Cuando era estudiante universitario en San Marcos, siempre me encontraba con muchachos de pelo largo, bastante confundidos y con vocación artística. Les llamaba los "Andrecitos Caicedo" por la apariencia hippie y los lentes de carey que enmarcaban sus rostros. Y una constante en ellos, que me permitía añadirlos en la lista que iba confeccionando, era su falta de experiencia en el arte para seducir a las mujeres y, por consiguiente, esa virtud, casi innata, para sufrir de amores perdidos o nunca conquistados.
Sin embargo, recuerdo a uno en especial, el Andrecito Caicedo per excellence que se paso toda la carrera en la facultad tratando de conquistar a una muchacha a la que llamábamos la "Mujer Circe" -por su habilidad para engatusar a los incautos que caían en sus redes-, y a la cual le dedicaba no solo sus mejores poemas sino también una galería innumerable de retratos y dibujos a lápiz carbón. Lo recuerdo hoy porque abro el diario y veo una exposición que va a inaugurar en estos días sobre algunos dibujos de su etapa universitaria. Finalmente, se animo a convertir en algo útil esa fatigosa tarea de andar tras amores perdidos y nunca realizados. Bien por Andrecito y que en la inauguración se le cumpla el favor de que una "Circe" lo seduzca nuevamente.