13 December 2006


ENTREVISTA A RODOLFO YBARRA

Anticipándonos a la presentación de sus tres libros de poesía el día de mañana jueves 14 de diciembre en el Yakana Bar (7 p.m.), colgamos parte de una larga entrevista al poeta Rodolfo Ybarra realizada por el poeta y narrador Miguel Ildefonso:

Rodolfo, háblanos de tus inicios literarios o artísticos en general, ¿por donde te movías, qué leías, etc.?

Recuerdo una biografía de Giussepi Casanova que leí a los siete años en una colección turquesa que entregaban gratuitamente a los médicos de los años setenta porque llevaba publicidad de medicamentos -en ese entonces modernos- creo que la colección se llamaba “enfermos famosos” y alguna visita con problemas bronquiales -recuerdo claramente la tos, el eco cavernoso- lo había olvidado en la sala de la casa, ahí se describía al niño Casanova con una suerte de retardo mental moderado (RMM) que lo alcanzó hasta la adolescencia convirtiéndolo en un inútil, en un guiñapo humano, y luego el joven Casanova como por un acto de iluminación “despertó” con su habilidad por todos conocida y sus intentonas médicas -las sangrías y toda esa limpieza de la sangre- y sus métodos supuestamente infalibles para evitar el embarazo como el limón cortado con miel de abeja -primitivo espermicida- que introducía a sus compañeras sexuales, casi todas casadas y que querían disfrutar de los placeres cireneicos sin mayores consecuencias que el acto mismo. (A propósito, la película “Casanova” de Fellini que vi años después despertó en mí la infancia un poco acelerada y con vacíos que cubrir; más adelante, si me lo permites, hablaré de esto y, claro, de las mujeres y la vagina dentada o, la vagina con bozal y todos esos miedos freudianos).

Volviendo, yo era un niño introspectivo, casi índigo, casi autista, y digo “casi” porque eso me salva de una definición autoconceptual que no estoy seguro, por la lejanía, poder realizar. Bueno, igual era un niño que leía todo lo que encontraba; aprendí a leer a los tres años sin esfuerzos, casi como una cuestión natural, un proceso natural, y tuve una fijación por los mapas cartográficos que me duró buenos años, pasaba el tiempo comparando los mapas del Perú con los de otros países, medía poblaciones, producciones mineras, agropecuarias, cantidad de ejército, etc. Mi madre -mujer de negocios- jamás incentivó mis ánimos por la lectura, yo tenía un familiar (¿un primo?, no lo sé, jamás lo pregunté) que había llegado creo de Piura para estudiar en la universidad, y él me enseñó muchas cosas aparte por supuesto de prestarme sus textos preuniversitarios. Con él aprendí a jugar ajedrez a la perfección (especialmente las salidas peón 4 rey o gambito de rey o de reina o el inmejorable caballo en posición de ataque o el peón hacia delante para dar salida a los alfiles) y a resolver problemas matemáticos y estadísticos que en su mayoría siempre es una aplicación de la lógica. Creo que en cierta forma yo me sentía como el niño Casanova con una suerte de retardo, no interno, sino externo, es decir inducido por el poco interés que irradiaba mi entorno familiar; pero yo era terco -terriblemente terco, no sé por qué a veces me miraba a mí mismo como el Aureliano Buendía de “Cien años de Soledad”, libro que leí antes de los trece años, gracias a ese familiar incógnito y en parte al destino.

Recuerdo que salía a la calle como todos los niños a jugar canicas, “el trompo y la huaraca” como dice ese poema de Nicomedes o “El trompo” solamente de Diez Canseco (precursor del realismo urbano en la década de los cincuentas, recomiendo leer su novela “El Gaviota” y también “Duque” y sus cuentos “Estampas Mulatas”); y ahí en la calle recogía periódicos que los doblaba y los metía en el bolsillo del pantalón para luego en la otra “soledad” del baño leerlos. A veces no entendía pero me esforzaba, claro era sólo noticias en pleno gobierno militar, las movidas de lo que después supe era la Sinamos (Sistema Nacional de Movilización Social), las Sociedades Agrarias de Producción, las cooperativas y todo el movimiento agrario y campesino, y ese rollo del patrón no comerá más de tu pobreza, Velasco y toda su corte y la ilusión del cambio que nunca llegó. (A propósito, ¿sabes por qué Velasco en su loca carrera por estatizarlo todo, no tocó las tierras de Huaytará?, simplemente porque estaba casado con la hermana del aprista Luis Posadas y ellos pues, eran dueños de toda esa comarca).

