29 March 2009

EL GRAFFITI SE APODERA DE LA CIUDAD


A PUNTA DE LATAS DE AEROSOL

De ser perseguidos por la policia y el serenazgo, poco a poco, los artistas graffiteros han pasado a ser parte de la variopinta composición de la ciudad de Lima, han contribuido a darle otra fachada a la imagen gris de nuestra ciudad y a alegrar algunas calles de esta capital que se va renovando y recreando día a día. En el suplemento Domingo de La República, aparece un reportaje de Rafael Robles a los protagonistas de la movida graffitera limeña:

Son varios los que afirman que la primera lata que se agitó en el Perú estuvo en manos de un tal Trans, quien por enero del 96 hizo las pintas inaugurales en muros acostumbrados a mostrar señas vandálicas y mensajes senderistas. A él le seguirían un puñado de jóvenes influenciados por el hip hop, el rock y la cultura skater. Lima fue pintándose de noche mientras el aerosol pasaba de mano en mano como un arma de expresión. El arte se democratizaba fuera de las galerías. Se mezclaba con la gente. Grupos organizados aparecían en las calles. “Piratas Fumakaka”, “Colectivo El Codo” y “Dedos manchados en la jungla de concreto” son, desde esos días, los más importantes en nuestro medio.
Ataquen, Piratas
Naf estuvo ahí, con las primeras latas, cuando no había internet y las únicas referencias eran las de revistas que venían de afuera. En el 2002 formó el grupo “Piratas Fumakaka” junto a sus amigos Ioke, Seimiek y Oso. Luego se les unió Meki y juntos (pero no revueltos, pues cada uno conserva un estilo personal) no han dejado de apoderarse de la ciudad cuando se les da la gana. “El hecho que sea o no legal ya pasa a un segundo plano porque la gente seguirá pintando. Siempre habrá espacio en la calle para hacerlo”, predice Naf, un “veterano” de 28 años que en el 2005 expuso en el Museo de Bellas Artes de Chile junto al resto del colectivo. Los Fumakaka también se caracterizan por sus intervenciones urbanas. Si no están irrumpiendo en casas abandonadas para convertirlas en museos clandestinos, están colgando inquietantes esculturas en lugares donde usualmente no pasa nada. Tal fue el caso de “El Circo Fantasma”. Uno levantaba la mirada y ahí estaba: un gran elefante rosado trepado a un monociclo, haciendo equilibrio sobre un endeble cable de luz, para deleite del sorprendido transeúnte.