15 April 2008

CONVERSACIÓN CON ROCÍO SILVA SANTISTEBAN


EL ESPACIO ENTRE EL LÍMITE
(Conversando con Rocío Silva Santisteban sobre espacios de escritura de la mujer)

Por: Jennifer Thorndike

“(…) en algunas sociedades viriles todo se confabulapara que otros hablen de nuestro deseo lo designense retuerzan sobre ese <>y nos definan para siempre inválidas.¿Somos o no esa presas fáciles o encantadoras hadas?El miedo se mezcla a la cópula como un regocijo (…)”
Noches de adrenalina – Carmen Ollé

Espacios escondidos. Espacios entre espacios. Una mujer que se oculta en el desván como aparece en la novela Jane Eyre de Charlotte Bronte o en el “cuartito de los trebejos”, como diría Borka Sattler. Una poeta – Blanca Varela – que se esconde en un walking closet para pasar en limpio sus versos. Una periodista que sube las escaleras, con máquina de escribir en mano, para llegar al techo de su casa y escribir sin molestar con el ruido de sus palabras. Así responde Rocío Silva Santisteban a la primera pregunta sobre el tema, situándose entre los ejemplos de lugares insólitos que las mujeres han utilizado – y utilizan – para escribir: “mi madre compartía conmigo el cuarto y el traqueteo de la máquina de escribir la despertaba. Así que me pasaba con una silla y un banquito a la azotea, nada romántica y con un frío que calaba los huesos, para escribir mis artículos”.

El sistema patriarcal o paternalista, la falta de instrucción, la exclusión, el miedo, la censura y autocensura, los ataques contra la propiedad y la integridad tanto física como emocional, así como la anteposición del deseo de los demás sobre el deseo propio son algunas de las razones por las cuales la mujer escritora ha tenido que esconderse para poder escribir. Escribir, expresarse, decir, conceptualizar, versar, hablar. Hablar de lo que no se debe hablar.

Rocío Silva Santisteban – feminista, poeta, narradora, periodista, crítica y doctora en literatura – nos acerca a los espacios de escritura de la mujer, un espacio privado determinado por los hombres quienes – a su vez – se apoderaron e hicieron suyo el espacio público: “El mundo público, que es el mundo de la polis, pertenece por antonomasia al patriarca: al ciudadano en Grecia y Roma. El resto eran mujeres, esclavos y niños: no ciudadanos. El mundo de ellos estaba encerrado en las paredes de la casa y posteriormente del centro productivo, artesanal o fábrica”. Sin embargo, las mujeres han tenido un avance significativo en su incursión dentro del espacio público y en su proceso de adquirir ciudadanía “con el trabajo de la mujer en la calle, se pasó a otro tipo de registro de su presencia.

Una mujer entra a la universidad en el Perú recién en 1908, antes sólo podían ser autodidactas: no estaba pensado el espacio público del trabajo y el poder para ellas. A finales del siglo XIX un grupo de mujeres que no podían ir a la universidad, pero que eran letradas y leídas, forman un espacio nuevo y, como dirían los angloparlantes, in between entre lo privado y lo público: las veladas literarias. Reuniones en salones de la burguesía que convocaban a hombres y mujeres para discutir de literatura pero también de política. Cuando Clorinda Matto de Turner pasa a dirigir una revista, muy pero muy pública, la acusan de pornógrafa --¡imagínate a la severa señora Matto de Turner en esos trances!-- y le incendian la imprenta. Tiene que huir a Argentina.

Una mujer que ejercía poder en el mundo público era muy peligrosa”. No por nada Marguerite Duras señala en su ensayo Escribir: “una mujer que escribe, los hombres no lo soportan. Es cruel para un hombre”. Mujer que escribe: mujer peligrosa, mujer que quiere ser hombre, que quiere meterse en asunto de hombres. ¡Qué miedo! Siléncienla, quémenle la imprenta, persíganla, ningunéenla, háganle firmar un documento haciéndole prometer que no osará escribir ni una letra más como a Sor Juana, quien dicen que firmó este papel - sin sentido - como “Sor Juana Inés de la Cruz, la peor del mundo”. Y tras su rúbrica, se hizo el silencio.

Pero otras no lo permitieron. Son muchas las mujeres que han tomado la pluma, que han publicado a pesar de las limitaciones y persecuciones. Las primeras mujeres escritoras reflexionaron sobre su propia condición como mujeres dentro y fuera de su espacio privado y lo plasman en sus letras. Silva Santisteban explica: “Por ejemplo, en el poema Casa de Cuervos de Blanca Varela ella compara al cuerpo de la madre que da a luz con una casa que se abre: el hijo que emerge es como una aparición por la ventana. Pero a su vez en esta poesía, como en la posterior, la ciudad aparece como protagonista (femenina).

Hay muchas referencias a la ciudad: las calles de Lima están muy presentes en la escritura femenina del siglo XX. Pero no son unas calles "enteramente públicas" sino que se organizan como espacios donde el yo poético logra presentar una relación entre el cuerpo de la mujer y la ciudad como lugar de pertenencia. "Lima es como yo, una utopía de mujer" dice Carmen Ollé, por ejemplo”. Finalmente, nuestra entrevistada comenta que a pesar de estas incursiones significativas de la mujer en el espacio público, nunca ha visto en Lima a mujeres escribiendo en cafés, parques o bibliotecas totalmente concentradas en su trabajo sin importarles lo que piensen de ellas. “Es una sensación maravillosa”, afirma mientras deja abierta la interrogante del porqué de esta curiosa ausencia en los espacios públicos de la capital.

