Y SOBRE LA DUDOSA MORAL APRISTA
Leo el día de hoy en Perú 21 la feliz noticia de que el narrador peruano Alonso Cueto ha sido traducido al alemán con la novela El susurro de la mujer ballena. Sin embargo, ayer me olvidé de consignar la reflexión que hace Alonso sobre las prácticas políticas peruanas en el contexto del desafuero de una congesista aprista y el escándalo producido por el gobernador de Nueva York. El artículo dice lo siguiente:
La semana que pasó, con una diferencia de horas y de muchos kilómetros, ocurrieron dos hechos opuestos. El gobernador de Nueva York se presentó en público para pedir perdón ("No he estado a la altura de mi puesto", fue una de sus frases), y la congresista peruana Tula Benites votó a su favor (y en secreto) en nuestro Congreso.
Spitzer, el gobernador de Nueva York, reconoció sus culpas (entre las cuales, quizá, está la de usar fondos públicos para sus deleites privados) y se enfrentó a la prensa. Nuestra congresista huyó de toda declaración y quiso ayudarse en una votación secreta.
Los dos ejemplos pueden servir, me parece, para explicar por qué algunos países prosperan y otros no. La razón no es política o económica, sino cultural y social. Tiene que ver con una actitud ante el grupo y ante uno mismo. Mientras en otros países se ejerce una cultura de la transparencia y de la comunicación, nosotros vivimos en una cultura del ocultamiento y del caudillaje.
Mientras en otros lugares prima el interés colectivo sobre el personal, en nosotros sigue primando el interés partidario o grupal sobre el nacional. Pedir perdón, ofrecer disculpas, reconocer los errores, son percibidos en nuestra cultura del ocultamiento como una humillación flagrante.
Entre nosotros, donde prima la idea del "más fuerte" o del "más vivo", no se puede admitir que alguien diga la verdad, cuando ello supone reconocer una falta. El grupo o camarilla por encima del país es una constante en esta versión del mundo. Es por eso que somos una cultura que quiere tapar, ocultar, soslayar, esconder, no mostrar. Somos incapaces de exhibir nuestras heridas. No hemos formado una sociedad nacional. No tenemos una noción del bien común. En realidad, seguimos viviendo dispersos, atomizados, en un caudillaje moral, un síntoma de nuestra miseria social.