03 May 2007

PRÓXIMO LANZAMIENTO EN BIZARRO EDICIONES


PARA TENERLOS BAJO LLAVE DE CARLOS CARRILLO

BIZARRO ediciones se complace en anunciar a sus lectores la próxima publicación del libro de relatos Para tenerlos bajo llave de Carlos Carrillo. Como se sabe, el autor pertenece a la generación narrativa del 90 y su libro apareció por primera vez en 1995 y circuló "clandestinamente" entre los lectores de literatura "bizarra". Después de doce años, el libro volverá a aparecer, esta vez con mayor circulación, en el mercado editorial y promete ser un lanzamiento bastante underground, con concierto metal y performance artística incluidos.

En la contracarátula del libro, podemos leer algunas palabras del narrador limeño Manuel Rilo:

Una lujuriosa y dominatriz gatúbela, junto con su esforzado aprendiz, recorren la city en busca de infantiles sexos para devorar. Unos singulares coleccionistas de órganos humanos se conocen en una elegante heladería. Una chica deja en casa a su enamorado y su primita de nueve años, el morbo y la pasión juntan a estos dos últimos. Una mujer lobo en Lima te espera a la salida de un ascensor para clavarte sus colmillos. El pitufo sodomita, preocupado por su combustible, tortura, viola y mata a las nice girls que no aceptan a su eufórica y lujuriosa musa.

Del autor, solo podríamos decir que es un escritor trágico y atormentado, y esperamos que se sumerja cada vez más en ese fantástico y depravado mundo que es capaz de narrar.

Carlos Carrillo, que el demonio te bendiga. Yo, ya te bendije.

A continuación, los dejo con una pequeña perla del libro:


CRISTALES ROJOS



Los celestes ojos de Domenika veían con excitación cómo esos trocitos de vidrio plantados en la alfombra se bañaban en sangre e iban adquiriendo un color rojo. Esa coloración rojiza se apoderaba de sus ojos convirtiéndolos en dos puntos escarlatas. En realidad, sus ojos reflejaban el brillo de esos innumerables fragmentos de vidrio teñidos de sangre.

César destapó la otra botella de vodka y se preparó un trago sin dejar de ver el cuerpo tendido en la alfombra. La sangre formaba un charco debajo de la cabeza de esa mujer. César se preguntó si ese líquido rojo llegaría a la terraza y caería en la piscina, formando un remolino escarlata en el agua. El celeste de la piscina era igual al celeste de los ojos de Domenika, que seguía contemplado el cuerpo inerte de esa mujer.

- Parecen cristales rojos -dijo quedamente.

César tomó un poco de vodka y le dio la razón. Cristales rojos desparramados en la alfombra como puntitos brillantes. Una imagen acudió a su mente. Unos lentes caían a un piso duro y varios puntos rojos surgían en su superficie como un repentino sarampión.

Caminaba cerca de un centro comercial. La sucursal de un banco se hallaba en la esquina y un anciano de baja estatura salió de ahí. César lo veía acercándose a él. Caminaba lentamente, arrastrando sus cansados pies, como si quisiera conservar la poca energía que le quedaba. Al cabo de unos minutos, el anciano casi choca con César. Se desvió, pero César hizo lo mismo. El anciano levantó su rostro sorprendido y vio a un joven de cabello corto, casaca, polo y pantalón negros cerrándole el paso. César le atizó un golpe en el vientre. El anciano se dobló sobre su cintura emitiendo un quejido leve. César lo levantó golpeándolo con furia en la cara. Unos anteojos se rompieron y cayeron junto con el anciano. Algunas personas, en la otra acera, observaban la escena sin intervenir. César lo incorporó para tirarlo contra una pared garabateada. Se deleitó con ese liquido rojo que manchaba la pared mientras el anciano se deslizaba por ella. Los curiosos se acercaban más. César sentía sus miradas, sentía esa mezcla de odio, indignación e impotencia en el aire. Revisó el cuerpo inerte del anciano. Encontró una billetera y un abultado sobre blanco en su saco. Se los guardó y vio los lentes del anciano cubiertos por varios puntitos rojos. Una voz interrumpió su fascinación.

- ¡Oiga! ¿Qué hace?

César sacó una pistola descargada y apuntó al presunto héroe, deteniéndolo. Alguien más gritó:

- ¡Cuidado! ¡Está armado!

