19 November 2009

ULTIMO CUENTO BIZARRO



ESA "MAN"

By: Max Palacios


La “man” entro al auto, un Renault azul del año, y, apenas cerró la puerta, pisó el acelerador a fondo. Ahora lucía el cabello corto y una minifalda que le permitía mostrar las bondades más apetitosas de su cuerpo. Mientras conducía, me entregó una lata de Heineken para que se la abriera. Poco después, saco otra cerveza y me dijo al oído:

-Esa es para ti, queridito.

Se pasó la luz roja y cruzó la avenida como un relámpago. “Me jode tener que esperar que cambie la luz roja”, dijo, mirándome por el rabillo de los ojos.

-¿Hace cuánto que no nos vemos, queridito? –preguntó, sin despegar la vista del asfalto. Estrujo la lata de cerveza entre sus manos y la tiró al asiento trasero.

La “man” sabía perfectamente hace cuánto que no nos veíamos, pero se notó que disfrutaba haciéndome esa pregunta. “¿Sabes desde cuando no nos vemos, pendeja?”, pensaba yo, rascándome los testículos. “Desde que te mande a la mierda, y te dije que ya-no-que-rí-a-es-tar-con-ti-go, cabrona”. “Debe de ser hace mas de diez años, queridito”, dijo sin prestarle importancia al asunto. “Cuando yo todavía estaba en la universidad”.

-¿Hacia donde vamos? –pregunté estúpidamente, cuando la “man” estaba cogiendo la avenida 23.

-Primero vamos al centro a comprar unos gramos de coca y después vamos a mi departamento, queridito.

Cuando entramos a la Séptima, sentía que la “man” ingresaba a su territorio. Estacionamos el auto en el centro comercial y me entregó un billete de cincuenta dólares.

-Baja y compra lo que alcance de cocaína. No seas tacaño y compra buena “merca” –me dijo antes de bajar del auto y darme una palmada en el culo.

Mientras caminaba hacia los hippies que vendían el “perico”, recordaba aquellos años universitarios en que la “man” era una muchacha hermosa e inocente. Qué había pasado con ella en todos estos años era algo que no me preocupaba en lo absoluto. De seguro había conocido algún “man” bravo que le metió alcohol, droga y sexo hasta decir basta y terminó por malograrla y convertirla en poco más que una puta. Pero me gustaba cómo era ahora la “man”, con ese tono desenfadado y ese espíritu de rebeldía. Antes, era una huevona que no me movía ni un pelo. Ahora, la perversidad que había adquirido me seducía de forma inquietante.

Estaba ansioso por llegar a su departamento, echarnos unos gramos de coca y meternos unos tragos al cerebro para sazonar la ocasión, escuchando algún disco de The Doors. Recordar los viejos tiempo en que la “man” me lloraba porque la cogiera y se le diera como a ella le gustaba, “al seco”. De solo pensar en esa escena, todo se me ponía rígido, hasta los pelos de los brazos se erectaban. Llegué hasta donde estaban los hippies y pedí 20 dólares en “perico”. Lo demás lo pensaba coger como en préstamo personal a largo plazo.

Cuando terminé de transar con los hippies regresé al auto de la “man”, pero para darle un sustito me acerqué a su puerta sin que se diera cuenta y le solté un grito. La “man” se asustó un poco y soltó un grito que me despabiló.

-¿Compraste el “perico”? –fue lo primero que preguntó cuando recuperó el aplomo.
-Claro que sí, princesa –le contesté, devolviéndole una sonrisa cómplice.
-Venga el “perico” –me dijo la “man” extendiendo la mano por la ventana.


Metí las manos al bolsillo y le entregué el paquetito bien armado con los dos gramos de coca. Abrió el “perico” y se metió dos tiros a la nariz, sin culpa, sin censura, con gozo y delirio. En ese momento, ocurrió algo que hasta ahora solo puedo entender como una secreta venganza planeada desde la época universitaria: la “man” puso el pie en el acelerador y arrancó en primera a toda velocidad, haciendo chirriar las ruedas sobre el asfalto urbano de la Séptima Avenida y dejándome como un imbécil en medio de la Séptima Avenida.

Cuando volví a meter las manos al bolsillo sentí el calor de los 30 dólares que quedaron del cambio de la transacción realizada. Caminé nuevamente hacia los hippies y pedí 20 dólares más del nefasto polvo que me haría olvidar los malos momentos de esa noche. Ingresé al centro comercial y arrastré mis pasos hacia el Cinema Café Bar para embriagarme con lo más acido y oscuro de la noche. La primera botella de cerveza me hizo recordar que el dinero que tenía en el bolsillo me permitiría disolver los malos recuerdos de la noche sin ningún reproche.