05 November 2007

HOMENAJE A JUAN GONZALO ROSE


EN "EL DOMINICAL"

El día de ayer domingo, en el suplemento "El Dominical" se rindió un sentido homenaje al poeta Juan Gonzalo Rose. Creo que lo más interesante fue la entrevista realizada por Enrique Sánchez-Hernani a María Teresa, la hermana del poeta, en la cual nos ofrece detalles de la intimidad del poeta y de su vida cotidiana. Los dejo con algunas preguntas de la entrevista y un poema del recordado Juan Gonzalo:


¿Qué era lo que más le gustaba a Juan Gonzalo?

-Le gustaba comer (risas). Cuando se sentaba a la mesa todo tenía que estar bien puesto, todo bonito. Lo más gracioso era que él comía solo con sus cosas. Por eso en sus poemas habla de su vaso y su cuchara. Tenía una cuchara de alpaca gastadísima. La había usado tanto que ya tenía un huequito. Un amigo una vez se lo hizo notar: "Juan Gonzalo -le dijo-, pero esa cuchara tiene hueco". Y él le contestó; "Sí, pero sí llega".

Qué humor tan increíble.

-Hasta su forma de comer era perfecta. Nunca usaba las manos para nada. Lo que le gustaba era el adobo que hacía mi mamá. Ella cocinaba cosas muy sencillas, como el locro o la crema de zapallo, que a Juan Gonzalo le encantaban, así como el pepián de choclo.

¿Y es verdad que cantaba?

-¡Lindo! En Tacna hasta cantó en una radio. Me cuentan que por eso mi papá lo mandó a Lima, porque se metía a la radio a cantar, como mi mamá, que cantaba todos los tangos de Gardel. Eso escuchaba Juan Gonzalo de chico.

¿De adulto eso marcó sus gustos?

-Claro. Él era un gran admirador de Piazzolla. Se trajo de Argentina todos sus discos. Cuando ya estaba mayor se sentaba en la sala a escucharlo. Era su músico favorito.

¿Su gusto por la música provenía de la familia?

-Era curioso, porque mi padre en Tacna no tenía radio, pues nos acostumbró a ir a comer a la mesa en silencio. En nuestra casa no había bulla. Pero Juan Gonzalo se compraba cancioneros y le ponía música a las letras. Muchas veces, me contaron, ésta coincidía con la verdadera melodía de esas canciones.

Si se quedaba en Tacna a lo mejor hubiese sido músico, pero lo enviaron a Lima.


-Pero también hubo otra razón, por algo que él defendía, porque él era un defensor de los derechos de la gente. Siempre defendía al que veía de menos. Yo también soy así.

¿Cuándo es que se vuelve a meter en la música?

-Ya mayor. Cuando se junta con Diego Mariscal , él le presenta a Víctor Merino, y entre ambos hicieron un disco que no circuló mucho, El mismo puerto, donde le pusieron música a los poemas de Juan Gonzalo. La voz la puso Tania Libertad.

¿Su afición por la música lo llevaba a ir a peñas?

-Sí iba. En Barranco había una, El Embrujo, de Elena Bustamante. No era muy amigo de los artistas pero sí de la gente que llegaba allí: Magda Figuerola, Chabuca Granda, que lo quería tantísimo. Ella llegaba a mi casa de Magdalena con unas medias de lana para Juan Gonzalo, pero antes le sobaba los pies con petróleo blanco, porque él se quejaba de que le dolían los pies al caminar.

Qué cariñosa.

-Sí, y tan humilde. Cuando ya estaba en sus últimos años, Chabuca le preguntaba: "¿Qué te falta hacer Gonzalito?". "Viajar otra vez a Buenos Aires", le contestó, "ya tengo los pasajes, pero me falta un sobretodo". A los pocos días le trajo un sobretodo, aunque finalmente él nunca llegó a viajar.

¿Juan Gonzalo tenía más amigos músicos?

-Muchos. Raúl Vásquez era uno de ellos. Y había un gran grupo que iba a nuestra casa de Magdalena: Tania Libertad, Cecilia Barraza, Jorge Madueño, Diego Mariscal, y Rubén Flores, el papá de Juan Diego. Víctor Medina llegaba con un pianito, tocaba y los demás se ponían a cantar.



CARTA A MARIA TERESA

Para ti debo ser, pequeña hermana,
el hombre malo que hace llorar a mamá.
Yo me interrogo ahora
¿por qué no he amado sólo
las rosas repentinas,
las mareas de junio,
las lunas sobre el mar?
¿Por qué he debido amar
la rosa y la justicia
el mar y la justicia,
la justicia y la luz?

Fui un niño como todos.
También mi infancia
la atravezaba un río
y tenía una hora misteriosa
en la cual las palomas
a mi alma obedecían.

Pero me preguntaba
¿por qué en mi calle
la alegría es un viento
fugaz e inesperado?,
¿Por qué no siembran trigo
también sobre mi pecho,
si aquí en mi corazón,
todas las noches
se desbordan los ríos?

Por eso fue la noche
el rostro de mi madre,
astro de cera y llanto
en el cielo apagado de mi celda;
por eso me negaron
el Perú en mi desvelo,
y vanamente grito:
devolvedme mi patria,
devolvedme mi escuela de palomas,
mi casa frente al mar,
devolvedme su calle más pequeña;
su lámpara más rota,
su más ciego lugar.

A pesar de todo esto,
para ti debo ser, pequeña hermana,
el fantasma que vuelca
la sal sobre la mesa,
el mal hado que rompe
las puntas de los días:
y es que a ti te hace daño
ver llorar a mamá.

Mas una tarde, hermana,
te han de herir en la calle
los juguetes ajenos;
la risa de los pobres
ceñirá tu cintura
y andando de puntillas
llegará tu perdón.
Cuando esa hora suene
es que amarás las rosas,
las mareas de junio,
el jardín de diciembre
donde los niños van;
es que amarás mis sueños
y mis cosas,
¡Sabrás por qué se rompe
fácilmente
por la mitad el pan!

Cuando esa hora suene
y se empadrine en mi padre mi orfandad,
iremos de la mano
por las calles de Lima,
en trinidad de gozo:
la risa de mamá.