Recuerdo claramente que leí la noticia de un fusilamiento por traición a la patria -era una mañana de abril y hacía frío- y este hecho se comunicaba con lenguaje marcial y con una frialdad que me hacía dudar de que eso fuera cierto. ¿Cómo una muerte podía acabar relatándose como un boletín del servicio metereológico? Terrible. Así, y no con mi armadura, sino con mi inocencia entraba en toda esa onda tanática que como un espiral fue creciendo hasta hace unos años atrás.De ese modo, con toda esa atmósfera “revolucionaria” y llena de oportunistas y “grandes” descubridores de la pólvora, leí los pocos libros que había en casa, incluido una Biblia pequeña de color azul que regalaban casa por casa los evangélicos, ahí al final de este pequeño libro había una conminación puesta en sello azul pastel para poner tu nombre y creo también otros datos; ahí puse por primera vez en un libro mi nombre y mi apellido; y luego y casi inmediatamente vendría el colegio que en primera instancia fue el colegio parroquial Nuestra Señora de Cocharcas, de una misión claretiana, ahí me enseñaron, aparte de reafirmar mi lecto-escritura, a rezar y algunas palabras en latín. Los padres españoles eran muy severos, solían castigar a los niños golpeándolos en las piernas con reglas de madera, todavía eran los tiempos pretéritos en que “la letra con sangre entra”, y claro también premiaban con rosarios y crucifijos de diversos santos a los niños aplicados. El método error-castigo parece que funciona o funcionó en algunos, tal es el caso de un viejo amigo que ahora es sacerdote franciscano y lo veo cada cierto tiempo en una iglesia del centro. Ahí también aprendí los nombres de muchos santos como santo Tomás de Aquino, cuyo libro “Suma Teológica” (obra maestra compuesta en 14 tomos) recién pude leer a los veinte años. San Agustín quien es uno de los cuatro padres de la Iglesia de Rito Latino, cuyas teorías siempre me impactaron, y muchos otros santos que aparecen en el santoral: San Juan Bosco, San Vicente de Paul, San Peregrino Laziosi, Santa Clara de Asís, Santa Catalina Labouré, Santa Margarita de Alacoque; y de ahí el salto a la poesía sacra estaba cerca: Santa Teresa de Ávila (“Nada te turbe, nada te espante todo se pasa,/ Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta”) a San Juan de la Cruz (“Por toda la hermosura nunca perderé sino por un no sé qué, que se alcanza por ventura. El que de amor adolece del divino ser tocado, tiene el gusto tan trocado que a los gustos desfallece como el que con calentura fastidia el manjar que ve y apetece un no sé qué, que se alcanza por ventura. Sabor de bien que es finito lo más que pueda llegar es cansar el apetito y estragar el paladar; y así, por toda la dulzura nunca yo me perderé sino por un no sé qué, que se halla por ventura”), a Fray Luis de León (“Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves, de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio esté atendido. Del monte de la ladera, por mi mano plantado, tengo un huerto, que con la primavera, de bella flor cubierto, ya muestra en esperanza el fruto cierto. Y mientras miserablemente se están los otros abrasando con sed insaciable del peligroso mando, tendido yo a la sombra esté cantando”) a Sor Juana Inés de la Cruz (“Finjamos que soy feliz, triste pensamiento, un rato; quizá podreís persuadirme, aunque yo sé lo contrario, qué pués sólo en la aprehensión dice que estriba los daños, si os imaginaís dichoso no sereís tan desdichado”). Ah por cierto, jamás fui religioso, eso de “si me porto mal me voy a ir al infierno” me duró hasta los diez años y no más, y por mi carácter no podría haber llegado al Jansenismo que, como sabemos es la doctrina que exagera las ideas de San Agustín para obrar el bien religiosamente a costa de la libertad humana. El bien como bien está perfecto, pero el bien sin libertad de qué sirve, cómo disfrutas del bien. Y dios bien gracias. (“Yo le pregunté una vez: -y tú, vagabundo, ¿crees en Dios? -te lo diré más tarde. Espera unos treinta años. Cuando haya cumplido los sesenta, tal vez sepa si creo en Dios o no; de momento lo ignoro, y conste que no tengo ganas de mentir”. Mis Confesiones. Máximo Gorki. Pg. 99 . El nombre de la editorial no me acuerdo).

Bueno, del Cocharcas pasé al colegio República Argentina, un colegio un poco grande que queda en el jirón Miroquesada, ahí aprendí las “malas costumbres” argentinas, gracias a que la embajada de ese país auspiciaba el colegio. Recuerdo cada nueve de julio -día de la Independencia gaucha- llegaba el embajador orondo con su traje celeste acompañado de sus edecanes y nos regalaban entre juguetes y dulces unos libros que editaban en este hermano país, ahí entre muchos autores pude leer antes de los nueve años una adaptación para niños de un cuento de Borges. A veces me pregunto si en Argentina habrá un colegio que se llame Perú y pienso si ahí se leerá por lo menos a Vallejo.

