La historia empieza con una mudanza: el protagonista recoge sus pasos y al final termina en un inventario de recuerdos… Pero sobre todo es también una novela sobre la inmigración. La empecé a escribir hace diez años cuando el fenómeno de la inmigración no era ni por asomo lo que es ahora. Es sobre todo la extrañeza de alguien que ha soltado sus amarras en el Perú y llega a Tenerife, que es un sitio un poco de tránsito entre la España peninsular y Sudamérica. Un territorio al que muchos no saben cómo llegaron. En mi caso, yo iba a Barcelona. Mis amigos que me iban a recibir se mudaron a Tenerife y me dijeron vente aquí, te quedas unos meses y después te vas allá. Y me quedé once años. Eso es lo que tiene la isla: una relación muchísimo más intensa con Hispanoamérica. La novela termina cuando él se va de Tenerife, es una situación no solo de tránsito geográfico sino también vivencial.
¿El cuaderno de apuntes le permite tomar conciencia de eso? Me resultaba muy difícil contar esto en primera persona. El diario te permite contarlo así, pero con este truco lo pones por escrito. A mí me dio mucha libertad para que hubiese pequeñas reflexiones y observaciones de la ciudad, de su propia vida. Pero es un retratista más que un retratado. Y me permitía establecer un pequeño hilo argumental: la irrupción de un nuevo amor de su vida y el fracaso mismo de este.
El protagonista está sumergido en un trabajo que no le depara nada, acorde con su estado de ánimo, junto a ludópatas. Es un personaje que no sabe bien qué está buscando y nunca lo dice. Tuvo una pequeña veleidad como escritor pero nunca lo fue. Y él traslada y proyecta ese deseo de hacer algo en los otros. Esta novela ocurre en una época donde no hay correo electrónico ni teléfono móvil, ni nada. Eso cambia totalmente la sensación: está como aislado.
¿El golf ha servido como ejercicio de precisión y paciencia, sobre todo, en esta novela estructurada como un diario? Absolutamente. Es curioso, porque en Tenerife tenía mis amigos con los que jugábamos al golf. Es un ejercicio de absoluta precisión. Hay fragmentos que son como historias cerradas, no pequeños cuentos. El golf te enseña mucho a hacer eso. Me ha servido para llevarlo a otras cosas.
Si Cortázar usa el boxeo para hablar de literatura, usted podría emplear el golf… El golf te enseña mucha humildad. Hoy juegas como un campeón y mañana nada. En los talleres de literatura daba muchos ejemplos del golf. En una novela, uno tiene que ver el campo y no el hoyo, al igual que en el golf. Tienes que saber que el hoyo está tan lejos que no lo ves, por lo cual tienes que dirigirte hacia otro lado. Es una estrategia y la literatura también lo es. Ahora lo usaré porque he creado el Centro de Formación de Novelistas: estamos buscando escritores y les ofrecemos información y asesoría.