29 May 2011

AVANCE DE NOVELA: PARUSÍA PUNK, DE JAVIER JABATO


1

Empieza así.

Dando vueltas en las espirales de aquel huracán inaudito que era su propia existencia, el Autor amenazaba con convertirse en escritor. Se sabía preternatural, y la propia cadencia de las jornadas, días sucedidos como desfiladeros intransitables o como campos de trigo recio, quemaban, fulminaban, desterraban calendarios enteros. Eran tiempos frenéticos aquellos, tiempos insostenibles aquellos, y la marea de vicio en imagen que proyectaba el occidente, tsunami verdadero, se derramaba contra la ola de trascendencia irreal, supuesta pureza que estaría aún sin demostrar, que emanaba de los barrios pordioseros del oriente. Y ello ocurría sin posible síntesis, envueltos todos -nosotros, ellos, tú, yo, el otro- en una suerte de inecuación máxima, en un bucle babélico y angosto del que sólo se podía desprender un posible final que a buen seguro, lo pronostiquen o no el tarot y los televidentes trasnochados, sería una burla soez, un chiste malo que dejaría un rictus pétreo en las caras, máscaras venecianas y cinismo... Talibanes skaters con burca y a lo loco, sexo en intranet, fenómenos UFO en las fotos de la guerra civil, vacunas contra la gripe A tal vez envenenadas, chinos y gitanos y su contubernio, robots enamoradizos, travelos infantiles a ritmo de música pachanguera, relaciones de sodomía entre todos nuestros gobiernos, Walesa empujando un enorme dominó en una tarde que se hizo pronta noche, espasmos de la resistencia, flores de invernadero y gemas entre un lodo antiguo. Eso era la vida, la vida loca y extraña… Quién estaba preparado para todo lo que vendría después, quién, dios mío...

Y en medio de todos, ella, la literatura, la literatura, la literatura, la literatura, la vasta literatura que venía manchada desde siempre, harapienta y pedigüeña desde siempre, envuelta en sábanas roídas de hospital enfermo y con un cencerro de leproso colgado del cuello, llamando a las puertas de los escritores noveles o en paro, de los fracasados y de los enmudecidos, de los impublicables y de los que sufren imbatibles dioptrías.

2

…Ahora, en buena lógica con los tiempos que se abatían sobre la juventud vencida, la cuestión del exilio, de los exilios, se había perdido y ni siquiera yacía en ningún lugar. Estaba arrumbada en los cielos, volatilizada en los aires y ante nuestras narices, difuminada en algún lugar disgregado del siglo XXI… y, así, se había hecho un no-lugar más, una gasolinera de noche y un centro comercial repleto y una avenida proyectada hasta el horizonte. El Autor, que tal vez supiera esto y alguna otra cosa más, se había ahora quedado solamente, netamente, con ella, con la literatura, y era ésta para él un extraño presente, un regalo pesado y bello que no controlaba pero del que disfrutaba con un júbilo prepotente, insano casi. La literatura era un gato subiendo por la espalda, una realidad que se deshace, la certeza de lo inaudito. Era lo contrario a la plusvalía, al tiempo aprovechado en pos de la tranquilidad material; era algo sin nombre que arrojar contra los enemigos, un arcano de pureza subterránea, una veleta desubicada y un descampado enorme e inencontrable… Diríase que al Autor no le quedaba más remedio que bregar con ella, lidiar, chapotear, amancebarse con ella. Y a pesar de todo ello, él ni siquiera creía en su existencia ni en su supuesto valor, y es que vivía en el limbo de los manirrotos que aún servían, en el limes exacto, en mitad de una tierra que era extrema y dura y único escenario de una guerra soterrada e inconclusa, aquella que enfrentaba a los poderosos y los notorios de un lado y a los olvidados y los misereres de otro… Allí donde perdían la guerra los perdedores estaba él, allí donde los olvidados era pasados por la batidora de la historia, allí donde el Athlétic Espartaquista Balompié era goleado por el Sacro Imperio Club de Fútbol, allí estaba siempre él... Y quería, el Autor, escribir algo impublicable, algo que ni siquiera los editores suicidas más ultraístas encontraran ni atrevido ni chick, algo que pasara inadvertido ante un público desnortado y bulímico, algo sobre lo que nadie se planteara nunca hacer una película, algo ante cuyo cadáver inmemorial quedaran todos noqueados, alienados, extasiados, tal vez con la perenne sensación de una asfixia apenas perceptible, con la vacua irritación de haber perdido algo que se desconoce… Quería el Autor ser la herrumbre, el escombro, y sacarse así de la manga una caja de gusanos, una aberración máxima que se deshiciera a cada momento, que apestase allí donde fuese mostrada y que nunca jamás pasase a la dudosa posteridad, una tortilla de clavos y una caja vacía y un viaje hacia el lugar donde las brújulas reconocían su inoperancia de máquina humana. Y era tal vez, al fin, la pantagruélica confusión, y no la literatura, la que rondaba su cuarto por las noches, la que planeaba como un murciélago ciego por encima de su cabeza, y él la sodomizaba, la vejaba y le daba de latigazos hasta obligarla, niña vencida, a plasmarse en la pantalla del ordenador. Era un proceso mágico y desagradable, forzoso y unívoco, aquel que le llevaba a dar caza a todas esas magnas y futuribles inexactitudes… Ella era una amante irreal, o tal vez una amante muerta y enterrada. Ella era lo no ocurrido, lo nunca transcurrido, lo apenas pensado y lo brevemente intuido. Ella era lúbrica, nunca limpia. Luctuosa, nunca pura. Impía, nunca sacra. Incestuosa, nunca virgen. Irredenta, nunca pródiga. Volcánica y nunca mansa.