Yo era un niño con muchos deseos de aprender y a pesar de mi timidez, totalmente travieso, recuerdo que perseguía a las cucarachas y no me atrevía a matarlas, alguna extraña razón tendrían para vivir, a veces las metía en cajas de fósforo y las hacía pelear con arañas, ya sabemos quién ganaba, pero no siempre era así, me las ingeniaba para poner a la araña en desventaja sacándole algunas patas y a veces también se me pasaba la mano. Recuerdo una vez que perseguí a una rata con unos amigos, fue toda una tarde de verano, sol canicular, heladeros en la esquina, niños en el parque, y luego de que la rata ingresara en su madriguera abrimos una tapa de desagüe, esas de fierro forjado que todavía se ve en las quintas pobres de Barrios Altos y el Rímac. Bueno, la cosa fue que a mí se me ocurrió echarle kerosén y prenderle fuego al desagüe y el espectáculo estalló con decenas de ratas a medio prender corriendo hacia la calle como pequeñas bolas de fuego, pequeños aerolitos volando sobre el cemento y los vecinos corriendo con las escobas tratando de evitar algún incendio y por supuesto tratando de matar a las indeseables ratas. Para mí fue todo un espectáculo mismo las movidas mediáticas en las que se integran danza, teatro, música e incluso mejor porque todo era real y ahí pude reafirmar el dicho de Mariátegui que una chispa puede incendiar la pradera (disculpa Miguel, esto es una broma). La cosa fue que me castigaron, no dejándome salir a la calle que era el lugar donde todo niño -con pocos juguetes- se realizaba y donde niños como yo tenía algo que leer.

Luego vendrían varios colegios, e incluso llegaría a estudiar en el “Luis Benjamín Cisneros” que era un colegio que se levantaba en la propia casa del poeta en el jirón Junín ¿1275? (Cisneros murió ciego y también había escrito novelas como Julia (1861), Edgardo (1864), y Amor de niño ¿?, pero su obra más conocida es “Aurora Amor” en que canta -tipo Whitman- al nuevo espíritu del mundo y a la evolución de las artes y claro por supuesto la ciencia). Aquí en este colegio es donde -por cercanía, por absorción, por mimetismo o por alguna ley mágica, espiritual- siento la necesidad de ser poeta, de escribir, de leer, de vivir -como decía Sir Harrys, el del “Retrato de Dorian Gray”- como poeta, acababa de cumplir los trece años y ya tenía un conocimiento más o menos claro de lo que quería ser, lamentablemente cuando yo preguntaba a unos tíos “cultos” por esta “carrera”, me decían que no existía y que nadie vivía de los poemas, pero yo no me decepcionaría tan fácil, como dije atrás era terco. Así que un día un vecino que tocaba guitarra y era a la vez profesor de matemática en el Lavarte me dijo que podía ser lo que quisiera, siempre y cuando no esperase vivir “como rey”, él había querido ser músico y se recurseaba como profesor, ya mi destino estaba trazado. El profesor tuvo una denuncia policial por robarse el reloj del colegio; luego de perder su trabajo anduvo vagando por ahí hasta que años después se fue al Japón a trabajar descuartizando y cremando cadáveres gracias a unos familiares. Nunca más lo volví a ver, le debe estar yendo bien. Supongo. (Un abrazo donde estés, Hugo).

Quiero detenerme un momento en este punto. Yo tendría trece o catorce años y muchos se estarán preguntando si lo que estoy contando son realmente mis inicios literarios, pero claro, aquí voy a mencionar lo que en ese tiempo me tenía fijado como un clavo en la pared, y era aparte de la “Teoría de la Relatividad” y sus cumbres o sus fondos en la bomba atómica, Einstein, Openheimer y demás colaboradores, los iniciáticos Hahn y Strassmann, y la “Teoría del Orgón”, cuyo diseño de la máquina había sido destruido por Estados Unidos y había mandado como colación a la cárcel hasta el día de su muerte a Wilhelm Reich. Y lo alucinante es que si ahora tú entras a Google y presionas “la máquina del Orión” aparecen muchos estafadores que te lo ofrecen a precios onerosos, y nadie les dice nada. Yo hice un diseño de mi propia máquina, espero algún día hacerlo realidad.

Eran y son pues, muchos libros de poesía -por decir lo menos- los que conforman mi zócalo continental literario en esta base del edificio que es la poesía y en la que se tiene que subir grada por grada, porque no hay ni habrá ningún tipo de ascensor.

Empezaré por mencionar conforme vayan pasando por el panel de mi memoria: Eguren y su alma de niño, Vallejo y el dolor omnipresente, Oquendo de Amat y su ternura hipostática: madre-realidad-alucinación, Vicente Azar y su excelente poema “Porgy y Bess llegando al Central Park”. Claro también en esas épocas leí a Neruda y sus “Versos del Capitán”, nunca me gustaron sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, el título me parecía ridículo. El amor más que desesperación es pasión, erotismo, romanticismo o como dice Dante Alighieri en la parte final de la “Divina Comedia” lo que hace girar al mundo; pero de ninguna manera desesperación, eso es una patología, una perversión económica del amor en el sentido editorial, claro es más vendedor decir “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” que decir sólo y a secas “Veinte poemas de amor”. De todas formas cómo olvidar “La canción desesperada”: Emerge tu recuerdo de la noche en que estoy // El río anuda al mar su lamento obstinado. // Abandonado como los muelles en el alba. // Es hora de partir, oh abandonado! // Sobre mi corazón llueven frías corolas. // oh sentina de escombros, feroz cueva de náufragos! // En ti se acumularon las guerras y los vuelos. // De ti alzaron las alas los pájaros del canto. //Todo te lo tragaste, como la lejanía. // Como el mar, como el tiempo. Todo en ti fue naufragio! Y todo esto escrito antes de los veinte años?!

