticipándose al anochecer, emprendía el regreso. Sin embargo, en una ocasión rompió la rutina retrasándose más de lo acostumbrado, ya que la hermana se interesó en conocer los pormenores de una pelea acontecida en el colegio. Compadeciéndose del malestar físico que la tenía enclaustrada en ese cuarto se extendió demasiado y abandonó el nosocomio con la noche pintando sobre sus hombros. Aquí también, ensayando el condicional para no ser arrogantes, se podría decir que toda ciudad sufre una transformación conforme va cayendo la noche. Mientras la gente común regresa a sus hogares, otros emergen de calles paralelas y poco alumbradas y se extienden audaces y veloces por donde el olor del deseo los lleve. Nuestro impecable joven debía tomar un colectivo, cerca de la plaza del libertador, con el que regresaría a su casa. En aquella época su mundo era su mente y fuera de ésta, en la realidad de todos los días, se encontraba perdido de un modo totalmente no planificado. Sus espacios favoritos eran su imaginación, pecera repleta de peces multicolores e intranquilos, y su deseo, un agua turbia que acogía a aquellos peces de colores, sensaciones múltiples y exquisitas. Como uno de aquellos peces, seguro en su agua oscura y cálida, caminó por el centro, depositando sus pasos en una ciudad que de pronto ya no le parecía ausente sino atractiva. Coqueta en su esplendor y hedor nocturnos. Abandonó el temor en las miradas de los rostros desconocidos y se adentró en otra ruta. Una ruta que existía en el mismo espacio geográfico pero que era secreto zafiro para iniciados. Dedicándose a oler el pasto de la plaza del libertador, sudor de ángeles que conversan sigilosamente en un lenguaje que escapa a las palabras y se extiende y apodera de otros sentidos. Le pareció estar escuchando las conversaciones en los colores del semáforo que le indicaba cruzar la pista, de rojo a menta y el sol sale todos los días aunque no brilla para todos, ¿no es así, profesor? Descifró también las palabras oscuras de esa lengua angélica en la mirada de un perro que dormía su hambre tirado bajo un rincón de los portales; en las risas de unas chicas que señalaban arrechas a un tipo joven y apuesto que se perdía en la multitud del Jirón de La Unión. Intuyó el mensaje en su propio cuerpo que convulsionaba, maremoto arrasando isla índica, embriagado por ese desorden sensorial se animó a cruzar la plaza olvidándose del tiempo y empezó a caminar en ese vientre oscuro y luminoso que se abría coqueto y enamorador frente a sus pupilas. Avanzó tajo abierto en piel de faite y sin saberlo buscó el camino innombrable del deseo. Su ciudad lo recibió en caída libre. Ciudad de combis asesinas y niños pirañas, meretriz que conoce el nombre oculto del amor, altazor de pasos perdidos y abyección de toda inocencia.
Cruzo la plaza y se detuvo en la puerta de un cine. Hambriento colocó la vista en los carteles que anunciaban las películas de esa noche y sintió un aire tibio soplándole en la nuca. Las ocasiones en que había ido al cine podía contarlas en los dedos de una mano. No se debía a la falta de dinero sino más bien al abandono de las convenciones sociales por parte de su escueta familia. Su abuela reducía los paseos a la iglesia y al mercado. Su tía órbita externa, siempre ocupada en sus pretendientes o puntos, como los llamaba cuando hablaba con su amiga Laura la del número cuatro. Era así que dependía de la voluntad social de las dos mujeres mayores de la casa, la cual no era materia tangible. Frente a la entrada del cine alguien empezó a hablarle. No supo si reaccionar con miedo o enojo ante la intromisión del desconocido que no dejaba de sonreír mientras le hablaba. Este ofreció invitarlo al cine anotando que la película resultaría muy interesante para un joven tan despierto como él. Desinteresado de la propuesta y confundido por el pequeño viaje, tomó conciencia de la hora y de su retraso. El hombre se ofreció a acompañarlo hasta el paradero del colectivo. Nuestro pequeño amigo no desechó la oferta, ya que la encontró casi carente de materia. Unos minutos después, le pareció un poco extraño que el hombre del cine subiera al mismo colectivo. Se apartó y se sentó junto a una mujer que sujetaba con furia las asas de su cartera en un intento de reservarse para sí misma su frustración cotidiana. Observador, encontró su frustración más confiable y pensó que lo ayudaría a marcar distancia con el compañero de viaje al que empezó a encontrar completamente inoportuno. Aquella noche llegó retrasado: la abuela lo esperaba viendo las noticias y distraída o tal vez desinteresada de la vida, no le hizo más preguntas de las acostumbradas. Ese mes continuó visitando a la hermana por las tardes al acabar las clases en el colegio. Aprovechó cada anochecer para ir conociendo mejor ese bosque, frondosa sensación que eran los alrededores de la plaza del libertador. Desechó. Aceptó. Evadió. Postergó. Disfrutó invitaciones de nuevos compañeros de viaje que iba conociendo en cada nueva noche. Comprendió que aquel idioma empleado en la franja que rodeaba la plaza era un regalo de los ángeles, lo convenció el hecho de que estaba vedado a los mortales de la turba que deambulaba desconocida de los hechos. Fue alumno ejemplar, cometa brillante sobre el cielo de Lima, destacado discípulo de una secta que le descubría el mundo a través de una dulce moral de la piel, como muchos atrás había dicho un viejo ermitaño que acostumbraba socorrer a los desafortunados. Aprendió los códigos gestuales que se manejaban en el contacto inicial: la mirada medida y acertada, el desinterés aislando a los no iniciados, la abertura silenciosa de los labios incitando al anhelo, y el vaivén perfecto en cada movimiento de su cuerpo. En su celebración cada noche nueva escupió generosa miles de estrellas para alumbrar su camino. Extasiado ante tanta fortuna, caminó errático por las calles paralelas a la plaza, descubriendo las comarcas en que se practicaba el idioma oculto de los ángeles. Estrella fugaz, alumbró con su belleza cada feudo frecuentado por los miembros que escondían la cicatriz luminosa. En medio del fango encontró diamantes ocultos a los ojos de los mortales.