Disfrutó con el miedo de las personas. El aire estaba cargado de miedo y de odio hacia él. Esa pistola siempre lo sacaba de situaciones similares. Se la había quitado a un policía que había matado. El repudio se hacía más intenso y César se alejó hacia la esquina, apuntando con el arma a los curiosos. Llegó a la esquina, corrió una cuadra. Paró y miró hacia atrás. Nadie lo seguía. Divisó un taxi viejo y herrumbroso, lo paró y se subió.

Dejó el vaso de vodka sobre la mesa y contempló a Domenika, esa rubia de celestes ojos y nariz aguileña, hechizada por los cristales rojos esparcidos en la alfombra. Llevaba un pantalón negro de licra que resaltaba su redondo trasero y un polo blanco corto. César no tenía amigos. Ni siquiera tenía una relación afectuosa con sus padres. No hablaba con ellos, ni con nadie más, a excepción de Domenika. Pero no estaba seguro de si existía algún lazo afectuoso que los ligase. Si fuese así, no sería algo estereotipado.

El taxi arrancó hacia la dirección que César indicó. Durante el trayecto no habló con el taxista. Este trataba de entablar algún tipo de comunicación, pero César le respondía con monosílabos hasta aburrirlo. No le interesaba. No le interesaba ni su padre, ni su madre ni el resto del género humano. Sólo le importaban el alcohol y el sexo. En ese orden. El sexo. Domenika. Ella era muy buena para eso. Ella era igual a él.

Llegaron al lugar. César sacó la billetera del anciano, pagó y bajó. Estaba en el mercado de Monterrico, frente al chifa Sau-San. César se dirigió a un teléfono público donde revisó el contenido de la billetera y el sobre blanco. La billetera tenía poco dinero, pero en el sobre había mil trescientos dólares. Sonrió. Invitaría a Domenika al Sau-San. Su casa estaba cerca, celebraría con ella. Encontró una licorería y compró dos botellas de vodka, una de tres litros de Sprite, una bolsa de maní y una cajetilla de cigarros. Luego, caminó hacia la casa de Domenika. Llegó a una pared de ladrillo, tocó el intercomunicador y esperó.

- ¿Quién es?

- Soy yo, César. Abre.

- Ya voy.

César vio un gorrión moribundo en el césped del jardín. Lo agarró y lo apretó con fuerza. El ave murió. Que fácil mueren algunos seres, pensó César. La puerta se abrió. Domenika llevaba un pantalón negro de licra y un polo blanco corto. César le enseñó la bolsa y su mejor sonrisa de imbécil.

- Vamos a celebrar.

Domenika también sonrió:

- Entonces pasa.

Caminaron por un pasadizo adornado de flores y helechos. Llegaron a la puerta principal y César entró a la sala. Eran las cuatro de la tarde, César se sentó en un cómodo sofá y vio la piscina. Si fuese más temprano, pensó, nos bañaríamos desnudos. Domenika trajo dos vasos y se sentó a su lado. Colocó sus piernas encima de las de él y le preguntó:

- ¿Qué celebramos?

César le pasó el sobre y abrió una de las botellas de vodka, mientras Domenika contaba y recontaba el dinero. Tenía diecisiete años. Había terminado el colegio, pero no trabajaba ni estudiaba. Era una mujer sin ambición.

- ¿Qué te parece?

Domenika pasó una mano debajo de su polo negro y le apretó las tetillas. Era su forma de decirle que estaba contenta. Como cuando un perro mueve la cola, pensó César.

- Alto, alto. Primero, un trago.

Le pasó una mezcla de vodka y Sprite.

- ¡Salud!

Domenika no le respondió. Sus celestes ojos irradiaban algo. ¿Felicidad? No exactamente, pero sí algo muy parecido. Los dos terminaron sus vasos. Domenika pasó de nuevo su mano por debajo del polo de César. Este la atrajo hacia él. Sus manos acariciaron el buen trasero de Domenika mientras sus bocas se juntaban.

Tomaron durante una hora entre besuqueos y manoseos. César se sentía excitado. Sus manos jalaban el pantalón de licra. Se acercó al oído de Domenika.

- Chúpamela.