Otros autores que leí compulsivamente fueron Octavio Paz, aunque de verdad lo prefiero como ensayista. Antonin Artaud cuyos libros “El Teatro y su doble” engendra al teatro del dolor y a Judith Malina y al gran Grotowski, “El Ombligo de los Limbos” o “Los Tarahumaras” y sus aventuras con el peyote en México al que fue totalmente misio y casi sin zapatos. O esa “Carta a los Poderes” que fue un gran descubrimiento en mi adolescencia. Alejandra Pizarnik y su lucha por dejar de vivir (leer su “Extracción de la piedra de la locura” y también su “Árbol de Diana”, “El Infierno musical”, “Los trabajos y las noches”). Vicente Huidobro y su creacionismo (leer Altazor, pero también: “Ecos del alma”, “Canciones en la noche”, “Pasando y pasando”, “Finis Britanniae”, “El Viaje en Paracaídas”, etc.) El antipoeta Nicanor Parra que recientemente ha expuesto unas esculturas flotantes donde muestra a los presidentes chilenos -como debieran de estar- ahorcados y colgando de un muro (leer desde su “Canciones sin nombre” 1937, “Poemas y antipoemas” 1954, “La Cueca Larga” y el “Versos de Salón” y “Discursos” escrito con Pablo Neruda, y también su “Ecopoema y Poemas y antipoemas a Eduardo Frei”. En 1998 editó “El rap de la sagrada familia”. El poeta azul Rubén Darío y su onda modernista, leer su “Epistolas y poemas” “Tierras Solares”, “Todo el Vuelo” etc.

Voy a mencionar una serie de nombres sin un orden aparente de los que me acuerdo, en ese tiempo eran mis lámparas con las que iba tanteando con mi adolescencia a cuestas el camino como Diógenes: Jack Kerouac “En el Camino” cuyo libro me lo prestó Chío Hervias, “Visiones de Cody”. Ferllinghetti a quien leí parcialmente, recuerdo que Virginia Benavides tiene un libro original de este autor que fungió de editor de Ginsberg , hay que recordar que él tenía una librería y ahí creó el sello con el que salió “Aullido”. Kenneth Patchen, Gregory Corso y su “Feliz Cumpleaños de la Muerte” -de la colección Visor que lo dejé en venta en el jirón Quilca y creo que lo compró Willy Gómez-, Norman O’Brown, los escritores parias y vagabundos de la Angry Young Men de Inglaterra con el gran Colin Wilson a la cabeza y su extraordinario “A la deriva en el Soho” , aunque ahora se ha dedicado más a cuestiones ocultistas y temas relacionados a fenómenos parapsicológicos.

Otros, Hölderlin, Walt Whitman (“Hojas de Hierba” cuyo libro lo presté a un amigo y se negó rotundamente a devolverlo, a cambio me ofreció un libro cada vez que nos encontráramos, así que a la larga salí favorecido, además Whitman lo merecía).El gravitante Eliot, Cavafis, Victor Hugo, Robert Desnos, Carpentier, Max Jacob.

Continúo, aunque debí mencionarlos primero por cuestiones de orden, pero soy desordenado por naturaleza; definitivamente los clásicos desde “La Iliada” y “La Odisea” de Homero, pasando por Píndaro, el poeta lírico autor de “Odas Triunfales”, “Elogio de Atletas Vencedores”, Sófocles, que es el antecesor más remoto de Freud por el análisis de las pasiones y la psicología de los personajes: “Antígona”, “Electra”, “Edipo Rey”, “Ayax Furioso” etc. En general y salvo muchísimas omisiones creo que éstos eran mis guías espirituales a fines de los ochentas y principios de los “maravillosos años noventa”. Ahora que ha pasado el tiempo veo con nostalgia a estos autores y solo me queda seguir mi silencioso camino de lector buscando y rebuscando la piedra filosofal con la que derribaré al Goliat de la soberbia intelectual o lo que es lo mismo, la ignorancia sin modales o la pose del “escritor pensante” que tiene que vender a toda costa una editoral.

