No sé si colocar esta noticia como "curiosidad" o dato anecdótico. Resulta que hace unos días, en la sección cultural de La República, Carlos Meneses, el biografo de Carlos Oquendo de Amat, escribio un artículo de respuesta a algunas afirmaciones "inexactas" que había hecho años atrás José Antonio Bravo sobre la posibilidad de que los supuestos restos de Carlos Oquendo de Amat, que descansan en Navacerrada, no pertenezcan al poeta. Los dejo con el artículo para que saquen sus conclusiones:
Carlos Meneses. Palma de Mallorca.
Como una sorpresa, no de las que causan furor sino de las que deprimen por el equivocado contenido, me llegó una revista universitaria cuyas páginas contenían una entrevista al profesor y narrador José Antonio Bravo. La revista (Qlisgen, abril de 1984 número 4) era de los años 80 pero me llegó 10 años después, y el motivo del envío eran unas declaraciones acerca de la posible falsedad del cadáver del poeta Oquendo de Amat, enterrado en el cementerio de Navacerrada, y que cuya tumba (solo un túmulo) descubrí en 1971, tal como cité en mi libro Tránsito de Oquendo de Amat (Inventarios Provisionales, Las Palmas de Gran Canaria, 1973). Me sorprendió que quien hacía esas manifestaciones hablara de este asunto muchos años después de lo ocurrido, y que arremetiera en mi contra por no haber cumplido con conseguir la certificación médica de los restos del poeta.
Lo normal hubiese sido que quienes dudaban de la veracidad del encuentro de la tumba de Oquendo se hubiesen dirigido no a mí si no a alguna institución cultural peruana. Yo como biógrafo de Oquendo había satisfecho mis expectativas de hallar la tumba. Lo de certificar científicamente si los restos que yacían bajo el túmulo que encontré y que meses después, gracias al INC se convirtió en una tumba normal, con lápida en la que se leían versos del poeta Enrique Porras Barrenechea, no me correspondía. Mi tarea de seguidor de los pasos de Oquendo estaba cumplida.El segundo capítulo del descubrimiento de la tumba del poeta Oquendo se produjo cuando Arturo Corcuera vino de Lima con la misión de colocar la lápida y dejar una tumba digna de quien yacía bajo ella. Lo que nadie sabía era que Corcuera realizó la misma comprobación que yo había hecho el día que encontré el túmulo, o sea, reunió a un edil del ayuntamiento de Navacerrada y al sepulturero de aquellos años (Oquendo fue enterrado en marzo de 1936) para que le dieran todos los datos necesarios que le permitieran asegurar, según esas dos personas, que el cadáver era del poeta. Esa doble comprobación alejaba muchas dudas.
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