22 March 2009

CON EL DIABLO DENTRO (RE-EDICIÓN)

Me entero por un correo electrónico que me envían de Editorial San Marcos que han publicado una nueva edición de la novela Con el diablo dentro, cuya primera versión es del año 2001. Aunque había firmado contrato el año padado, no recordaba en qué fecha exactamente aparecería el libro.

Para mí es una noticia bastante feliz porque no tenía ejemplares de esa primera edición, dado que todos los libros que tenía fueron a parar a los amigos que caían por casa en su momento. Además, ya no existían ejemplares en las librerías y muchos jóvenes me preguntaban sobre esta primera novela y les decía que, si no encontraban la edición original, que la fotocopien en la famosa librería Mary de La Rotonda de Letras de San Marcos. Hastá allá tenía que ir los desventurados que querían leer el libro. Bueno, ahora la novela está en las principales librerías limeñas para aquellos que quieran conocer de cerca las aventura de un grupo de jóvenes durante la época terruca de San Marcos.

Los dejo con un fragmento de la novela:

CON EL DIABLO DENTRO

Por: Max Palacios


Sabía que era una mala idea. Es verdad que la culpa no fue totalmente mía. Harry, el sucio, también estaba conciente de que era una muy mala idea. Estoy seguro, mi querido Harry (que no te bañas, porque, según tú, una persona limpia no necesita bañarse a menudo), estoy seguro que tú sabías que era una idea fatal y que las consecuencias serían funestas. Pero no, no te puedo culpar del todo. Si tuviéramos que hallar a algún culpable tendríamos que mencionar, además, a los que nos reuníamos los viernes por la noche: El Perro, Gustrago, y Mike, el Chico Viernes. De todos, el Chico Viernes tiene gran parte de la culpa. Eso de llegar todos los viernes con una botella de ron y un poco de marihuana, a lo largo traería lamentables consecuencias para alguno de nosotros.

La rutina era la misma. Primero acondicionar el cuarto y colocar todo tipo de imágenes sugerentes y alucinantes en las cuatro paredes de la habitación. Luego instalar el equipo de sonido y seleccionar la música que íbamos a escuchar. Solo grupos que pudieran desconectarnos de la realidad: C.C.Revival, Doors, Gran Funk, Joy Division y Nirvana. Nada de jazz ni de música clásica, el despegue podría ser nocivo. Sabíamos casos de brothers que se pegaron con Miles Davis o Charly Parker, o con Chopin o Mahler, y que cuando quisieron retornar a la realidad jamás lo lograron. Por el bien de todos, ni jazz ni música clásica. Una vez acondicionada la habitación y la música, Gustrago, mismo alquimista, preparaba una cuba libre extra-power: Full ron y un poco de Coca-Cola para darle color. Acto seguido, el Perro preparaba unas tremendas bazucas de yerba que pudieran satisfacer las exigencias de los fumarolas reunidos.

-Ahora sí, muchachos, ajústense los cinturones -anunciaba el Perro. Era el más angurriento de todos nosotros y según tú, Perrito, fumabas de acuerdo a tus necesidades. Pero a mí no me engañas, Perro, eras el más angurriento de todos y el que daba el play de honor al supertroncho que habías preparado.

Lo demás venía por cuenta propia y cada quién se daba su propio vacilón. Todos queríamos evadirnos de nuestra asfixiante realidad, pensar que la vida podía ser soportable en este mundo de mierda. Así eran nuestras vidas y si teníamos que drogarnos para poder seguir adelante, lo hacíamos. Pero aquel viernes fue memorable: El Perro se alucinó Dave Grohl, el baterista de Nirvana e incluso se dio el lujo de prestarle sus baquetas a Gustrago para acompañar la voz de Cobain:

Come as you are,
as you were,
as I want you to be,
as a friend,
as a friend,
as an old enemy.

Si hubiera estado Alex, hubiese alucinado que estaba en una trinchera de la guerrilla, luchando por la revolución y hubiera rampado desde el cuarto hasta la cocina gritando consignas contra el gobierno y a favor de la lucha armada como lo hizo alguna vez en uno de los cuartos de la residencia universitaria ante la risa de todos los estudiantes. Hubiera sido divertido ver a Alex arrastrándose por el suelo como una lagartija. Así no, mi querido guerrillero, así no es, con la yerba jamás hubieras llegado a hacer la revolución.

