EXTRAÑAS COINCIDENCIAS PATAFÍSICAS
Durante esta semana, me han ocurrido algunos hechos a los cuales el gran Julio Cortázar hubiera calificado de “patafísicos”. Todo empezó hace unos días, cuando a un amigo cercano, un joven escritor en ciernes, le obsequié un ejemplar que contenía las dos célebres novelas de Roberto Artl, Los siete locos y Los lanzallamas, en la conocida edición Colección Ayacucho, de origen venezolano. Le dije: “Lee a este autor, es el Dostoievsky latinoamericano”, parafraseado a un conocido crítico. A cambio, mi joven amigo, me entregó en calidad de préstamo un libro de cuentos de Enrique Vila-Matas que no había alcanzado a leer por considerarlo, equivocadamente, una obra menor: Suicidios ejemplares. Cuando llego a casa, reviso mi biblioteca y me doy con la sorpresa que junto a una edición española de El juguete rabioso -la de Bruguera, en tapa dura-, estaba la edición de París no se acaba nunca -en la edición de los Compactos de Anagrama-. Tomé los dos libros y me puse a leerlos en contrapunto: una página de Arlt y otra de Vila-Matas. Por un lado, la narrativa vivencial y visceral del escritor argentino; y, por otro lado, la literatura culta y envolvente del español. En una página el estilo descarnado y descuidado, pero muy expresionista, del bonaerense; en la otra, la prosa preciosista y cuidada del barcelonés.
A partir de ese momento y durante todos los días de la semana, las figuras de estos dos escritores me han rondado en la cabeza en forma persistente. ¿Qué misterioso azar habrá unido a estos dos insulares escritores, nacidos al otro lado del Atlántico respectivamente, en el episodio con mi joven amigo escritor, y, posteriormente, en el estante de mi biblioteca? La única respuesta que hallo es aquellas ocultas “afinidades electivas” de las que hablaba Goethe hace algunos siglos y que se encuban y residen muy al margen de la voluntad de los hombres. Sin embargo, lo que verdaderamente importa y lo que quiero destacar en este breve artículo es señalar que la re-lectura de ambos escritores ha significado para mí una renovación en mi fe sobre el futuro de la narrativa. Por un lado la fuerza vital del escritor porteño; por el otro, los guiños literarios y extraordinaria capacidad creativa del autor español. Además, saborear la lectura de ambos registros a nivel de la prosa ha sido para mí como degustar un vaso de ron añejo, para el caso de Arlt, y una buena copa de vino tinto, para el caso de Vila-Matas.
Finalmente, abro el suplemento El Dominical del diario El Comercio y me encuentro con dos artículos que unen y reconcilian, nuevamente en el mundo real, a estos escritores: el primero es una breve reseña de Enrique Vila-Matas sobre el Tristam Shandy de Laurence Sterne; el segundo, se refiere a una carta inédita que el autor de Los siete locos escribió a Ricardo Güiraldes. Demasiada “patafísica” para un día tan celebrado y familiar como el Día de la Madre.
Durante esta semana, me han ocurrido algunos hechos a los cuales el gran Julio Cortázar hubiera calificado de “patafísicos”. Todo empezó hace unos días, cuando a un amigo cercano, un joven escritor en ciernes, le obsequié un ejemplar que contenía las dos célebres novelas de Roberto Artl, Los siete locos y Los lanzallamas, en la conocida edición Colección Ayacucho, de origen venezolano. Le dije: “Lee a este autor, es el Dostoievsky latinoamericano”, parafraseado a un conocido crítico. A cambio, mi joven amigo, me entregó en calidad de préstamo un libro de cuentos de Enrique Vila-Matas que no había alcanzado a leer por considerarlo, equivocadamente, una obra menor: Suicidios ejemplares. Cuando llego a casa, reviso mi biblioteca y me doy con la sorpresa que junto a una edición española de El juguete rabioso -la de Bruguera, en tapa dura-, estaba la edición de París no se acaba nunca -en la edición de los Compactos de Anagrama-. Tomé los dos libros y me puse a leerlos en contrapunto: una página de Arlt y otra de Vila-Matas. Por un lado, la narrativa vivencial y visceral del escritor argentino; y, por otro lado, la literatura culta y envolvente del español. En una página el estilo descarnado y descuidado, pero muy expresionista, del bonaerense; en la otra, la prosa preciosista y cuidada del barcelonés.
A partir de ese momento y durante todos los días de la semana, las figuras de estos dos escritores me han rondado en la cabeza en forma persistente. ¿Qué misterioso azar habrá unido a estos dos insulares escritores, nacidos al otro lado del Atlántico respectivamente, en el episodio con mi joven amigo escritor, y, posteriormente, en el estante de mi biblioteca? La única respuesta que hallo es aquellas ocultas “afinidades electivas” de las que hablaba Goethe hace algunos siglos y que se encuban y residen muy al margen de la voluntad de los hombres. Sin embargo, lo que verdaderamente importa y lo que quiero destacar en este breve artículo es señalar que la re-lectura de ambos escritores ha significado para mí una renovación en mi fe sobre el futuro de la narrativa. Por un lado la fuerza vital del escritor porteño; por el otro, los guiños literarios y extraordinaria capacidad creativa del autor español. Además, saborear la lectura de ambos registros a nivel de la prosa ha sido para mí como degustar un vaso de ron añejo, para el caso de Arlt, y una buena copa de vino tinto, para el caso de Vila-Matas.
Finalmente, abro el suplemento El Dominical del diario El Comercio y me encuentro con dos artículos que unen y reconcilian, nuevamente en el mundo real, a estos escritores: el primero es una breve reseña de Enrique Vila-Matas sobre el Tristam Shandy de Laurence Sterne; el segundo, se refiere a una carta inédita que el autor de Los siete locos escribió a Ricardo Güiraldes. Demasiada “patafísica” para un día tan celebrado y familiar como el Día de la Madre.