El sountrack o la banda sonora de toda esta época, si se puede decir así, está compuesto por los temas que salían en “Disco Club” que dirigía el primer Gerardo Manual, voy a tratar de mencionar nombres y algunos títulos que recuerdo porque es necesario entender que la poesía y en general todas las artes están entrelazadas y se funden unas a otras y los lazos casi siempre son invisibles y hay que recordar que tanto la poesía como la música son artes de tiempo, mientras que las otras artes como la escultura, pintura, dramaturgia, etc. lo son del espacio. Así son Snack y su “My Sharona”, Kiss y su “Nací sólo para amarte”, Deep Purple y su vinilo “Machina Head” en la que están los temas fabulosos “Highway Star”, “Smoke on the Water”, “Lazy”, “Space Trucking”, etc. También recomiendo sus otras producciones por ejemplo el “Burn” (Arde), o el concierto en vivo realizado en el Japón: “Made in Japan” un album color verde limón, aunque también el “Made in Europe”. AC/DC con el gran Angus Young y Simón Wrigh, aunque muchos prefieren como cantante a Bon Scoth, recomiendo el vinilo, aunque ahora pueden pedirlo en CD: “Black in Black”, “Fly on the Wall” y el genial “Carretera al Infierno” que siempre aparece en cortinas de muchas películas de terror.Journey, Motorhead, The Allman Brothers Band, el genial Jimmy Hendrix y su “Niebla Púrpura”, “Hey Joe”, “Vudu Child” y por esta línea inopinadamente a Stevie Ray Vaughan, quien murió en la flor de su juventud, ese concierto en el “Mocambo”, aunque este es ya más cercano a estos tiempos, igual es un pase-de-vueltas, qué excentricidad, da ganas de dejar de escribir y vivir en constante estado de catarsis o como ciertos gurús de la India enterrados hasta el cuello.

Black Sabbath y su excelente guitarrista Tommy Iomi, dicen que tuvo que aprender a tocar con la izquierda porque perdió movilidad en un dedo. Ozzi Osbourne sí me cae mal, su voz es muy buena, pero sus actitudes dejan mucho que desear y sobre todo porque ahora último se ha dedicado a hacer dinero a toda costa, el caso de su hija es patético.

Bueno sigo, Thim Lizzy, The Cream, dicen que Chacalón escuchaba a esta banda por eso le puso a su conjunto “La Nueva Crema” (escuchar de rigor a “Chacalón y la Nueva Crema”). David Bowie cuando se disfrazaba de marciano y con hombreras es todo un caballero sobre todo cuando ayudó a salir del pozo a Iggy Pop; el genial Lou Reed cuando “llamó” a la bella modelo Nico a cantar (aunque todos sabemos que el verdadero “culpable” fue Andy Warhol) me pareció genial verlo en una película de Win Wender, en esa donde sale un ángel parado en una torre de Berlín, de todas maneras hay que ver las otras películas de Wenders como por ejemplo la literaria “Hammeth, investigación en el barrio chino” o “Paris- Texas”, etc.
Grand Funk y sus geniales temas, aunque me gusta más cuando eran trío (power trío), después con el cuarto integrante, el que tocaba el órgano, todo se enfrío, demasiado tecnicismo a veces acartona y enfría el mensaje y el canal y el receptor se recienten.
Mötley Crue, Iron Maiden, hace poco vino al Perú a ofrecer un concierto Paul Dianno, su primer vocalista aunque ahora está gordo y calvo parece un cantante de reggaeton. Cinderella y sus miembros andróginos, Tean Years Alter y su guitarrista Alvin Lee sobre todo cuando toca ese tema “Helicóptero” y está referido a los helicópteros que traían a los jóvenes muertos de Vietnam. Bachman Turner Overdrive, el famoso BTO y sus “Buenos Negocios”. King Crinsom, The Holies y su “Mujer Alta y Fria Vestida de Negro”, etc, etc.

Habiendo transcurrido algunos años, ¿qué opinas de la llamada promoción o generación del 90?

Es en la década del ochenta cuando realmente me empiezo a mover en este submundo del arte y la contracultura; recuerdo -es un decir, casi todo lo he reconstruido en mi memoria con breves visiones, fragmentos y situaciones que viví o me contaron de primera fuente y datos corroborados con los que de una u otra forma participaron en mis recuerdos- por ejemplo en la desaparecida ANEA, algunos años atrás en el 77 ó 78, Róger Santibáñez hizo una huelga de hambre junto a otros poetas alucinados y de convicciones políticas a prueba de fuego, en esos años yo vivía en el mismo jirón Puno, pero unas cuadras más arriba, a una cuadra de mi casa vivía Manuel Rilo, el cual iba a unas fiestas para pequeños adolescentes que organizaba “pepito” (José Rodríguez, homónimo del cantante), otro viejo amigo que radica ahora en Puerto Rico. Recuerdo que años después y ya en las rejas nos vimos con Manolo (Rilo) y nos reconocimos, fue en un concierto, había un pogo increíble y yo había salido a leer unos poemas en el micrófono, los borrachos celebraban; la literatura nos había reclutado y en ese tiempo estábamos en plena orilla del aprendizaje aunque la predisposición y las aptitudes estaban y no se perderían, sólo el humo azulado de los cigarros se disiparían hasta mostrarnos inmarcesiblemente otras realidades. Róger y ya a inicios de los noventas me contó lo de la huelga, fueron tiempos difíciles. De mi misma cuadra es Giussepi Mendiola, quizás muchos no lo conozcan, pero dentro de poco se le tendrá que reconocer por el talento innato que tiene. Recuerdo una vez me contó que cuando estaba en Bellas Artes del jirón Ancash y no tenía plata ni para las pinturas, se fue al basural del mercado “Buenos Aires” y recogió agallas de pescado para licuarlo y formar el color rojo, e igualmente hizo con el zapallo (amarillo) y las verduras podridas (verdes) y beterragas (morados), y nabos (blancos) y zanahorias (anaranjados), y cuanto desecho había en el contenedor y logró “pintar” un cuadro fabuloso que fue presentado en su aula de estudiante y el profesor tuvo que aprobarlo con la más alta nota, aunque no soportó el olor y lo mandó a su casa. La pestilencia era la sirena que se había encendido en el arte de Giussepi y no se apagará hasta que le hagan caso. Ahora último ha logrado vender unos cuadros en el extranjero y se ha comprado un terreno en Chorrillos.

