26 August 2008

FETICHISMO LITERARIO


LA MÁQUINA DE ESCRIBIR

Muchos de los escritores de mi generación nacieron con las computadoras y escribieron en las mismas sus primeros textos; sin embargo, algunos recordarán el tecleo acompasado de una máquina de escribir en algunos recuerdos familiares o de adolescencia. El escritor Alonso Cueto escribió en la última edición de El Dominical de El Comercio un artículo sobre un fetiche que conservan algunos escritores: la máquina de escribir:

Hoy los adeptos a la máquina de escribir parecen seres extraños. Paul Auster y Enrique Vila-Matas, dos de los más importantes, han escrito sobre sus virtudes (Auster le dedicó a la suya todo un libro con ilustraciones), una de las cuales era sin duda la relación personal que creaban con un escritor. En un tiempo en el que no era necesario cambiarlas periódicamente, las máquinas de escribir se fueron convirtiendo en parte del cuerpo, para algunos escritores (conocí uno que dejaba de escribir cuando la suya se malograba). Hoy, la afición, como es obvio, tiene sus inconvenientes. Mientras Vila-Matas ha señalado que no encuentra una tienda que pueda venderle cintas en Barcelona, Auster se sigue abasteciendo de la última tienda para máquinas de escribir, una rareza en Nueva York.

Y sin embargo, el aparato fue parte de nuestra vida durante casi siglo y medio. Fue Christopher Latham Sholes, de Milwaukee, quien inventó la máquina de escribir en la primera mitad del siglo XIX. Al parecer, Sholes cumplía con los requisitos asociados por lo general a los inventores: un hombre distraído, que se ponía siempre pantalones de una talla menor a la suya y usaba sombreros aplastados. En realidad las antiguas máquinas de escribir adquirieron su forma moderna cuando se les incorporó la cinta en 1841. Aún así, el invento no fue demasiado popular hasta después de la guerra civil americana. Un texto de Joan Acocella en el "New Yorker" y el libro reciente de Darren Wershler-Henry ("El capricho de hierro"), de quienes hemos tomado estos datos, recuerdan el año de su gran impulso. En 1873, Remington, el fabricante de fusiles, que había visto descender su negocio, puso a la venta el invento de Sholes: una máquina de escribir atada a una mesa de coser. El éxito fue inmediato. Sholes también había inventado el teclado en la secuencia "qwert" que subsiste en los teclados de las computadoras. La razón: las teclas de las máquinas se trababan al golpear el papel, lo que dificultaba la escritura. Sholes diseñó un sistema por el cual las parejas de letras más comunes en la lengua inglesa se separaran en el teclado, para que no coincidieran al golpear. Nunca se demostró que el diseño de Sholes fuera el correcto pero todos se acostumbraron a la disposición, hasta el día de hoy.

(...)

Nietzsche fue uno de los primeros autores en usar una máquina de escribir, quizá debido a su ceguera, asociada a la sífilis. El primer texto importante en ser escrito a máquina fue "Vida en el Mississippi" de Mark Twain. Henry James escribió gran parte de sus últimas novelas dictando a un secretario en una máquina. Eso, según Acocella, quizá explique las frases largas y complejas del estilo de su última época. Uno de los temas en esta historia es la importancia del ruido de las teclas. Cuando en la década de 1940, se pusieron a la venta máquinas de escribir silenciosas, nadie las compró. La erótica del tamborileo era parte de su magia, algo que se ha mantenido en el teclado de las computadoras. Quizá pensando en ello, el poeta peruano Sebastián Salazar Bondy en su "Testamento ológrafo" comparaba la máquina en la que había escrito toda su vida, con el galope de un "pequeño caballo".