ENCUENTRO ENTRE VILA-MATAS Y RONCAGLIOLO
Leo en el blog de Santiago Roncaglilo un entretenido artículo que relata su encuentro en Portugal con el célebre escritor español Enrique Vila-Matas. A continuación, algunos párrafos:
Siempre tuve miedo de Enrique Vila-Matas. Los escritores importantes en general nos intimidan a los novatos, pero éste tiene el agravante de ser un escritor muy distinto a mí, lo cual me inspiró siempre una corazonada aterradora: si él era tan bueno, yo tenía que ser pésimo.
Por eso, tiemblo cuando topo con él en el hotel de un congreso literario en Portugal. Como no se me ocurre nada que decir a la altura de su talento, sólo consigo preguntarle qué está leyendo. Me muestra un volumen de un autor francés y me dice:
-Me han pedido un artículo sobre este escritor, que me gusta mucho. Pero él seguramente se enterará de lo que yo escriba. Así que ahora voy a tener que leerlo.
Demoro en reírme, porque siempre he creído que los escritores consagrados no se ríen. Pero constato con alivio que es una broma. Más aún, con el paso de los días descubro que toda su conversación es un juego. Por ejemplo, cito el siguiente fragmento de la presentación de su libro Doctor Pasavento. Habla Vila-Matas:
-Buenas noches, vengo en nombre del Doctor Pasavento, que no puede ver a nadie. El Doctor Pasavento, harto de las obligaciones públicas del escritor, cansado del éxito, un día decidió huir del mundo y encerrarse a solas en un hotel. Albergaba la secreta esperanza de que el país entero se pusiese a buscarlo presa de la conmoción. Pero nadie lo buscaba. Así que se mudó a otro hotel, donde la gente pudiese reconocerlo, para ver si entonces descubrían su desaparición y lo buscaban. Pero tampoco ahí lo reconoció nadie. De hecho, un día entró en el hotel su editor, y tampoco lo reconoció. Así que el Doctor Pasavento no ha podido abandonar su encierro, y me envía a mí en su representación.
En los días que pasamos en Portugal, Vila-Matas no sale del hotel. No es pedantería. Concede entrevistas y conversa con quien se acerque, pero no da un paso fuera. Una mañana, cuando le menciono su extraña actitud, me confiesa:
-Escribí mi columna semanal sobre este hotel. Hablé del cielo gris y lluvioso de Portugal, y describí hasta las cortinas de mi habitación. Pero lo hice antes de venir. No conocía el hotel. Por suerte, todo ha coincidido con lo que yo imaginaba: la habitación es como la describí, palabra por palabra, y el cielo está encapotado. Así que no he tenido que corregir mi texto. Pero sigo paseando por aquí, para confirmar que todo está como lo inventé.
Cuando dice esas cosas, Vila-Matas no se ríe. Sólo se te queda mirando con una lucecita extraña en los ojos, como si acabase de hacer una travesura. Como los personajes de sus libros, él ha decidido usar las palabras para jugar con la realidad, para reorganizarla a medida de sus deseos. Parece un bebé gigante para quien el mundo no es más que un patio de juegos.
El día de su mayor presentación pública, dedica el tiempo a contar lo mal que habla en público. Confiesa que usa pastillas para contrarrestar los temblores. Recuerda a una viejita que se le acercó después de una conferencia a pedirle que se la repitiese al oído porque era sorda. Durante toda la intervención de Vila-Matas, el público se arrastra de risa. Y eso que no hablan español.
Gracias al tema de lo mal que habla en público, Vila-Matas termina por ser el mejor orador. Pero yo soy escéptico. Empiezo a sospechar que él ha escrito a ese público, y a ese anfiteatro, incluso a mí, y que sólo pasea entre nosotros para ver si seguimos como nos inventó.