19 October 2009

DOS VISIONES EN TORNO A LÁMPARA DE FIEBRE, DE JORGE CASTILLO FAN



La Ilusión Interior: Sacrificiales

La muerte y la vida están en poder de la lengua,

y el que la ama comerá de sus frutos.

Proverbios 18: 21

Hay cegueras escrupulosas -bienaventuradas mareas- que permiten, solapadamente o no, increíble y pesadillescamente, el acceso a territorios de contraluces extremos donde emerge la Poiésis. Es una zona de llegada, pero también de principios. René Char, que la conoció bebiendo feroz de su manantial, la llamó lo imposible fascinante: vale decir, el más alto grado de lo comprehensible.

Desde Platón con su caverna mítica y Plotino con su asediante Ojo Interior, tan cercano a las indagaciones de Hermes Trimesgistos, hasta Shakespeare con la mirada con que miran los ciegos o -más acá en el tiempo- las sumersiones posesas de un Rimbaud o de un Apollinaire, el intento provoca una escisión de fuego en mitad del desierto. ¿No fue acaso Nietzsche, a su vez, el que recomendaba pararse en mitad del desierto y celebrar una gran fiesta?

Jorge Castillo Fan, declarador de vértigos, anunciador de crueles separaciones en la descripción de un mundo en duelo, provoca con su Lámpara de Fiebre que esta diáspora sea un medio de llegar a descubrir-revelar zonas vedadas a plena luz del día:

La dimensión de esta herida es dos distancias:

derrumbe de los cuerpos almas que se apagan

Un llanto clandestino como en los eclipses.

No resulta imposible encontrar en esta vía de conocimiento los intersticios por los cuales la palabra accede al cuerpo de la sed para instigarlo y, por qué no también, principiar una devastación. Porque en Lámpara de Fiebre toda palabra se asume cuerpo y temblor, fuego y dispersión: En todas las hogueras de tu sueño / sólo labios en cenizas. Es que el autor abraza, desde el comienzo, la búsqueda de esta vía con una terca convicción tan cercana a las pesadillas, ese tigre del género, según nos recordara Borges. Escribe:

Una palabra

Una sola palabra

que aflore del fuego más perfecto

de los cuerpos sellados por el viento

Como en el amor más alto de la hierba y del rocío

(...)

Una palabra

Un puente que se enciende para siempre

Un solo soplo de alma

y todo bajo el cielo estará dicho.

Este sendero hacia la -permítanme definirla como- Poiésis del fuego lustral, prologa dos tentativas: la fiebre y el amor, indisolubles emblemas omnipresentes de una orgía órfica. Los cuatro el Un saludo cordial.

ementos -caros a los asombrados e inactuales presocráticos- tampoco serán ajenos a esta alquimia de una no menos inactual construcción dialógica: ...En fin : el fósforo y la puerta / el tránsito y la senda / en que retorno a mí / En que regreso a ti / por todo el curso de tu ausencia. Síntesis de tierra, de fuego, de aire y de agua, así las ha bautizado Castillo Fan.

A lo largo de toda esta Lámpara de Fiebre la vindicación del sueño -sea a través de las intensidades del amor: ...y en el cielo un relámpago de sed / que clama ¡amor! ¡amor! ¡amor! (y nada)., o por medio del silencio : Hasta que el silencio (voz en hielo) derrítase en canciones por tu cuerpo / tendrá por lecho mi fiebre estos papeles / mi noche por cielo estas palabras...- teje nuevas resignificaciones y desafíos al lector. Tampoco resulta azaroso el acápite, único del libro, del recordado Pedro Salinas: Por ti he sabido yo cómo era el rostro de un sueño: sólo ojos.

Éstos son los ojos caníbales que engendran el escenario de espejos cóncavos de la poesía. Ver para fundar. Ver para describir el mundo. Ver para deformar esa descripción del mundo. Ver para difuminarlo. Ver lo que ha de soñarse entre las madrigueras y los aserraderos de las borrosas sombras encadenadas de esta caverna platónica. La aparente simplicidad del ¿Eres o soñaba? de este texto, reafirma el pánico del desdoblamiento.

Un libro refracta una genealogía de ideas y de emociones, una ebriedad y un vacío, dibuja el plano de una comarca hecha de precisas palabras, que son también -y por fortuna- incesantes. Siguiendo la tradición de Albert Béguin, en esta Lámpara de Fiebre se unen la ensoñación irracional con el desamparo del Yo:

La soledad de mi ceniza

que nunca renunció a tu nombre

Las hélices del pecho

en su canción de lirio y aguacero

El prístino escudo de la espera

Estos redobles crecientes de mi entrega

Dos manos como un ala etérea

o sed perfecta de aire fuego tierra o agua :

una lámpara de fiebre.

Así llegamos a aquel punto de éxtasis que tanto obsesionara a Georges Bataille.* En Lámpara de Fiebre, ese punto abre puertas de irisamiento y desnudez crecientes. Revela los nudos de la ilusión verbal que tatúan lo nombrado. Nombra con valentía los ritos sacrificiales de la desesperante condición humana.

