ESTE SÁBADO EN SOMOS
Hoy día, en la revista Somos, se reproduce un artículo del escritor mexicano Álvaro Enrique, que originalmente apareció en Letras libre, sobre él último libro de cuentos de Juan Villoro. En el mismo se intenta desentrañar el espíritu del libro de Villoro y escudriñar la galería de personajes que nos ofrece. Los dejo con algunos fragmentos:
Los culpables cuenta siete historias sobre la deslealtad y las corrientes subterráneas que desata. Quien engaña o es engañado (y lo sabe) es su propio doble porque guarda un secreto que lo obliga a vivir con un estándar difuso: es alguien distinto que pasa su vida representando al que era antes. Está dividido, o como se dice en la calle con sorprendente sabiduría etimológica: trae al diablo –“el diablo” es, por su raíz griega, el que divide.
Así, las historias del volumen cuentan, traspasadas por una sola posición ética, el ciclo de división y reintegración de una serie de personajes que se han quedado solos porque han dejado de ser quienes eran y no encuentran al que son. Un mariachi tiene que cruzar la frontera final: reconciliarse con la talla más bien normal de su sexo. Un futbolista, en el único gesto humano que le permitió su carrera de máquina de servir balones, sacrifica la gloria de su equipo en un gesto de amistad peregrino y arbitrario. Dos hermanos salvan el abismo que les dejó un lío de faldas escribiendo un guión que los transforma en monstruos. Un agente viajero, cuya estabilidad emocional depende de que su enésimo vuelo llegue a tiempo, lee en la revista de la aerolínea el relato de su fracaso matrimonial y decide hacer de su situación un tropo: que el aterrizaje sea una caída. Un actor casi angélico utiliza sus habilidades para intervenir en lo real. Un hombre paga una antigua y minúscula deslealtad sexual hacia su amigo sacrificándole una doncella en el cenote sagrado de Chichén Itzá. Todos prodigan o reciben actos vicarios de justicia que los dejarán tablas con la realidad.
En el mundo de organización tomista en el que la posición del creador jerarquiza necesariamente todo lo demás hacia abajo, los siete culpables de Villoro están urgidos del gesto que les permita volver a una posición de arranque: viendo otra vez hacia arriba. Y, curiosamente, lo logran. Me parece que es la peculiar calidad de la prosa de Villoro la que le permite salvar a sus personajes una y otra vez sin que el libro se vuelva sospechoso de alguna forma de triunfalismo moral.
El lenguaje del autor ha alcanzado en sus últimos trabajos una concentración tan extrema que funciona sólo por alusión. Está compuesto de afirmaciones categóricas excéntricas –“Una vez soñé que me preguntaban: ‘¿Es usted mexicano?’ ‘Sí, pero no lo vuelvo a ser’”– que al sumarse terminan por revelar un sentido. La escritura se convierte, gracias a este sistema, en una representación de lo real capaz de producir revelaciones en la medida en que propone asunciones misteriosas, casi siempre de orden emocional.
Para continuar con el artículo, hacer click aquí.