Arrullado por la oscuridad nocturna cayó en caída libre sobre los miembros más bellos de la manada. Compitiendo con Samsa, su transformación no requirió ningún brusco ni apocalíptico despertar, sino que por el contrario se redujo al abandono de cierta apatía para mirar el mundo. La noche del centro de la ciudad fue el continente del deseo que lo esperaba después de una larga travesía. Sólo encontró la maravilla y su felicidad dibujo su rostro. Conoció a otros muchachos de su edad que como él arribaban al angosto boulevard que acababa vehemente frente a la plaza, mirando la estatua de San Martín, aquella que nunca se cayó del caballo, jóvenes que cada anochecer se arremolinaban en la salida del viejo cine. Príncipe planeta esperó paciente que emergiera un semejante de entre la multitud, pero también invadió sus órbitas en el desplazamiento celeste para provocar el encuentro.
Una noche uno de sus nuevos jóvenes cofrades lo invitó al cine. Esta vez le interesó la propuesta y sonriendo aceptó. Ya ubicados dentro del cine, su amigo le dijo que lo esperara y se dirigió a los baños. Un poco después regresó una chica que, cogiéndolo del cuello, empezó a besarlo y desabrochándole los pantalones le demostró más cariño. No tardó en darse cuenta que la chica era su amigo vistiendo una blusa puno ajustado en su torso, que había rellenado con almohadillas para imitar los pezones y una minifalda serpiente enroscándose en sus muslos completando la simulación. La crisálida era ya alas en el suave viento de la primavera. La oscuridad de la sala ayudaba a realizar cualquier tipo de maniobra, el amigo cometa Halley, demostró su experiencia y se colocó catre delante de él, agarrándose del respaldo del asiento delantero le ofreció bondadoso el sudor dulce de su espalda. Se levantó la falda dejando al descubierto sus para nada pudorosas nalgas. Obsidiana delineándose en una minúscula tanga. Fue entonces licuadora, temblor y última vida de playstation. Recién entonces, después de muchos, ahí pelotón de fusilamiento recordó sus pasadas sensaciones con las prendas del vestuario de la tía. Flexible y cuidadoso siguió las instrucciones del amigo y el líquido pegajoso del que siempre se hablaba en el colegio apareció. Eyaculó con un chorro caliente que por un instante quebró las leyes de la verosimilitud e irradió la oscuridad de la cazuela con una luminosidad difícil de precisar en el espectro de colores conocidos. Su amiga, cazador solitario, ya volteado se encargó de desaparecer la prueba maravillosa con lengua veloz leopardo, dejando un faro claro que alumbrar el fin del mundo. Al día siguiente, trajo consigo unos pequeños ahorros de casa. Ubicó al amigo y fue él quien pagó las entradas, pero antes que el amigo lo dejara esperando para irse a cambiar, le pidió que esta vez lo vistiera a él. Se dirigieron hacia los baños del segundo piso. En el trayecto, le preguntó a su nuevo camarada el nombre del cine. Le París, fue la respuesta. Le agradó y se quedó pensando por el resto de la noche si la palabra podría usarse como el nombre de una persona. Al mirarse en el espejo del baño se sintió encontrado consigo mismo si es que en realidad una expresión como ésa tiene significado. Lo trascendente fue una erección instantánea que lo visitó esforzándose por destrozar la tanguita cárcel de sus caderas. Su adjunto quiso agacharse, pero se lo impidió, y fue él quien condesa se hincó de rodillas y sus labios veneraron a lo que en ese instante le supo a fresca fresa. Marejada, huaico y avalancha se sintió, calladamente se contempló las piernas cautivas en la falda. Como astronauta perdido en agujero negro una satisfacción tremenda le atravesó la mente al descubrir su destino. Para el final de mes abandonó su casa y se fue a instalar con otros adolescentes que vivían atiborrados y radiantes en una pequeña habitación a dos cuadras de la plaza y que en cada crepúsculo se dedicaban astutas hienas a deslizar su voraz apetito por las butacas de los cines del centro. Ahí empezó su historia y la de muchos otros como nosotros.