En la edición de hoy del diario Perú 21 se entrevista a un personaje de la movida subte limeña, Coco Ciëlo:
"Creo que a los 13 años escuché, en la radio, programas de new wave que me impresionaron. Después supe que esta música tenía una ideología, que sugería una opción de diferencia. Eso me hizo ver que había otros mundos posibles. Yo siempre me sentí diferente y me adentré en ello con toda la ingenuidad de un adolescente", recuerda Cocó Ciëlo.
Intuyó una opción política.
Política en el sentido vivencial. Lo gracioso es que la mía era una búsqueda completamente solitaria. Recuerdo que pocos meses después me afeité la mitad de la cabeza y bajé a la sala y a mi madre casi le da un infarto. Más adelante supe de las discotecas No Disco, Biz Pix y No Helden. Era muy chico para que me dejaran entrar, pero al cabo de un tiempo fui al No Helden que, en las tardes, era un bar con una rockola. Me hice amigo del dueño -claro, yo era un niño oyendo punk y new wave- y un día me dejó subir a la cabina y vi todos sus discos. Era otro mundo.
¿Cómo se conectó con el movimiento subterráneo?
Una vez, al No Helden llegó Kilowatt. Era la primera vez que veía a alguien underground -casaca de cuero con tachuelas e inscripciones, botas en punta, el pantalón ajustado y roto- y me dio un volante que decía 'Rock en Río Rímac'. Yo venía de un mundo burbuja y llegué solo, con un poco de miedo, vi el pogo, la música era muy rockera, muchos gritos -no me gustaba-. Pero me interesó. Había una opción de diferencia. Yo siempre me había sentido fuera de lugar y ahí me sentí incluido. Conocí a Daniel F, a quien supongo también le llamó la atención este chico con pinta de no haber matado una mosca.
¿Y Eutanasia?
Mario, mi compañero en Silvania, era de Eutanasia. Pero el rock subterráneo me dejó de interesar porque musicalmente no avanzaba y cada vez se metía más en política. Mi forma de estar en contra del sistema tenía un elemento de fantasía que ellos no tenían. Empecé a andar con gente de Salón Dadá, de Col Corazón. Yo estaba muy loco en esos años. Tenía una inquietud que me incendiaba. Yo era muy antisistema y muy punk, pero de otra manera. Estaba investigando en muchas cosas, en mi sexualidad, en romper géneros, en el alma, el cuerpo. La política no me interesaba.
¿Hacía música?
Hacía música, poesía, performances. Creo que mi función en el movimiento subterráneo era totalmente subterránea. No busqué formas musicales. Simplemente hacía las cosas. En los conciertos, como era amigo de todos, me subía al escenario a improvisar. Hacía como mítines políticos, un poco dadaístas, pero sin ánimo intelectual -que en esa época también había de eso-.
¿Qué cosas hacía?
De repente decía 'tú toca la batería, tú la guitarra'. Hacíamos ruido y yo cantaba y hablaba. Mis compañeros fueron, por ejemplo, Kimba y Carlos Criminal. Se me hizo costumbre. En San Marcos hice lo más radical. Llenamos un salón con velas, unos amigos tocaron una tarola y un saxo malogrado -sonaba cuando quería- mientras yo cantaba entre gutural, lírico, político y ladrando.
Eran fines de los años 80. ¿Cómo reaccionó la gente?
Nos aplaudía muchísimo. Pero el director del departamento nos prohibió la entrada. Es que yo no era político, pero mi actitud creaba más zozobra que cualquier discurso senderista. Hubo quienes decían que mi discurso era intelectualoide, snob, asexual, andrógino, que era decadencia burguesa. Ç
En España formaron Silvania.
Comenzamos con música experimental, ambiental, con cajas de ritmo. Y de repente un día comenzamos a cantar. Le dije a Mario para sacar un disco. Él no se lo creyó. Pero repartí una maqueta a varios sellos y lo sacamos. Ese disco es Miel, nube, hiel.
Dos peruanos marcaron un hito en la vanguardia en España.
Sí. Pero todo fue inconsciente. La innovación real en el arte está reñida con la arrogancia de creer que ya uno lo sabe todo y de que va a decir algo que va a cambiar algo. Creo que lo importante para ser innovador es ser inconsciente e inocente.
Mucho de lo que sale ahora de allá tiene de Silvania.
El circuito español estaba imbuido de grunge y de rock guitarrístico, cuando nosotros estábamos haciendo música apretando un botón. Cuando sacamos Paisaje III sorprendió y motivó muchos proyectos con tecnología. Esto ya existía en el Reino Unido y en Alemania, pero creo que le dimos un carácter muy latino, con calidez, dulzura y textura muy particulares.
¿Se juerguea?
No mucho. De vez en cuando hay cosas que celebrar. Pero hace unos años mantengo la disciplina. La vida de la juerga y la fiesta la he vivido en su momento, pero vivir en un estado de celebración constante a veces lo hace suponer a uno que el placer es eso y que ahí radican la creación y la fantasía. Pero no es así. Cuando vivía en ese ritmo, mi nivel de fantasía bajó y yo la necesito, y para eso requiero de mucha tranquilidad.