3

El Tritón (Lisotriton boscai) y la televisión mentirosa parecían ser los dos únicos habitantes de la habitación. Las cadenas Antena Hez y La Secta, supuestamente rivales pero amorosamente fraternales, diríase en contubernio, se habían puesto de acuerdo para emitir de forma conjunta la Última y Definitiva Lucha de Engendros en el Fango. Se enfrentaban, de un lado, y con 1´64 metros de altura y sesenta y nueve kilos de peso, Bigotín Carisma, el Campeón de las Azores; de otro, y con 1´81 metros de altura y setenta y cinco kilos de peso, Mr. Civilización Cejitas Bean, el Traidor de los Pobres. Aunque este segundo ostentaba en la actualidad el cinturón de Campeón Nacional de Engendros en el Fango, los ecos que como bolsas de detritus rebotaban en las calles de la maledicencia decían, repetían que, para alzarse con el título, Bean habría tomado Qaeda Óptimun, sustancia considerada dopaje y tan fuerte como decisoria, capaz de sobra de auspiciar en el llamado Trono de Fango a Cejitas Bean o a cualquier otro advenedizo… En calzoncillos, los repugnantes púgiles acababan de saltar al ring, suerte de pocilga apenas disimulada, y sus respectivas banderas llenaban todo el lugar. La una, blanca, ostentaba el aspa de San Andrés y, en el centro, una gran M roja cuyos astiles superiores asemejaban la figura de un arco orondo. La otra, verde, tenía escrito en árabe Adherencia y pleitesía eterna al IV Reich y lucía en medio un puño de cadáver agarrando un crisantemo que se descomponía. A poco que la cámara se acercase con su zoom un poco más de la cuenta, se hacía evidente, demasiado flagrante y hasta irrisorio, que ambos trapos estaban manchados de un sospechoso líquido que bien pudiera ser sangre o bien mierda. Atrincherados en las gradas, los Comandos de Cristo´36 y las Hordas de Pana´78, respectivas hinchadas de los dos contendientes, todos ellos rebosantes de abyección y de una insalubridad aceitosa, gritaban aquellas sus consignas primitivas cuyas resonancias se expandían ahora por el cuarto del Tritón y restallaban, navajas contra el hueso, en sus oídos de superviviente. Así, un preclaro ¡Arriba Gürtel! era contestado al unísono por otro, que no lo era menos, de ¡Pogreso y playa!... Bajo un palio hecho por entero de harapos remendados, el Rey del Fango, Truhán Karlos I de Mongol, alias el Lumbrera, también conocido como el Delfín del Enano, esa figura ágil y espabilada donde las haya, lucía en el pecho las bandas que le acreditaban como tal: Héroe sempiterno de la Dicción, Supuesto salvador en Febrero, Celebérrimo Esquiador, Intruso Cojonero en las cenas de familia, Áureo Sostenedor de Meretrices, Capitán Bribón de los barcos de vela, Farlopero Mayor y Máximo y Vitalicio Ejemplo de la Contención. El líder bajó su mano yerta, tres, dos, uno, cero, el combate comenzó y los dos campeones se lanzaron, como hienas, uno encima de otro. Había algo de desesperación y de cobardía en sus manos descarnadas, en sus uñitas sucias de gorrino, algo de obsceno en aquellos cuerpos fofos que se frotaban entre sí y se rebozaban mucho y bien… La televisión fornicaba los ojos del Tritón y eyaculaba en el epicentro mismo de su alma. El muchacho le dio al botón mágico y así, de forma súbita, como si lo real siempre hubiese estado ahí, agazapado y presto a emerger limpio en cualquier momento, se hizo en la estancia un silencio único, una tranquilidad que olía a tarde de sol y siesta. Merendó en tranquilidad, conciliado consigo mismo.