19 January 2010

SOY BIPOLAR, ¿Y QUÉ?


SOY BIPOLAR, ¿Y QUÉ?

By: Max Palacios

Debo confesarlo, soy bipolar. No me enorgullezco de eso, pero tampoco me avergüenzo. Solo quiero que este texto sea leído por alguna persona que esté pasando por un mal momento y que sepa que todo tiene solución, que no todo está perdido. Sería más fácil escaparse por la puerta falsa del suicidio, como aconsejaría el maestro Albert Camus, pero debemos de tener el valor de saber cómo termina la película de nuestra vida.

Estuve en tratamiento psiquiátrico un año, sin ningún resultado. Lo único que obtuve fue andar pepeado todo el día y hundirme más en la depresión. ¿Cómo mierda pueden los psiquiatras abusar de su poder y pepear a la gente hasta convertirla en un despojo humano? Solo conocí un psiquiatra que me pareció honesto. Nunca me medicó: solo me recetó frutas secas, algunos granos, verduras verdes, largas caminatas, buen cine y salir con gente buena onda. Nunca con poetas ni maniacodepresivos.

Ya lo dije, estuve en tratamiento un año, y sentía que cada día me hundía más y más en ese hoyo negro al cual llamamos depresión. Las pastillas me volvían idiota, no podía escribir, no podía pensar, hasta llegaba momentos en que no podía articular palabras. Mierda, me decía, ¿en qué me estoy convirtiendo? Esto no soy lo que yo fui.

Finalmente, un día que salí de consulta, con un psiquiatra tan ignorante como insensible –¿cómo pueden otorgarle el título de psiquiatra a alguien que ni siquiera ha leído a Foucault?-. Decía, salí de consulta. Era un día hermoso, radiante como el sol del lugar donde nací, allá en el norte del país. Un día luminoso. A perfec day, como diría Lou Reed. No quiero más esta mierda, me prometí. Nunca más con un loquero. Y así fue. Nunca más volví a consulta.

De pronto, divisé un supermercado. Ingresé, caminé entre las góndolas. Y me acerqué al refrigerador. Saqué dos latas de cerveza. Me dirigí a caja y las cancelé con premura. Salí del lugar y me senté en la banca de un parque. El primer sorbo de cerveza me hizo sentir mucho mejor que los miles de pastillas que había tragado durante todo el tratamiento.

Lo decidí bien. Nunca más al loquero, la cerveza era como una savia bruta que me otorgaba vida. Y así lo decidí: inyectarme cerveza cada vez que el mundo intentara darme una patada en el culo. No sé si estuvo bien o estuvo mal. Conmigo funcionó y es lo único que importa.