Ese talento ante la adversidad es algo que siempre he tenido presente y es parte de mi filosofía de vida y determina tangencialmente mi escritura.

Bueno, continúo, en 1980 estalla la guerra interna pero también la onda subterránea y anárquica estaba por dar el gran salto. Creo que fue Helen Ramos la primera en hacer un reportaje a “los vándalos” como se les llamaba en esa época, y ese artículo si más no recuerdo salió en la revista “Laberinto”número 7. Esto de los vándalos creo fue un invento de Belaúnde quien como ese dibujo de Alfredo vivía en las nubes, sino recordemos que en un principio a los levantados en armas les decía abigeos (“Sobre el Volcán” Diálogo frente a la subversión. María del Pilar Tello. Editorial CELA. Leer en especial la introducción y las entrevistas a Mercado Jarrín, Diez Canseco, Metzinger y Valle Riestra).

Recuerdo claramente el concurso de rock no profesional en el año 1986 en la primera No Helden en el jirón Chincha con Wilson. Los rockeros hacían su aparición y se apoderaban de las esquinas. En esos tiempos yo escribía canciones y algunos textos largos y complicados los guardaba secretamente; de ahí saldrían los primeros poemas de “La Túnika” que tuvo varias versiones que armaba artesanalmente y los regalaba a los amigos más cercanos. Pancorvo siempre me hace presente que tiene un ejemplar.

De esta forma con la música y ya cercano a los poetas bohemios y ex-kloakas me fui precipitando a los abismos y a la cima de la poesía, al Taigeto donde arrojaban los griegos a los niños defectuosos.

Recuerdo un poema que escribí en mi inaugurada libreta electoral que era anaranjada y de tres cuerpos, ahí escribí un texto en el que me comprometía con la literatura y con la verdad hasta el día de mi muerte. Mi documento de identidad me lo robaron en un micro de la José Leal, no el azul con rojo (que ahora llega hasta Comas, kilómetro ocho y medio), sino el plomo que tenía el motor atrás y botaba una estela terrible de humo negro como un pasado que perseguía al carro hasta el último paradero. Quiero agregar que a pesar del tiempo mi promesa sigue intacta.
En el año 1990 ó 1991 fui a un recital que se organizaba en la biblioteca nacional, ahí conocí a varios poetas de la que sería realmente mi generación. Vi y escuché leer a Willy Gómez y a Carlos Oliva, recuerdo que el público eran sólo cuatro personas, dos poetas conocidos, uno de ellos era Gustavo Armijos y el otro Ramírez Ruiz, y las otras dos personas eran una amiga que le tenía cierto temor a los poetas y yo en la oscuridad de las butacas tipo cine de barrio y el olor a rancio y creso que salía del baño.

Era la primera vez que yo me encontraba realmente con mi promoción poética, hasta antes sólo había tenido acercamientos individuales, como con Josemári Recalde a quien conocí con uniforme de colegio, a Juan Vega con quien nos encontrábamos en la puerta del BCR para guardarnos cola y ganarles un sitio a los jubilados y porque “teníamos” que ver muchas películas, era para nosotros un deber y después nos íbamos por ahí a comentar lo visto: “Betty Blue”, las películas de Truffau, Godard, las películas neorrealistas de Scola (la excelente “Feos, Sucios y Malos”), o de Sica, o el cine negro norteamericano, etc.

