No saben lo difícil y doloroso que me resulto leer el capítulo final del libro de Alberto Fuguet sobre Andrés Caicedo, Mi cuerpo es una celda. Difícil porque en ese capitulo Caicedo va describiendo su proceso de descomposición mental y espiritual, y leer cada página es como caminar descalzo sobre pedazos de vidrios y carbón al rojo vivo. Doloroso porque en sus cartas podemos apreciar el carácter bipolar de Andresito y cómo, poco a poco, va cayendo en eso que Fuguet acertadamente llama La espiral descendente, sin que nadie pueda ayudarlo ni motivarlo para seguir atado a la vida.
Los dejo con un fragmento de la ultima carta que escribio a Patricia Restrepo, su pareja sentimental, el mismo día de su muerte, antes de que partiera con 60 pepas de Seconal:
De nuevo te llamo Patricita, mi amor único, mi vida entera, mi redención y mi agonía: Con el horror y la expectativa de que ésta sea la última carta correspondiente al último día de vivienda juntos, después de que a lo largo de dos años hemos intercambiado, modificado por el gozo o por el sufrimiento nuestras vidas, después de que he llegado a un grado de dependencia de tu cuerpo, de tu alma, que difícilmente podría haber llegado a imaginar en años mas tempranos de mi existencia.
Yo te necesito, yo te lo he repetido mil veces, no soy nada sin tus besos, no me dejes solo, no me dejes solo, vienen a mi mente miles de canciones cursis pero ninguna alcanza a expresar mis ansias, mis sentimientos. O déjame, está bien, pero concédeme la tranquilidad de no volver a pensar en ti jamás. Te adoro, te idolatro, si no puedo vivir sin ti llevaré, supongo, una especie de anti-vida, de vida en reverso, de negativo de la felicidad, una vida con luz negra. Pero brilla el sol, tú puedes estar cerca. Ahora salgo a buscarte. Amor mío".