Manuel Lozano

* Cf. L´Alleluiah. He querido y encontrado el éxtasis. Llamo a mi destino el desierto y no temo imponer ese misterio árido. Ese desierto al que he accedido, lo deseo accesible para otros, a los que sin duda falta, nos advierte Bataille en este libro.

Manuel Lozano nació en Córdoba, Argentina. Es escritor (poeta, narrador, crítico literario y ensayista). Ha cursado estudios de literatura y lingüística en Europa. Es “Master en Historia de la Cultura Argentina” En abril de 2003, recibió el "Premio a la Excelencia Educativa 2004", conjuntamente con los títulos de "Doctorado Honoris Causa en Educación", "Magister en Gestión Educativa", "Miembro Activo del Consejo Iberoamericano", como así también el de "Honorable Educador Iberoamericano", distinciones otorgadas a su trayectoria por el "Consejo Iberoamericano en Honor a la Calidad Educativa", con sede en Lima.

Es autor de quince libros (que van del relato fantástico y cuasi-fantástico al ensayo y la poesía), entre ellos: “Libro de Amenemope” (Bs. As., Torres Agüero Editor, 1987), “La Línea y el Círculo” (Bs. As., Ediciones Corregidor, 1988), “Tratado sobre la Rotación de los Encantos” (Barcelona, Libros de la Isla Iluminada, 1992), “Las Caníbales”, “Jam Sessiom”, “El Enigma Silvina Ocampo” (en edición), “Bizancio bajo las aguas” (en edición, Ed. Sudamericana, Bs. As.), “Todas las noches me traías gardenias” (autobiografía ficcional de Billie Holiday), entre otros.
Ha realizado crítica literaria y colaborado con los diarios “La Prensa” (Bs. As.), “La Razón” (Bs. As.), “El Tribuno” (Salta), “Puntal” (Río Cuarto, Córdoba), “La Arena” (Santa Rosa, La Pampa), “La Voz de San Justo” (San Francisco-Córdoba), “La Reforma” (Gral. Pico, La Pampa), “El Universal” (Colombia), entre otros, como así también en publicaciones especializadas como “Cuadernos de la Generación del ´27” (Málaga, España), Revista “Proa” (Bs. As.), “Ser en la Cultura” (Bs. As.), “American Notes and Queeries” (U.S.A.), “Belvedere” (Francia), entre otras.
Recibió 54 premios nacionales e internacionales.

Signos de luces y sombras: territorio prohibido para los límites

¿Alguna vez han escuchado el grito lastimero que emiten las palabras al contacto con el fuego? ¿Han sentido que lo real se puede convertir en la suma de sueños postergados? Responder a estas preguntas es oficio de poetas que bordean los abismos, que se aferran a las palabras para no caer o para no sentir la caída inadvertida. Sentir la ebullición de los sueños más allá de la vigilia es acceder al reino de lo surreal: es penetrar en las comarcas de Jorge Castillo Fan.

Su poemario Lámpara de Fiebre se constituye en un avasallante fulgor de signos que sugieren, a un primer nivel, una cascada de imágenes que transitan entre la frágil contemplación de lo real y la marejada onírica. Mantiene una profunda autorreferencialidad con el lenguaje, el mismo que -por su propia dinámica- se torna en medio y objeto, al mismo tiempo. En un nivel más profundo -revelación de los elementos que motivan y generan los significados subconscientes- encontramos una serie de oposiciones sígnicas que trataremos de explicar por su gran referencialidad.

Para comprender el texto completo partimos de una semiología evidente que atraviesa el poema y que se traduce en dos términos que subrayo: FUEGO y SUEÑO. Veremos que FUEGO se refiere, en su connotación clasemática, a la corporalidad, temporalidad y límite; mientras que SUEÑO referirá una serie de categorías como fugacidad, evasión, intemporalidad. A esto se unen otros elementos como alma, lluvia, ojos, cuerpo, alas, viento, etc, y que -como bien explica la escritora Pilar García Huerta-“…éstos se comunican entre sí porque en todos ellos coexiste lo hallado y lo perdido simultáneamente”. Los poemas están atravesados por imágenes y conceptos que se entrechocan como si fueran tierra y cielo, referente y conciencia: luminarias de un todo que no cesa.

A partir de la corporalidad, que es parte del FUEGO, el Yo lírico empieza su danza metafísica de búsqueda y desvelo: porque lo real es horrendo como fábula, como diría Juan Ojeda. Las primeras luces son ofrecidas por los versos que irán asimilando la dialéctica y ebullición de lo irracional: “deliro / luego existo.”; es el primer concepto anticartesiano que extiende su nube de opacidad. A partir de este instante el discurso es una continua serie de oposiciones entre el FUEGO que anuncia la corporalidad y el SUEÑO (delirio) que refiere la evasión. Muchas palabras y frases sintagmáticas están refiriendo de una manera tenaz a este perpetuo acto calcinatorio: “flor de fiebre”, “alas que crepitan”, “crepitar que se ala”, “lámparas de insomnio”, etc. Por otro lado, el SUEÑO, cuya significancia a nivel profundo nos refiere la idea de lo eterno o intemporalidad, se opone a la noción del FUEGO (corporalidad).

