Mi odio por la cultura combi (y por las combis, de pasadita) data desde el año 1992, en que el nefasto gobierno del genocida Fujimori permitiera su importación para dar trabajo a los millones de despedidos que produjo su shock económico. Este odio no era irracional, como se supone que es este sentimiento, sino que resumía mi rechazo a la informalidad, el caos, la suciedad, la arbitrariedad, el desacato y la prepotencia que significaba el nuevo mundo que se avecinaba con el advenimiento de esta nueva forma de transporte y la cultura que se iba a desprender de él.
Finalmente, poco a poco, fui entendiendo este fenómeno popular y emergente y pude vislumbrar el surgimiento de una nueva cultura gracias a las lecturas de autores como José Matos Mar, y su clásico El desborde popular; y Guillermo Nuggent, con El laberinto de la choledad, autores que me ayudaron a comprender todo este fenómeno de la informalidad y la aparición de un nuevo rostro en la sociedad peruana.
Llegué a acostumbrarme a la cultura combi, como muchos de los peruanos de aquella época, y a convivir con sus virtudes y defectos. Sin embargo, justo ahora, cuando ya me había reconciliado con este nuevo mundo, cuando ya había hecho las paces con esta nueva cultura, tenía que pasar esto: sucede que el día domingo, mientras practicaba mi acostumbrado recorrido en bicicleta, por el malecón de Miraflores, cuando ya regresaba a casa, en la Avenida Benavides, fui embestido por uno de esos irracionales conductores y terminé internado de emergencia en el Casimiro Ulloa. Al parecer, las combis habían aguardado mucho tiempo para concretar su venganza, después de tantos años de rechazo y desprecio.
A Dios, gracias, que no pasó a mayores y solo fue una fuerte contusión en la rodilla y algunos raspones en los brazos y la espalda; y por un momento, mi odio y rechazo nuevamente volvieron a mí, ahora con mayor intensidad. Pero no caeré en la estupidez de rechazar a la cultura combi por la culpa de un salvaje al volante. No puedo perimitir que el odio se apoderé de mí. Este nuevo Perú y su nueva conformación social ha permitido que nuestro país sea un lugar más rico y maravilloso, culturalmente hablando, y que lo que Arguedas deseaba con fervor y devoción, es decir, la fusión de todas las razas y todas las sangres, poco a poco se está logrando. Por el momento solo me conformaré con postear algunas notas de prensa sobre algunas presentaciones de libro y aquello que en la medida de lo posible pueda realizar.