Espacios. Amplios, privados, solitarios, pequeños, públicos, escondidos, libres. ¿Existe el lugar-espacio ideal para escribir? Respuesta: No. Es seguro que más de uno o una coincidirá con esta afirmación de Silva Santisteban: “No hay espacio ideal para escribir: una escribe porque tiene la necesidad imperiosa de hacerlo en donde sea: yo he escrito hasta en los micros, en el avión, en los buses interprovinciales, mientras el profesor dictaba su clase. Me ha pasado que he buscado explícitamente tener en mi casa un lugar para escribir, y jamás escribía allí.

También me ha pasado lo contrario: que he hecho mi tarea. Creo que lo necesario es un espacio de trabajo que se separe del espacio de relajamiento, de diversión y del espacio familiar. Pero ni siquiera cumplo con esa idea: mi computadora está al costado de la TV, mil veces escribo mientras mi hija ve animes a todo volumen”. Contradicciones. Marguerite Duras también señala que los escritores son “una contradicción y un sinsentido”. Entonces, ¿existe un espacio, un lugar, un silencio, una soledad? Escribir es un acto solitario, ¿lo es para la mujer? Muchas veces no. Un televisor a todo volumen, un llanto, un marido (o mujer) pidiendo algo, un padre o una madre mandando a sus hijas a acostar, enseñándoles a callar, a servir, a buscar el marido ideal y a ser la esposa ideal. Todavía existen.

Virginia Woolf habla de un “cuarto propio”, Silva Santisteban reflexiona acerca de él: “El tema del "cuarto propio" es una alegoría que está vinculado con una necesidad imperiosa para poder producir literatura, conocimiento, pensamiento: se requiere de materialidad para hacerlo. Se requiere de un "espacio": geográfico, social y simbólico. Woolf reclamaba un cuarto propio en la casa - donde la mujer generalmente vagabundea entre el cuarto de los niños, el dormitorio principal, la cocina y el comedor - y una renta propia. Es decir: sin espacio y sin independencia económica es muy difícil que una mujer se dedique a la escritura. Pero hay muchas que, a pesar de todo, lo han logrado”. Muchas rebeldes llamadas outsiders, “chicas malas” que se salen del canon, del plan específico para ellas, de lo que se espera de ellas, de la manera cómo han sido criadas. Malas, muy malas.
Entonces, ¿es posible que las mujeres encuentren libertad dentro de los espacios designados para ellas por el sistema patriarcal? En la novela Como agua para chocolate de Laura Esquivel, se plantea un hecho curioso: la autora sitúa a su protagonista en la cocina y esta mujer encuentra en ese espacio libertad. Paradójicamente, ese lugar fue designado para ella con el fin de excluirla y aislarla del mundo del hombre. Silva Santisteban comenta: “Parecería extraño pensar que la casa tradicional, como la imaginan todavía algunos, es una marca del patriarcado: esas casas que tienen la biblioteca a la entrada, donde el señor burgués podía ingresar y cerrar la puerta para que nadie lo moleste. Y luego los dormitorios en el segundo piso, donde el único espacio que podía tener una mujer era el cuarto de la costura y del planchado. Pero así ha sido.

Y por supuesto que el espacio de las mujeres ha sido el de la cocina y el de la lavandería (que están juntos siempre). Un espacio donde las mujeres de la casa se reúnen para laborar con las manos, y mientras tanto, conversar o chismear o dejar que la mente se escape. Ese espacio al cual el señor burgués no entraba era un dominio femenino. Las cosas hoy han cambiado radicalmente: a la cocina ahora también entran los hombres, y las mujeres no se reúnen en ella: generalmente la cocina se vuelve un espacio solitario donde hay que hacer todo rápido y ordenadamente.

La mujer ha establecido otros límites, y en su propia casa, a pesar de todo, puede escoger un espacio para su trabajo personal: sea este costura o lectura o computadora. Pero siento que aún le falta mucho por recorrer, pues a pesar de todas las liberaciones (sexuales, sociales, simbólicas) la mujer aún pospone su propio deseo por el deseo de los demás. Y si una mujer quiere escribir a medianoche, lo pensará dos veces antes de hacer ruido y despertar al marido, al hijo, o al gato. Esa liberación muy personal tiene que comenzar ahora por el espacio más propio: adentro de una misma.”
En conclusión, no hay espacios que arrebatar, sino dominar el espacio propio que a una mujer se le ha otorgado; es decir, su cuerpo - y voluntad - que debería ser enteramente suyo, no del padre, ni de la madre, ni del hombre, ni del marido, ni de los hijos, ni del gato. Dominar el espacio interno-corporal-moral-simbólico-sexual es vital para formar parte del espacio externo. Ahí radica la base de su libertad para escribir dentro de un espacio que no debería pertenecer solamente al hombre, sino a todos y todas. Bienvenidas sean, entonces, las mujeres malvadas.