¿Cómo se explica esta noción opositiva y qué relación existe entre las palabras que designan un mundo des-realizado y el Yo lírico? Creemos que el Yo lírico se regodea en una subjetividad que elimina toda referencia a lo externo, tomado éste en su función pragmática. El lenguaje está absolutamente despragmatizado y tiene una autorreferencialidad que celebra su propia búsqueda etérea y surreal del infinito. Las imágenes siguen un orden ascendente y descendente sugiriendo una dialéctica u osmosis ininterrumpida: elipsis de un vértigo que sólo corresponde a la órbita de lo no vivido y lo imposible. Entre la corporalidad -que será el signo del fuego que calcina los últimos escombros (temporalidad)- y el sueño (signo subyacente de la intemporalidad) hay un puente que comunica las pulsaciones en un festín de luces y sombras. Dice:

Una palabra

una sola palabra

que aflore del fuego más perfecto

de los cuerpos sellados por el viento

(…)

Una palabra

un puente que se enciende para siempre

un solo soplo de alma

y todo bajo el cielo estará dicho.

Por eso, el sentido del infinito y de la claridad no se hallan en esta aparente realidad sino en los extramuros, en la otredad donde la lejanía se contempla con ojos acaecidos: “el mar nos presta su lengua”, dice el Yo lírico al reconocer que el silencio es la tortura omnipresente. A través del signo agónico que está celebrando su ardor y su fiebre, el cuerpo se transmuta en una cadena de vibraciones hacia la fugacidad, y la proyección de una tentativa de muerte se desvanece. La evasión se engendra en ese margen donde el Yo lírico bordea el lenguaje, pero tiene la ligera conciencia de que su asimilación total es inasible. Estas recurrencias se observan claramente cuando expresa:

fuego de canto: el alma

canto de fuego: el alma

Su reconversión dialéctica es:

alma del canto: el fuego

canto del alma: el fuego

Este último poema es esencial y se constituye para nosotros en el eje del entendimiento del libro. Estas oposiciones no son gratuitas, al margen de su relación con lo cognitivo. Es idea antes que emotividad. El poemario para esto se carga de una serie de frases cuyos lexemas principales refieren atingencias concretas o abstracciones ideales. Por ejemplo “Y esa palabra / fósforo de tiempo…” es una metáfora que se puede entender como destrucción del tiempo. De igual forma, ejemplos que sustentan esa comunicabilidad entre estas oposiciones son las siguientes figuras:

“la lanza de tu ausencia”, “flor de ensueño”, “jardín de los encuentros”.

El poemario está saturado de este tipo de enunciados que concurren a crear esa sensación de luz y sombra, de vértigo continuo que no muere. Las palabras lámpara, flor, jardín (referentes del lado de la corporalidad y materialidad) son parte de la calcinación que también involucra al cuerpo, mientras que sus adjetivaciones a través de enlaces como ausencia, ensueño, encuentros, están comunicándose con el margen de la intemporalidad: allí la conexión subconsciente con el territorio de lo emotivo.

¿Sólo las palabras son los componentes emulsionadores de una suerte de esperanza y de puente salvable entre ese fulgor-muerte y la otredad que es sueño-evasión? En un primer momento todo concurre a acelerar este proceso; sin embargo, luego hallaremos que al final del poemario -cuando el Yo lírico siente que su recorrido hacia el abismo y la fogata es ineluctable- surge la luz transfigurada de un amor que destruye los márgenes, edifica una nueva ventana:

Más allá del latido y la palabra

tu amor que danza en fuego

y deshace las aspas de la muerte

Más allá de tu fiebre y mi delirio

tu amor que alumbra el agua sin final…

Esta es una referencia intensa, pero no revela un suficiente fulgor para la definición total. Siempre el FUEGO y la fiebre serán una constante celebración que reconoce la fugacidad como ajena a la experimentación feliz: la soledad y el desierto de la sombra y la luz se mezclan con ella: simbiosis de muerte y vida, donde sólo la palabra es el dios fueguino del mundo borgiano.

La palabra aúlla lastimeramente en su caminar viviente a la perfección.

Ítalo Morales

ÍTALO MORALES (Chimbote 1974). Es Licenciado en Educación por la Universidad Nacional del Santa. Ha obtenido varias distinciones en narrativa, como el Primer Puesto en el Concurso de Narrativa Regional Nuevo Chimbote (1998), una Mención Honrosa en el Concurso de Narrativa Lundero (1999) y la II Feria del Libro de Trujillo (2005). Es autor de Días de suerte (1999), Memorias de pagano (2001), El aullar de las hormigas (2003), Camino a los extramuros (2005) y Destierro de Abel (2008).