A Rubén y a Paolo los conocí en un recital organizado por la municipalidad de San Martín de Porres. Había muchas pilas en esos tiempos. A Sarmiento y a Willy los conocí en otro recital en la facultad de letras de la Garcilaso en la avenida Brasil. A los Cultivo, con su líder que no era poeta sino plástico: Víctor Zambrano en San Marcos, o perdón en la playa, fue un verano, había un concierto y estaban todos los muchachos de nuestra generación ahí tostándose bajo el sol, yo andaba con un grupo y teníamos ganas de tomarnos un trago y sólo teníamos un poco de “orégano” para hacer el trueque, no sé cómo nos aliamos todos, creo que vía Chio Hervias, ahí estaba Juan Ramón, el Rudy Pacheco -que acaba de editar “Alucinada Cordelia” en el “Hipocampo” de Teófilo-, el Eduardito Braga, el Renato Salas, el gran Víctor que ahora tiene una hijita y es mi vecino en Pueblo Libre, a veces nos reunimos para recordar los viejos tiempos. La cosa fue que jugamos un partido de futbol, el cual salió desastroso, Juan Ramón se ahogaba en la orilla y había que auxiliarlo, Rudy paraba en el suelo, Renato no sabía a donde patear, y el único que metió el gol de honor fui yo que también estaba embrutecido por el sol y no había tomado nada de agua, estaba deshidratado, pero la juventud todo lo puede, y como dicen algunas tribus de Norteamérica “los jóvenes son bellos y fuertes y los viejos feos y débiles aunque sabios”.
A los “Noble Catervas”, quienes eran mayores, los conocí en otro recital en la Villarreal, ahí estaba Johnny Barbieri con su Afrika Looks, la siempre delgadísima Roxana Crisólogo que pegaba sus poemas en el mural del patio y andaba con jeanes y sandalias, Leoncio Luque quien siempre me pareció y no me equivoqué, todo un señor, al loco Cadenas con su morral incaico y con el dedo índice arriba. Ah me estaba olvidando de Iván Segura a quien, en esos tiempos, lo invité a mi casa y compartimos el gusto por muchos autores, ahora creo que radica en Francia y se dedica a las traducciones, leí un libro muy bueno de él que se llama “Bosque de Formas”.
Con Carlos Oliva nunca intimamos, siempre nos mirábamos desde lejos, alguna vez nos tomamos un trago y le comenté ese poema suyo en el que sale “a regar las esquinas con sus orines” o algo así, él se río y levantamos el vaso, tenía una sonrisa franca.

Tengo una visión: Escena UNO: veo a Carlos Oliva poniéndole un cuchillo en el cuello a Róger Santibáñez en el puente Santa Rosa. Son dos extraños pero la poesía los salvará a ambos. Escena DOS: Carlos Oliva con su polo del Centro Victoria me vende unos caramelos, compro diez y me los meto todos en la boca, tengo un sabor amargo de los que duermen en la calle, el resabio verdoso de la droga y el emoliente con alfalfa que tomé en la madrugada en Quilca, Las Rejas Agosto-Septiembre del 90’. Escena TRES: Carlos Oliva corre con un reloj que logró arranchar a un transeúnte, nada lo podrá detener “sin límites de velocidad”, ni siquiera la combi que viene a 60 kilómetros por hora. Muchos querrán ocultar la verdad, pero para qué, si lo que importa es su poesía, y él está vivo ahí en cada verso, en cada palabra dejada para la posteridad. Escena CUATRO: estoy en la avenida Tacna cruzando el puente, estoy tratando de sacar un cartel de tránsito, estoy a quince metros de altura trepado como mono, me detengo ante los gritos de mis amigos, la vieja horda, cabellos largos, prendas de ropavejero, cadenas y púas. Un policía suena el pito, bajo apresurado y no logro evadir un alambre oxidado que me corta el brazo haciendo una horrible “ese”, ahora tendré tétanos hasta el día que me muera, aunque el tétano lo llaman enfermedad de los quince días, conmigo todo funciona diferente. Sigo adelante con mi vieja libreta de apuntes, aún tengo la sangre seca en hojas hongueadas. Alguien dirá que digo la verdad y sólo la verdad?! Ahora todo acaba. Todo se pierde en la nada, en la radio suena “Maldito sea tu nombre” aquella vieja canción de “Ángeles del Infierno”, aquella banda Heavy que tanto me gustaba a mediados de los ochentas, ahora tengo que apagar el interruptor o cambiar de canal para siempre. Fin de la visión.

Recuerdo que en ese tiempo vivía enamorado del ritmo, en Quilca había muchos bohemios que les gustaba declamar versos. Ahí también conocí a Hudson Valdivia quien era un perfecto declamador de los versos de Vallejo, tenía una personalidad increíble (casi siempre andaba en sandalias como los antiguos griegos) y desarrollamos una amistad bastante provechosa, años después en su velorio me encontré con Lubby Valdivia con quien yo había estudiado periodismo y que era su hija y yo no lo sabía, nunca lo supe hasta ese día. Le di el pésame y me puse a pensar en todo lo que uno no sabe por no preguntar, por no ser acucioso, pero si Lubby era, es idéntica a Hudson. Nunca más la volví a ver, creo que ahora está casada con un empresario transportista que tiene una flota de combis.