Mike, el Chico Viernes, después de un esfuerzo de alucine, logró meterse en un afiche de U2 que estaba colgado en la pared.

-Oye, Salvador, ¿logras verme?
-Puta, brother, no te veo.
-Huevón, estoy detrás del árbol, por eso no me ves.

Todos estábamos en un bacilón bien bacán. Pero tú, Harry, no despegabas. Solito te cagabas de risa en un rincón del cuarto, oliéndote las axilas de vez en cuando. Hasta que no sé cómo se te ocurrió la idea de poner a Mozart en el equipo.

-No lo pongas, Harry.
-Sólo un toque.
- No, Harry, no.
- Un ratito.
-Bueno, sólo un ratito y nada más, ah.

Der Vogelfänger bin ich ja,
Stets lustig, haissa, hopsassa !
Ich vogelfänger bin bekannt
Bei alt und jung im ganzen Land.

Un toque nada más, huevón. Sabías que no iba a ser un toque. Jamás consentiría escuchar a Mozart un toque. Era todo o nada, porque escuchar a Mozart en estado normal era una verdadera transfiguración. Entrar en un estado de misticismo en el que cada nota musical hacía brotar un universo en tu mente y permitía que tu espíritu se elevara de este mundo terrenal. Ahora, escuchar a Mozart stone, es decir, totalmente alucinado, era entrar en un estado de gracia y beatitud. Sentir que tu cuerpo se va evaporando para dar paso al imperio del espíritu en donde cada molécula, cada átomo y cada electrón estan en armonía con el universo, llegar a las puertas del paraíso y contemplar la evolución de las cosas más bellas del planeta, como por ejemplo, observar el proceso en el cual una rosa se abre al amanecer. Eso era escuchar a Mozart stone: sentirse el dios de tu propio universo.

Poco a poco, empecé a alucinar cosas indescriptibles para el lenguaje humano. Aluciné a la luna haciendo el amor con un camello en pleno desierto. Aluciné, también, a la señora de la pensión como la vaca Gertrudis y a sus hijos como los tres cerditos, aunque en este caso no hice demasiado esfuerzo, dado que la vieja y sus hijos bien podrían pertenecer a la escala zoológica. Lo mejor..., perdón, lo peor, vino después. En un momento dado, empecé a alucinar que era una pluma de pavo real flotando en la habitación, una pluma ligera y tornasolada viajando por todo el cuarto. Rozaba muy suave el cuerpo de los muchachos y nadie se daba cuenta. De pronto, alguien me alcanzaba con una de sus bocanadas de humo e iba a parar al otro extremo de la habitación, que por cierto estaba muy cargada de olor a marihuana. Despacio, muy despacio, fui acercándome a la ventana. Afuera, recorría un viento invernal que traía el olor de la brisa marina. No sería mala idea darse una vueltita por allí para cambiar de atmósfera. Cruce lentamente la ventana sin hacer el menor ruido para no perturbar a nadie en su alucine y justo, cuando ya empezaba a sentirme bien con la nueva atmósfera, Mozart dejó de sonar. ¡Puta Madre! Era demasiado tarde para retroceder, la ventana de la habitación estaba lejos y los tres pisos hacia abajo eran la única e irrenunciable opción.

La caída fue terrible. Por suerte, fui a terminar en el jardín de la pensión. Estuve internado una semana en el hospital Carrión. Vinieron mis viejos a verme, hasta que me dieron de alta y pude regresar a la pensión. Mi madre me propuso regresar a casa. Me negué rotundamente. A pesar de que Lima me enfermaba, no podía regresar con mis padres. Se había producido con esta ciudad una relación muy anormal: la odiaba con todo mi alma; pero, a la vez, la necesitaba. Necesitaba de su movimiento, de su cielo, de su gente, de su suciedad, de su arquitectura, de sus sonidos, de sus grises edificios, de sus iglesias barrocas, de sus vendedores ambulantes, de sus viejos ómnibus, de sus putas, de sus ladrones, de sus policías, de sus obreros en huelga, de sus atentados terroristas. Necesitaba de todo lo que más odiaba para poder estar bien. De ninguna manera regresaría con mis padres: decidí quedarme en Lima. No podía trabajar, porque estaba convaleciente y me pasaba todo el día tirado en la cama leyendo. Leí a Proust, Joyce, Faulkner, Sartre, Hemingway. Culminé “Los miserables” de Hugo, que lo había dejado a medias. A Dostoievski, Scott Fitzgerald, Cortazar y Borges los leía en las noches. Leí también muchas biografía: de Nietzsche, Van Gogh, Baudelaire, Wilde, Dante, Napoleón, Luis II de Baviera, Francisco José, Shakespeare, Picasso, Gaugin, Hölderlin. Leí muchas cosas más que ya no vienen al recuerdo y mientras más leía me daba cuenta de algo irrefutable: era imposible saberlo todo. Un buen día resolví no leer más y sólo escuchar música.

