Muchos de mis amigos saben de mi rechazo "personal" por los deportes (Ojo, no por aquellos que los practican). Como el protagonista de Los cuadernos de Don Rigoberto, siento un profundo desprecio por cada uno de los deportes que se practican (desde el tiempo de los griegos y los modernos); y, más aún, por el opio de los pueblos contemporáneos, el "deporte rey", del cual algunos iletrados se confiesan fanáticos ilusos cuando juega la selección peruana. En fin, las prácticas deportivas han estado tan alejadas de mí y me ha importado un rábano el fanatismo que de ellas se pueda derivar.
Sin embargo, un deporte del cual no me he podido sustraer es el ciclismo: práctico bicicleta desde muy niño, y nunca he dejado de montarme en una "cleta" cada fin de semana (salvo los sábados y domingos de resaca juerguera). Hoy día domingo, como de costumbre, preparaba mis implementos ciclistas para salir a montar, pero una delgada y persistente garúa frustró mis planes, y tuve que guardarlo todo hasta que mejore el día. Abro la revista Somos de ayer sábado y me entero que ya ha llegado a librerías limeñas el esperado libro de Marc Augé, el filósofo de los NO LUGARES, que mi amigo Arturo Córdova se empeñó en recomendarme su sabrosa lectura. Pues bien, ELOGIO DE LA BICICLETA ya circula en librerías limeñas y espero que aquellos que practican este deporte (y los que no, es un buen momento para hacerlo después de la lectura del libro) corran a conseguirlo y leerlo.
Por lo pronto, les dejo una breve reseña que circula en la red:
Este delicioso Elogio de la bicicleta pasa por tres etapas narrativas: el mito, la epopeya y la utopía. A pesar de que sus dimensiones mítica y heroica han sufrido algunos reveses derivados de su vinculación a las desviaciones del deporte profesional y el doping, la bicicleta –impulsada por las nuevas políticas de la ciudad– regresa con fuerza a los escenarios urbanos y su imagen es objeto de un renovado entusiasmo popular. Podemos ponernos a soñar y proyectar a grandes rasgos una ciudad utópica del mañana en donde la bicicleta y el transporte público sean los únicos medios de desplazamiento. Incluso soñar con un mundo en el que las exigencias de los ciclistas dobleguen el poderío político… siempre y cuando, en el mundo, reinen la paz, la igualdad y el aire puro, tras la ruina de los magnates del petróleo. Sin embargo, en su humildad, la bicicleta nos enseña, ante todo, a estar en armonía con el tiempo y el espacio. Nos hace redescubrir el principio de realidad en un mundo invadido por la ficción y las imágenes. El ciclismo es, por tanto, un humanismo que abre con renacidos bríos las puertas de la utopía y de un futuro más esperanzador: el símbolo de un futuro ecológico para la ciudad del mañana y de un proyecto urbano que tal vez podría reconciliar a la sociedad consigo misma.
Les dejo, además, este interesante aparecido en la Revista Ñ:
Revista Ñ (Argentina).- No se puede hablar de la bicicleta, dice el antropólogo francés Marc Auge, sin hablar de sí mismo. La bicicleta es la infancia, es el descubrimiento del cuerpo, una exploración del espacio y el tiempo distinta; el conocimiento de los límites y del más allá. El sueño del ciclista es el de andar por la tierra como el pez en el agua o el ave en el cielo y sin embargo, como paradoja, la bicicleta frente al mundo mediático en que vivimos es el principio de realidad. Andar en bicicleta es también lo que no se olvida.
Los franceses, tan inclinados a la exageración, es uno de sus rasgos de estilo después de todo, querrán llevar el asunto para el lado de lo subjetivo; así Eric Fottorino, ciclista, novelista y hasta el año pasado director de Le Monde, llega a decir que andar en bicicleta es un modo de escritura. ¡Esta manía de querer convertirnos a todos en plumas! En su Pequeño elogio de la bicicleta (ed. Gallimard, aún no traducido) alega que muchas ideas vienen mientras se pedalea. Y trae la imagen, como si fuera una foto vieja, de Diño Buzzatti, enviado en el año 1949 por el Corriere della Sera para escribir sobre la vuelta de Italia, competencia que, con sus maratónicas -y muchas veces inhumanas- tres semanas de recorrido por las rutas de la península y países vecinos, este año cumple cien años. Aunque la anécdota es muy buena (más allá de lo que haya escrito el autor de El desierto de los tártaros, quien al parecer equiparó el duelo de los dos favoritos con la lucha Aquiles y Héctor), y hasta parece inventada, no creo que alcance. Se necesita algo más. En una entrevista reciente, el maratonista y novelista japonés Haruki Murakami también resaltaba la importancia del esfuerzo físico para la escritura. Haciendo de contrapeso, el desaparecido Ro- berto Bolaño, en una conferencia amarga y ahora célebre aparecida en El gaucho insufrible, decía que estamos en una época de escritores que van al gimnasio. Como para poner las cosas un poco más parejas, como para no ponernos sin quererlo e inadvertidamente del lado del fitness y la cosmética en general (del cuerpo, de ideas, da lo mismo). Pero no; la bicicleta que está del lado de la cultura del cuerpo hermoso es justamente la negación de la bicicleta que amamos; la bicicleta ñja, la bicicleta inmóvil que ni siquiera hay que saber manejar y que no nos lleva a ninguna parte.
El antropólogo Marc Auge aunque también se ha dedicado a estudiar la dimensión poética de la bicicleta -ya que subrepticiamente nos hace entrar en otra geografía, uniendo puntos y recorridos que otros medios de transporte impiden unir- es más medido en su análisis y no va tan lejos como Fottorino. Andar en bicicleta no nos convertirá en artistas; para Auge, la bicicleta simplemente nos hará más humanos, nos ayudará a comprender a los otros; nos ayudará a cambiar la ciudad y empezando por ahí, quizás, a la sociedad toda. En su reciente Elogio de la bicicleta (ed. Manuels Payot, no se tradujo aún al castellano), dice: “La bicicleta es un humanismo”. Antes de llegar a esta conclusión propone un recorrido que va del mito a la utopía pasando por la crisis. Una utopía que él llama eficaz, en tanto fuera capaz de convencer a los habitantes de una ciudad determinada. La bicicleta -se entusiasma Auge- cumple con un doble aspecto central: es la dimensión perceptible y real de un mundo utópico. Parte del aspecto mitológico de la bicicleta había sido magjstralmente puesta de relieve por Roland Barthes en sus célebres Mitologías, en las que analizaba la construcción de la figura de héroe por parte de la prensa que cubría el Tour de France.
Pero más allá del imaginario alrededor de las dos ruedas, parte del interés del rescate de la bicicleta radica en el modo en que ella articula la mitología social y la personal.
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