Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
Las novelas de Javier Arévalo no se adscriben –strictu sensu– dentro del policial, a pesar de que suelen articularse mediante un hilo narrativo que posee algunas de las características del género: suspenso e intriga. Elementos que Arévalo, con varias novelas encima y diestro en el oficio narrativo, ha sabido utilizar con eficacia.
Gracias, Señor, por tu venganza (Editorial Planeta, 2007) no es la excepción. Mediante un lenguaje directo –influenciado quizás por el periodismo–, Arévalo consigue atrapar el interés del lector desde el arranque. La primera escena, en la que se muestra al protagonista, víctima de la siniestra persecución de un grupo de sacerdotes no hace sino prender la mecha de la curiosidad. La historia posterior –la del culto a un Cristo que usa kepí y pistolas, y a quien sus fieles no sólo piden bendiciones sino la muerte de sus enemigos– no es sino el detonante de esa mecha.
El protagonista –quien relata la historia– es un periodista, escritor y ateo. Un escéptico y un irreverente impenitente (posiblemente alter ego del propio autor; hay varios guiños en esa dirección). Conductor de un programa de entrevistas en la televisión, Alberto viajará a una comunidad escondida en el Cusco, en la cual se profesa un extraño culto a un denominado Señor de la venganza. Sin embargo, en aquel lugar existe también un sacerdote Opus Dei dispuesto a terminar con ese culto pagano, y con métodos nada sacrosantos.
Simultáneamente a esta línea argumental, Arévalo nos presenta personajes bien cincelados –sobre todo los protagónicos–. El amor no es ajeno a los avatares del personaje central, cuya vida sentimental se torna inestable. Alberto repasa lo que fue su relación formal con Magdi, varios años atrás, cuando ambos eran estudiantes de periodismo. Y, claro, su relación presente con Sivana, la hija de uno de los accionistas del canal donde labora.
Gracias, Señor, por tu venganza es una novela que se lee con fluidez. Su autor sigue confirmando su oficio narrativo.