Gracias a Mike, el Chico Viernes, pude conocer más sobre música. Ese muchacho sabía mucho de música y su pasión por ella llegaba al punto de clasificar a las personas de acuerdo a una década musical. Me decía: Tú eres 70s y yo soy 80s. A partir de aquel día, se quedó con el apodo de “ochentas”. Ya no le decía Chico Viernes sino Ochentas. Bueno, él me enseñó casi todos los géneros musicales. Desde el jazz de los años cincuenta, pasando por el blues, el rock, el hard- rock, el metal, el trash- metal, el dark, el gothic, el punk, el reagge y el ska, hasta la música electrónica. Algunos días, la señora de la pensión subía al cuarto para pedirnos que bajáramos el volumen de la música, pero al vernos la cara de drogados regresaba al primer piso moviendo la cabeza de un lado a otro. Fue una época en la que aprendí mucho y que me sirvió para enfrentar de manera frontal el mundo.

A Harry, el sucio, no lo vimos más. Perece que se sintió culpable de lo que había pasado. Es imposible guardarte rencor, Harry. No fuiste tú quien me arrojó por la ventana. No, de ninguna manera podría guardarte rencor, porque eras un gran amigo, un poco cochinito, pero bueno, amigo al fin y al cabo. Ojalá que continúes con tu enana y que nunca la abandones. La enana era la enamorada de Harry desde hacía mucho tiempo. Era una chica muy bajita -medía no más de un metro cincuenta-, pero tenía un gran corazón, al igual que Harry. Se conocieron en la universidad apenas ingresaron. Era una pareja muy peculiar. Siempre llamaban la atención, porque la enana era demasiado chata y Harry llegaba casi a los dos metros. Además, la enana era muy aseadita, se preocupaba mucho por su apariencia; en cambio, Harry era sumamente cochino. Era la pareja más dispareja de la universidad, pero se amaban. Y eso era lo único que importaba. Espero que en donde te encuentres estés muy bien: cochinito, pero feliz.

Una mañana, la señora de la pensión me gritó desde el primer piso que alguien me buscaba. Me acerqué a la ventana para ver de quien se trataba. No lo podía creer, era Ariana. Estaba muy abrigadita, con una casaca jeans y una bufanda negra. Venía desde Trujillo, y por lo visto, se iba a quedar por un buen tiempo: las dos grandes maletas llenas de ropa así lo delataban. Quince días atrás había recibido una carta de ella cuyo contenido lo había memorizado con todas sus líneas:

Mi recordado Salvador:

Nunca tu nombre fue tan propicio como para esta ocasión, pues a partir de este momento te has convertido en mi verdadera “salvación”. Eres lo único que puede cambiar mi vida y transformarla en algo que verdaderamente valga la pena vivirla. Todos los días no hago sino pensar en ti y en la idea de que muy pronto estemos juntos. Y recuerda que siempre, siempre estaré a tu lado y nada ni nadie podrá separarnos. Espérame con las mismas ansias con las que yo escribo esta carta.

Te amo por lo que somos… y por lo que seremos.

Ariana.

Ese era el contenido de la carta en la que me anunciaba su venida a Lima, pero no le creí. Mejor dicho: no la creí capaz de abandonar a su familia para venirse conmigo. Me sentí un poco confundido con esta llegada, pero terminé por convencerme de que tenía que darme una nueva oportunidad. Si había alguien en este mundo que podría hacerme feliz era Ariana. No lo dudé más. La invité a pasar a la habitación y preparamos algo para el desayuno. Nos mirábamos sin poder creer que nuevamente estábamos juntos. Mientras tomábamos a sorbos el café negro pude distinguir, a lo lejos, algunos rayos de sol que pugnaban por brillar entre las nubes: era el inicio de una nueva estación.