LA ARMONÍA DE H
Uno de los poetas que está siendo revalorado en los últimos años es Luis Hernández, de quien se ha construido una imagen legendaria y marginal. Hace algunos meses fuimos los primeros en dar a conocer al los lectores la aparición de un libro que rendía homenaje al entrañable poeta, La armonía de H, de Rafael Romero Tassara. Este libro pretende desmitificar la figura del autor de los famosos "cuadernos", sobre todo esa imagen pública de suicida y poeta maldito. El día de hoy, Diego Otero en El Dominical y Alfredo Vanini en el suplemento Domingo de La República escriben sendos artículos sobre el libro:
Uno de los poetas que está siendo revalorado en los últimos años es Luis Hernández, de quien se ha construido una imagen legendaria y marginal. Hace algunos meses fuimos los primeros en dar a conocer al los lectores la aparición de un libro que rendía homenaje al entrañable poeta, La armonía de H, de Rafael Romero Tassara. Este libro pretende desmitificar la figura del autor de los famosos "cuadernos", sobre todo esa imagen pública de suicida y poeta maldito. El día de hoy, Diego Otero en El Dominical y Alfredo Vanini en el suplemento Domingo de La República escriben sendos artículos sobre el libro:
Señala Diego Otero en su artículo:
En La armonía de H descubrimos que el poeta se movía entre la timidez y la osadía, y que desarrolló su intuición artística desde la infancia, cuando montaba obras de teatro con sus hermanos y amigos y se autoproclamaba "director". Desde chico, sus intereses eran múltiples y variados: la química, el dibujo, la tauromaquia o la astronomía. Se dice que a los 20 años ya podía leer los cielos y explicar al detalle las características de cada constelación. Pero su gran pasión fue la música. Se sabía las obras y las biografías de muchos de los grandes clásicos, y tocaba el piano y el clarinete con talento. En el libro hay una anécdota elocuente. Un Hernández agobiado, con más de treinta años ya, viaja a la selva a encontrarse con unos amigos. De pronto, una tormenta y todos corren a guarecerse. Todos salvo él, que se queda tocando el clarinete, en su pantalón de piyama, bajo la fuerte lluvia.
Al terreno que nunca se aproximó fue al de la política. Romero cuenta que en pleno fervor sesentero Hernández pensaba que el cambio social debía realizarse a través de la cultura. Una vez le dijo a un amigo: "Yo no sé cómo estos buscan gobernar un país, si con las justas pueden gobernarse a sí mismos. Están equivocados".
Esa capacidad para tomar distancia y ver la perspectiva, desde un ángulo insospechado, con esa especie de rebelde lucidez, recorre su obra poética como una espina dorsal. Aunque ahí, lamentablemente, quizás esté lo más flojo en el trabajo de Romero: su aproximación al legado artístico de Hernández es a veces tópica, redundante, simplificadora. ¿No hubiera sido mejor centrarse únicamente en la biografía? De cualquier modo, el escollo no es tan grande como para arruinar la lectura. Y el libro, gracias a su voracidad por escrutar cada paso del poeta, termina siendo emocionante y perturbador.