08 September 2008

DISCURSO DE CONSTANTINO CARVALLO


SOBRE LA EDUCACIÓN DEL ALMA

Hace algunos días lamentabamos la pérdida irreparable del educador y filósofo Constatino Carvallo. En la última edición de El Dominical de El Comercio se reproduce el último discruso que pronunció en el Auditorio de Humanidades de la PUCP que habla sobre la pedagogía y su orientación en los jóvenes. Los dejo con los fragmentos más importantes y ojalá algunos maestros de hoy se animen a seguir las palabras de uno de los maestros más lúcidos de la última generación:

Hoy la psicología retoma el concepto abandonado de carácter o temperamento. Es evidente que nacemos con disposiciones, con modos característicos de reaccionar ante los estímulos exteriores. El miedo, por ejemplo, o la disposición a temer no es igual en todos los niños. Ni la tendencia a irritarse o a desconfiar o a deprimirse o a estar alegre sin razón. Ni la energía para atender o para distraerse es la misma en cada niño. Y así, muchas otras disposiciones que en cierta medida explican la conducta sin que el propio sujeto lo sepa. Quizá, como sostienen algunos psicólogos contemporáneos exista un "índice fisiológico de activación", es decir un modo genético de ser, de padecer, de entusiasmarse que entra en relación con los vínculos sociales para constituir muy tempranamente el alma. Algunos sostienen que el temperamento está ya constituido en el momento en el que se adquiere la locomoción bípeda. Pero ya el educador romano Marco Flavio Quntiliano, en el primer siglo de la era cristiana, escribía así: "Tras estas consideraciones, el maestro descubrirá de qué modo debe ser tratada el alma del alumno. Existen algunos niños que se descuidan si no se insiste en su educación de manera incesante. Otros se indignan con las órdenes; el miedo detiene a algunos y enerva a otros; algunos solo alcanzan el éxito gracias a un trabajo continuo; y en otros la violencia provoca resultados..." Es decir, hay en los niños un alma diferente, una sensibilidad distinta que hay que atender.

De algún modo este es un tema fundamental de la educación: cómo influenciamos, cuánto ayudamos a que cada quien se encuentre con lo que en verdad es o por lo menos inicie la ruta de alcanzarse a sí mismo y no entre en desvíos y oscuridades que pueden mantenerlo mucho tiempo alejado de sí mismo. Parece un poco extraño, es una perplejidad, pero cualquier maestro enfrenta alumnos que creen ser lo que no son, para bien y para mal. Y niños que han sido separados de sí mismos por malos vínculos, por mensajes distorsionados de lo que deberían de ser. Niños maltratados, por ejemplo, que aceptan una culpa ajena, que piensan mal de sí mismos, que desconfían de su propio ser. O niños presumidos, seguros de ser dueños de lo que no les pertenece o convencidos de tener un atractivo que solo ellos pueden ver. O esforzados en parecerse a los demás, buscando la normalidad, la obediencia que la autoridad impone como si la felicidad fuera poseer el alma en serie.

Ayer nada más, he estado una hora intentando mostrar a un muchacho de 17 años la ira que domina su conducta. Y no la ve. La observan todos y, conflicto tras conflicto, él parece siempre estar seguro de ser la víctima y justificar así su reacción violenta. Mientras hablo con él, mientras me estrello con la coraza que lo protege de sí mismo me pregunto por el cuidado del alma y por lo que tendría que decir hoy día aquí. ¿Cómo llego a iluminar para él esa zona de sí mismo que pese a que es negada controla y domina sus actos?

Pero el problema que impide a la escuela cuidar el alma no está en sus intenciones sino en su naturaleza. Porque desde su nacimiento en la Edad Moderna su finalidad es negar la radical desigualdad de los seres humanos. La igualdad como aspiración de la ilustración se consolida en una institución que supone que el método único puede aplicarse a todos porque todos somos idénticos. Jan Comenius, el padre de las instituciones escolares modernas, escribió en el siglo XVI su libro Didáctica magna al que subtituló Cómo enseñar todos a todos. Comenius titula uno de sus apartados: "No instruir a nadie separadamente, sino a todos en conjunto". Y agrega: "Nunca se instruye a uno solo, ni privadamente fuera de la escuela, ni públicamente en ella, sino a todos al mismo tiempo y de una sola vez."

Esta educación que agrupa a todos por edades y los mete en aulas para desarrollar programas idénticos parte del supuesto de la igualdad. El año pasado uno de los libros más leídos en Francia fue de un escritor muy premiado, Daniel Pennac, el libro se titula Tristeza de la escuela y allí relata el modo como la escuela lo hizo sentir incluso muchos años después de haberla abandonado que era bruto y que no tenía talento para nada. Porque esta falta de vínculo personal, esta imposición de unas exigencias ciegas y esta, incluso, falta de sentimientos y de vínculos reales puede destruir el alma de muchos niños y niñas. Por eso Sartre en el que me parece su mejor libro, Las palabras, se complace de su educación sin padres, sin autoridades que lo empequeñecieran y restringieran su libertad.