Volviendo, recuerdo también a Guadalupe, un activista de izquierda con quien competimos alguna vez, declamando versos de Manuel Scorza, y es que Scorza era su alter ego, Guadalupe declamaba los versos como si fuese una rockola a la que hubiesen echado muchas monedas. No se equivocaba por nada y tenía aprendido -podría asegurarlo- libros enteros, el poemario “Los Adioses”, las primeras partes de “Redoble por Rancas”, “Garobombo el Invisible”, etc. Creo que Guadalupe había sido sacado de la novela “Fahrenheit” de Ray Bradbury en la que para no perder la información por la quema de libros se le asigna a cada uno aprenderse un libro entero. Ahora por ahí me cuentan que está en un alto cargo en la “Derrama Magisterial”. Ah por cierto, me olvidaba que Guadalupe me contaba que su espíritu se había fortalecido las veces que estuvo encerrado en seguridad del estado, y ahí sólo le quedaba declamar en voz alta los poemas de Scorza a pesar de las condiciones precarias y las torturas a que lo sometían.

Luego del colegio pasé a una etapa de contemplación que duró dos años, durante los cuales, lo único que hice fue leer en la biblioteca nacional. Me iba desde temprano a la avenida Abancay, entregaba mi carnet de lector, que por cierto todavía conservo, y devoraba todo lo que estuviera a mi alcance, sin orden, sin líneas a seguir, sin temáticas establecidas, era una bestia enfurecida que quería aprender lo que fuese. Recuerdo que salía en las noches un poco mareado, casi sin haber comido nada. En casa pensaban que yo estaba en una academia de esas que te preparan para la universidad de forma “estricta e intensiva”, claro el dinero de la academia me servía para comprar libros y comer algo por ahí. En ese tiempo los libreros todavía estaban en la avenida Grau, para mí era una delicia tenerlos cerca a sólo tres cuadras de donde vivía. Ahí, muchos me conocían, hasta me apodaban “el loco” (no el de Gibran, prefería ser el loco de Nietzsche, “el que se acerca a la divinidad” o el de Foucault “el que tiene de decisivo en la humanidad”), a mí me daba igual porque así tenía cierta autoridad, como si tuviese una tarjeta de descuentos para pagar menos por los libros. Así que mi cargamento de libros y revistas fue creciendo hasta que hizo peligrar el cuarto que compartía con mis otros hermanos. Mi madre botaba mis periódicos, los que recogía en las calles, hasta que un día tiró a la basura unos libros que consideraba viejos , y me di cuenta, aunque suene a una aberración, que la limpieza doméstica o la “higiene-de-la-casa” o como quieran llamarlo, a veces se opone a la cultura, y es que un libro de viejo a veces guarda una cantidad increíble de ácaros, bacterias, estreptococos, bacilos de Koch, Salmonellas y cuanta suciedad halla podido impregnarse y uno a veces duerme con los libros, he ahí el gran problema. Y como si mi metabolismo le hiciera caso a mi madre desarrollé una alergia terrible a los ácaros que se combinó en una dupla casi imposible de ganar con mis enfermedades respiratorias; sino eran los bronquios, eran las amígdalas o la sinusitis o la faringe o la garganta, y encima tenía que usar el spray Ventolín para la crisis asmática y un montón de antihistamínicos y me moría de sueño, tipo la tripanomiasis y la mosca tze tzé , y me di cuenta que la avenida Grau con sus cientos de libreros, con sus carros viejos y destartalados y su humo negro carbónico combinado con el de las carretas de fritangas y comida al paso me estaba matando lentamente, estaba siendo arrastrado por toda esa parafernalia monstruosa al precipicio, a la boca del Etna. Tenía que salir y no había forma, así casi por recomendaciones médicas y como mi familia no podía mudarse por razones crematísticas ingresé a la Universidad Enrique Guzmán y Valle, “La Cantuta”, con sus verdes follajes y sus cerros, apus protectores y su clima de paraíso, pero como sufría de un “transtorno de ansiedad generalizada” y de un hambre intelectual -que hasta el día de hoy no he podido saciar- entré a la vez a estudiar periodismo en la Escuela “Jaime Bausate y Mesa” de la Residencial San Felipe, aparte de que acudía como alumno libre al Jardín Botánico, a las clases de necropsia, taxonomía, etc. y de otros destripamientos que me parecían maravillosos por la cantidad de arterias, vasos, ligamentos, órganos, músculos y huesos que uno tiene adentro. Aparte era alumno de “Electrónica” en un conocido instituto industrial. A veces ya ni siquiera iba a dormir a Lima , me quedaba en casa de unos amigos de esas épocas, estudiando y leyendo, debatiendo lo que sea, a veces en la calle tomando un emoliente o un trago o cualquier bebida. A veces en la Residencial, arriba de uno de esos edificios observando la ciudad, como un gran monstruo que acechaba dispuesto a dar el zarpazo final. A veces “dormía” en “La Cantuta”, dormir era un decir porque las noches eran inevitables, el sonido de los pájaros, los grillos y los millones de estrellas sobre la cabeza, quién iba a dormir así. Ahí crecieron mis raíces poéticas hasta toparse con la Gaia, aquella ciencia extraña inventada por Lovelock (el nombre por cierto lo puso Baldwin el del “Señor de las Moscas”).