Sabía que era una mala idea. Es verdad que la culpa no fue totalmente mía. Harry, el sucio, también estaba conciente de que era una muy mala idea. Estoy seguro, mi querido Harry (que no te bañas, porque, según tú, una persona limpia no necesita bañarse a menudo), estoy seguro que tú sabías que era una idea fatal y que las consecuencias serían funestas. Pero no, no te puedo culpar del todo. Si tuviéramos que hallar a algún culpable tendríamos que mencionar, además, a los que nos reuníamos los viernes por la noche: El Perro, Gustrago, y Mike, el Chico Viernes. De todos, el Chico Viernes tiene gran parte de la culpa. Eso de llegar todos los viernes con una botella de ron y un poco de marihuana, a lo largo traería lamentables consecuencias para alguno de nosotros.
La rutina era la misma. Primero acondicionar el cuarto y colocar todo tipo de imágenes sugerentes y alucinantes en las cuatro paredes de la habitación. Luego instalar el equipo de sonido y seleccionar la música que íbamos a escuchar. Solo grupos que pudieran desconectarnos de la realidad: C.C.Revival, Doors, Gran Funk, Joy Division y Nirvana. Nada de jazz ni de música clásica, el despegue podría ser nocivo. Sabíamos casos de brothers que se pegaron con Miles Davis o Charly Parker, o con Chopin o Mahler, y que cuando quisieron retornar a la realidad jamás lo lograron. Por el bien de todos, ni jazz ni música clásica. Una vez acondicionada la habitación y la música, Gustrago, mismo alquimista, preparaba una cuba libre extra-power: Full ron y un poco de Coca-Cola para darle color. Acto seguido, el Perro preparaba unas tremendas bazucas de yerba que pudieran satisfacer las exigencias de los fumarolas reunidos.
-Ahora sí, muchachos, ajústense los cinturones -anunciaba el Perro. Era el más angurriento de todos nosotros y según tú, Perrito, fumabas de acuerdo a tus necesidades. Pero a mí no me engañas, Perro, eras el más angurriento de todos y el que daba el play de honor al supertroncho que habías preparado.
Lo demás venía por cuenta propia y cada quién se daba su propio vacilón. Todos queríamos evadirnos de nuestra asfixiante realidad, pensar que la vida podía ser soportable en este mundo de mierda. Así eran nuestras vidas y si teníamos que drogarnos para poder seguir adelante, lo hacíamos. Pero aquel viernes fue memorable: El Perro se alucinó Dave Grohl, el baterista de Nirvana e incluso se dio el lujo de prestarle sus baquetas a Gustrago para acompañar la voz de Cobain:
Come as you are,
as you were,
as I want you to be,
as a friend,
as a friend,
as an old enemy.
Si hubiera estado Alex, hubiese alucinado que estaba en una trinchera de la guerrilla, luchando por la revolución y hubiera rampado desde el cuarto hasta la cocina gritando consignas contra el gobierno y a favor de la lucha armada como lo hizo alguna vez en uno de los cuartos de la residencia universitaria ante la risa de todos los estudiantes. Hubiera sido divertido ver a Alex arrastrándose por el suelo como una lagartija. Así no, mi querido guerrillero, así no es, con la yerba jamás hubieras llegado a hacer la revolución.
Mike, el Chico Viernes, después de un esfuerzo de alucine, logró meterse en un afiche de U2 que estaba colgado en la pared.
-Oye, Salvador, ¿logras verme?
-Puta, brother, no te veo.
-Huevón, estoy detrás del árbol, por eso no me ves.
Todos estábamos en un bacilón bien bacán. Pero tú, Harry, no despegabas. Solito te cagabas de risa en un rincón del cuarto, oliéndote las axilas de vez en cuando. Hasta que no sé cómo se te ocurrió la idea de poner a Mozart en el equipo.
-No lo pongas, Harry.
-Sólo un toque.
- No, Harry, no.
- Un ratito.
-Bueno, sólo un ratito y nada más, ah.
Der Vogelfänger bin ich ja,
Stets lustig, haissa, hopsassa !
Ich vogelfänger bin bekannt
Bei alt und jung im ganzen Land.
Un toque nada más, huevón. Sabías que no iba a ser un toque. Jamás consentiría escuchar a Mozart un toque. Era todo o nada, porque escuchar a Mozart en estado normal era una verdadera transfiguración. Entrar en un estado de misticismo en el que cada nota musical hacía brotar un universo en tu mente y permitía que tu espíritu se elevara de este mundo terrenal. Ahora, escuchar a Mozart stone, es decir, totalmente alucinado, era entrar en un estado de gracia y beatitud. Sentir que tu cuerpo se va evaporando para dar paso al imperio del espíritu en donde cada molécula, cada átomo y cada electrón estan en armonía con el universo, llegar a las puertas del paraíso y contemplar la evolución de las cosas más bellas del planeta, como por ejemplo, observar el proceso en el cual una rosa se abre al amanecer. Eso era escuchar a Mozart stone: sentirse el dios de tu propio universo.
Poco a poco, empecé a alucinar cosas indescriptibles para el lenguaje humano. Aluciné a la luna haciendo el amor con un camello en pleno desierto. Aluciné, también, a la señora de la pensión como la vaca Gertrudis y a sus hijos como los tres cerditos, aunque en este caso no hice demasiado esfuerzo, dado que la vieja y sus hijos bien podrían pertenecer a la escala zoológica. Lo mejor..., perdón, lo peor, vino después. En un momento dado, empecé a alucinar que era una pluma de pavo real flotando en la habitación, una pluma ligera y tornasolada viajando por todo el cuarto. Rozaba muy suave el cuerpo de los muchachos y nadie se daba cuenta. De pronto, alguien me alcanzaba con una de sus bocanadas de humo e iba a parar al otro extremo de la habitación, que por cierto estaba muy cargada de olor a marihuana. Despacio, muy despacio, fui acercándome a la ventana. Afuera, recorría un viento invernal que traía el olor de la brisa marina. No sería mala idea darse una vueltita por allí para cambiar de atmósfera. Cruce lentamente la ventana sin hacer el menor ruido para no perturbar a nadie en su alucine y justo, cuando ya empezaba a sentirme bien con la nueva atmósfera, Mozart dejó de sonar. ¡Puta Madre! Era demasiado tarde para retroceder, la ventana de la habitación estaba lejos y los tres pisos hacia abajo eran la única e irrenunciable opción.