LA VACA LOCA SE DELATA
Esta vez, el vacuno expresivo, en su premeditado y tardío recuento del año, nos ofrece una peculiar lectura de lo que fue el año 2006 en las letras peruanas. A continuación, algunas perlas del cuadrúpedo hervíboro:
Libro del año
Indiscutible: Travesuras de la niña mala. Sin aparente rival, el retorno novelístico de Mario Vargas Llosa consigue atrapar al lector a través del “amor enfermedad”, una nueva novela a modo de autobiografía de un joven miraflorino de los años cincuenta que explora y desenmascara, a través de los años, la naturaleza de sus afectos de juventud para aceptarlos con mayor conocimiento de causa y reconciliarse con ellos.
Es cuento largo
En lo que respecta a novedades narrativas, no hubo perfiles descollantes y, por tanto, la difusa categoría de “figura revelación” pareciera inútil en este año 2006. Caben mencionarse las viñetas de Claudia Ulloa Donoso en El pez que aprendió a caminar, breves ejercicios de condensación atmosférica; los relatos de Susanne Noltenius, desde las canteras de los talleres literarios, sobre la madurez femenina y el efecto del tiempo; el experimento metaliterario (una vez más, aunque suene estereotípico entre nuestros nuevos narradores) de Diego Trellez Paz, donde, tras la parafernalia bolaneana, un profesor quijotesco intenta introducir a Cervantes en el mundo de la penitenciaría; y El secreto de la trapecista de Óscar Málaga, relato de fuerza poética que condensa en la figura del circo una metáfora de la naciente república peruana y de la existencia humana en general.
Otro ejemplo de la apreciable carencia de sensibilidad para las novedades de las grandes editoras se hace patente al dar cuenta de las decepciones del 2006, muchas inscritas en sus nóminas de publicación. El dudoso galardón al libro de narrativa más flojo sin duda deberá llevárselo Rito de paso de Víctor Coral, novela publicitada hasta el hartazgo incluso por su propio autor, intento fallido de emprender una vertiente sci-fi o de relatos sobre distopías tipo Brave new world. La novela de Coral termina redundando en discursos de incómoda y solemne vaguedad surrealista atribuible al impostado New Age de sus personajes.
¿Cuestión de gustos y colores?
El reconocimiento a la antología del 2006 debe recalar sin dudas en Gustavo Faverón (Toda la sangre). Puede objetarse cierta inconsistencia discursiva en la propuesta del compilador, tema susceptible de discusión, que no compromete ningún ataque ad hominem, pero no puede mezquinarse los méritos de recopilar un conjunto de relatos diversos, que acogen distintas perspectivas políticas, sin eludir el señalamiento -al menos eso- de la responsabilidad de los diversos bandos en el conflicto armado y el reconocimiento de las diferentes estéticas con que se buscó representar este fenómeno. Ciertamente, nadie puede estar plenamente a gusto con una antología, son fuente interminable de polémica, pero siempre se espera un mínimo margen de amplitud y variedad, amplio entendimiento del compilador acerca del tema y la superación de prejuicios por fidelidad a la selección. Faverón cumple esos requisitos en un trabajo de por sí complicado y espinoso por las pasiones que aun despierta entre intelectuales de todas las tendencias ideológicas (aunque –vale decirlo- se cura en salud con un prólogo políticamente correcto). Iván Thays, en cambio, deja de lado todo criterio de selección rigurosa al publicar Pasajeros perdurables, una antología francamente desechable de relatos organizados en torno a un tema cuyo sentido el propio Thays se encarga de hacer confuso: el exilio (¿estético?, ¿psicológico?). Thays no solo demostró escaso dominio del material seleccionable, sino que, hechas sumas y restas que él mismo se encargo de difundir luego de la publicación, “todo quedó entre amigos”, y su exploración jamás se alejó de su estrecho coto literario. De ello resultan las evidentes carencias de un compilador desidioso, sin interés por su superar sus propias barreras de lectura.