Ella detuvo su besuqueo. Lo miró y colocó su mano sobre el pene de César. Le desabrochó los pantalones y le bajó el calzoncillo. El pene se incorporó semirrígido. La mano de Domenika lo acarició hasta que estuvo totalmente erecto. Sus celestes ojos se posaron en ese cilindro de carne que tenía en la mano. Acomodó su rubio pelo a un costado, bajó su cabeza y su boca se tragó el hinchado glande. César gimió. Domenika era una experta. Se lo tragaba todo. Después, subía lentamente y tocaba con su lengua la punta del pene. Su boca cogía el glande, lo chupaba y se tragaba todo nuevamente. Su lengua recorría todo el pene mientras César acariciaba su cabello rubio o metía una mano entre sus nalgas. Al llegar a la base, ella se tragó sus testículos. Luego, continuó con el pene. Escuchó a César:

- Ya, ya, ya.

Domenika tenía el glande en la boca cuando César eyaculó. El salado semen irrumpió en su boca violentamente. Tragó un poco y el resto se chorreó por sus comisuras. Domenika se acercó a César y se besaron.

- Vamos a mi cuarto -le dijo.

Se levantaron del sofá cuando la puerta se abrió repentinamente, como en una pesadilla. César se abrochó el pantalón con prisa. Era la madre de Domenika.

- Domenika, ¿qué es esto?

Domenika se limpiaba el semen de su mentón al responderle:

- Mamá, es César, ha venido a visitarme.

- ¿César? ¡QUE HACE ESE VAGO EN MI CASA!

- Mamá, sólo es una visita.

- ¡HUELE A TRAGO! ¡ESTAN TOMANDO!

- Mamá, ha sido sólo un vaso por ...

- ¡CALLATE!

- Mamá ...

- ¡CALLATE! Además siento OTRO OLOR. ¿QUE HAN ESTADO HACIENDO!

- Señora, yo ...

- No te atrevas a dirigirme la palabra! ¡Y SAL INMEDIATAMENTE DE MI CASA!

- Mamá, ÉL NO SE VA DE LA CASA.

- ¿Cómo te atreves, PERDIDA? ¡ESTE HIJO DE PUTA SE VA!

- Me has escuchado muy bien: ÉL NO SE VA DE LA CASA.

- Ahora vas a entenderme, PERDIDA DE MIERDA -la madre se acercó amenazante a su hija-. Ahora vas a entenderme.

- ¡NO TE ACERQUES! -gritó Domenika sosteniendo la botella de vodka en alto.

- ¿Me quieres golpear? ¿A tu madre? ¡ATREVETE! ¡VAMOS, ATREVETE!

La botella de vodka se estrelló contra la cabeza de la madre, que se desplomó al piso bañada por una lluvia de cristales y líquido destilado. Algo danzaba en los celestes ojos de Domenika cuando contemplaba el pedazo de botella que tenía en la mano. Se arrodilló y lo hundió en el cuello de su madre. La sangre, roja y brillante, salió apresurada. Domenika la miraba maravillada. La sangre cubría el vidrio, su color relucía.

- Parece un cristal, un cristal rojo.

César se sirvió más vodka.

- Es tan ROJA la sangre.

- Así se supone que debe ser.

- Tan ROJA.

Tomó en silencio. El cuerpo seguía desangrándose en la alfombra de la sala y los restos de vidrio en la alfombra se convertían en cristales rojos.

- ¿Qué hacemos? -preguntó César.

- No lo sé. Enterrarla en el jardín, quizás.

- ¿En el jardín?

- Sí, para que sirva de abono.

- ¿La enterramos ... ahora?

- No, más tarde. Ahora CELEBRARÉ.

Se sacó el pantalón de licra y se colocó frente a César.

- ¿Celebrar? ¿Celebrar qué?

- Una nueva vida ... una nueva vida contigo ... una vida LIBERADA.

César terminó su vaso, pensó en el Mercedes del garaje, tenían la tarjeta de propiedad y a la dueña no le molestaría prestárselo. No necesitaría ni el auto ni la casa ni nada excepto un hueco en la tierra de su jardín. César pensó en enterrarla cerca de sus rosales. Se desabrochó los pantalones al tiempo que Domenika se sacaba el polo blanco dejando ver sus senos puntiagudos. Se tiraron en la alfombra; César terminó de quitarse los pantalones, tiró el polo negro a un lado. Cuando César la penetró, Domenika volteó hacia el cadáver que se hallaba a unos pasos y le dijo:

- Ahora ya no me puedes decir nada. Nada. NADA.

Metió su lengua en la oreja de César, sintió la grasa y empezó a moverse, mientras algunos cristales rojos se incrustaban en su cuerpo.